¿Qué es la ‘acuación’ de las mujeres y por qué se silencia?
La abogada y psicóloga Patricia Rivas Lis acaba de publicar ‘Historia de la acuación. Arqueología de un silencio (Ménades)’, un ensayo imprescindible y fascinante para entender cómo los discursos hegemónicos y androcéntricos han determinado durante siglos las ideas acerca de las mujeres y su sexualidad. En él sigue el rastro a una de las manifestaciones fisiológicas históricamente más silenciada o negada por la ciencia, para la que la autora ha acuñado el neologismo ‘acuación’ (como alternativa a la locución ‘eyaculación femenina’). “Es lamentable que a día de hoy, con los avances científicos, podamos tener un robot en Marte, pero desconozcamos el cuerpo de las mujeres, y que el discurso del conocimiento en Occidente solo haya definido su sexualidad para decirles constantemente lo que eran y lo que no eran”.
El pasado enero se habló mucho de las declaraciones de Petra Martínez durante la entrega de los Premios Feroz acerca de sus costumbres masturbatorias. Con naturalidad y denunciando el silencio que existe en torno al tema, la actriz explicaba su rutina diaria y lamentaba la ignorancia de muchas mujeres en torno a cuestiones que tienen que ver con su sexualidad: “Hay cosas que las mujeres de mi edad no sabemos”, confesó. Y resulta paradójico que, en una época como la nuestra donde todo está hipersexualizado –la moda, las canciones, la publicidad, las redes– su revelación fuese observada con tanto revuelo y también, quizá por la edad de la actriz, con cierta condescendencia.
La sexualidad es una construcción cultural en cada época. Y durante siglos, los estudios sobre la sexualidad de las mujeres en nuestra cultura se han ligado sobre todo al ámbito médico o reproductivo sin contemplar otros aspectos, heredando discursos hegemónicos y androcéntricos que han influido, hasta hoy mismo, en el modo en que las mujeres conocen, experimentan y expresan el placer sexual. “La conducta sexual no puede ser explicada solo a través de determinismos biológicos”, dice la abogada y psicóloga Patricia Rivas Lis (Pontevedra, 1968). “La sexualidad humana no se desarrolla de un modo invariable al margen de épocas, lugares y culturas como en el resto de los animales; los humanos somos seres históricos y lo personal es político, que decía Kate Millet. El problema son las consecuencias que ciertos silencios y mentiras han tenido en el modo de construir la subjetividad sexual de ‘lo otro’ en la sociedad occidental. Y me refiero a ‘lo otro’ como no varón, no blanco, no heterosexual y no rico”.
Tras una investigación de años, Rivas acaba de publicar en la editorial Ménades el ensayo Historia de la acuación. Arqueología de un silencio, donde hace un recorrido por los textos filosóficos, teológicos y médicos que reflejan desde la antigüedad “cómo las circunstancias sociohistóricas marcan el modo en el que los seres humanos vivimos nuestra sexualidad y qué hacemos mentalmente con ella”, para seguir el rastro a una de las manifestaciones fisiológicas del deseo femenino que, pese a figurar con naturalidad en el arte y los textos antiguos, ha sido después silenciada o negada por la ciencia, y para la que la autora ha acuñado el neologismo de acuación. “Es lamentable que a día de hoy, con los avances científicos, podamos tener un robot en Marte, pero desconozcamos el cuerpo de las mujeres, y que el discurso del conocimiento en Occidente solo haya definido su sexualidad para decirles constantemente lo que eran y lo que no eran”.
Partiendo de una amplísima bibliografía sobre el tema, Historia de la acuación. Arqueología de un silencio traza además el relato de cómo a lo largo de la historia, desde las primeras especulaciones y creencias místicas, la sexualidad femenina ha estado de un modo u otro bajo el control o el dominio del hombre, colocando por su supuesta naturaleza a las mujeres en una posición de inferioridad. Cuando la ciencia accede a su anatomía, partirá de teorías que las concebían como seres imperfectos sin calor vital, según afirmó Galeno, o como meros receptáculos pasivos para la semilla procreadora del hombre, como dijo Tomás de Aquino, o llegará a asociar su sexualidad a las patologías psiquiátricas como hizo Freud. Las páginas de este ensayo fascinante e imprescindible atraviesan también oscuros y largos episodios de nuestra historia como la caza de brujas o como los experimentos del famoso neurofisiólogo Jean Martin Charcot con miles de mujeres marginadas en el hospital parisino de la Pitié-Salpêtrierè.
Me han llamado la atención en tu libro algunas afirmaciones de los padres de nuestra cultura acerca de las mujeres que me eran desconocidas, y cómo la influencia de esos discursos ha ido cruzando los siglos.
