Pepe Viyuela: “Ahora soy un payaso maduro”
El actor Pepe Viyuela vuelve a un escenario de Madrid y lo hace con una obra de teatro que le ha marcado su carrera, y su vida. Regresa estos días a Teatro del Barrio, en Lavapiés, con ‘Encerrona’, aunque solo dos jornadas de momento (ayer y hoy, 6 de septiembre), para hacernos reflexionar en una comedia sobre cómo nos enfrentamos al mundo, enredándonos solos o dejándonos enredar. Con una decena larga de películas en su haber, otras tantas series (‘Aida’, ‘Águila Roja’…) y en torno a 20 obras teatrales, su rostro no pasa inadvertido en la terraza donde nos encontramos en el centro de Madrid. Delante de un chocolate frío, Viyuela, uno de esos artistas que tienen la agenda laboral llena de proyectos, desnuda su alma de payaso, un tanto preocupada por el momento histórico que estamos viviendo, pero también siempre dispuesta a alimentarnos de algo imprescindible para la vida: el humor sano.
Has escrito poemas, participado en política, eres actor y payaso, ¿cuántas caras tiene Pepe Viyuela?
Todos somos seres poliédricos. Poeta no me considero, aunque sí me gusta escribir. Y creo que políticos somos todos, porque a todos nos interesa saber lo que se hace con nuestro dinero. Es imposible no meterse en política. Los humanos somos seres sociales que vivimos en ciudades y pueblos, y como nos necesitamos, tenemos que negociar. Eso es política: entenderse desde la diferencia. Lo que sí me siento totalmente es payaso, cómico, actor. Es una profesión que se confunde con mi vida personal porque es muy vocacional.
¿Cuándo supiste qué es lo que te gustaba hacer en la vida?
Muy pronto. Ya en la escuela, con 14 años, hacíamos teatro y disfrutaba mucho. Siempre me gustó jugar a ser otros. Imaginar que era alguien ajeno a mi realidad me atrapó. Me permitía conocer gente nueva y, además, aprender a sentir distinto, como cuando me tuve que poner en la piel de un terrorista y argumentar como él. Comenzó siendo un hobby y acabó siendo mi profesión.
No solo te identificas como un payaso, sino que te reivindicas como tal. ¿Es un término desprestigiado?
En el momento que te reivindicas como payaso la gente se pregunta: ¿y por qué será? De entrada, la palabra encierra un concepto peyorativo, describe a un ser ridículo, pero lo reivindico, porque ser conscientes de nuestros límites nos ayuda a vivir. Es importante ser conscientes de que no somos todopoderosos e infalibles, de que podemos ser tiernos y de que nos equivocamos. Asumiendo nuestros límites vamos más libres por la vida, sin vestirnos de supermanes. Me asusta la gente que cree que tiene la verdad. Como payaso, no tengo seguridad en nada y estoy abierto a dejarme convencer. Desde ahí me reivindico en ese papel.
Y de payaso, de cómico, ejerces en ‘Encerrona’, una obra que tiene ya una larga trayectoria y parece que no caduca.
La obra nació cuando terminaba de estudiar. Quería construir un personaje propio que trabajara sobre el error y la dificultad de vivir en el mundo al que le echan. Comencé a trabajar con una silla, una escalera, con objetos que representaban retos pequeños en los que, al enredarnos, convertimos en difíciles. Y funcionó y me hizo popular. Es el personaje que me ha abierto la puerta a la profesión. En casi 40 años, ha ido cambiando. Yo no soy el mismo y el personaje, que nace de mí, tampoco. Cuando haces de payaso, en el fondo eres tú, pero metamorfoseado. Ahora, el personaje ha dejado de ser tan ingenuo y es alguien más resabiado, más castigado. Antes veía la vida con más esperanza y ahora la he perdido y sustituido por una necesidad de supervivencia. Él soy yo y ahora soy un payaso maduro, que es lo que siempre quise ser. Y también quiero ser un payaso viejo.
¿Por qué esta obra es una ‘Encerrona’?
Es Encerrona porque el actor se presenta en un escenario del que no puede salir. Hay quien, metafóricamente, ve el espejo de la existencia: alguien es arrojado al mundo, como nosotros lo somos. Y eso es lo que quiero contar. Llegamos a un lugar donde la compañía, que es el público, en un principio es amenazante y al final se convierte en fundamental. El payaso no existe sin la risa y la complicidad con los otros. Hay un mensaje pesimista, que es ser arrojados a un lugar hostil, pero acaba convertido en algo positivo, porque vemos que podemos ser flexibles y sobrepasar las dificultades si compartimos con los demás nuestros límites. Y eso nos hace disfrutar.
¿El humor y los humoristas siguen de moda?
Veo una ambivalencia. Por un lado, nos llaman continuamente a ser serios, pero por otro, todos tenemos la necesidad de reír. El humor nos aligera la vida. No hay déficit, pero sí se ha modificado, quizás por las redes sociales. Ahora distinto, aunque también muy ingenioso. Y hay humor hiriente, porque no olvidemos que puede ser maravilloso o destructor. En el mundo virtual, en vídeos, en chistes o memes se muestra esa necesidad de recurrir al humor. Puede que quienes tienen mala uva sean más visibles, pero mayoritariamente la gente es buena.
