Pere Sureda, editor: «Hay muchos reseñistas, pero pocos críticos literarios de verdad»
Pere Sureda dirige la editorial Navona, que ha conseguido hacerse un hueco en el fragmentario y múltiple mundo de los libros, gracias a un catálogo que se define, principalmente, por su valor literario y por la recuperación de clásicos modernos y contemporáneos. Hablamos con él en profundidad sobre cómo ve a críticos y reseñistas -que son cosas muy distintas-, a lectores y compradores de libros -que son gente muy distinta- y a escritores y personas que escriben -que son gente también muy distinta.
Hoy está al frente de Navona, pero tras de sí lleva 44 años de recorrido y experiencia. Comenzó en la pequeñísima editorial Aula de Ediciones, donde preparaba los paquetes de libros para los envíos; de ahí paso a trabajar en la distribuidora Les Punxes. Posteriormente, y tras crear su propia distribuidora, desembarcó en Montesinos, donde comenzó a trabajar propiamente en la edición de libros. Montesinos, como el propio Sureda reconoce, fue su escuela y la puerta de entrada a Ediciones B, fruto de la compra de los activos de Bruguera por parte del Grupo Zeta. Los activos de Bruguera eran cero, y el equipo humano del que Sureda formaba parte dio cuerpo, forma y vida a este sello editorial. Han pasado muchos años desde entonces, Sureda dejó Ediciones B, pasó unos años en Grup 62, y regresó al mundo de las pequeñas editoriales.
En El Asombrario, reflexionamos estos días de comienzo de curso sobre el mundo literario y editorial. Tras el artículo de Juan Bonilla sobre qué es literatura y el Área de Descanso de Javier Morales en torno a la tarea de aprender a escribir, hoy entrevistamos a fondo a un editor de largo recorrido.
¿Cómo definirías Navona?
Personalmente, me fascina rescatar obras que me impresionen y que ahora no están en ninguna parte, y creo que el catálogo tiene que brillar por sus autores y sus títulos. Navona, por tanto, es su catálogo. El catálogo de una editorial, y más hoy en día, es lo primordial: los autores y las obras son aquello que permite que el catálogo pueda irse reimprimiendo, pueda ser visible y pueda sobrevivir en el mercado. Si se hace un proyecto editorial con otra misión, probablemente muchos de los títulos, por motivos de mercado, desaparezcan al cabo del tiempo. Nuestra intención es publicar libros que sean importantes por sí mismos y que, con el paso del tiempo, sean para el lector igualmente legibles e igualmente emocionantes.
Es decir, Navona busca configurar un catálogo atemporal.
Creo que, en el fondo, todos los editores buscan un catálogo atemporal, excepto algunos grandes sellos que necesitan tener determinados niveles de rentabilidad y de resultados. Sin embargo, para mí alguien que se considere editor y no busque un catálogo atemporal no es un verdadero editor; puede publicar libros, pero no es un editor.
¿No todo aquél que publica libros es editor?
Es muy digno publicar libros, pero ser editor es otra cosa. Un editor quiere que su catálogo trascienda el paso del tiempo. Un editor es José Janés, cuyo catálogo no sólo tuvo vigencia en su momento, sino que la tuvo también una vez que él ya había fallecido. Este será, sin duda, el caso de Herralde y los casos de todos aquellos que vayan por ese camino. Aquellos editores que, por mucho que se definan como pequeños o medianos editores, en la esencia no buscan esta transcendencia, no conseguirán que de aquí a cinco años sus libros sigan en las estanterías de las librerías, sus libros no estarán en las conversaciones literarias y, por tanto, su aportación habrá sido la misma que la de las 50 sombras de Grey.
Acabas de mencionar con nombres y apellidos dos grandes editores de mesa, pero hay muchos otros, sobre todo en los grandes grupos, cuyo nombre y cuya labor no son tan conocidos y reconocidos.
No concibo otra forma de editar que no sea siendo un editor de mesa: un editor es un lector apasionado y que, por tener dinero o por haberse asociado, tiene el privilegio o de tener su propia editorial o de prestar sus servicios a una industria que le permita publicar aquellas obras que él desea imperiosamente que sean vistas y leídas por la gente. Hay editores en los grandes grupos, ciertamente conozco a algunos, pero evidentemente no todos los que allí están lo son. Y no es cuestión de que esté bien o mal, se trata de otro tipo de circunstancia y de planteamiento.
