Pilar Adón: “Me cuesta tirar cosas que sé que se pueden usar”

La escritora Pilar Adón. Foto: Asís Ayerbe.

El año 2023 fue muy fructífero en términos literarios para Pilar Adón (Madrid, 1972). Su novela ‘De bestias y aves’ (Galaxia Gutenberg) ha obtenido numerosos premios, tanto de los lectores como de la crítica, y se ha llevado, entre otros, el premio Nacional de Narrativa. Se reconoce así la obra de una de las autoras más originales de nuestras letras, con una prosa elegante y exquisita que nos sumerge siempre en atmósferas envolventes, con gran protagonismo de la naturaleza. Por algo llegó a estudiar Derecho Medioambiental. Es la primera invitada de 2024 en nuestra ‘entrevista circular’.

Como en anteriores libros, también en ‘De bestias y aves’ la naturaleza que describes, un personaje más de la novela, aparece como un elemento perturbador, lejos del ‘romanticismo’ con el que se suele describir.

La naturaleza de la que escribo está muy vinculada a mi padre, que era un hombre del campo que sabía cómo vivir en él sin problema. Siempre tuve mucha curiosidad por todo lo que él conocía y yo no, y digamos que él no romantizaba la naturaleza, aunque podía quedarse horas mirando cómo llovía en el mismo sitio de siempre o cómo se comportaban los animales, aunque hubiera vivido con ellos desde pequeño. Cuando terminé la carrera de Derecho me especialicé en Derecho Medioambiental con la idea de mantener esa relación con la naturaleza, pero lo dejé pronto, porque a lo que me dedicaba era a trabajo de oficina, y no era eso lo que yo buscaba. Ahora, en mis novelas la naturaleza es un personaje más. No se trata de un simple fondo o de un espacio útil en el que situar a los demás personajes: su presencia tiene un porqué, y es esencial como elemento generador de inquietud o de calma. Voy comprobando además que se trata siempre de la misma naturaleza. Un espacio narrativo que empieza a convertirse para mí en un sitio mítico.

¿Cuál crees que es ahora mismo el principal reto ambiental?, ¿el que más te preocupa?

Me preocupan varios. La producción descontrolada de basura, los microplásticos, el hecho de que hayamos asumido o parezca que nos hemos resignado a que la contaminación sea algo con lo que tenemos que convivir, que estemos destruyendo nuestro único hogar. Nuestro planeta parece cada vez más pequeño por la capacidad que tenemos de recorrerlo y la sensación de que ya no quedan espacios sin explorar. Hace unos años, en una novela titulada Las efímeras, hablaba de un personaje que siente gran desasosiego al pensar en el vacío que existe más allá de nuestra capa de oxígeno, y di en llamarlo pánico cósmico. Es algo que yo experimento al pensar que nuestro planeta es pequeño y frágil y que, como especie, no tenemos otro lugar al que ir ni, a la vez, el menor reparo en machacarlo. Lo atacamos, lo alteramos, lo explotamos, lo destruimos, y esperamos a la vez, de una manera entre ingenua e irresponsable, que el planeta se autorregule, que se salve y de paso nos salve a nosotros. Hacemos de la naturaleza nuestra víctima y a la vez esperamos que sea nuestra salvadora confiando en su supuesto eterno poder de regeneración. La castigamos por un lado y la idealizamos por otro.

¿Crees que hemos avanzado mucho en la conciencia ambiental ciudadana en las últimas dos/tres décadas?

Hemos avanzado algo, pero no mucho. Sigue habiendo quien cree que reciclar no sirve para nada y que toda la basura va a parar al mismo sitio, quien sigue negando el cambio climático… Además, las prácticas diarias que los ciudadanos podemos llevar a la práctica son las mismas de hace muchos años. Reciclar, apagar luces, cerrar grifos, comprar productos locales… A estas alturas deberíamos tener nuevas costumbres, distintas, más eficaces. Antes te decía que me especialicé en Derecho Medioambiental, y por entonces ya se hablaba de lo que se sigue hablando hoy, sin que se haya hecho mucho para cambiarlo. Y han pasado casi 30 años. Confiamos en que nos quedarán reductos naturales libres de contaminación porque creamos espacios que creemos aislados e intocables. Parques nacionales, parques naturales, zonas de especial protección para las aves… Como si las limitaciones normativas y administrativas supusieran límites físicos que evitaran que llegara a ellos la contaminación atmosférica, por ejemplo. Parece que nos quedamos tranquilos regulando o generando refugios cuando el refugio debería ser el planeta entero.

¿Qué prácticas ambientales pones en marcha en tu día a día?