¿Hay que poner límites al humor?
Creo que sí, aunque no los debe poner una institución, no es tiempo de procesos inquisitoriales ni de límites legales. La propia sociedad lo hace. Hemos visto hace unos días a un alcalde de un pueblo cantando una canción infame con la que pretendía ser gracioso y enseguida la sociedad lo ha rechazado. ¿Es censura? No, es una autocorrección social. Sabemos dónde están los límites: están donde empiezas a abusar de algo o de alguien. Si el humor es de arriba abajo, es reprobable y hay que levantar la mano y decir claro que no tiene ninguna gracia. No puedo reírme de quien no se puede defender y quedar impune. Otra cosa es si el humor va de abajo arriba y atañe al poder, porque es un derecho reírse del poderoso, aún corriendo el riesgo de sufrir represalias. Si un dictador ocupa un puesto de privilegio, debe estar dispuesto a recibir pullas.
Hemos visto en los últimos tiempos censura política a actividades culturales. ¿Has sentido esa presión en algún momento ante algún espectáculo?
No me ha pasado, porque mi humor es muy blanco, pero es verdad que cuando hago algo con otro tipo de humor más implicado políticamente, con más compromiso, miro hacia los lados por si viene alguna colleja, porque la intolerancia está a la orden del día y hay veces que un chiste puede convertirse en el detonante de una agresión. Sí que he notado cierto rechazo de algunos políticos, pero no tanto por mi humor como por mi posición personal ante determinadas cuestiones.
Te has implicado públicamente en la defensa de los derechos humanos, contra la guerra, contra el acoso sexual, por el que dejaste una obra de teatro no hace mucho [Viyuela dejó en abril una obra dirigida por Ramón Paso, después de que éste fuera denunciado por presuntos delitos sexuales].
No podemos vivir como si estuviéramos en una caja, pensando que lo que ocurre fuera no te afecta. No me quiero dejar de afectar por lo que pasa a mi alrededor, ni por lo cercano de mi barrio y de mi país ni por lo de zonas lejanas, como Palestina o el Sáhara. Si me callo, me siento mal. No opinar por miedo a que no me contraten, a caer mal a parte de la sociedad, me parece de cobardes y poco contribuye a crear una sociedad más libre. Yo opino y puedo no tener razón, pero que me convenzan de lo contrario. Callar por miedo es cobardía.
En este momento, ¿qué es lo que más te preocupa del panorama general?
Me inquieta el auge de la extrema derecha, no solo en España, sino esa internacional de la intolerancia y el fascismo. Creo que no tenemos claro cómo contrarrestar esa corriente y no sé si es una ola que pasará o si hay que hacer algo. Y lo que se haga debe partir de la tolerancia, aunque es complicado ser tolerantes con los que no lo son, pero hay que combatir esa tendencia con más democracia, más diálogo y menos crispación. También me preocupan las cuestiones climáticas. Me asustan. Y veo que ambas cuestiones van unidas. De hecho, esos fanatismos niegan el cambio climático, cuando es algo que está aquí. Y cuando aún estamos a tiempo de frenarlo, parece que no hay interés en hacerlo. Hoy he escuchado que la energía nuclear vuelve a ponerse sobre la mesa y me da miedo, aunque también me lo dan esas energías renovables que más que solución se plantean como un negocio.
¿Has hecho algún trabajo que tenga que ver con esa crisis ambiental? En general, ¿desde el mundo del teatro hay interés en reflejar los impactos que está generado?
No mucho. Es verdad que en migraciones, en represión política, igualdad de género, hay más textos que en temas ambientales. Pero el teatro ha sobrevivido al paso del tiempo por su capacidad de adaptarse a la situación real de cada momento de la historia humana y, si no ha surgido aún este tema, no tardará porque es muy preocupante. A lo mejor se debe a que falta conocimiento científico entre los dramaturgos, que se sienten más capacitados de hablar de otros temas de justicia social. Pero hace falta.
¿Qué público esperas ahora que acuda a tu ‘Encerrona’? ¿Ha evolucionado como lo ha hecho la obra, con el paso del tiempo?
Pues sí. Debo decir que durante un tiempo dejé de representarla porque ya llevaba muchos años y pensé que podía cansar al público, pero a los pocos meses la echaba de menos. Volví a ella y nunca más la dejé. Ahora noto que vienen los abuelos con sus nietos y generaciones intermedias. El personaje es un payaso que habla de una esencia humana, de nuestra capacidad de errar y de reírnos del tropiezo. Luego, igual elaboras una reflexión de lo visto, pero eso es a posteriori. De entrada, el niño y el mayor se ríe.
¿Qué proyectos te traes entre manos?
Sigo con el teatro con otra obra, El pícaro perdido, una novela picaresca del 1604 que estuvo perdida tres siglos y medio y ha sido adaptada al teatro después de ser encontrada por casualidad en una librería de París. Para primavera, estrenaré otra, El barbero de Picasso. Y en cine, se estrena en el Festival de San Sebastián la película La virgen rota, en la que tengo el bonito personaje de un periodista en la República. También empiezo ahora el rodaje de una comedia llamada Sin cobertura, un viaje en el tiempo a la Edad Media. Y, además, hago recitales de poesía con música.
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