En la entrevista que te hicieron en ‘Granite and Rainbow’ afirmabas que una editorial necesita un editor, pero puede prescindir de un financiero. Esta afirmación resulta algo inverosímil, pues el mundo editorial, por mucho que se dedique a los libros, es un negocio.
Creo que solamente una vez que se ha desarrollado el catálogo, se necesita un financiero. Para necesitar un financiero, antes uno debe haber tenido la idea, debe haber hecho la inversión y ésta debe haberse concretado en un catálogo. A partir de ahí, cuando comienza la distribución y las ventas, sí que se necesita un contable que ordene los números, pero si no hay una idea, si no hay libros, ¿qué hace un contable? Un contable no hace los libros, no los escribe ni tampoco elabora un catálogo, que es el objetivo principal de la editorial. Además, dicho esto, hay que añadir que el financiero siempre debe estar supeditado a la labor, a la función y a la apuesta del editor, nunca al contrario. Esto lo digo y lo mantengo.
Sin embargo, esta jerarquía parece no siempre respetarse; determinados fenómenos hacen pensar que el valor literario es supeditado al rendimiento económico.
Es cierto, y esto sucede porque hay editores faltos de personalidad, editores sin huevos para negarse a jugar en determinadas circunstancias, es decir, no editores. Un ejemplo de editor con personalidad, pensando en los grandes grupos, es Claudio López: a él ningún director financiero le impone su política de publicación, porque él mismo, interesado en que sus libros sean vistos y leídos, se preocupa de equilibrar el catálogo. No se necesita de un financiero que dirija e imponga la política de publicación, porque el editor de por sí ya compensará a nivel de ventas su catálogo siguiendo por él mismo un criterio editorial. Todo editor quiere que su editorial sobreviva.
Dos de las colecciones más importantes de Navona son ‘Ficciones’ y ‘Los Ineludibles’, ¿qué diferencia las ficciones de los ineludibles?
Ficciones está concebida como una colección de novelas y cuentos de alta calidad literaria. En Ficciones publicamos autoras y autores tanto vivos como muertos, españoles y extranjeros, y el hilo conductor de la colección es la calidad de las historias y de quien las escribe. Podemos decir que en Ficciones entran todos los narradores que el equipo editorial considera buenos y merecedores por ello de ser publicados. Los Ineludibles, por su parte, es una colección que ha devenido en una especie de biblioteca del lector apasionado que además es editor. Son textos que, por diferentes motivos, han dejado una profunda huella en ese lector/editor, quien cree que merece la pena hacer hincapié en el hecho de que no pueden pasar desapercibidos. Es una colección de obras que no pueden dejar impasible al lector y por esto son destacados del resto de obras.
Dentro, por tanto, del criterio siempre parcialmente subjetivo del editor, ‘Los Ineludibles’ responden a un criterio completamente subjetivo: tu gusto lector.
Sin duda. Los Ineludibles son libros que a mí me han importado en la vida; evidentemente, todos los libros que publico son hijos míos, pero no todos pueden ser oro. Si así fuera, nos estaríamos engañando o estaríamos viviendo en un mundo idílico; yo sé que hay libros que publico que, siendo buenos, pueden interesar más o menos, y me hago cargo del interés que puedan suscitar. Pero hay otros que, independientemente de cuánto interesen, yo los publico, sí o sí. Los Ineludibles, por tanto, representarían, en parte, aquella lista imposible de mis libros preferidos. No pueden estar todos, porque muchos de los libros con los que he vibrado, me he emocionado y he aprendido ya están publicados en otras editoriales, pero de los manuscritos que van surgiendo y de las recuperaciones que voy haciendo, los que de alguna manera me tocan la fibra, son todos ineludibles.
Suelen ser textos poco conocidos y olvidados que rescatas con una nueva traducción…
Siempre que puedo los publico con una nueva traducción, aunque no siempre; en el caso del libro que saldrá en noviembre, La saga moscovita, de Vasili Aksiónov, que ya publiqué en La otra orilla, mantengo la traducción de Marta Rebón, puesto que se trata de una traducción de hace cinco años y absolutamente impecable. Pero, por lo general, siempre busco nuevas traducciones, porque es difícil encontrar traducciones por las cuales no haya pasado demasiado tiempo.
