Rafael Bonachela, de Kylie Minogue a dirigir la Sydney Dance Company
El coreógrafo español Rafael Bonachela (La Garriga, Barcelona, 1972), director artístico de la Sydney Dance Company, presenta esta semana en los Teatros del Canal de Madrid sus dos últimos trabajos: ‘ab [intra]’ (ayer, hoy y mañana) e ‘Impermanence (días 23 y 24)’. En esta entrevista recorremos toda su trayectoria, desde que descubrió su vocación gracias a ‘Fama’, la mítica serie de televisión de los 80, hasta que creó los números de baile de varias giras y videoclips de Kylie Minogue y consiguió el aplauso de la crítica especializada en danza contemporánea. Según me explica nada más vernos, él es una de esas personas de memoria ligera que para no olvidar lo coleccionan todo: entradas de teatro, billetes de avión y reseñas. Me recibe con un fajo de notas perfectamente estructuradas y una cámara de vídeo que registra nuestra conversación.
¿De dónde vienes, Rafael?
Yo soy ese niño de La Garriga que nació en los 70, que vio Fama en la tele en los 80 y bailaba con sus amigas en las calles, al lado de un radiocasete y al ritmo de la música de Michael Jackson y Madonna. A la hora del recreo, siempre encontraba la excusa para hacer un baile: ¡todo era hacer un baile! ¡Incluso montaba shows para el colegio! En cierto modo soy autodidacta, porque entonces en La Garriga tampoco había ninguna escuela de danza –ahora hay seis–. He tenido que atravesar muchas capas: mis padres eran emigrantes del sur de España que trabajaban en la industria textil de Barcelona y aunque siempre me han apoyado, tampoco sabían cómo se gana uno la vida con esto. Ten en cuenta que aún no se había estrenado Billy Elliot. Por ejemplo, cuando tenía 15 años, vino a clase una compañera que estudiaba en el Institut del Teatre y me explicó que era un plié, porque entonces yo no tenía ni idea de que aquello tuviera un nombre, ni existía algo como YouTube donde pudiera informarme. ¡Me di cuenta de que bailar podía ser una profesión!
¿Y cómo te conviertes en un bailarín profesional?
Aunque continué en el instituto hasta COU, iba y volvía en tren a Barcelona para tomar lecciones de baile. Una profesora de contemporáneo de la que todavía recuerdo su nombre, Neus Ferré, me comentó que Lanònima Imperial, compañía pionera de danza moderna en España, estaba buscando bailarines. Yo tenía sólo 16 años y me cogieron. Solo había salido del país para ir a Francia con la coral. Mis padres me dieron una medallita en la que ponía el grupo sanguíneo y el teléfono de casa, por si tenía algún accidente. ¡Era un niño! Estuvimos de gira por toda Europa, pero yo me daba cuenta de que aún me faltaba formación. Un día vi por casualidad un cartel que anunciaba el London Studio Center, una escuela como la de Fama. Fui a la audición, conseguí que me dieran una beca y me marché a Inglaterra. Había estudiantes de todo el mundo, algo que en Barcelona no existía. Aprendíamos todos los estilos y por primera vez en las clases coincidí con otros hombres, porque hasta entonces siempre había sido el único chico entre las chicas. Esta experiencia me abrió los ojos. En esta época también empecé a tomar muchas clases de ballet, porque quería conocer la técnica a la perfección.
¿Cómo empezaste a trabajar en Rambert, la compañía de ballet más antigua de Reino Unido?
Una vez más, fue un profesor de moderna quien me animó a presentarme a la audición. Había oído su nombre, pero en esa época no tenía dinero. Trabajaba vendiendo helados en el ambigú de un teatro. Probé y tuve suerte. Tienen un repertorio con muchos de los grandes maestros del ballet contemporáneo, como Ohad Naharin o Jiri Kylian. Por allí han pasado muchos de los grandes coreógrafos de hoy.
¿Cuándo te diste cuenta de que querías ser coreógrafo?
De pequeño no sabía qué significaba ser coreógrafo. Luego conocí espectáculos maravillosos, como los de Víctor Ullate o los de la compañía Mudanzas. Y más tarde descubrí a Maurice Béjart, que es más neoclásico. El mundo de la danza tiene muchos colores y muchos sabores. Pero fue con una obra de Michael Clark and Stephen Petronio cuando me di cuenta de que yo quería crear mi propio lenguaje. Tenía sólo 18 años, me llamó muchísimo la atención su manera de hacer, y todo lo que significaba que ellos fueran una pareja gay. Era un mundo nuevo para mí. Luego Rambert me dio la oportunidad de crear una pieza propia a finales de los 90. Les gustó, se vio en el Salders Wells –el teatro de referencia para la danza de Londres– y entró en el repertorio de la compañía.
¿Y cómo empezaste a trabajar con Kylie Minogue?Ella y su equipo vinieron a ver una cosa mía de solo diez minutos. Al cabo de unos días recibí un correo electrónico con el asunto de “Kylie”. Creí que me estaban gastando una broma. Me propuso hacer la coreografía de una de sus giras. Le dije que desde que había dejado La Garriga no había vuelto al pop, pero no le importaba, quería algo fresco. Mis amigos del show business me dijeron que debía cogerlo, porque era huge! Adoro a Kylie, me ha dado un apoyo enorme. En 2002 me convertí en su coreógrafo. En aquella época me resultaba muy fácil conseguir entrevistas y el público se acercaba a ver mis creaciones porque esperaban encontrar algo de ella. Hicimos juntos el vídeo de Love at First Sight o I believe in you, entre otros, además de muchas giras mundiales.
