¿Qué ‘refugio climático’ prefieres: un árbol o una marquesina de 75.000 €?

Una de las marquesinas refrigeradas a 75.000 euros la unidad que promete reducir hasta 9 grados la temperatura dentro de ella. Foto: Ayuntamiento de Madrid.

Se agota agosto, el mes cumbre de un verano en el que hemos oído hablar por activa y pasiva de ‘olas de calor extremo’ y de refugios climáticos. Y Madrid se ha convertido en ejemplo mundial del mundo al revés y diana de los más prestigiosos medios: Su equipo municipal, con el alcalde Almeida a la cabeza, tala y tala sin sentido ni rubor, y, a la vez, no duda en promocionar unas marquesinas refrigeradas que cuestan el módico precio de 75.000 euros (a pagar entre todos).  

Que los árboles son beneficiosos para la salud ha quedado demostrado en diferentes estudios, que ayudan a refrigerar zonas urbanas, también; a pesar de ello, leemos noticias de talas urbanas con demasiada frecuencia.

Tras un año en que se han batido todos los récords de temperatura, es oportuno citar el estudio de la revista Nature en el que se demuestra que las áreas urbanas con más árboles registran temperaturas entre 2 y 4 veces más bajas que en los espacios sin árboles. La revista europea Monocle publicaba este verano una mención a Madrid en la que cifraba en 9.000 los árboles cortados en los últimos 2 años. Por su parte, el diario The Guardian se hacía también eco de la tala masiva en Madrid, haciendo referencia especial a las plazas, antes lugares de encuentro entre personas y ahora inhóspitos espacios en los que no se puede estar y que inducen a los turistas a la tienda más cercana donde encontrar aire acondicionado para evitar golpes de calor.

El  Financial Times también ha dedicado una publicación a la tala madrileña; en dicho artículo se menciona que el actual gobierno del Ayuntamiento ha aumentado el presupuesto para plantaciones de nuevos árboles; sin embargo, es una trampa que no justifica la tala. Sustituir un árbol por otro no implica los mismos beneficios. Un árbol maduro puede absorber hasta 150 kilos de gases contaminantes al año; si se tala, aunque se sustituya por diez jóvenes, no tiene el mismo efecto, dado que pueden pasar años o décadas hasta que estos árboles jóvenes alcancen el tamaño adecuado para poder contribuir al enfriamiento (muchos de los árboles talados contaban más de 50 años).

Frente  a esta tala que empeora la calidad de vida de las personas y afecta directamente a la salud, se proponen soluciones que resultan distópicas como marquesinas refrigeradas. Marquesinas que expulsan aire frío, un aire que por la lógica disposición abierta de la marquesina no se guarda ni se mantiene. Estas marquesinas tienen un coste de 75.000 euros, una cantidad 10 veces superior a las marquesinas normales, a lo que hay que sumar el gasto energético de la refrigeración.

Otra solución que se ha buscado tratando de crear ambientes donde las personas puedan preservar un confort térmico saludable se ha ofrecido por el Círculo de Bellas Artes de Madrid: un refugio climático abierto para toda la ciudadanía, pero con especial atención a las personas vulnerables; en su web señalan que el espacio está pensado precisamente para combatir las altas temperaturas, pero, a diferencia de otros espacios refrigerados, éste no está orientado al consumo.

Barcelona cuenta con una red de refugios climáticos, pero en este caso no son espacios creados como tales, sino lugares que mantienen su  uso habitual: bibliotecas, centros cívicos o museos, que preservan la temperatura apta para salud humana; en su red han incorporado algunos parques o piscinas municipales y difunden la información mediante mapas donde “refugiarse” de las altas temperaturas.

La doctora María Neira, de la Organización Mundial de la Salud, se refería este mismo mes a los refugios climáticos, pero hacía hincapié en la necesidad de planificar bien las ciudades, evitar islas de calor provocadas por los materiales de construcción como el hormigón en entornos urbanos e incrementados por la falta de espacios verdes. La apabullante cifra de muertes por calor que la doctora daba es de medio millón al año, y recordemos y subrayemos que, detrás de los números, están personas.

Si bien la vegetación, y en concreto los árboles, nos ofrecen esa ventaja de confort disminuyendo las temperaturas, no es menos desdeñable la función absorbente de gases contaminantes anteriormente señalada y que resulta tan necesaria en la crisis climática. Una crisis que resulta devastadora no sólo en pérdida de especies animales y vegetales, sino también en los efectos sobre los seres humanos. Efectos que promueven desde migraciones hasta hambrunas; pero si hay una consecuencia que está llamando más la atención de la sociedad general, es el efecto de la crisis climática sobre la salud humana. Un estudio sobre cambio climático y salud habla de la afectación por fenómenos meteorológicos extremos frecuentes, atribuibles al cambio climático, así como sus efectos indirectos, como aumento de la contaminación atmosférica, alteraciones en la presencia de alérgenos, aumento de la distribución de vectores de enfermedades infecciosas, menor disponibilidad de agua e inseguridad alimentaria, y que ya causan un exceso de morbilidad y mortalidad.

Parece que empieza a asociarse la directa y evidente relación entre planeta sano y personas sanas. En palabras de la doctora Neira, la crisis climática representa un ataque a todos los pilares fundamentales para la salud. Y cuando hablamos de salud, debemos considerar siempre la física y la psicológica. ONU Habitat señala que vivir cerca de espacios verdes urbanos y tener acceso a ellos puede mejorar la salud física y mental; por ejemplo, al disminuir la presión arterial alta y el estrés. Numerosos estudios han demostrado cómo el contacto con la naturaleza favorece no solo un mejor estado anímico, sino que contribuye a un mejor desarrollo cognitivo, algo especialmente relevante en la infancia. Gretchen Daily, directora docente del Proyecto de Capital Natural de Stanford e investigadora en temas de naturaleza y sociedad, afirma que los estudios demuestran que la experiencia en la naturaleza está vinculada a la mejora del funcionamiento cognitivo, la memoria y la atención, la imaginación y la creatividad y el rendimiento escolar de los niños. Richard Louv, en su libro Los últimos niños en el bosque, habla precisamente del “trastorno por déficit de naturaleza” y, si bien aclara que no es un trastorno médico, hace referencia a los beneficios constantes de la interacción con la naturaleza. Hablamos en ocasiones de renaturalizar patios y colegios, cuando nunca debieron haber sido desnaturalizados.

Lo mismo ocurre con algunas ciudades; parecen estar siendo desnaturalizadas, y, dado que se proyecta que al menos dos tercios de la población vivirá en ciudades en 2050, se hace necesaria una buena planificación de las urbes, con planes que proyecten zonas verdes que garanticen el acceso a la naturaleza y fomenten la interacción social, terminando con plazas duras de asfalto que se convierten en lugares de paso y que no favorecen la convivencia por su hostilidad. El informe cuatrienal de la ONU en relación a Agenda Urbana publicado en 2022 hacía, además, referencia a “promover enfoques de planificación urbana participativa para una respuesta y prevención de crisis urbanas eficaz e inclusiva; la participación ciudadana garantizaría esa inclusión y el derecho a la participación de las sociedades democráticas”.

Esta planificación que vele por la calidad de vida de las personas, garantice zonas verdes y plazas de encuentro, debe velar especialmente por la conservación de árboles maduros. Si la naturaleza contribuye a mejorar las vidas de las personas, como demuestran múltiples estudios,  preservar la naturaleza urbana es una cuestión de salud y justicia ambiental.

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