Una de las características de las ediciones de Navona es la visibilidad del traductor.
Nosotros en la colección de Ficciones ponemos el nombre del traductor en portada y añadimos en la solapa una biografía del traductor, porque es imposible leer Johnny empeñó su fusil sin el traductor. Es imposible leer Guerra y paz, al menos para la mayoría de españoles, sin el traductor, que es una pieza fundamental.
Una de las quejas de los traductores, y con razón, es su poca visibilidad y la ausencia de reconocimiento público, por no hablar de cuestiones económicas.
Todavía hoy el traductor es una figura secundaria para muchas editoriales que dan preeminencia al autor. Yo creo que el traductor es parte esencial del proceso en el cual se piensa, desde que surge la idea hasta que se selecciona y se obtiene el manuscrito; para un editor es algo esencial acertar en la elección, a partir de la nómina de traductores que se tiene, aquél que, según su criterio, pueda trasladar de forma más brillante al español el texto que quiere publicar. Y muchas veces el coste de una traducción puede ser más importante que el anticipo por los derechos de autor por tratarse de un libro largo y/o complejo. Para mí es de sentido común destacar y dar protagonismo al traductor. Además, creo que el hecho de destacarlo dice mucho de la editorial y de la manera en que la editorial quiere presentarse al público.
En más de una ocasión has subrayado la prevalencia de la obra por encima del autor en el momento de evaluar el valor literario del texto.
Estamos, y creo que es inevitable, en un mundo lleno de prejuicios de por sí. Hay determinados autores a los que el mundo literario, las librerías y quizás también los lectores les han puesto la etiqueta de “autor best-seller”, etiqueta muy despreciativa en España aunque no debería serlo, puesto que solamente significa “mejor vendido”. Yo creo que hay que traspasar estas etiquetas; al margen de que el autor esté catalogado como best-seller o como autor literario, no podemos olvidar que hay grandes novelas escritas por autores denominados best-seller y hay grandes pifias escritas por autores literarios. Si a mí me presentan un manuscrito de un autor best-seller y me parece que el manuscrito tiene la calidad literaria y los ingredientes necesarios para ser publicado, lo publicaré y me importará siete cominos lo que se piense a nivel público. Ya me encargaré yo de transmitir al lector y a los medios el valor literario del libro.
Pero a veces, volviendo al tema de la rentabilidad, conviene a las propias editoriales y a la prensa mantener ciertas etiquetas, incluso a pesar del autor.
Es un error. Si un editor publica un libro porque cree que es buena literatura, tiene que enviar el mensaje al público lector de que dicho libro de tal autor o autora no es un libro más y que, por mucho que el autor haya escrito novelas tipo best-seller, su última obra es distinta. El libro debe venderse por lo que es. Hay que tener en cuenta que hay autores que tienen la privilegiada capacidad de escribir con varios registros: Banville, por ejemplo, puede escribir El mar y luego construir una magnífica novela policiaca. Lo que debemos preguntar es: ¿Por qué a John Banville se lo permitimos? ¿Por qué viene de la alta literatura? ¿Por qué no podemos pensar y aceptar que un señor que viene de la literatura best-seller puede, como Banville, escribir una gran novela?
Hablas de la realidad anglosajona, que es completamente opuesta a la nuestra; allí no sólo no hay enfrentamiento entre alta literatura y literatura o libros de consumo fácil, sino que se percibe como algo normal que haya varios niveles de valor literario.
Lo que sucede es que en el mundo anglosajón se habla de cada obra al margen del contexto y del autor, se juzga cada obra individualmente, que es lo que se debería hacer.Y aquí no hay crítica, y como no hay crítica, los prejuicios ayudan mucho a la hora de escoger un libro para ser reseñado. Tenemos reseñistas, pero no críticos, y me refiero a los principales periódicos, no hablo de determinada gente que hace un trabajo muy bien hecho desde plataformas digitales.
Aquí la figura del autor, incluso en la crítica más académica, siempre ha tenido un protagonismo excesivo.
