¿Se está quedando Barcelona atrás respecto a Madrid?

Una panorámica de Barcelona. Foto: Pixabay.

Una panorámica de Barcelona. Foto: Pixabay.

La plaza del Callao en Madrid.

La plaza del Callao en Madrid.

La persistencia del conflicto catalán tiene en la histórica rivalidad Madrid-Barcelona una de sus manifestaciones recurrentes. Para analizar la trayectoria de ambas ciudades, nos detenemos en el libro que acaba de publicar el periodista y escritor catalán José María Martí Font, ‘Barcelona-Madrid. Decadencia y auge’. Barcelona, según Martí Font, vive de la inercia y de las rentas de su marca, aunque afirma que el deterioro de su prestigio es ya palpable, frente a una ciudad, Madrid, más abierta, tolerante y con ganas de no ensimismarse en sí misma.

Confieso que, sin entrar en detalles coyunturales del procés, y sin ir más allá de esporádicas visitas, siempre me ha fascinado Barcelona, y en cambio Madrid siempre me ha parecido una ciudad en la que sólo la obligación profesional me ha hecho vivir, como conté aquí.

Barcelona siempre me pareció más agradable, de forma muy general, y quizá el sabor mediterráneo que comparte con mi ciudad natal, Málaga, ayudaba a ello. Estuve en Barcelona hace apenas unos días, y encontré atosigante el cúmulo de banderas esteladas y carteles reivindicativos, pero la ciudad seguía tan agradable como siempre. Seguramente sus habitantes me podrán matizar y hablar de problemas como la inseguridad o el imposible acceso a la vivienda, y del hartazgo que provoca la iconografía y el discurso cerrado independentista, pero es algo que el visitante es capaz de soslayar, al menos durante un par de días. Esas 48 horas en las que sí pude comprobar la desesperante dificultad de encontrar taxis –ni reservando con anticipación– en una ciudad de la que se han marchado los servicios de VTC.

Me crie en un entorno familiar en que la admiración por Cataluña y la cultura catalana era la norma. Era algo asumido que su literatura, su arquitectura, su diseño, su política, sus cantantes y sus ciudades tenían un refinamiento y una clase especial, distinta, mejor. Todavía hoy mi padre lee con fascinación inalterable a un poeta como Joan Margarit, que no deja pasar una oportunidad para denigrar a España desde hace un tiempo, pese a que esta no ha dejado de homenajearle en los últimos 30 años. No es que mi padre siga leyendo sus poemas sin tener eso en consideración –que es lo correcto– sino que hay algo de incredulidad o de incapacidad para abandonar los mitos culturales con los que creció durante el tardofranquismo y la Transición. Y el catalanismo cultural y político, Cataluña en general, eran uno de esos mitos que admiraban él y otros tantos de la misma generación.

Por eso siempre me extrañó tanto el reproche de muchos destacados líderes políticos y culturales sobre un supuesto desprecio a “lo catalán”. En mi entorno fue todo lo contrario, y es algo que, según he ido comprobando en conversaciones con muchos amigos y conocidos, esa admiración sincera ha sido algo habitual. Los independentistas catalanes culpan al resto de España de no escucharles y de no saber entenderles, pero la miopía real está en su lado: se dirigen a un país que ya no existe nada más que en su cabeza y en la de una extrema derecha muy minoritaria respecto a otros países de Europa. Cualquiera que pasee por Málaga, Madrid o Pontevedra sabe que España no es el espantajo fantasmal que pintan algunos, sino un país abierto y tolerante, avanzado en nuevos derechos y uno de los más seguros del mundo. Cómo se ha llegado a ese grado de miopía o de autoengaño que hace ver una caverna post-franquista en una democracia europea es algo que se me escapa, y que ojalá tenga solución.

