Abucheos y pitos para una incoherente ‘Madama Butterfly’ en el Real

Mikeldi Atxalandabaso, en el papel del casamentero Goro, y Saioa Hernández, como Madama Butterfly, en el estreno de la ópera el pasado domingo en el Teatro Real. Foto: Javier del Real.

La propuesta actualizada de ‘Madama Butterfly’ y que trata de ser una denuncia del turismo sexual firmada por el director de escena Damiano Michieletto no convence al público del Teatro Real, que la abucheó en su estreno el pasado domingo. Todo lo contrario ocurrió con la parte musical de la velada, dirigida por Nicola Luisotti, y con la soprano madrileña Saioa Hernández como protagonista, que se llevó la mayor ovación de la noche.

El Teatro Real estrenó el domingo la producción de Madama Butterfly del director de escena Damiano Michieletto. La propuesta del regista italiano no logró convencer al público, que le dedicó una buena bronca de pitos y abucheos en los saludos finales. La arriesgada visión de la ópera de Puccini reducida a un oscuro episodio de turismo sexual en un brutal y feísta suburbio de una indeterminada ciudad asiática se le atragantó al público. El apartado musical –comandado por el director Nicola Luisotti– fue el triunfador de la noche. La orquesta, el coro y los solistas se llevaron ovación tras ovación en la que supuso otra noche de triunfo para la soprano española Saioa Hernández, que dio vida a la protagonista de la historia.

La anterior propuesta de Damiano Michieleto que habíamos visto en el Teatro Real fue también una actualización, esta vez de L’elisir d’amore de Donizetti , y resultó todo un éxito. Se trataba de una coproducción con el Palau de Les Arts de Valencia y en ella el director de escena tuvo una gran idea: trasladar la acción a la playa valenciana de la Malvarrosa. Idea brillante y única, porque milagrosamente sus decisiones dramatúrgicas casaban como un guante con la comedia original del libretista Felice Romani. La acción de aquella historia podría haber ocurrido en cualquier lugar; tan solo necesitaba que dos de los personajes, Adina y Nemorino, mantuvieran su diferencia de clase. Sólo le faltaba un militar y un charlatán. ¿Y qué mejor charlatán que un vendedor de bebidas energéticas / camello para suministrar una poción mágica a los personajes? Aquello funcionó (y funciona) a las mil maravillas. Probablemente sea mucho más fácil cuando nos encontramos frente a una comedia que ante un drama de dimensiones tan gigantes como Madama Butterfly.

La idea de traer la acción a nuestros días y convertirla en una denuncia contra el turismo sexual, que efectivamente asuela, por ejemplo, algunas de las grandes urbes de Oriente, podía parecer en principio atractiva. Una buena idea como la de L’elisir. Sin embargo, en este caso el resultado es más bien el contrario: la triste historia de la geisha Cio-Cio San trata de surfear la propuesta de Michieletto, pero el público asiste una y otra vez a un naufragio de incoherencias, incongruencias y contradicciones que en ocasiones rayan lo ridículo. ¿De verdad es necesario proyectar escenas de la Marina estadounidense en diferentes conflictos armados para subrayar el imperialismo subyacente en la actitud de Pinkerton y Sharpless?

Es complicadísimo tratar de trasladar a nuestros días una historia en la que uno de los personajes fundamentales es, precisamente, el tiempo en el que transcurre: finales del siglo XIX. Tanto Puccini como Illica, uno de sus libretistas junto a Giuseppe Giacosa, siempre consideraron que el drama se basaba en un choque cultural entre Oriente y Occidente. Así fue desde la primera vez en que Puccini tuvo conocimiento de ella, en el teatro Duke of York de Londres, donde asistió a una representación de la obra de mismo título firmada por un dramaturgo llamado David Belasco. Aquella obra estaba basada en un relato de John Luther Long, un abogado de Filadelfia, y que apareció publicado en la revista Century Magazine en 1897. Lo cuenta Julian Budden en la famosa biografía del compositor de Lucca: “Un teniente de la Marina de los Estados Unidos, cuyo barco ha hecho escala en el puerto de Nagasaki, se casa con una joven geisha según la ley japonesa, y luego la abandona prometiendo volver ‘cuando los petirrojos hayan construido de nuevo sus nidos’. Pero, cuando regresa, lo hace en compañía de una esposa americana para reclamar el niño que ha nacido en el intervalo”. Long, el autor, aseguró que se había inspirado en un caso real, pero el relato tiene una deuda también con la literatura contemporánea. “Su antecedente inmediato es Madame Chrysantheme (1887) de Pierre Loti (…) Ambas historias son un signo de aquellos tiempos”, concluye Budden.

