«Si no podemos perder la poesía… ¡leedla!»
Ultramarinos nació hace apenas un año de la mano del poeta Unai Velasco y de la editora Julia Echevarría. El catálogo todavía es pequeño y, sin embargo, su apuesta y sus intenciones suponen un interesante revulsivo en el actual mapa poético-editorial. Nada mejor que entrevistarles a ellos para celebrar hoy el Día de la Poesía, a la que se defiende mucho con discursos vacíos, pero de la que se lee poco, muy poco.
Ultramarinos se dio a conocer con Los eróticos y otros poemas (1974), de Ufraín Huerta, poeta mexicano que sedujo a autores como José Agustín Goytisolo, Lezama Lima y Roberto Bolaño. Junto a Huerta, están también en catálogo Alberto Cardín, cuya faceta poética era apenas conocida, y el ecuatoriano Jorgeenrique Adoum. En breve editarán a Juan Luis Ramos, poeta valenciano que lleva más de treinta años en silencio poético y cuyas primeras obras, comenta Velasco, son “excelentes”.
¿Con que propósito nace Ultramarinos?
Unai: Queríamos atrevernos a participar del mundo de la edición de poesía con una actitud valiente. Había una voluntad de intentar editar haciendo las cosas de la manera que a nosotros nos gustaría que se hicieran. Y, en mi caso, por experiencias que había tenido en el mundo editorial, estaba un poco quemado por la manera en que se hacían las cosas y puede que esto influyera en el momento de decidir dar un paso hacia delante con un proyecto que requiere dinero, esfuerzo y tiempo, y llevarlo a cabo con la valentía que supone hacer las cosas bien hechas.
Hay diversidad de editoriales de poesía, desde las más históricas, como Visor, hasta las más jóvenes, como La bella Varsovia o ediciones Liliputienses. ¿Qué espacio quiere ocupar Ultramarinos?
Julia: Al menos en un principio, nosotros nos centramos en publicar obras de autores hispanoamericanos consagrados cuyas obras no circulan aquí, y autores españoles descatalogados o cuyos libros no se encuentran. Por el momento, no estamos publicando poesía nueva, por lo que nuestro proyecto no compite con editoriales como La bella Varsovia, por ejemplo, y otras tantas que ya están haciendo una labor muy bien hecha publicando poesía joven o actual.
¿La tradición hispanoamericana de poesía es muy desconocida para el público lector español?
Unai: La recepción de la poesía hispanoamericana en España no es buena. Ha habido editoriales que han traído muchas cosas: Visor, a lo largo de su historia, aunque ahora de peor forma, ha publicado poesía hispanoamericana; también lo ha hecho Pre-Textos e Hiperión. Estas tres editoriales, que podríamos definir como las tres grandes editoriales de poesía de la democracia, han hecho un gran trabajo, pero en algunos casos no han podido publicar según qué títulos o autores y, en otros casos, esas obras publicadas están hoy descatalogadas. Por otro lado, editoriales como La bella Varsovia, Kriller o ediciones Liliputienses publican cosas que se están haciendo ahora en Hispanoamérica, pero nosotros creemos que no puede haber una lectura del presente sin una buena formación en los grandes libros de la tradición hispanoamericana. Y nos ponemos a nosotros mismos como ejemplo de esa ignorancia de esa tradición. Por esto, el proyecto de publicar literatura hispanoamericana va guiado, en parte, por nuestra propia ignorancia: descubrimos y armamos un mapa literario intentando que, luego, este mapa se pueda reflejar en algunas de nuestras publicaciones.
¿El descubrimiento de los autores a través de vuestras publicaciones corresponde al descubrimiento que vosotros hacéis en cuanto lectores antes que editores?
Julia: En la mayoría de los casos es así. A cada autor y a cada obra llegamos por caminos distintos y, en cuanto a los poetas que hemos publicado hasta ahora, todos eran poetas muy poco explorados por nosotros. Sus nombres los conocíamos, eso sí, como creo que los conocen muchos lectores españoles de poesía, puesto que sus poesías han sido recogidas en varias antologías, pero, al mismo tiempo, son poetas que, más allá de las antologías, no suelen ser leídos a fondo.
Unai: Jorgenrique Adoum o Efraín Huerta suenan y son familiares para los lectores de poesía porque son grandes nombres en sus propias tradiciones. En este sentido, en nuestra selección de autores hay bastante falta de riesgo, no descubrimos autores radicalmente desconocidos en sus lugares de origen. Los dos poetas hispanoamericanos que hemos publicado, Adoum y Huerta, son premio nacional de sus respectivos países, México y Ecuador.
Es decir, no hay una propuesta en contra del canon, sino que vuestra propuesta es dar a conocer el canon.