Cuando uno se enfrenta al libro, debe olvidarse de todo lo demás. Y en mi opinión, metiéndome en un mundo que desconozco, el crítico debería hacer lo mismo: olvidarse del nombre del escritor y leer el libro. Y en base al libro, a la lectura del libro, escribir el artículo: si el libro es malo, el crítico deberá cargárselo con argumentación y si es bueno deberá alabarlo con argumentación. Sea del autor que sea, lo publique la editorial que lo publique.
Pero no sólo hay que poner el foco en la crítica: debe también señalarse lo importante que es que un autor sea publicado en una editorial acorde con la obra que propone. Hay veces que las disonancias entre la obra y el catálogo hacen que una obra que merece pase desapercibida o sea mal percibida.
Es imprescindible el diálogo entre el libro y la editorial, y, añadiré, que por esta falta de diálogo muchos autores que conozco, cuyos nombres no diré, han tenido la mala suerte por diferentes motivos, en los que tampoco entraré, de publicar saltando de una editorial a otra. Y esto ha despistado a la crítica, al lector, al librero: en el subconsciente se tiene una idea, prejuiciosa o no, de qué significa cada editorial. Si un autor pasa constantemente de una editorial a otra, provoca un desconcierto y perjudica a la obra en sí misma. Los autores que hoy en día en España venden, sean literarios o comerciales, son desde hace tiempo fieles a una misma editorial o un mismo sello: esto es imprescindible, porque se crea una interlocución entre el autor y el editor.
En Navona tenéis una colección de novela negra, seguramente el género literario más en boga actualmente.
Siempre, en todas las editoriales en las que he estado, ha habido una colección de novela negra. Yo empecé a leer novela negra con 14 años, cuando trabajaba en una distribuidora con fondos como la editorial argentina Tiempo Contemporáneo, la editorial Siglo XXI, Castalia, Júcar, Los libros de la frontera, Akal, La Gaya Ciencia… Tiempo contemporáneo tenía a David Goodis, a Chandler, a Hammet… En mi vida de lector, la novela negra siempre ha ocupado un espacio, porque siempre he visto que estos libros no solamente poseían una trama compleja por resolver, sino que mostraban mundos completamente desconocidos: los bajos fondos, paisajes alejados de la cotidianidad, situaciones límite que me parecían y me siguen pareciendo fascinantes.
¿Cómo explicas el reciente boom de la novela negra?
España tuvo, hará unos 25 años, un boom serio de novela policiaca, cuando Silverio Cañada, de la editorial Júcar, comenzó a publicar la colección Etiqueta negra, dirigida por Paco Ignacio Taibo II, y en Ediciones B pusimos en marcha una colección que se llamaba Cosecha Roja, dirigida por Andreu Martín. Entonces, muchos otros editores siguieron la tendencia y llegó un momento en que se saturó el mercado y tuvimos que cerrar todas las colecciones. Algunos de aquellos autores han sobrevivido, publicados sin la etiqueta de “novela negra” en los sellos de gran audiencia y otros han desaparecido. En el resto del mundo esto no ha pasado: en Francia han seguido apareciendo novelas negras, en Inglaterra también, como en Italia, en Alemania y en Estados Unidos. Hace algunos años aquí, en España, nos hemos dado cuenta de que hay una cantidad de escritores valiosísimos que aquí nadie conocía; de ahí este segundo boom que, por lo que señalan los indicativos que tengo al día de hoy, no va a explotar obligando al cierre de colecciones; al contrario, creo que estas colecciones ocuparán ya para siempre un lugar fijo en las mesas de las librerías. Los que escriban novelas policiacas podrán seguir escribiendo, otra cosa es que seguramente las tiradas serán más ajustadas, pero creo que con lo que estamos viviendo en el mundo, la novela policiaca, al margen de ser un excelente entretenimiento, será un género imprescindible, porque día tras día la realidad desmiente la ficción.
En relación a lo que comentas, el auge más remarcable ha sido el de la no ficción: los lectores reclaman textos que les expliquen y les ayuden a comprender el mundo contemporáneo.