Soy bastante beligerante en ocasiones. En la ciudad me sorprendo pidiéndole a la gente que no deje la basura en los alcorques y que la lleve a su sitio, y me he ganado más de una respuesta airada. Vamos muy lentos en cuanto a la mejora de los hábitos diarios frente a lo rápido que se está produciendo el cambio climático, la contaminación del suelo, de la atmósfera, las aguas, etc… Y no logramos transmitir el mensaje. Cuando hablamos de estos temas siento que los interlocutores nos ven como apóstoles de una causa perdida o como aguafiestas del intocable derecho a hacer lo que les dé la gana y a consumir. A mucha gente le alegra el día comprar cosas que no necesitan, les hace sentir bien. Incluso pienso que esta entrevista la leerán sólo quienes tengan ya conciencia ecológica.

¿Qué les dirías a los escépticos del cambio climático?

Puedo entender que haya quien se niegue a aceptar la realidad. Es algo que sucede con frecuencia ante sucesos impactantes que nos obligan a alterar el rumbo o a introducir cambios en nuestra vida. Nos negamos a aceptar lo que sucede, e imagino que es eso lo que le ocurre a gran parte de los escépticos, los que no obran por ambición personal, intereses económicos o pura ineficacia política. No pueden asimilar que en un periodo tan breve como el de una vida humana estemos asistiendo a transformaciones tan evidentes en nuestro planeta. Les diría que si le tienen miedo a cambiar de manera voluntaria una forma de comportarse y de entender la vida en el planeta, tendrán que hacerlo de manera forzosa ellos mismos o sus hijos. No hay más que comprobar cómo están siendo los veranos más recientes. Los que puedan permitírselo migrarán hacia zonas más frescas, y los demás verán cómo su salud se ve afectada por temperaturas que provocan falta de sueño, golpes de calor, etc… De modo que, en un plano de pura preservación, de autocuidado egoísta, estas consideraciones no deberían plantearse sólo por el lado de la protección de la naturaleza, sino de nuestra propia protección como seres que vivimos en ella y dependemos de ella.

¿Quién despertó tu conciencia ambiental?

Aprendí de mi padre la reutilización máxima. Él nació en 1941 y supo lo que era el hambre y la escasez, pero incluso pasados los años, cuando ya no tenía por qué, seguía guardando cada clavo, cada tornillo, cada cable. Reutilizaba las barras que sobraban de alguna obra, por ejemplo, para orientar la parra. Yo he heredado eso y me cuesta tirar cosas que sé que se pueden usar. Tengo montones de cordones y trozos de cuerdas metidos en cajas, nunca me deshago de una bolsa, un folio, sin darles todos los usos que puedo. Nunca tiro comida, y me veo comiendo los restos de lo que ha quedado de la cena por no desaprovecharlos, lo que puede resultar poco conveniente a veces. Tengo ropa de hace años que sigo poniéndome, y hace mucho que decidí tener una especie de uniforme que consiste en un mismo modelo de jerséis y faldas de los que tengo varias prendas, quita y pon, hechas de tejidos ecológicos o reciclados, y así, además, ahorro tiempo frente al armario.

Una película o libro que recomendarías.

Entre las películas te diría El síndrome de China, Las aventuras de Jeremiah Johnson, Koyaanisqatsi y Powaqqatsi. Entre los libros, El árbol, de John Fowles; cualquier título de Ralph Waldo Emerson; Las montañas de la mente, de Robert Macfarlane, y Hacia rutas salvajes, de Jon Krakauer.

Un lugar al que te gusta regresar

Me gusta irme mentalmente a un espacio que aún no he descubierto en el que hay una casa pequeña, aislada, rodeada de monte, con muchos perros. La estoy buscando.

¿Optimista respecto al futuro?

Oscilo. A veces pienso que la mayoría separa la basura y recicla, que intenta aprovechar las cosas al máximo, que no compra por comprar, y luego me choco con la realidad: gente muy próxima que lo tira todo al mismo cubo o que compra todas las semanas un par de camisetas porque son baratas y hay que estrenar algo nuevo. No soy muy optimista cuando constato la violencia continuada que ejercemos contra el planeta, cómo llenamos de basura las zonas más desprotegidas, con lo que eso implica para sus habitantes, lo mucho que nos cuesta aceptar los derechos de los animales, más allá del bienestar-ismo, y cómo consideramos que están a nuestro servicio y que tenemos derecho a seguir utilizándolos, explotándolos y sacrificándolos. Muchos creen que es imprescindible consumir y consumir, y veo una incapacidad o una falta de voluntad para encontrar soluciones y llevarlas a la práctica. Iris Murdoch, a la que estoy traduciendo ahora, hablaba de algo de lo que no somos conscientes: el privilegio de contar con plantas a nuestro alrededor. Escribió que si llegara a la Tierra un ser procedente de un planeta en el que no hubiera flores, pensaría que nos pasamos el día locos de alegría por tener algo así.

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Comentarios

  • Marilar Aleixandre

    Por Marilar Aleixandre, el 22 enero 2024

    Magnífica entrevista a una autora excepcional. Hacen falta buenas preguntas para una buena entrevista.

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