A lo largo del tiempo, los grandes prohombres han quedado inscritos en lo que se entiende por cultura en Occidente; son los padres del conocimiento, cuyos nombres aprendemos en la etapa académica de nuestra vida: Aristóteles, Tomás de Aquino, Freud… En un encadenamiento histórico, sus distintos discursos filosóficos, religiosos, médicos o científicos, y hasta económicos, se han venido ocupando con mucho ahínco de decir qué es una mujer. El papel que como objetos de conocimiento, y no como sujetos del mismo, hemos tenido las mujeres a lo largo de la historia permite entender esta cuestión. Observar lo que los hombres de entonces (que escribían, pero que no sabían) han dicho de ellas (que sabían, pero que no escribían) y cómo ha influido después esto en la construcción de la subjetividad social de las mujeres occidentales respecto al sexo, con la cirugía psíquica que eso conlleva, es el punto central de mi ensayo. En lo que respecta a lo que los hombres han dicho y han omitido sobre las mujeres en general, y sobre sus cuerpos y su sexualidad en particular, también se puede hablar del silencio como de un discurso hegemónico más. De ahí el subtítulo del libro: Arqueología de un silencio.
¿Por qué es la ‘acuación’ uno de esos silencios?
Desde el siglo VI antes de nuestra era y hasta el siglo XVII, aparecen en los textos filosóficos, teológicos y médicos distintas referencias acerca de esta manifestación fisiológicamente explícita del placer sexual que algunas mujeres emiten antes, durante o después del orgasmo. Acuación es el neologismo que propongo, en el título y en todo mi ensayo, como alternativa a la locución “eyaculación femenina”, que resulta un oxímoron ya que solo los hombres no vasectomizados aportan espermatozoides al semen. Este “fluido amatorio”, como se lo denomina en algunos textos tántricos, aparece mencionado como “semilla femenina” o “semen femenino” y descrito en ocasiones con todo detalle. Por estos datos, y sobre todo por referencias directas de quienes la han experimentado o la experimentan, sabemos que la acuación se puede producir, y que lo hace siempre de manera involuntaria. Pero poco más sabemos, ya que a la ciencia parece no interesarle mucho el tema. No así a la industria pornográfica y sus consumidores, a los que sí interesa –en el libro se aportan datos– y que la conocen como “squirt”.
Para un amplio y preocupante sector de la sexología académica de este país se trata simplemente de orina; así, la industria médica también obtiene réditos de esta versión patologizada de la acuación. Desde el punto de vista de la psicología social, podría establecerse una analogía entre la acuación y el llanto, que a los hombres se les enseña a contener desde niños. Por fortuna hoy existe Internet, donde solo hay que buscar los términos “kama salila”, “amrita” o “kunyaza” para comprobar cómo esa realidad, que afecta a media humanidad, es asumida con normalidad en algún lugar, en algún momento. En el libro incluí como ejemplo dos representaciones artísticas de la acuación en las culturas orientales: una escultura de la diosa Kali en un templo hindú y un grabado japonés del movimiento Shunga, así como numerosas referencias en textos chinos, árabes y hebreos. Manifestaciones artísticas occidentales de la acuación no he encontrado ninguna. No digo que no las haya, digo que no las he encontrado.
En ese sentido, mencionas las diferencias entre las culturas orientales del ‘ars erotica’ y las occidentales del ‘scientia sexualis’, como dos modos de entender la sexualidad a lo largo del tiempo. ¿Es lo que ha vinculado en Occidente la sexualidad de las mujeres sobre todo al ámbito médico o reproductivo?
Aunque la afirmación es correcta, considero que debe ser matizada. La vinculación sexualidad femenina-reproducción existe desde antiguo, pero antes del siglo XVII esa vinculación incluía como elementos el deseo y el placer sexual de las mujeres, ya que se entendía como un requisito sine qua non para que se produjera la emisión del llamado “semen femenino”. Los sabios afirmaban que era necesario junto con el masculino para la generación del nuevo ser, así que tanto el deseo como el placer sexual de ellas era tenido muy en cuenta, porque si la mujer no acuaba, en el orgasmo no se embarazaba. De este modo, durante siglos, esta emisión femenina fue estudiada, debatida y analizada por filósofos, teólogos y médicos. Como creían poder explicar al fin el misterioso fenómeno de la reproducción, el interés científico por la acuación fue decayendo a partir del siglo XVII y las referencias al orgasmo femenino y al placer sexual comienzan a desaparecer de los informes médicos. Y las referencias a la acuación, también.
Este siglo aparece señalado por Foucault en su Historia de la sexualidad y por Thomas Laqueur en su libro La construcción del sexo: de los griegos a Freud como el momento a partir del cual se produce en Occidente un cambio de paradigma en el modo de entender la sexualidad. Pero el caso es que ninguno de ellos explica las razones de ese cambio, y yo quería entender lo que sucedió en torno a ese silencio. La causante de su desaparición no fue la religión sino la ciencia, junto con la coincidencia espacio-temporal de ciertos acontecimientos que descubrí y explico en el libro. Creo que la revelación de esas posibles razones es una de las mayores bondades del ensayo.
En muchos aspectos hay una escasa evolución de la imagen femenina en Occidente, como se ve en los capítulos que pasan por las sucesivas teorías científicas, filosóficas, religiosas, médicas y políticas, y el poder e influencia que hasta hoy mismo han tenido en la vida de las mujeres de todas las épocas.