Unos tiempos en los que el interés de Occidente por todo lo oriental había experimentado un continuo auge. Para los viajeros europeos de finales del XIX, Japón había sido su último descubrimiento. Unos tiempos en los que, tal y como se cuenta en la propia Madama Butterfly, heredada de Madame Chrysantheme, el derecho de familia japonés establecía que “el matrimonio quedaría disuelto después de un mes de abandono por cualquiera de las partes”. Y un país con un arte y unas tradiciones tan atractivas que hasta una exposición japonesa celebrada en Londres inspiró el Mikado de Gilbert y Sullivan.

Pinkerton efectivamente es descrito en la ópera de Puccini como un aventurero sexual que lleva Estados Unidos en su corazón y su matrimonio con Butterfly es un amaño puramente contractual; no la toma en serio como mujer y mucho menos como esposa, y Sharpless, el cónsul americano en Nagasaki, lejos de condenar su actitud, la aprueba absolutamente. Pero que estas dos circunstancias le sirvan a Michieletto para trasladar la historia a un mundo globalizado de capitalismo salvaje es mucho decir.

VIsta general de la puesta en escena de Madama Butterfly en la producción de Damiano Michieletto que se estrenó el pasado domingo en el Teatro Real de Madrid. Foto: Javier del Real.

Vista general de la puesta en escena de ‘Madama Butterfly’ en la producción de Damiano Michieletto que se estrenó el pasado domingo en el Teatro Real de Madrid. Foto: Javier del Real.

Bajo esos neones y carteles publicitarios que nos enseña Michieletto, bajo ese puente que parece atravesar una carretera, en ese barrio de mala muerte en el que las putas son exhibidas tras unos cristales como si fueran una mercancía, se hace muy cuesta arriba pensar que la tragedia y el engaño de la quinceañera Butterfly pueda tener lugar. Todos hemos visto documentales o hemos viajado directamente a esas ciudades y sabemos que, por ejemplo, hoy en día a Butterfly la habrían vuelto a poner en el mercado de la carne al día siguiente de que Pinkerton la hubiera abandonado. Y todos sabemos que a ningún turista le hace falta una boda de pega con toda la familia de la novia para pasársela por la piedra el tiempo que le venga en gana. Y mucho menos engatusar a la muchacha con un coqueto nidito de amor en la cima de una colina “comprada por novecientos noventa y nueve años con facultad, cada mes, de rescindir el contrato”. Se la habría llevado a un Airbnb, a un hotel de lujo o a una habitación con cama caliente para usarla a su antojo. Ni siquiera ese prisma de paredes transparentes que Michieletto sitúa en medio del escenario y que quiere ser una metáfora violenta cumple del todo su función.

¿De veras quiere Michieletto que nos creamos que una quinceañera híperconectada en la era de Tik-Tok y demás redes sociales, que probablemente ha tenido acceso a la pornografía durante toda su vida y ha sido criada en ese ecosistema que nos muestra en escena, puede ser tan pava como la Butterfly de Puccini? Puestos a ser crudos, hablemos con toda la crudeza. Porque en eso reside lo hermoso de la ópera de Puccini: en la inocencia de su protagonista, o más bien en la trágica pérdida de esa inocencia al despertar bruscamente de un sueño de amor imposible que había sido su motor y razón de vivir durante tres ansiosos años.

El tenor Matthew Polenzani y la soprano Saioa Herández. Foto: Javier del Real.

La noche del domingo volvió a ocurrir en Madrid lo que ya pasó en Turín hace 14 años, cuando esta producción vio por primera vez la luz: una buena parte del público la rechazó de plano.

Pero la música que el propio Puccini definió como “la más sentida y evocadora que he concebido” fue la gran triunfadora de la noche gracias a unos intérpretes que supieron sobreponerse a todas las inclemencias. La dirección musical de Nicola Luisotti fue estupenda. La orquesta del Teatro Real demuestra temporada tras temporada que crece y es capaz de navegar con fluidez y profesionalidad por todos los estilos. El coro una vez más volvió a estar a la altura y salvó sin duda el final del segundo acto en el famosísimo coro a boca chiusa. La Butterfly de la soprano Saioa Hernández fue de menos a más. Su entrada en escena fue un poco fría, pero la cantante madrileña se recompuso de inmediato y creció durante toda la representación. Su tercer acto fue absolutamente emocionante, tanto que el público le dedicó una merecidísima ovación. El tenor estadounidense Matthew Polenzani venía con el papel de Pinkerton muy bien aprendido tras haberlo interpretado la pasada primavera en la ópera Metropolitana de Nueva York. A sus 56 años, su físico es perfecto para el papel, sobre todo en la propuesta de Michieletto. El también estadounidense barítono Lucas Meachem fue uno de los más aplaudidos en su papel del cónsul Sharpless; cantó con entrega y contundencia.

Puedes consultar aquí las funciones de ‘Madama Butterfly’ que se representa en el Teatro Real hasta el 22 de julio.

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