‘Pero hermoso’, las cicatrices del jazz
Se edita en España el libro ‘Pero hermoso‘ en el que el periodista y escritor Geoff Dyer traza una semblanza, a caballo entre la ficción y la realidad, de la historia del jazz basada en sus grandes nombres e ilustres momentos.
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Al igual que el olor a fritanga de un bar deja su apresto en la ropa, o que el tabaco todo lo impregna, el alcohol y las (otras) drogas se han adosado a la historia del jazz como partículas intrínsecas, peligrosamente mitificadas en algunos casos y con las que se ha frivolizado y hecho chanza en demasiadas ocasiones. Para quienes nos hemos enganchado al jazz en los estertores del siglo XX y principios del XXI -y hemos vivido cómo Wynton Marsalis y sus huestes aseaban su imagen pública-, la sordidez histórica del jazz nos quedaba un tanto a desmano.
Dice Geoff Dyer en el epílogo de Pero hermoso, que “la lista de quienes nunca se engancharon conformaría un muestrario de talento menos impresionante que la de los drogadictos”, hasta el punto de bromear al “afirmar que [el Hospital de] Bellevue tiene tanto derecho a considerarse la cuna del jazz moderno como el Birdland”. Tiene razón. Hay tanta droga en la historia del jazz como equívoco al relacionar creatividad y personalidad artística con su inyección. “La música es tu experiencia, lo que piensas, tu sabiduría. Si no lo vives, no saldrá por el instrumento”, le diría Charlie Parker al trompetista Red Rodney (escena que recogió Clint Eastwood en su película Bird). Quizá, como apunta Dyer, el castigo físico, intelectual y el “cobro en vidas humanas” tenga más que ver con el hecho de que “si el jazz tiene una conexión vital con ‘la lucha universal del hombre moderno’, ¿cómo podrían los hombres que lo crearon no quedar marcados por las cicatrices de dicha lucha?”.
Pero hermoso [But beautiful en el original, título de un standard del jazz], recuperado ahora en España por Random House veintitrés años después de su edición original, es un precioso juego literario de improvisación biográfica firmado por el periodista y escritor británico Geoff Dyer. Verosímil en su relato, el autor juega con la memoria de fotografías y anécdotas, lecturas y experiencias, para, con ellas, desarrollar un solo en prosa lleno de belleza lírica sobre material ya existente o, por el contrario, imaginado. Dyer propone variaciones, sobrevuelos y ensoñaciones de capítulos de unas vidas de las que ya algunas biografías nos han hablado; improvisaciones deductivas –más recreativas que teóricas- sobre fotografías ilustres de la historia del jazz a las que Dyer da vida en el antes, el durante y el después de su disparo, interpretando con la libertad que se le permite al jazz, pero con cercanía a una base que, real, inventada o aproximada, está fundamentada sobre una armonía ya familiar: vidas extremas, al límite, al borde (si no en pleno epicentro) de la locura. Esquizofrénicos cuerdos de música, yonquis irremediables, almas incapaces de contenerse en los límites de su cuerpo… Una galería de inadaptados a los que, sin embargo, Dyer trata con una delicadeza y un cariño alejados, por fortuna, de la ciega adoración. No juzga. Se agradece que el autor no haga de sus miserias (y grandezas) mitología.
Mezcla de historia y ficción, con medidas dosis de sentimentalismo y una divulgación crítica más sensorial que técnica, Dyer (re)construye instantes de vida y música de Lester Young (“Sonaba como si estuviera a punto de perder el control, sabiendo que no pasaría jamás: de ahí nacía la tensión”), Thelonious Monk (“En realidad no tocaba el piano. Su cuerpo era el instrumento y el piano solo un medio para extraer el sonido de su cuerpo al ritmo y en la cantidad deseados”), Bud Powell (“Fue como ver a un gimnasta y dar su agilidad y su fuerza por descontadas hasta que cometía una fracción de error y caía al suelo. Solo entonces entendías la apariencia de normalidad que se la había dado a algo apenas posible…”), Ben Webster (“Tocaba baladas tan lentas que se oía el peso del tiempo cayéndole encima”), Charles Mingus (“La gente decía que era más grande que la vida, como si la vida fuera una cosita minúscula y débil, una chaqueta varias tallas pequeña a punto de descoserse al menor movimiento”), Chet Baker (“… la trompeta pegada a los labios como una botella de brandy (sin tocar la trompeta, bebiendo de ella, ni siquiera a tragos, solo a sorbos)”) y Art Pepper (“… su debilidad era esencial para él como artista, alimentaba su interpretación”). Como carretera secundaria que cruza las vías principales, entre capítulo y capítulo, se cuela el imaginario viaje de Harry Carney y Duke Ellington y las reflexiones e inspiraciones con que el camino regaba la música del duque. Inspiraciones como las de esa mujer en la playa que hace volar la imaginación de Art Pepper fuera de los barrotes de la cárcel y con el que Dyer firma uno de los más hermosos y evocadores solos del libro. Grandeza y miserias del jazz.
Comentarios
Por Agustin, el 09 marzo 2014
Este magnifico libro. Ya fue editado en España en 1997, por Amaranto (Madrid)