Rafael Narbona: “Hay una industria de la felicidad que es muy dañina”

El filósofo y ensayista Rafael Narbona. Foto: Inés Urdaci.
A punto de que llegue a las librerías su nuevo libro, ‘Elogio del amor’ (Roca Editorial), converso en el centro de Madrid con el filósofo, profesor y ensayista Rafael Narbona sobre el anterior, ‘Maestros de la felicidad’, publicado el año pasado en la misma editorial y que ha tenido una gran acogida por parte de los lectores y la crítica. Sin que sea una historia de la filosofía al uso, ceñida a Occidente y muy en la estela de Bertrand Russell, el escritor madrileño rescata en ‘Maestros de la felicidad’ la enseñanza que nos han dado los grandes pensadores de la historia para tratar de ser más felices y llevar una vida más plena. En tiempos oscuros, Narbona, columnista en varios medios y con una obra ensayística dilatada, reivindica el valor de pensar, y de amar, como luces que iluminen nuestras vidas.
No es un libro sobre la filosofía, sino sobre la esperanza, escribes en el prólogo.
Digamos que es un libro sobre la esperanza, pero desde la filosofía. Yo he sido profesor de instituto durante mucho tiempo y, como cuento en el libro, pasé por una depresión a consecuencia de una serie de pérdidas. Mi experiencia con la psiquiatría fue nefasta, me sentaron fatal los fármacos, incluso me provocaron un cuadro de agitación que se confundió con bipolaridad y dije: bueno, por este camino no voy a ninguna parte. Me he pasado toda la vida dando clases de filosofía y la filosofía fundamentalmente es el arte de vivir bien.
Lo que pasa es que los filósofos pesimistas gozan de un prestigio que me parece a veces dañino, porque sobre todo son muy influyentes entre la gente joven; leen a Schopenhauer, leen a Nietzsche, que tiene un fatalismo trágico, o Cioran. Son autores con un enorme talento, Schopenhauer tenía un gran estilo, Nietzsche también, Cioran es uno de los mejores prosistas de lengua francesa, pero escribir como digo en el prólogo para transmitir la idea de que la vida es una porquería y el ser humano un error de la evolución me parece muy desalentador. Entre otras cosas, porque hay unos niveles altísimos de sufrimiento en nuestra sociedad, capitalista, donde el ser humano se ha convertido en una mercancía, se le explota, donde las relaciones afectivas son cada día más frágiles, donde los vínculos familiares también se están disolviendo, donde el sentido de comunidad también se ha perdido, pero al mismo tiempo está renaciendo el fascismo, el patriotismo, la intolerancia.
Yo creo que es muy necesario aportar esperanza y transmitir la idea de que vivir, aunque duela, merece la pena, de que la existencia es una magnífica oportunidad que hay que saber aprovechar y que tú puedes transformar en una experiencia fructífera, que la filosofía nos proporciona argumentos muy poderosos a favor de la vida ya desde el principio, con Sócrates, cuando nos incita a conocernos a nosotros mismos.
Esperanza sí, pero no optimismo tonto. Se puede ser pesimista y al mismo tiempo tener esperanza, ¿no?
Hay una industria de la felicidad que es muy dañina, que asocia la felicidad a la euforia, a llevar una vida sana, a estar siempre muy contento, muy alegre. Yo creo que al margen del componente de estupidez que tiene ese planteamiento, también tiene un sesgo muy dañino. Genera unas expectativas muy exigentes, una idea de plenitud absoluta y, como eso no sucede porque la vida está llena de accidentes, de reveses, acaba produciendo mucha frustración y mucha infelicidad. De ahí que este optimismo tonto que señalas es un camino hacia la insatisfacción, porque te habla de una felicidad entendida de una manera muy pueril.
Yo la felicidad la entiendo de otra manera. La esperanza no es solamente algo que está en el futuro, sino que también tenemos que aprovechar las lecciones de la historia que quedaron malogradas. Walter Benjamin citaba, por ejemplo, La Comuna de París. Fracasó; es más, desembocó en una matanza horrible, pero al mismo tiempo fue un acontecimiento esperanzador. Lo cierto es que para mí la felicidad es irse al significado latino original del término que es “felicitas”, que significa “fecundo”, “fructífero” o sea una vida feliz, una vida con ilusiones, con amor, con solidaridad. Es una vida en la que también cometes errores y donde tienes la oportunidad de repararlos y aprender de ellos.
Esa vida fecunda de la que hablo es la de Nelson Mandela. Se pasó 29 años en prisión, 18 en unas condiciones terribles. Podría haber sido un hombre muy infeliz y, sin embargo, conservó el ánimo. Tú lo ves en todas las fotografías sonriente, con sus camisas de flores, bailando. En cambio, Hitler siempre está con una cara sombría, no parecía precisamente un hombre feliz. Y al margen de esa dimensión de fecundidad, una vida verdaderamente feliz también tiene que tener un sentido ético o lo que llamaba Kant una conciencia satisfecha, pensar que has hecho lo que debías.
La felicidad, en contra de lo que sostienen los libros de autoayuda, también depende de las condiciones de vida, ¿no?
