Persiguiendo aves en la gran ciudad

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©Ana Maristany

Seguimos buscando brotes verdes de verdad; proyectos nuevos, buenos para la gente y el planeta. Salir a ver milanos, garzas y petirrojos en la gran ciudad. Una experiencia distinta que ha puesto en marcha uno de los periodistas de ecología con más trayectoria, Javier Rico. Educación ambiental con las aves como protagonistas. Aproximación a la naturaleza a través de los parques más cercanos a los colegios. Salimos con Aver Aves y un grupo de 25 jóvenes, divertidos e inexpertos ornitólogos.

Nos vamos al barrio madrileño de Villaverde. Nueve de la mañana. Frío seco. Con un curso de 4º de Primaria del colegio El Greco; 25 niños y niñas de 9 y 10 años, y su tutora, Carmen Cabrera. Objetivo: abrirles los ojos, a través de las aves, para que vean que la naturaleza, generosa y poderosa, se abre paso a menudo ante nuestras narices…, y no nos percatamos. Incluso en los lugares más intervenidos por la mano humana. Contamos para ello con un guía de excepción, el periodista especializado en medio ambiente Javier Rico, que, con el apoyo de su chica, María Luisa Pinedo, ha montado Aver Aves, una interesante iniciativa destinada a nutrir a colegios e institutos madrileños de salidas al campo más cercano a cada centro escolar para descubrir que los cormoranes, los cernícalos y los milanos no están tan lejos, y que nos pueden ayudar a implicarnos más con la conservación de lo que hay de verde en las urbes.

«Comenzamos en verano de 2012. También movidos por la necesidad; porque el periodismo en general, y sobre todo el periodismo ambiental, ha entrado en tal precariedad que, a pesar de llevar más de 20 años en esto, necesitaba completar los ingresos de alguna manera. No llegábamos a fin de mes. Además, había organizado ya salidas al campo para ver aves con amigos y conocidos, y todos me animaban, me convencieron de que servía para esto. Pero necesitábamos ayuda incluso para montar la empresa, para comprar prismáticos y telescopios; gente como Celia y Mónica Díaz y la ilustradora Encarna Esperón nos echaron un cable… Y aquí estamos».

Realmente sirve Javier. Tiene labia, buen humor, mano con los niños, y también sabe imponerse para que no se desmanden, peligro que acecha a la mínima, pues aprovechan la menos oportunidad para hacer el mini-gamberro.

Llevamos telescopios y prismáticos. Vamos allá. «¡Comienza el safari!», dice Javier, con ánimo de introducir un plus de aventura en la experiencia, pues las nuevas generaciones están acostumbradas a muchas emociones fuertes; por pantallas, es verdad, pero muchas y muy variadas e intensas.

Empezamos en unos matorrales de un descampado con un petirrojo. «Estos pájaros realizan lo que llamamos emigraciones térmicas; con el buen tiempo, prefieren el campo; pero, como son muy frioleros, en invierno les gusta refugiarse en las ciudades, donde siempre hay varios grados más de temperatura», cuenta Javier. A lo largo de la mañana, de tres horas, iremos conociendo muchas de estas anécdotas; que tanto a los niños como a mí nos ayudan a mantener la atención en un paisaje que, la verdad, no son los Pirineos ni los Picos de Europa, sino que hay que saber leerlo y valorarlo.

Luego vemos gorriones y estorninos, seguramente las aves más fáciles de encontrar en cualquier ciudad ibérica. Miramos la ciudad de otra manera. Pasan unas gaviotas sombrías. Vemos a lo lejos, con los prismáticos, un cernícalo vulgar y un milano real. «Dos aves rapaces en plena ciudad, ¿qué os parece?, no está nada mal, ¿eh?», dice Javier, que lleva un peluche de cigüeña negra colgando de su mochila. Es Cigu, la mascota de Aver Aves. Al fondo, el meollo de Madrid con boina, con una capa densa de contaminación que difumina los perfiles. Una paloma torcaz. Y, ¡yuyu!, dos cotorras argentinas en apresurado aleteo. Yuyu porque son aves no autóctonas, traídas como mascotas y que luego se han soltado; como tal ocurrencia se ha repetido en muchísimas casas de Madrid, lo que ha sucedido es que hay enormes colonias de estas aves que, como además se organizan muy bien, están poniendo en peligro a otras especies autóctonas. Y esto no es el Caribe. Son las especies invasoras. Javier explica que esto pasa con otros animales; y pregunta por otro caso que se puede ver en el estanque de Atocha. «¿Qué hay en el estanque del Jardín Botánico de Atocha?». Un niño contesta, ni corto ni perezoso: «¡Ornitorrincos!»…. «¡Haaaaalaaaaaa!». Enseguida se deshace el entuerto: «Tortugas de Florida». Pablo Ruiz, uno de los que están más al loro en el safari, ha dado con la solución. Luego nos cuenta que su padre también es periodista, pero que está en el paro, y que él de mayor quiere ser reportero deportivo.

