Pérez Siquier, de los barrios más pobres al turismo de sol y playa
Puedes seguir al autor, Guillermo Martínez, en Twitter, aquí.
Un total de seis décadas dedicadas a la fotografía, todas ellas rompedoras pero con un hilo conductor que las vertebra y estructura en una sola obra. Eso es lo que se puede encontrar en la Fundación Mapfre por parte de uno de los mayores artistas de la fotografía en España: Carlos Pérez Siquier (1930-2021). A partir del mundo real, el artista retrata uno propio en el que la periferia de su localización, Almería, no es óbice para que participe de los grandes debates en torno al arte fotográfico de la época. Motor de la renovación en los años 60, su mirada recorre desde la profundidad de los barrios más pobres hasta el destello que supuso la llegada del turismo internacional a las costas españolas.
La muestra es parte de la sección oficial del Festival PHotoEspaña que este año cumple 25 ediciones. En ella, una de las obras cumbres del artista abre la exhibición. La Chanca y La Chanca en color (1957-1965) se adentran en el homónimo barrio almeriense, parte del subproletariado urbano. Así, el fotógrafo esboza al milímetro el carácter de supervivencia de sus pobladores a través de la mirada política que les confería. Después, en los años 60, Pérez Siquier vuelve tras sus pasos y se supera a sí mismo, esta vez de la mano de una mayor galería cromática. “Trabajar en color en esos años no era normal, pues el blanco y negro era la concepción museística aceptada”, señala Carlos Gollonet, comisario de la exposición.
Eso le aportó cierta carga de incomprensión que le alejó de sus colegas, pero su carrera acababa de comenzar. Formalismos es una de las secciones que el espectador apreciará en la exhibición. Aquí, las paredes desconchadas de las casas y los muros de las cuevas del barrio serán las protagonistas. El juego y la experimentación con el color guían el ojo de un irrefrenable Pérez Siquier. Estamos en 1965, y el Ayuntamiento de Almería decidió intervenir parte de La Chanca, pues su subdesarrollo no casaba con la pretendida imagen de modernidad por parte del Consistorio. Muchos de sus muros interiores quedaron a la intemperie. Rascando en ellos, como luego Pérez Siquier conseguiría reproducir en las miradas que se fijan en sus creaciones, se percató de los colores y texturas que quedaban debajo.
En sus propias palabras, “eran fotos de conceptos, que tuvieron una gran importancia. Aparte de su configuración estética, la tenía social. Era una especie de lectura del paso del tiempo. Una familia había pasado por esa casa, y la mujer la había pintado, por ejemplo, de color amarillo. Pero al cabo de los diez años, había pasado otra familia que la había pintado de otro color. Yo iba y arañaba y salían una especie de estratos, como si fueran tiempos geológicos”. Arañar y arañar para llegar a una abstracción muy concreta: la realidad vivida en un barrio en peligro de derribo.
Un gran trasfondo de crítica política y social se atisba en otra de sus series más icónicas. Con La playa (1972-1980), Pérez Siquier se debate entre la avalancha del turismo en su Almería y las consecuencias negativas que traerá con la oferta de nuevos puestos de trabajo en la zona. En la costa, solo su mirada: “Se enfrentó al tema con descaro, sin necesidad de flash o fotómetro”, agrega Gollonet. Él mismo, fotógrafo contratado por el Ministerio de Información y Turismo, se recorre las costas españolas para endulzar sus instantáneas con sol y playa.
Son años de cambios y convulsiones en España que, paralelamente, se reproducen en la obra del almeriense. Lo carnal baila aquí con la masificación en una pista de baile sostenida sobre lo voyeur. Esta serie, al fin y al cabo algo surrealista, interpela a una cotidianidad distinta, quizá floreciente, basada en la relajación de las normas morales impuestas entre los propios bañistas.
Más de dos décadas llevó a Pérez Siquier concluir su obra Trampas para incautos (1980-2001). Escaparates, maniquíes, figuras de feria o enseñas publicitarias nos guían en ese otro mundo de lo estático e inmóvil. El color saturado de estas instantáneas incide en el contraste entre la figura y el fondo. Crea así dos relatos en los que los personajes se mueven en un clima irreal, ajeno, incluso hostil, y sigue la estela del hiperrealismo norteamericano interesado en las paradojas del mundo consumista.
Encuentros (1991-2022) nos introduce en la vida cotidiana de Pérez Siquier. Lugares duros y vulgares, algo anodinos, en los que los azulejos, plásticos, cortinas metálicas doradas, coches abandonados y medianeras de edificios parece que pasan a la acción. Esa estética pop del fotógrafo continúa en la serie en la que el documento y la creación artística hacen equilibrios para conferir significado a sus instantáneas más elocuentes, una distopía envolvente y extrañamente amable.
Por último, La Briseña (2015-2017) es el trabajo final del artista. Una mirada interior en la que el encuadre se focaliza en su residencia veraniega, situada en el desierto de Almería, pero en la que todavía era capaz de disfrutar la brisa del mar, apunta Gollonet. La presencia de objetos a simple vista insignificantes indican su introspección más madura, pero también más experta a sus casi 90 años de edad, pero en la que las pupilas de Pérez Siquier siguen señalando el camino: arañar y arañar la realidad para ver de dónde venimos.
No hay comentarios