Los libros de autoayuda, en general, son nefastos. Creo en la libertad del ser humano, que frente a la adversidad hay que adoptar una actitud positiva. Por ejemplo, en los campos de exterminio a los que se desanimaban los llamaban musulmanes y era por la postura que adopta el musulmán cuando reza. Eran los primeros que se morían. Pero luego está lo que comentas, la idea extendida de que la depresión es culpa de quien la sufre. Es una idea neoliberal, profundamente repugnante, igual que la de quienes sostienen que está en nuestra biología. James Davies tiene un libro maravilloso, Sedados, publicado por Capitán Swing, en el que desarrolla cómo la industria de los antidepresivos y de las benzodiacepinas han creado una sociedad de adictos. España es uno de los países con un consumo más alto de estos medicamentos.
Valdría más pagar mejor a los trabajadores, tener mejores salarios, más tiempo libre, una vida buena.
James Davies hizo un estudio y asegura que, desde los años 80, se han incrementado los casos de depresión. Por qué, pues por los recortes de Margaret Thatcher, por los recortes de Ronald Reagan, porque vivimos en una sociedad más injusta, más desigual, con salarios más precarios, con un acceso a la vivienda cada vez más complicado, circunstancias que están detrás de muchas depresiones. Lo que hay son terribles injusticias, malestar social. Una madre soltera que no tiene ningún tipo de ayuda, que tiene un trabajo mal pagado o no tiene trabajo, ¿cómo no va a desembocar en una depresión? Lo mismo un anciano abandonado a su suerte con una pensión miserable.
Uno de los ejes que articulan el libro es tu experiencia como profesor de instituto durante muchos años. ¿Qué opinas de que la filosofía, como el resto de humanidades, estén cada vez más arrinconadas? Nuccio Ordine hablaba de “la utilidad de los inútil”…
Es un libro muy bonito. El problema del modelo educativo es que cada día está más controlado por el modelo social-económico que tenemos y, por otro lado, la escuela siempre ha dado preferencia al saber instrumental. Parece que ser inteligente consiste en que se te den bien las matemáticas y el inglés. Y las matemáticas y el inglés son saberes instrumentales, son instrumentos que sirven para algo, pero en sí mismos no son sabiduría, y la escuela debería buscar también la sabiduría existencial, la creatividad.
Yo creo que una escuela sin filosofía lo que hace es empobrecer a los alumnos, no hay que olvidar que la escuela es un centro de formación de ciudadanos; ahí no salen sólo profesionales cualificados sino que, sobre todo en la Secundaria, lo que debe salir es un ciudadano con valores democráticos, con valores éticos. Ahora está sucediendo algo terrible. Como la escuela no trabaja en esa dirección, se está poniendo de moda entre los jóvenes ser de extrema derecha. Cada vez hay más jóvenes machistas, racistas, xenófobos y en parte es porque la escuela ha abandonado su papel.
Un profesor también tiene que ser una referencia moral. No tiene que sermonear, no tiene que manipular, no tiene que adoctrinar, yo no le diría a un alumno a quién tiene que votar. Pero sí hay ciertos valores democráticos, como por ejemplo la igualdad entre hombres y mujeres, el rechazo del racismo, que deben formar parte de la ética elemental de la escuela.
Esa actitud no doctrinaria se nota cuando introducías en tus clases temas como el cristianismo, que en principio producían un rechazo inicial por parte de los alumnos. Eras capaz de darle la vuelta para que los estudiantes se implicaran y acabaran debatiendo.
Por culpa del pontificado de Juan Pablo II y Ratzinger se ha olvidado que dentro de la Iglesia católica han surgido grandes figuras como Ernesto Cardenal, Pere Casaldáliga, Ignacio Ellacuría o Leonardo Boff, perseguidos por el Santo Oficio, represaliados. Yo creo que la Teología de la Liberación fue una gran aportación del cristianismo.
Son figuras éticas fundamentales dentro del humanismo.
Claro, porque tú puedes estar de acuerdo o no con lo que dicen, pero tiene una trayectoria intachable. Luego yo, como profesor, he sido muy heterogéneo, nunca me ha gustado la clase magistral, he preferido que los alumnos participaran, estimular su creatividad, no abusar de la autoridad, aunque sí les he puesto límites en algunas ocasiones.
En tu nuevo libro, ‘Elogio del amor’, que sale a la venta a principios de abril, reivindicas el amor y la bondad como pilares de nuestra condición humana, de la sociedad. Sin embargo, lo que parece que está de moda es el “malismo”, ¿no?, con personajes como Elon Musk y Donal Trump.
El amor en el fondo siempre va a estar de moda por mucho que aparezcan figuras como Elon Musk o como Donald Trump, que son narcisistas malignos. A mí me irrita mucho cuando alguien utiliza la palabra “buenismo” con un tono despectivo. Es un neologismo muy feo, pero yo creo que no hay nada más esencial en esta vida que fijarse como meta ser una buena persona. Beethoven decía que la única diferencia que él reconocía entre los seres humanos era la bondad. La bondad es lo que marca la diferencia entre una persona y otra, no la inteligencia, no la creatividad, sino la bondad.
El ser humano está ahí para amar y, si nos privan de afecto, experimentamos un sufrimiento indescriptible, necesitamos el amor de nuestros padres para crecer y convertirnos en personas estables, el amor de nuestros hermanos, amigos, parejas. A mí cuidar de mi madre o mi hermana enfermas me ayudó a salvarme de la depresión, porque sales de tu narcisismo y recuperas la autoestima. Muchas veces nuestra autoestima depende de cosas banales como el éxito social, el reconocimiento institucional o el dinero que acumulamos. Pero la autoestima debe proceder del afecto que nos dan los demás. Una persona que ama nunca ha vivido en vano, una persona que es amada nunca puede decir que es pobre porque tiene el afecto de los demás.
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