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© Ana Maristany

Los excursionistas tienen la misión de ir apuntando las aves distintas que ven en sus cuadernos de campo para, al final, repasar cuántas especies han visto. Petirrojos, más gorriones. Un colirrojo tizón, otra paloma torcaz, más gorriones comunes, en un área muy maltratada. Caminamos entre escombreras ilegales, descampados, un nudo de carreteras, con el horizonte rayado por edificios muy altos, tendidos que incluyen líneas de alta tensión y una subestación eléctrica, las vías del tren. Entre ave y ave, pasa a menudo un AVE. No se trata de ir a lugares idílicos, sino de apreciar la naturaleza que surge ante nosotros. Eso es lo especial también de Aver Aves. Dos milanos vuelan alto. Otro petirrojo. Y, ¡sorpresa!, un corral con gallinas y ocas. Y cerdos vietnamitas; otra especie que amenaza con convertirse en invasora. «¿Valen para apuntar en la lista?», pregunta Laura. «Bueno, sí, gallinas y ocas aves son… Aceptamos pulpo como animal de compañía», contesta Javier.

Y llegamos al humilde cauce del Manzanares, a un pequeño tramo de su Parque Lineal. Mejora el paisaje con un bosque de ribera de sauces, chopos, majuelos, tarays, falsos plátanos… Pasa a menudo gente haciendo footing, alguna que otra bicicleta. ¡Y un ánade azulón! Pequeño revuelo.

Y parada para que niños y niñas -Javier cuida en todo momento hablar sin caer en un lenguaje sexista- tomen el bocadillo o la fruta que llevan en sus mochilas. Aprovecha el descanso para hacer una pregunta y que no desconecten y se vayan por peteneras: «¿Cuál es el animal más rápido del mundo?». Tras varias intentonas, sale la contestación buena: el halcón peregrino. «Puede alcanzar una velocidad punta cuando cae en picado sobre sus presas de hasta 350 kilómetros por hora. No solo eso, sino que puede detectar una paloma que le servirá de comida a 6 kilómetros de distancia». Pasan cormoranes y gaviotas sombrías, especies que desde la costa se han ido internando por los cauces de los ríos buscando lugares donde encontrar fácilmente comida; y los basureros de Madrid se la proporcionan en abundancia. ¿Qué hace una gaviota en Madrid?, cantaba Caco Senante. Los pequeños excursionistas se lanzan en una cascada de preguntas que rayan el absurdo sobre los cormoranes: «¿Comen truchas?, ¿comen almejas?, ¿comen rape?…». Vemos una lavandera blanca. Una urraca, una garza real, un ruiseñor bastardo. Vuelve a pasar un cormorán. Las orillas del Manzanares dan mucho juego. Más gaviotas. Una caja nido colocada en un árbol. Javier pregunta: «¿Quién puede haberla colocado ahí?». Tres niños levantan la mano: «Una organización ecologista». «La Comunidad de Madrid». «Un político». Otro ruiseñor. Una gallineta común, varias lavanderas en la orilla del agua.

Y Javier vuelve a atacar con otra pregunta irresistible, para que nadie se distraiga: «¿Cuál es el animal actual más parecido al Tyranosaurio Rex, al dinosaurio?». Gritan que un cocodrilo. Error. Pablo dice que los pollos. Respuesta correcta: «Según estudios científicos que han analizado el ADN, un pollo de gallina. Eso quiere decir que la evolución natural de un dinosaurio fue hacia las aves», explica Javier Rico. Más cormoranes y otro ánade azulón. Un mirlo común.

Terminamos en círculo; de nuevo en el descampado, tan de Villaverde. Última anécdota que cuenta Javier: «Los dos símbolos universales de la paz tienen que ver con las aves: Uno es una paloma blanca; otro, que se hizo muy famoso con los hippies, un círculo con cuatro rayas en su interior, lo que representa la huella de una grulla. Algo querrá decir esto sobre lo que significan las aves para el planeta, ¿no?».

Recuento final de cuántas especies distintas hemos visto. La puesta en común llega a una cifra: 23. No está nada mal. Hay una niña a la que le salen más; pero cuando empieza a repasar su cuaderno de campo descubrimos que hay gato encerrado: ha incluido hasta el sauce llorón como ave.

Una recomendación: la web de la organización ecologista SEO/Birdlife dedicada a los más pequeños: www.clubaventureros.org.

Y una última advertencia de Javier: «Tenemos que cuidar todo esto que hemos visto. La Amazonia es muy importante, pero lo que da aire limpio a vuestro barrio y vuestro colegio es este parque que hemos visitado. Y no nos fiemos de que algo sea común. Un ejemplo: las golondrinas. Parece que hay muchas, ¿verdad?, que nunca van a faltar… Pues cada diez años se contabilizan unos 8 millones menos de las que llegan a España en verano. A este ritmo, en un siglo podrían desaparecer de aquí».

Abramos los ojos y veamos aves, que a menudo nos traen mensajes en el pico.

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