Una primera novela que recoge el ideario de todas nuestras infancias

La escritora María Agúndez.

Pocas primeras novelas irrumpen en la memoria del lector con el desparpajo inagotable con que lo hace esta. Frescura, agilidad emocional y movilidad narrativa son algunos de los tesoros que podemos encontrar en ‘Piscinas que no cubren’, la primera novela de María Agúndez (Zaragoza, 1990), un libro que te hace regresar a lugares en los que nunca habitaste y que, sin embargo, notas que pertenecen al ideario de todas las infancias. Una historia que se ampara una y otra vez en la poesía de la inocencia, en la irrebatible dialéctica del descubrimiento… Una niña llega a Menorca junto a sus padres. María irá creciendo mientras explora partes de la isla en las que se esconden gentes con vidas extrañas… 

Piscinas que no cubren es un artefacto que explota dentro de la memoria de quien lee con esa luminosidad desprejuiciada con que explota el primer petardo en una noche de fiesta cuando las estrellas han huido para procurarle un minuto de gloria a su colorido y fugaz aliento.

Marieta, su pequeña protagonista, es un personaje extraordinario; está formada por la piel, los huesos, el sistema nervioso y el corazón que todos hubiésemos deseado habitar tan solo un minuto durante nuestra infancia.  Está claro que Agúndez, su creadora, conoce las emociones y la naturaleza de cada una de ellas y las cuenta con una precisión capaz de despertarte todos los sentidos.

Habla del peso de la soledad en la infancia, de esa prisión que supone para los niños a pesar del privilegio:

«–María, ¿acaso no te vale con la piscina que tenemos en casa? –me pregunta mi madre.

–Me gusta nuestra piscina. Pero es que no hay niños”.

De los cambios que van despedazando a los que dejan de ser niños:

“Lloro diamantes por dentro. La compresa y la sangre me hacen sentir tan desorientada como la niña de Toledo que ha visto hoy el mar por primera vez”.

“A mi madre se le ponen los ojos vidriosos de pensar en mi regla, siente que lentamente mi cuerpo va dejando de pertenecerle”.

Piscinas que no cubren es como una picadora de carne que no falla nunca pero que, al mismo tiempo, se resiste a aceptar la homogeneidad que lleva implícito el movimiento de sus cuchillas:

“Tienes xixi de señora –me dijo.

Me quedé paralizada unos segundos asumiendo esas palabras que hablaban de mí. Xixi de señora. Me gusta, pensé. Una onda expansiva me impulsó lanzándome al suelo haciendo el espagat, abriendo mi xixi y esparciéndolo sobre el suelo congelado de la habitación de Anna”.

Es superlativa su fascinante sencillez, la seguridad de cada uno de los sentimientos que plasma. La naturaleza analítica de quien narra, la anulación de los prejuicios y su entrega absoluta a la observación útil.

Piscinas que no cubren es dinámica, brillante y profunda a rabiar. Y se ampara una y otra vez en la poesía de la inocencia, en la irrebatible dialéctica del descubrimiento.

Pocas primeras novelas irrumpen en la memoria del lector con el desparpajo inagotable con que lo hace esta. Es la burbuja que más dura en el aire después de que las demás hayan explotado.

Piscinas que no cubren es una historia de resistencia, un pasaporte que nos lleva a un paraíso de remota integridad y que nos libra de la inercia con esa deslumbrante velocidad con que salva una madre a su hijo de la primera caída tras su primer tropiezo.

Es la errancia bajo un sol que no quiere aniquilarnos, sino alimentarnos y dejar huella en nuestro cuerpo para que la rutina sepa que somos sus peores enemigos cada vez que quiera  transformarnos en parias o en zombies.

Es la belleza de la inocencia y de la imaginación, la lenguaraz respiración de quien solo depende de la climatología para ser libre y feliz:

“El invierno en Menorca es como recoger  después de una fiesta de cumpleaños: cuando ya no queda nadie.

En Menorca en invierno hace frío hasta para el cuerpo fuerte de Sexy Man.

El mar en invierno hace lo que le da la gana.

«Mira. Mírame. Mira lo que puedo hacer». Pero no porque esté enfadado, ni mucho menos; lo que está es pasándoselo bien”. 

Piscinas que no cubren es una ruleta rusa de pensamientos efervescentes que necesitas que den en el blanco una y otra vez, que quieres que impacten de manera directa contra tu masa encefálica. Todos sus personajes son balas de plata capaces de acabar con la oscuridad de un día cualquiera, capaces de aniquilar las sombras con que van desacreditándonos los calendarios.

Marga, Atún, Anna, Sexy Man, Jerónima, la madre, el padre, los fascistas insufribles del Opus Dei que ocuparán la casa contigua, sus aventuras y desventuras con ellos, su escatológica solidaridad.

Piscinas que no cubren es, sin duda, un descubrimiento, un tratado de filosofía transgresor y nada académico que iluminará la vida de quien decida leerlo.

María Agúndez ha escrito una primera novela que podría convertirse sin duda en  el versátil testamento de toda una carrera literaria y que, sin embargo, no es más que el comienzo. Un comienzo que nos incluye a todos y al que todos deberíamos contribuir.

Es una novela capaz de rehaceros la vida, de dinamitar los zonas muertas, de haceros recapacitar sobre la importancia de las pequeñas cosas, de los pequeños reflejos emocionales a los que hace demasiado tiempo ya no somos capaces de reaccionar.

Por eso, y por mil sutiles detalles, no dejéis de leer Piscinas que no cubren, no dejéis de leer está imperecedera bocanada de luz que ha llegado de manera imprevista a rescatarnos.

‘Piscinas que no cubren’. María Agúndez. 278 páginas. Editorial Dieci6.

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Comentarios

  • Pedro

    Por Pedro, el 21 septiembre 2021

    Ya han pasado unos años del invento y todavía tengo que comprobar que, como en este caso, no existe el formato digital de la novela. Hay alguna razón?

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