Halley en el Thyssen: contra la sociedad ‘demasiado cuadrada’
El Museo Nacional Thyssen-Bornemisza presenta una retrospectiva dedicada a Peter Halley, un clásico de la abstracción, con 20 pinturas procedentes de colecciones públicas y privadas españolas, dentro del programa de exposiciones en torno a la colección de Blanca y Borja Thyssen-Bornemisza. En su caso, el cuadrado deja de ser un objeto de culto para volverse un símbolo de la prisión de las formas contemporáneas.
Un artista que se cura a sí mismo. Porque curar suena, sin duda, mejor que comisariar (según las dos posibilidades verbales para designar la actividad de organizar la instalación de una muestra). Sobre todo, si la palabra se refiere a la obra de un artista que construye su discurso contra el encierro y la cárcel (real y simbólica), o el rigor del comisario. Curar es lo que hace Peter Halley (Nueva York, 1953) para exponer una veintena de pinturas suyas en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, este otoño, en Madrid. Y así lo consigna el director artístico del museo y comisario con firma en la exposición, Guillermo Solana, en la presentación de Peter Halley en España (abierta hasta el 19 de enero).
La muestra monográfica, limitada a cuadros en gran formato que se encuentran en el ámbito de instituciones públicas (Museo Nacional Reina Sofía, IVAM de Valencia, Fundación La Caixa) y colecciones privadas españolas, permite ver la evolución de un pilar de la abstracción contemporánea a lo largo de las últimas cuatro décadas, y actualiza nuestra mirada sobre su obra, tras una recordada retrospectiva del Reina Sofía en 1992.
Se trata de 20 lienzos paradigmáticos, hechos de piezas –cuadrados o rectángulos– que se intercalan a diferentes alturas, pintadas en acrílico de colores estridentes (algunos fluorescentes, con texturas, granulados y rayas verticales) y cortes evidentes en la base, en horizontal, que dan cuenta de las fronteras manifiestas que nos imponen los muros, aunque todos pisemos el mismo suelo. Sus cuadros nos llevan lejos, y si nos quedamos observándolos transforman nuestra percepción inicial, nos inspiran. Incluso quieren honrar el humor de Pablo Picasso, una picardía que hace sonreír al propio artista, cuando relata este juego de fragmentos, recortes y superposiciones.
“En los 80, Halley transformó la abstracción geométrica (de Malévich a Josef Albers, pasando por Mondrian y Kandinsky, entre otros)”, aseguró Solana en la presentación, ya que “esta tradición estaba marcada por el formalismo, el idealismo y la autorreferencialidad”. “Si ellos habían subrayado la autonomía del arte respecto a la vida, Halley irrumpe en el panorama del arte contemporáneo, en 1960, y aterriza la abstracción”, en palabras del director del museo. Esto es, “toma la geometría y demuestra que está en nuestra vida, que determina nuestro urbanismo, nuestras comunicaciones, la organización corporativa y todas las formas de nuestra vida social”.
En su caso, no abraza esta tradición como si la abstracción fuese “un ideal emancipador”, sino que muchas veces se convierte en el emblema de una “forma de confinamiento y control de nuestra vida social”, señala Solana. “¿Cómo lo materializa?”, se pregunta el experto, y responde con elocuencia: “Toma el cuadrado (el icono sagrado de la tradición geométrica), le planta barrotes y le agrega gotelé (roll-a-tex)”, para ofrecer una ventana trivial a una prisión, o para espiar las paredes de un “apartamento barato” en cualquier época y lugar del mundo.
Y ese experimento conceptual hecho de diferentes composiciones a partir de células de gotelé flúor y cuadrados con barrotes es lo que podemos observar en las cuatro salas de la primera planta, que parecen dar continuidad al recorrido de la colección permanente, más allá del pop-art. A esos elementos (prisión y celdas) hay que agregarles los conductos, presentes en buena parte de las obras de los 90 y de las dos décadas iniciales del siglo XXI.
¿Ha querido hablar de Internet?, le preguntamos a Halley. “Estas conexiones entre células son, efectivamente, un intento de hablar de la red”, responde, y explica que se refiere a “estos conductos tecnológicos de comunicación que no controlamos”, lo mismo que cuando recorremos “carreteras físicas que son muy limitantes para nuestras libertades”.
“El conducto puede ser cualquiera de estos sistemas. Aquí se representa mi idea de que la vida moderna se caracteriza por espacios aislados, a pesar de esta conexión” por pistas predeterminadas sobre las que difícilmente ejercemos control, sostiene Halley. Y agrega que las interacciones de la gente en las redes sociales están “tan distorsionadas” por estos sistemas que estamos perdiendo nuestra independencia.
La vivencia actual de “gente de todo el planeta trasladándose a vivir a suburbios aislados” le hace a Halley reflexionar y comparar esas situaciones con la vida en Europa: “Aquí todavía tienes la ciudad y su centro como lugar de intercambio”, indica. Sin embargo, “la comunicación por estos sistemas de proxy es la forma más extendida de conectar para la mayoría de las personas en el mundo”.
El artista comenta que actualmente sigue jugando con los elementos de sus obras y, en efecto, la última parte de su retrospectiva muestra “el desbordamiento del rectángulo del cuadro”, según lo expresa Solana. Así, las prisiones se escapan del fondo de ángulos perfectos y parecen incluso una amenaza mayor para nuestra minúscula existencia hipervigilada.
De ahí el valor de esta irreverencia contra el cuadrado, una rebeldía de Halley que se expande como un alerta contra todos los seres y asuntos demasiado estructurados. Quizá baste con mirar fijamente esos barrotes para volverlos/nos flexibles y mudar nuestras rígidas pieles defensivas.
Después de su paso por Madrid, Peter Halley en España podrá verse en Casal Solleric (Palma de Mallorca), en la primavera de 2025.
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