Historia de dos ciudades

La persistencia del conflicto catalán tiene en la histórica rivalidad Madrid-Barcelona una de sus manifestaciones recurrentes. Desde el independentismo catalán se ha insistido con mucha frecuencia en el supuesto trato de favor que la capital de España ha recibido de los Gobiernos centrales, no digamos durante el franquismo. Por su parte, los gestores de Madrid han solido presumir de políticas que han atraído inversiones, y achacan el auge de la ciudad y su dinamismo a una visión del mundo abierta, alejada del tipo de nacionalismo que habría hecho languidecer a Barcelona en las últimas décadas.

La realidad tiene algo que ver con dichas visiones, pero están demasiado contaminadas como para hacernos una idea cabal de la realidad de las dos ciudades más grandes de España. A aclarar las dinámicas divergentes de una y otra ciudad contribuye Barcelona-Madrid. Decadencia y auge (ED Libros), del periodista y escritor José María Martí Font (Mataró, 1950), que ha tenido larga experiencia como corresponsal de El País en Alemania o Francia, y que hace unos años publicó en la misma editorial La España de las ciudades. El Estado frente a la sociedad urbana, que comentamos aquí.

“Barcelona se ha hecho a sí misma. No es el resultado de un Estado, sino de su propia iniciativa, gracias a lo que se ha llamado ‘la sociedad civil’, un bello eufemismo que sirve para decir demasiadas cosas y ninguna. Madrid, en cambio, es lo que es gracias a ser la capital de España y a las numerosas ayudas e iniciativas que parten del Estado. Este es el mantra que pretende explicar cómo funciona esta pugna que acaba ganando Madrid”, escribe Martí Font. No niega que el propio hecho de que Madrid sea la capital le concede ventaja, más aún en un país todavía centralista en cuestiones como el diseño de la red ferroviaria y la concentración de los organismos públicos. Y también admite el claro favorecimiento de Madrid durante el franquismo frente a Barcelona, pero también en relación a otras áreas metropolitanas del país fuera de Cataluña: “El origen de esta situación que castiga a la capital catalana hay que buscarlo en una injusticia histórica perpetrada en 1948, cuando Madrid absorbió los veintidós municipios de su alfoz y amplió su superficie hasta los 600 kilómetros cuadrados, mientras que tanto Barcelona como las demás grandes ciudades españolas mantuvieron su viejo perímetro municipal. El régimen franquista se garantizaba que la capital del Estado estuviera siempre por delante del resto”.

Aunque hay matices que el propio autor ofrece pocas páginas después. “Hay muchas leyendas al respecto, porque los nacionalismos son extremadamente buenos en reescribir la historia para su uso particular, pero lo cierto es que Barcelona y Cataluña recibieron toda la ayuda que necesitaban del Estado franquista para volver a poner en marcha la máquina industrial, crecer y enriquecerse”, escribe. Y ahonda en detalles históricos respecto al pedigrí antifranquista de Cataluña en contraposición al supuesto franquismo remanente en Castilla: “Se olvida con demasiada insistencia que las tropas del general Franco entraron en Barcelona sin disparar ni un tiro y fueron recibidas con vítores y aplausos por una gran parte de la población mientras desfilaban por la Diagonal. En Madrid fue otra cosa. La capital resistió un asedio de casi tres años, salpicado de grandes batallas, bombardeos, hambre y miedo”.

Martí Font narra con datos y hechos incontestables que, si Barcelona se ha quedado atrás respecto a Madrid –y las cifras parecen demostrarlo de forma clara–, se debe a decisiones de gestores catalanes y a la concepción nacionalista de la ciudad y de toda Cataluña. Y especial responsabilidad tendrían los muchos años de gobierno convergente, desde 1979 hasta 2003: “Cualquier análisis tiene que partir de esta decisión personal de Pujol de 1987, surgida de la lógica de su proyecto político y de su insomne pugna con Maragall. Es un punto de inflexión determinante de la historia de la Cataluña moderna porque privó de su capacidad de irradiación, por un periodo muy largo de tiempo, no solo a Barcelona, sino a toda Cataluña”.

Una panorámica de Barcelona. Foto: Pixabay.

Una panorámica de Barcelona. Foto: Pixabay.

