Periodismo de la paz frente a las ‘fake news’ y el discurso del odio
Durante 24 horas de este mes, el mundo pudo hacerse una pregunta excepcional: ¿Es el periodismo un facilitador de la paz? El Comité Noruego del Nobel tenía la osadía de conceder el Premio Nobel de la Paz a dos periodistas en estos tiempos en los que se identifica el periodismo con conceptos como manipulación, intereses, discurso único, censura, intoxicación… En el breve tiempo que dura la actualidad, la filipina Maria Ressa y el ruso Dmitry Muratov se convirtieron en profesionales capaces de encarnar el periodismo “libre, independiente y basado en hechos”. Es la ‘noticia que abraza’ seleccionada por Martha Zein para el mes de octubre.
A partir de la labor de Ressa y Muratov, el mundo afirmaba que el periodismo puede “proteger contra el abuso de poder, las mentiras y la propaganda de guerra”. Con esta afirmación abría un camino en los monólogos y diálogos de una ciudadanía que es carne fácil de las fake news (que las plataformas de redes sociales amplifican en tanto que están diseñadas para captar la atención de la gente para conseguir usuarios) y que comprueba cómo su libertad de expresión es cercenada por decisiones gubernamentales en todas partes del mundo.
Sin ir más lejos, apenas una semana después de anunciarse el Nobel, Amnistía Internacional daba a conocer el informe Silenciamiento y desinformación: La libertad de expresión, en peligro durante la pandemia de COVID-19 en el que revelaba que a lo largo de la pandemia, los gobiernos habían lanzado un ataque sin precedentes contra la libertad de expresión, restringiendo seriamente los derechos de las personas. “Se ha puesto en el punto de mira a los canales de comunicación, se han censurado las redes sociales y se han cerrado medios de comunicación”, resumía Rajat Khosla, director general de Investigación, Incidencia y Política de esta ONG.
Al otorgar el Nobel de la Paz a dos periodistas, el Comité Noruego ponía foco a una forma de contar la realidad: Ressa y Muratov respaldan la noticia con su presencia, corren riesgos y no de manera excepcional. Maria Ressa lleva tres décadas investigando sobre la corrupción, los abusos de poder y las violaciones de los derechos humanos en la llamada “guerra contra las drogas” que encabeza Duterte, presidente de Filipinas.
Como cofundadora de Rappler, un riguroso sitio de noticias de Internet, ha dado luz a la brutalidad y la impunidad generalizada en Filipinas. El día de su investidura, Rodrigo Duterte no tuvo ningún reparo en declarar: “El que sean periodistas no los librará de ser asesinados si son unos hijos de puta. La libertad de expresión no podrá hacer nada por ustedes, queridos”. Y quedarse tan ancho. Su labor crítica le ha valido 10 órdenes de detención en dos años. En junio de 2020, fue declarada culpable de “ciberdifamación” y condenada a seis años de prisión, aunque de momento sigue libre, pendiente de otros procesos judiciales que podrían sumar hasta 100 años a su condena. Además, su vida misma está en juego, podría ser una más de la veintena de periodistas que ya han sido asesinados bajo el mandato de Duterte.
Dmitry Muratov es uno de los fundadores y director del periódico liberal Nóvaya Gazeta, una de los pocos medios críticos con el Kremlin que quedan en Rusia. El equipo de profesionales de este medio ha sacado a la luz escándalos políticos del Gobierno ruso y de la oligarquía, casos de corrupción, violaciones de derechos humanos, crímenes en el Cáucaso o las purgas, torturas y persecuciones a personas LGTBI+ en Chechenia… De los/as 28 periodistas que han sido asesinados en el país durante los últimos 20 años, seis escribían en este diario: Ígor Dómnikov, Yuri Schekochijin, Stas Markélov, Anastasía Babúrova, Natasha Estemírova y Anna Politkóvskaya.
Irónicamente, al día siguiente de la entrega del premio se cumplía el 15 aniversario del asesinato a tiros de Anna Politkóvskaya en el portal de su casa y 24 horas después prescribía el delito, dejando para siempre libres a los culpables. Horas después de que Muratov fuera galardonado, el Ministerio de Justicia de Rusia recrudeció su hostigamiento contra los periodistas críticos con el poder y anunció que incluía en su lista de “agentes extranjeros” a otros nueve periodistas y tres publicaciones, una acusación que dificulta su trabajo y puede terminar con un ingreso en prisión.
¿De qué paz estaba hablando el Comité Noruego cuando afirmaba que salvaguardar la libertad de expresión “es una condición previa para la democracia y la paz duradera”? Parecería que los premiados formaran parte de un combate invisible y aun así capaz de dejar cadáveres a su paso. ¿Es necesario ser superviviente o encarnar algún grado de heroicidad para poder ejercer un periodismo facilitador de la paz? ¿Morir o ganar, ese es el dilema?
Hace 60 años, el sociólogo y matemático Johan Galtung, uno de los fundadores y protagonistas de la investigación sobre la paz, ya planteó que se pueden explorar las causas, estudiar los personajes y dar voz a todas las partes sin que los hechos siempre se diriman entre enemigos enfrentados; que se puede tener la habilidad de denunciar las violaciones de los derechos humanos y al mismo tiempo disminuir el nivel de tensión en el conflicto. La industria tradicional correspondería a la lógica del periodismo de guerra. Son los que convierten un hecho en noticiable partiendo de eventos concretos, fuera de contexto y por lo tanto fáciles de explicar en ausencia de la complejidad que suele caracterizar los conflictos. En este tipo de noticias el interés se centra en la violencia física y no tanto en sus posibles causas estructurales y culturales, lo que tiene el peligro de exacerbar el propio conflicto, independientemente de las intenciones del periodista.
“Un mundo sin hechos significa un mundo sin verdad ni confianza”, dijo Maria Ressa el día en el que le comunicaron que le habían concedido el premio. Pero para que el periodismo sea un facilitador de paz ha de preguntarse cómo abordar estos hechos urgentes. La alternativa a lo que Galtung calificaría como “periodismo de guerra” sería aquel que aborda los hechos con la voluntad de transformar el conflicto y no sólo de informar sobre lo sucedido. Esto implica que los periodistas toman decisiones sobre qué historias visibilizar y cómo hacerlo: dando voz a todos los actores del conflicto y con especial atención en las víctimas; contextualizando sin caer en reduccionismos; enfocándose en el proceso sin exagerar el suceso; considerando los efectos no visibles de la violencia; informando sobre iniciativas de paz existentes, dejando de presentar los conflictos como un choque de dos bloques monolíticos…
El periodismo de paz nacería, por tanto, como una propuesta clara de movilización y acción comunicativa. Al conocer la decisión del Comité del Nobel, la ONG Reporteros sin Fronteras (RSF) declaró que se trataba de “un extraordinario homenaje al periodismo” y también de “un llamamiento a la movilización” en esta “década decisiva para el periodismo” en la que “las democracias están siendo socavadas por la difusión de noticias falsas y el discurso del odio”.
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