¿Crees que te ha influido trabajar con Kylie Minogue?
¡Fijo! ¡Muchísimo! En un primer momento pensé que tal vez trabajar con una estrella pop me iba a quitar seriedad como coreógrafo de danza contemporánea, pero en los últimos años se ha perdido el miedo a saltar de un mundo a otro. Por ejemplo, Wayne Mc Gregor ha hecho el ABBA Concert. Yo quería vivir de la danza. Trabajar con Kylie me cambió la vida, me dio muchísima seguridad en mí mismo y más tarde monté mi propia compañía, Bonachela Dance Company.
¿Cómo entraste en la Sydney Dance Company?
En 2008 me invitaron a Sydney dos meses para crear una pieza de larga duración. Les gustó cómo trabajaba y también tuvo muy buena acogida entre el público, que para mí es algo muy importante. Así que me ofrecieron ser el director artístico de la compañía. El estudio que tienen es una preciosidad, porque se encuentra en un antiguo muelle, junto al mar. Además, en Sydney el invierno es muy suave, como en Barcelona. Insistieron en un par de ocasiones. Volví a Australia y finalmente decidí dar el paso. Me dio pena dejar mi propia compañía, pero mi junta de directores y espónsores me animaron a aceptar el trabajo. La actriz Cate Blanchett es la directora de Sydney Theater Company. Si ella podía hacerlo, ¿por qué yo no?
Cuéntanos algo de ‘ab [intra]’.
ab [intra] quiere decir “desde adentro”. Me interesa la fisicidad del movimiento, es danza abstracta, en la que comunicamos a través del cuerpo. No existe una narrativa lineal; sin embargo, eso no quiere decir que no tenga un sentido. En este caso estuve trabajando en una serie de improvisaciones con los bailarines. Les dije que se abrieran por dentro y que luego escribiesen lo que habían sentido. Fueron horas y horas de grabación. A partir de estas semillas creé la pieza. La crítica e historiadora de danza Elisa Guzzo Vaccarino, que vio la pieza en Turín, ha dicho que no sobra ni falta nada. Cuando el gran coreógrafo William Forsythe la vio en París se quedó sorprendido de la capacidad infinita de crear duetos que se presenta en ab [intra]. Es la mejor observación que se ha hecho de mi obra. Pero a la vez el público puede pensar lo que quiera. El cuerpo es un poema que se lee de muchas maneras distintas. Desde hacía años quería trabajar con un concierto de chelo de Pēteris Vasks y le pedí Nick Wells que hiciera una adaptación electrónica. Le enseñé la coreografía que estábamos creando y le pareció estupendo. Así conseguí mezclar el mundo de la música clásica contemporánea y la electrónica. Para mí el compositor es como un bailarín más, son parte del proyecto desde el principio. Me gusta ir al estudio de grabación y escuchar con él. Se trata de un proceso muy colaborativo, que nunca sabes si va a funcionar.
Y de ‘Impermanence’.En 2020 queríamos traer ab [intra] a los Teatros del Canal, pero nos lo impidió la pandemia. Por eso hemos querido que el estreno internacional de Impermanence fuera en Madrid. Es una pieza muy especial para nosotros por muchos motivos. De manera premonitoria, el título en español quiere decir “fugacidad”, “efímero”, “aquello que no tiene permanencia”, y en pleno proceso de creación todo quedó en el aire, también por la covid. Contamos con el Australia String Quartet en directo y la música que el compositor Bryce Dessnar, miembro de la banda The National, ha hecho específicamente para esta producción. Él disfrutó muchísimo del encargo. Primero hizo 40 minutos y quedamos tan satisfechos que aprovechamos los meses que nos demoró todo el confinamiento para pedirle 20 minutos más. La pieza acaba con una canción de Anohni. Es un sueño ver a los 17 bailarines y a los cuatro músicos juntos en el escenario.
¿Qué es lo más bonito que ha dicho el público de tu trabajo?
Me dicen de todo. Muchos comentan que en mi obra no se ve el género, que da lo mismo que coreografíe para hombres o para mujeres, que esfumo los clichés. Si me falla una bailarina, puede sustituirle un bailarín, o viceversa. No es algo que haga de manera premeditada. Mis bailarines son de todos los tamaños y las alturas.
¿Y lo más feo que ha dicho la crítica?
Hice una pieza que se pudo ver en la Royal Opera House de Londres, con un chelo en vivo tocando a Bach y al fondo unas obras de Ángela de la Cruz –sus conocidos loose fit en los que el lienzo es más grande que el bastidor–. El crítico del Times Donald Hutera dijo que hasta los cuadros, a los que llamó “bolsas de basura”, querían irse del teatro. Poco después ella fue nominada al prestigioso premio Turner y yo sigo en el mundo de la danza. Pero en su momento me afectó muchísimo. Estuve a punto de abandonar la carrera, pero decidí hacer una obra más bailable, tal vez menos contemporánea, porque hasta entonces me había empeñado en ser el más moderno. Esta obra que creé como reacción la vio Kylie y me cambió la vida. Por lo que tal vez deba de estar agradecido.
¿Qué esperas del público?
Yo quiero que la gente venga a ver danza y disfrute. Lo que tenga que hacer, lo haré. Quiero conectar con el público de una manera visceral y emocional. Quiero que el público salga transformado, como he salido en ocasiones del teatro. ¿Qué es la vida sin arte? Sin arte no hay espíritu, ni luz, ni color.
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