Explica que el error del catalanismo conservador ha sido no entender que Barcelona obedece más a una dinámica de capital económica e industrial de un país de 50 millones de personas que a ser la capital política de un área geográfica de siete millones. Y también señala otro hecho que llama mucho la atención en el resto de España: “Los catalanes nunca han comprendido la diferencia entre Gobierno y Estado”, aunque aquí habría que matizar que se trataría, sobre todo, de los catalanes independentistas.

Una decadencia, la de Barcelona, que resistiría, en opinión del autor, hechos como que sigan llegando empresas tecnológicas punteras como Facebook o que se siga celebrando el Mobile Congress. El problema, a juicio del autor, es que ya no hay planificación a largo plazo, ni siquiera capacidad de hacerlo sin un área metropolitana coordinada por algún organismo eficaz. Barcelona, según Martí Font, vive de la inercia y de las rentas de su marca, aunque afirma que el deterioro de su prestigio es ya palpable. Esa falta de planificación se habría visto en sectores como el turístico, que también diferencia a Madrid y a Barcelona. “Madrid es una gran ciudad con turismo, especialmente cultural, y Barcelona es cada vez más una gran ciudad turística”, escribe.

En cuanto a la sociedad civil, a la burguesía y a la élite económica comprometida con el desarrollo y la modernización de la ciudad, el autor también es tajante respecto al progreso de Madrid y el declive de Barcelona: “Se han cambiado las tornas. Madrid no tiene el refinamiento intelectual de la burguesía que hizo Barcelona, pero sí que tiene ahora grandes personalidades del mundo de la empresa y los negocios dispuestos no solo a ganar dinero, sino a dejar su huella en la ciudad”. En Barcelona, en cambio, esa élite se habría entregado a la empobrecedora causa nacionalista.

Para Martí Font el diagnóstico es claro y demoledor: “Mientras Madrid, con algunos problemas como la creciente desigualdad social, se adueña de la hegemonía cultural y progresa porque tiene un proyecto claro, aprovecha las oportunidades que se le presentan y –pese al ruido del griterío político– actúa dentro de un gran consenso social en los temas esenciales, Barcelona, además de haber perdido la batalla por la hegemonía peninsular, no solo en lo económico y político, sino también en lo cultural, parece haber iniciado uno de esos ciclos de decadencia a los que es tan propensa”.

Y eso que su percepción de Madrid tampoco es idílica, sino bastante realista: “Es la segunda ciudad más segregada de Europa, donde los espacios de éxito están radicalmente separados de los espacios de vulnerabilidad, a menudo a través de las gated cities, barrios para ricos, fenómenos de privatización y fortificación espacial donde se crean espacios supuestamente a salvo de incidencias del exterior”.

Un libro muy recomendable, breve y ameno, con un enfoque histórico y periodístico que facilita la lectura y nos ayuda a comprender mejor una rivalidad simbólica e importante en el conflicto territorial de España.

Deja tu comentario

¿Qué hacemos con tus datos?

En elasombrario.com le pedimos su nombre y correo electrónico (no publicamos el correo electrónico) para identificarlo entre el resto de las personas que comentan en el blog.

Comentarios

  • Uno

    Por Uno, el 17 mayo 2019

    Conclusión: para tener una Barcelona más abierta y cosmopolita hace falta quitar banderas que no gustan, carteles que no gustan, no quejarse mucho y que gobierne un partido no-nacionalista (hahaha, es broma, nacionalista español). Claro, nadie ha actuado nunca en contra la identidad y lengua catalana, claro. Estáis hundidos en la ignorancia y no os dais cuenta.

    Por cierto, el autor que mencionas refleja algunos errores historiográficos en mi opinión.

  • salvador

    Por salvador, el 17 mayo 2019

    No estoy yo muy convencido de que en una parte, ni que sea pequeña, significativa de la población española haya lectores de poesía, en general, y de autores catalanes, en particular. Más bien lectores del Marca (a las estadísticas me remito). Y muchos que gritaban «a por ellos» y lo hacen hasta ahora, con el beneplácito de las autoridades y el apoyo (y jolgorio) de los agentes de los cuerpos de seguridad que se desplazaban y la vista gorda de sus mandos.