Unai: No, no hay una voluntad de ir en contra del canon, pero sí proponemos estos autores conscientes de que son poetas que aquí no han llegado o que están descatalogados y, por tanto, son autores que no forman parte del canon que conocemos. La idea es hacer de difusores y contribuir a que esta tradición sea legible, ya sea para conocerla, ya sea para discutirla. No se trata de establecer ningún canon, pero sí creo que, para discutir el posible canon hispanoamericano, primero hay que conocerlo y nosotros lo que intentamos es contribuir a darlo a conocer.
En cuanto a los autores peninsulares –Alberto Cardín es el primero que habéis publicado-, ¿la lógica es diferente?
Julia: Sí, claro, en el caso de los poetas españoles, de lo que se trata es de hacer reflotar autores o, en el caso de Cardín, que es un nombre reconocido, rescatar su faceta de poeta, que no es conocida casi por nadie. El proyecto que tenemos con los autores españoles es, en este sentido, distinto al que tenemos con la literatura hispanoamericana, sí.
Unai: La gracia es que con los autores españoles tenemos mucha libertad, puesto que trabajamos con autores que no están en circulación. Ahora estamos trabajando en una obra completa de Chus Pato; existe la idea de hacer algo así como una antología bilingüe y próximamente publicaremos a Juan Luis Ramos.
Julia: Ramos es nuestra primera apuesta. Aunque se trata de rescatar a un autor que ya ha publicado, Ramos está completamente descatalogado y no publica desde hace más de 30 años. Por esto digo que es la primera apuesta editorial para nosotros, porque es desconocido y publicarlo es como publicar a un autor novel.
Vuestras ediciones se caracterizan por el aparato crítico que incorporáis para contextualizar la obra.
Julia: Se trata de ofrecer un plus a los lectores; les damos toda una serie de herramientas para afrontar la lectura. En el caso de Cardín, el material extra ha dado mucho de qué hablar, sobre todo la correspondencia con Jiménez Losantos.
Unai: Esto, sin embargo, tiene un problema: cuando piensas en incorporar un aparato crítico te sitúas entre la erudición y el didactismo, algo que a nosotros no nos interesaba. Nosotros no queremos añadir un apéndice del tipo “para saber más del autor…”, ni tampoco realizar ediciones críticas de las obras. Lo que queremos es permitir al lector, si es que quiere, puesto que los anexos son prescindibles para la lectura, leer determinados textos que le permitan comprender la obra de una manera más natural. No buscamos una profundización erudita, sino una mejora del contexto de lectura y, por tanto, una mejor relación con la obra.
Julia: Incluir estos materiales extras no tendría sentido si publicáramos autores contemporáneos, pero si publicamos a un autor que aquí no ha tenido difusión, como es el caso de Jorgenrique Adoum, consideramos que el lector no solo tiene que tener los poemas, sino todo un sistema para contextualizar y unas herramientas de lectura que le permitan enmarcar la obra.
Unai: Sin este contexto, la lectura de estos poetas sería una lectura en el vacío.
¿Descartáis publicar autores contemporáneos?
Julia: No, no la descartamos, al contrario, la estamos barajando. Empezamos bastante reacios, pero últimamente estamos confabulando en torno a esta idea.
Unai: Lo que sucede es que antes queremos consolidar el proyecto y esto requiere tiempo. No está siendo fácil tirar hacia adelante la editorial, que requiere un tiempo que no siempre tenemos, y dinero. Uno querría editar muchos libros, pero lo importante es desarrollar bien el proyecto y hacer una colección coherente. Queremos hacer libros bien hechos y no me refiero solo al trabajo que implica la inclusión de todo el material extra que, en muchas ocasiones, requiere pesquisas casi doctorales, me refiero también a la edición estricta, a la edición de mesa, tratando de llegar a la excelencia.
Vuestras portadas, que recuerdan a las de Gallimard, son una clara propuesta en contra de los excesos tipográfico de hoy día.
Unai: La idea de portadas sin excesos tipográficos ni imágenes era una de las premisas que tuvimos desde el inicio.
Julia: Teníamos muy claro que queríamos hacer libros de estética muy sobria y equilibrada y, evidentemente, los libros de Gallimard fueron un referente desde el principio.
Unai: Pero también teníamos como referente el libro español. Dejando de lado la tradición de esas portadas de grandes títulos, durante el siglo XX el libro español ha tenido una tradición de sobriedad; piensa en las ediciones de Biblioteca nueva, pero no solo. Las editoriales que antes te citaba, Hyperión, Pre-Textos y Visor, son también ejemplo de ello: su estética sobria tenía que ver, en parte, con una concepción muy concreta del diseño gráfico y tenía detrás también unos nombres muy concretos: Julio Vivas o Alberto Corazón.
Vuestras portadas remiten también a la antigua colección de poesía de Lumen.
Julia: La colección de poesía de Lumen era otros de los referentes que teníamos y, de hecho, ese modelo de libro es de mis preferidos.