Tiene poder quien impone su verdad como una verdad para otros. En lo que se refiere a las mujeres y a sus cuerpos, es curioso comprobar cómo lo que cada nueva teoría anuncia como progreso no es más que el regreso a lo que desde las distintas instancias de poder fue dicho desde siempre. Los hombres del conocimiento explicaron la realidad –incluyendo en esa realidad a las mujeres, que eran vistas como objetos– según su propio orden de comprensión y según su propia experiencia, empleando para ello una sucesión de teorías que, en diálogo permanente pasado-presente-pasado-presente, se fueron repitiendo como una suerte de reciclaje intelectual, de manera que teorías antiguas que surgen como nuevas, no lo son.
En ese sentido, el discurso filosófico y la concepción aristotélica, que desde el siglo IV antes de nuestra era redujo a las mujeres a una posición inferior a la del hombre dentro de una jerarquía natural incuestionable, resultó muy eficaz tanto en el siglo XIII para el discurso teológico de Tomás de Aquino, que insistía en llamarnos “varones imperfectos”, como en el XX para el discurso médico-psiquiátrico con el que Freud acuñó la famosa y ridícula expresión de la envidia del pene, insistiendo en esa idea arcaica de la incompletitud de las mujeres. Freud tampoco fue nada original con lo de la histeria, concepto que tomó de la teoría platónica acerca de un “útero errante” que vaga por el cuerpo en busca de humedad. Lo que conviene recordar es la coincidencia en la proliferación de histéricas en Francia con el momento en que las mujeres comenzaban a reclamar políticamente sus derechos en Inglaterra. Y así, siempre. Y así con todo.
La idea de las mujeres disfrutando del sexo sin función reproductora se asumió al menos en nuestra cultura, pero la ‘acuación’ continúa silenciada por la ciencia, reducida a una patología o formando parte del imaginario masculino, y según cuentas en el libro hasta 2008 no se ha reconocido la existencia de la próstata femenina.
Creo que hemos avanzado más bien poco. Respecto a la mujer, todo sigue girando alrededor del control, también médico, del cuerpo femenino; la sexología actual se preocupa por enfermedades, aborto o fertilidad, y no se interesa demasiado por todo lo relacionado con el placer. Antes de escribir el libro, y de poder comprobar por mí misma cómo estaba el panorama académico en este país, me matriculé en un master sobre sexología en una universidad pública a distancia. He de decir que yo en aquella época trabajaba de ocho a seis, estudiaba, leía y escribía a base de madrugones los fines de semana, por supuesto sin ningún apoyo privado ni público para mi investigación, y mucho menos académico.
A mis 50 años cumplidos, como señora random que soy, al director del master le pareció pertinente reñirme cuando defendí en público la existencia de la acuación con el argumento de que la ciencia no había demostrado su existencia, e incluso llegó a decirme que antes de dar nada por hecho habría que comprobar si las bonobas acúan. Y luego me lanzó un contundente: “Tú no eres la representante de todas las mujeres”. De la legitimidad de todos los hombres que a lo largo de la historia estudiaron nuestros cuerpos para decir cómo éramos, nunca le escuché yo poner objeciones. Tenemos el aparato genital lleno de nombres de señores; desde las trompas de Falopio a ese invento que es el punto G de Grafenberg, nuestra anatomía es como África: llegaban y colonizaban. En fin, que de aquel master lo único que obtuve, además de perder el dinero que costó, fue la energía renovada para seguir investigando. Estoy trabajando ya en una segunda parte, en la que trataré también la construcción socio-histórica de conceptos relativos al cuerpo y la sexualidad de las mujeres como menopausia y frigidez, y donde aparecerán otros grandes nombres del conocimiento cuyas ideas acerca de las mujeres contradicen los discursos hegemónicos y por eso no nos hablaron de ellas: Epicuro, Poulain de la Barre, Thomas Shankara… o John Stuart Mill, que escribió por amor, y el amor le llevó al feminismo.
Quizá investigaciones de referencia como ésta ayuden a cambiar las cosas.
Creo que cuando la ciencia se interese por la acuación sabremos más acerca de esta realidad que ha sido ocultada o desvirtuada durante siglos. Yo quise entender lo que había sucedido para que las referencias a esta manifestación fisiológica tan evidente del placer desaparecieran, y por qué vuelven en el pasado siglo ubicadas en los márgenes de la aceptabilidad social; es decir, en la pornografía (el squirt) o en la patología (la incontinencia urinaria). Hace poco, un conocido dramaturgo decía en una entrevista: “A veces escribo para el teatro que vendrá y no para el de hoy”, y me hizo pensar que quizá este libro llega en un momento en el que el árbol del presente impide ver ese bosque del pasado del que podríamos aprender mucho, para reformular por ejemplo ciertos planteamientos dicotómicos o de binarismo sexual estricto. Mi pretensión al investigar este tema concreto, y con ello me conformo, es que si alguna de mis lectoras acúa o ha acuado alguna vez no sienta ni miedo ni vergüenza. Que sepa que su cuerpo es mucho más expresivo que lo que nos han contado, o dejado de contar, a lo largo de la historia.
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