  • Ángel Rodríguez

    Por Ángel Rodríguez, el 17 mayo 2019

    Sugerencias, con permiso:
    1. Oscar PAZOS: Madrid es una isla. 2013.
    224 páginas
    2. Germà BEL: España, capital París. Destino. 2010. 325 pp.
    3. Francesc CABANA: Espanya, un pes feixuc. Pòrtic. 2012. 249 pp.
    4. Francesc FERRER I ALÒS: «Catalunya sota discriminació econòmica i fiscal». El Franquisme a Catalunya, vol.5. https://drive.google.com/file/d/0Bxztdpf7zWKcYzFhOGQzMTUtZmUyZC00NTU0LWE3ZmQtOGM0NDI0MTExNGY0/view?hl=ca
    Y no, falta poco, hace 4 años que lo anuncian, pero todavía Madrid no sobrepasa a Cataluña.
    Léanse al menos el primero. Lo escribe un ingeniero gallego; no es, pues, un sospechoso habitual (catalán).

  • JordiP

    Por JordiP, el 17 mayo 2019

    El autor probablemente ignora el zasca recibido por Porcioles cuando intentó implementar un àrea metropolitana para Barcelona con un centenar de municipios periféricos. Tampoco debe saber que en los años 50 los industriales catalanes se vieron obligados a llevar su sede (teórica) a Madrid si querían participar de los cupos. Seguramente no le han hablado de las dificultades de financiación de infraestructuras, que han acabado en peajes y poca eficiencia. Y no le deben haber contado la estúpida carrera de Madrid en persecución del número de matrículas de coche de Barcelona. Tampoco debe conocer la reacción de «la pomada», sorprendida por la candidatura de Barcelona para los JJOO’92. Toda la vida he oído hablar permanentemente del retroceso de Barcelona, la ruina de Barcelona, el Titanic barcelonés, etc. Ya no me hacen efecto este tipo de artículos. La psicosis de algunos madrileños respecto a la carrera de ambas ciudades no se puede hacer desde Madrid ni desde Barcelona. Se necesitan muchos años de saltar de una a la otra y un espíritu crítico agudo y sincero.

  • Rodrigo

    Por Rodrigo, el 17 mayo 2019

    Solamente hay que ver que estudiantes del resto de España eligen las universidades de Barcelona para estudiar, o ver que hospitales eligen los primeros del MIR para realizar la especialidad.
    Barcelona se ha convertido en una ciudad endogámica, mientras que Madrid ha devenido en mucho más cosmopolita en la que nadie te pregunta de dónde eres ni porqué has venido, simplemente estás.
    Barcelona podía ser la capital industrial de España, al estilo Milán y Roma, La Haya y Amsterdam, pero eligió ser la capital administrativa de una región con ínfulas de nación independiente. En el pecado llevan la penitencia. Y estos ciclos son muy difíciles de cambiar, al contrario cuando cogen velocidad de crucero no se sabe a dónde llevan.

  • Olivia Solá

    Por Olivia Solá, el 25 mayo 2019

    El comentario de Salvador es ofensivo por la alusión al “Marca” y al “ a por ellos’, expresión manipulada y q se presta a interpretaciones varias. El autor es justo en sus comentarios. Si, Barcelona sin el tema independentista, sería una ciudad en apogeo. Ahora es una ciudad triste que vive de rentas..

  • Chemi

    Por Chemi, el 09 noviembre 2019

    Barcelona está haciendo rica a Madrid con su nazionalismo con z. Cada día que pasa es más evidente.

Te pedimos tu nombre y email para poder enviarte nuestro newsletter o boletín de noticias y novedades de manera personalizada.

Solo usamos tu email para enviarte el newsletter y lo hacemos mediante MailChimp.