Unai: Además, nuestra idea física del libro responde a la idea de lo analógico, entendido como recuperación del contacto. Si entendemos la digitalización como el desconocimiento o la simplificación tipo Wikipedia y también como una forma de relación distante, la idea analógica de Ultramarinos remite a una materialidad y a un contacto de aproximación y de cercanía. Y esta idea de aproximación la queríamos transmitir a través de los materiales que utilizamos, pero también a través del contenido: ese material para contextualizar que añadimos responde a una voluntad de acercar la poesía al lector.
El hecho de que haya un Día de la Poesía y no un Día de la Narrativa es bastante indicativo de la situación actual de la poesía…
Unai: Excusatio non petita, accusatio manifesta. El hecho de que haya el Día de la Poesía significa que se requiere porque, en verdad, ningún día es el día de la poesía. No hay ninguna presencia de la poesía y, por tanto, hay esta actitud falsamente paternal de la sociedad de querer proteger y reconocer la poesía. Hoy día, la poesía no tiene valor de mercado, pero sí tiene un valor simbólico: por algún motivo se considera algo importante que apela a algo muy humano y muy hondo y, por tanto, no la podemos perder. Pero, si no podemos perder la poesía, ¡entonces leedla! Lo cierto es que la gente no lee poesía, aunque hay todo un discurso barato en torno a lo importante que es y no se puede dejar morir. Sin embargo, este discurso choca con la realidad: en la práctica, la poesía no interesa.
¿Por qué creéis que la poesía no interesa?
Unai: Sin eliminar de la narrativa la función poética, que evidentemente está, la narrativa como su nombre indica narra, más o menos: podemos establecer un termómetro de los grados narrativos, desde el grado más alto de la narrativa de lo totalmente lúdico hasta el grado más bajo de la novela experimental en la que se omite la trama. Sin embargo, la narrativa es siempre narración. En poesía puede contar cosas y, obviamente dices cosas, pues si no dijera nada o no apelara a nada, no nos interesaría; lo que sucede es que la manera en la cual la poesía dice y apela no es construyendo un relato, sino que lo hace llamando la atención sobre la propia escritura y sobre las posibilidades de la escritura en todos sus estratos lingüísticos, desde el pragmático, el fonético hasta el gráfico. La poesía reduce todo a una herramienta muy concreta, la palabra, que se enfrenta a la realidad que es compleja; de ahí que en poesía se requiera profundizar en la palabra misma y desarrollarla para poder responder a esa realidad a la que se apela. Por ello, forzosamente la escritura de la poesía evoluciona hacia una complejidad lingüística que para percibirla correctamente exige al lector situarse en ese mismo marco.
Permíteme preguntarte por el debate que has abierto Unai sobre cómo este boom poético se basa en una poesía que prescinde del trabajo sobre la palabra y apela a una sentimentalidad de novela de folletín.
Unai: Yo hablé de boom, porque me parecía un término poco descriptivo de los motivos de este fenómeno, motivos bastante complejos y no reducibles a un término, y a la vez me parecía que era un término que subrayaba la idea de impacto que ha habido de dicho fenómeno, un impacto que es perfectamente localizable y que ha tenido unas ciertas consecuencias económicas. Pero si me preguntas cuáles son las propiedades de esta poesía, te diría que, si definimos lo poético no a partir del trabajo sobre el lenguaje, sino a partir del imaginario colectivo, la poesía termina siendo rima y efusión de sentimientos. Si tú preguntas a alguien qué es un poeta, inmediatamente sabrá definírtelo, pero lo definirá a partir de la idea de poeta arraigada en el imaginario colectivo; es decir, te lo definirá como alguien sensible, emocionado, con hondos sentimientos y que hace rimas. Esta imagen es la que está detrás de ese boom al que me refería.
¿Podemos hablar, por tanto, de una perversión de lo que es la poesía?
Unai: Es una perversión, pero no es nueva, pues responde a la idea que la sociedad tiene sobre lo que es la poesía. Lo que sucede es que hasta ahora no se había podido canalizar y tener provecho económico de esta idea de poesía, algo que ahora, a través de Internet, se ha hecho posible. La diferenciación entre lo que podríamos llamar “comunidad poética” o “comunidad de gente que escribe y lee poesía con continuidad” y las idea que tienen acerca de poesía aquellos que no leen poesía ni escriben poesía es abismal.
¿Y por tanto se ha capitalizado la poesía de quienes no leen poesía?
Todo el mundo tiene sentimientos y si en el imaginario colectivo está la idea de que lo que genera la poesía es la manifestación de sentimientos a partir de un cierto trabajo formal, se termina por afirmar que cualquiera que exprese con recursos más o menos estereotipados es poeta y hace poesía. Ahora mismo, si tú eres capaz de manejar esos cuatro códigos estereotipados y hacerlo con una cierta gracia, acabas publicando y, entonces, pasa lo que está pasando. A mí, de todas formas, no me parece mal este fenómeno, lo que me parece injusto es que se le denomine poesía. Y no es tanto que yo diga qué es la poesía y qué no lo es; yo no sé qué es exactamente la poesía, pero sé perfectamente qué no es poesía. Y eso no es poesía.
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