Creo que este auge de la no ficción se debe también a que grandes periodistas que nos ayudaban, o al menos en mi caso, a entender el mundo han desaparecido de los periódicos actuales. Robert Fisk tenía cada semana una página en La Vanguardia y gracias a él nos enterábamos de muchas cosas y, sin embargo, desde hace diez años ha desaparecido. Hay más ejemplos. La información que tenemos actualmente en los medios de comunicación se ha vuelto más superficial y, por el contrario, persiste la necesidad de información más profunda para poder entender qué es ISIS, qué es el Estado Islámico, cuál es el origen de los conflictos… Seguramente se trata de una información minoritaria, pero dentro de lo minoritario es lo suficientemente mayoritaria para hacer posible que un libro de 2.000 ejemplares se agote. Y hablo sólo de política, pero en otros entornos informativos pasa lo mismo.
Tras más de 40 años de trayectoria, ¿cómo ves índices tan bajos de lectura en España?, ¿es algo endémico a este país?
Lo que es endémico es el lloriqueo del sector editorial, considerado desde el más amplio espectro: desde el autor, pasando por el editor, el distribuidor hasta llegar al librero. Siempre, desde que yo puse los pies en este sector, la frase que más he escuchado es: “No se vende”. Y esto es porque las expectativas de venta que nos exigimos nunca han estado trazadas sobre la base del momento histórico y cultural que vivía España, sino siempre en comparación con nuestros vecinos que tuvieron una Segunda Guerra Mundial, lamentable pero también con los beneficios de ganarla, mientras que nosotros tuvimos una dictadura de 40 años que no sólo nos inmovilizó, sino que nos ha llevado al inicio de la democracia a estándares de lectura inferiores a los que había durante la Segunda República. A esto se suma que algunas agencias, en el momento de pedir los anticipos de derechos de autor, han equiparado nuestro mercado y nuestras ventas a países como Italia, donde las ventas son casi siempre superiores, y en todo caso diferentes. Todavía puede parecer normal pedir por un mismo autor 20.000 euros a una editorial italiana y a una española, cuando los números de venta son incomparables. En unos casos a favor de Italia; otros a favor de España.
Pero, más allá de cuestiones económicas y de mercado, te pregunto sobre el entramado lector…
Hay muchísimos más lectores hoy que hace 40 años. Se habla mucho más de literatura ahora que hace 40 años.
¿Hablamos de lectores o de compradores? Es imposible no mencionar la constante polémica en torno al número de ventas y de firmas que consiguen figuras públicas y/o mediáticas por unos libros que normalmente no son literatura.
Se confunde lectores con compradores y lectores con gente que quiere el autógrafo. De lo que se tiene que preocupar un escritor es de hacer la mejor obra posible y de conectar con los lectores, y no que en la firma esté no sé quién. La presencia de determinados personajes tiene que ver con el show, con el folclore, y que un lector pida una firma no quiere decir ni que se vaya a leer el libro ni que lo vaya a apreciar más. Hay que tener en cuenta que la firma tiene que ver con la mitomanía y no con el gusto lector: no tiene que ver con el texto literario, sino sólo con el mito que uno ha creado con determinados autores. Y te lo digo yo que soy algo mitómano, y me gusta tener primeras ediciones firmadas. Además, independientemente de la presencia de determinadas figuras, ningún escritor puede negar que hoy firma más que antes.
Así que, como conclusión, a pesar de todo, ¿podemos ser positivos?
Por supuesto, sin duda alguna se va a mejor. Yo soy optimista por naturaleza y, por otra parte, mi trayectoria me lo avala. Como tú has dicho antes, hay lectores y compradores de libros, pero ¡qué maravilla que un comprador de libro, aunque no lea el libro, lo introduzca en su casa! Lo más difícil es que entre el primer libro en casa y, aunque quien lo compre no lo lea, ya lo leerán sus hijos o sus nietos. Pero la presencia de ese primer libro significa que la semilla está puesta. El gran problema es que hay miles, millones de casas, donde no hay ni un solo libro. Lo difícil es que entre el primer libro; rota la barrera, el segundo y el tercer libro llegarán.
Comentarios
Por Nely García, el 15 septiembre 2015
Resulta grato el conocer a un verdadero editor: un escritor novel anhela el contacto con esa clase de editores, para que sus consejos puedan mejorar sus obras, pero el acercamiento es casi imposible.
¿Esa editorial recibe manuscritos?.
Saludos.
Por Arturo, el 15 julio 2016
Viendo el catálogo que tiene, sobre todo en ficciones e ineludibles, no creo que reciba muchos manuscritos de autores noveles.