Un recorrido por el festival FLORA: la fuerza sanadora de las flores
Hasta este jueves, día 21, se está celebrando en Córdoba la cuarta edición de FLORA, el Festival Internacional de las Flores. Bajo el tema de “la fuerza” –simbolizando el poder de la naturaleza para afrontar tras la pandemia un tiempo nuevo– han competido en el certamen cinco de los mejores artistas florales del mundo, que han creado grandes instalaciones vegetales en los patios más emblemáticos de la ciudad. ‘El Asombrario’ ha estado allí y os cuenta lo que ha visto.
El jurado, compuesto por la comisaria y crítica de arte Margarita de Aizpuru, el artista multidisciplinar Eugenio Ampudia y el colectivo de creadores Flor Motion, que ganó la tercera edición del festival, ha concedido el primer premio al diseñador danés Julius Vaernes Iversen y su equipo TABLEAU, por la vanguardista composición móvil que crearon para el patio barroco de la Diputación. El segundo premio fue para el artista belga Tom de Houwer, por su instalación de orquídeas en el Palacio de Viana.
Cuando cae la tarde en Córdoba todo el mundo se hace fotos apoyado en el pretil del puente romano, ante el antiguo panorama ocre de esta ciudad cuya arquitectura amalgama tantas culturas distintas: la mezquita, la muralla, el alcázar, las puertas y los arcos, los palacios, las torres, las iglesias. Como ocurre con las personas, las ciudades mestizas son siempre más hermosas. Bajo el puente, entre los juncos, el Guadalquivir se mueve despacio reflejando entre azul y verde la ciudad entera como si quisiera decirnos que hace ya siglos que toda Córdoba es suya, que es del agua que susurra encerrada en las fuentes y en los pozos de los patios llenándolo todo de flores.
Estos días, acompañando a la fiesta de los Patios de Otoño, se está celebrando en Córdoba la cuarta edición de FLORA , el certamen internacional en el que han competido algunos de los mejores artistas florales del mundo con sus instalaciones vegetales en cinco lugares monumentales: el Palacio de Viana, el Patio de los Naranjos, el Museo Arqueológico, el Palacio de la Merced y la Posada del Potro. Este año el tema del festival era “la fuerza”, y parece que todos anhelábamos el sol, los patios y las flores, porque la ciudad bulle de visitantes que hacen cola para ver las intervenciones de los floristas, y algunas actividades como talleres y conferencias agotaron sus entradas antes incluso de dar comienzo el festival.
En el patio del Palacio de la Merced, sede de la Diputación de Córdoba, arropada por el claustro de elegantes columnas barrocas y trampantojos, gira la impactante instalación móvil titulada Hora de avanzar, del florista y diseñador danés Julius Vaernes Iversen y su equipo TABLEAU, que ha obtenido el primer premio del certamen por su visión vanguardista del arte floral: un enorme armazón metálico que rodea la fuente del patio con su andamiaje, donde se enredan manojos de esparragueras empolvadas de gris y anturiums de un vivo color rojo. El artista dice que quería invitarnos a reflexionar y pasar la página de todo lo vivido en el último año y medio, “crear algo que pudiera ilustrar el peso, el movimiento, la fuerza y la felicidad”. Y el péndulo que cuelga de la estructura empuja las aspas, que pasan lentamente ante los visitantes y parecen susurrarles: vamos, vamos, vamos.
Creo que podría pasar todo el día perdiendo horas deliciosas entre jazmines, naranjos, buganvillas, geranios y fuentes con nenúfares en los doce patios que posee el Palacio de Viana, una casa señorial con puertas y ventanas azules que además tiene un hermoso jardín. En el Patio de las Columnas, el último que se construyó, el artista belga Tom de Houwer ha encerrado la fuente en un armazón cilíndrico rodeado de bambú, al que se asoman curiosos los visitantes para observar cómo tiemblan en su interior las largas hileras de orquídeas multicolores con la brisa suave de la mañana, salpicadas de diminutas gotas del agua que lanza el surtidor. Con esta instalación, que ha ganado el segundo premio del festival, el artista dice que quería representar la fuerza interior, y seguir la máxima con la que aborda sus trabajos: menos es más.
Hay cola ante la puerta de la Posada del Potro y la gente parece ansiosa por entrar porque desde fuera se ve la lluvia de crisantemos blancos suspendida en el cielo de este patio, que tiene corrala y macetas con geranios sobre el ladrillo encalado; esta es la otra Córdoba, cervantina y tabernaria. Aquí ha dejado su propuesta Terabitia, el proyecto profesional y vital de Carolina Estévez, ganadora del premio Patio Talento de este año con el que el certamen promociona a los nuevos creadores. Su poética instalación Desideratum representa un diente de león mediante una gran bola de crisantemos blancos desde la que fluyen, como si las arrastrara el aire, todas esas flores que prenden de una malla sobre nuestras cabezas. “Contamos historias en nuestras piezas de arte floral”, explica Carolina, que define Terabitia como una floristería editorial. Quizá por eso, en cuanto entré en este patio, la memoria empezó a contarme cosas, recordándome cómo buscaba de niña entre la hierba un diente de león intacto, y cómo lo arrancaba con cuidado para poder soplar de una sola vez su frágil cabellera blanca y pedirle mi deseo. “Soplemos y formemos una estela de esporas deseosas de salir a una realidad que nos haga mejores y más dichosos”, dice la artista.
El viento también ha inspirado la instalación Espejismo: reflejos del paraíso, del equipo formado por la creadora floral Inés Urquijo y la artista plástica Nuria Mora, que ocupa el patio del Museo Arqueológico: una grandiosa estructura arbórea que surge de los restos de podas y las ramas que arrancó a los jardines la tormenta Filomena durante el pasado mes de enero, y que parece florecer de nuevo vestida de dátiles, nardos, jazmines, damas de noche, culantrillos, amarantos, begonias y otras plantas engarzadas en musgo con la técnica japonesa del kokedama. A sus pies, varias planchas plateadas se retuercen y ondulan como la superficie de los estanques árabes y lo reflejan todo: el árbol de la vida y sus colores, el suelo alfombrado de naranjas y buganvillas, las personas que circulan fascinadas en torno al tótem vegetal y hacen fotos a las formas irreales y móviles que multiplican las planchas.
Parece que en esta edición de FLORA había suscitado mucha expectación la presencia del irlandés Shane Connolly, el florista de la casa real inglesa, cuyo elegante estilo ha sido definido a la vez de extravagante y sin pretensiones. Para Connolly no tiene sentido tratar de embellecer lo que ya es hermoso: “Que te inviten a añadir algo a lo que ya es perfecto es tanto un honor como algo abrumador”. Así que su instalación floral en el Patio de los Naranjos es minimalista y emotiva: una larga pila de agua cuya silueta reproduce el orden de las acequias y alcorques del patio, donde flotan cientos de claveles encarnados en recuerdo de las almas que se llevó consigo la epidemia de Covid. Aquí los visitantes, que pueden hacer su particular homenaje a algún ser querido depositando un clavel en el agua, se demoran recorriendo las piscinas envueltos en el aire quieto de los naranjos, donde vibran las notas de la antífona oriental Vidi Aquam de Tomás Luis de Victoria que da título a la instalación, y que el florista escogió para recordar “los siglos de fe y devoción necesarios para construir este lugar de culto de extraordinaria belleza; nuestra visita es como un parpadeo en su línea temporal infinita”.
Antes de que FLORA termine, el público también votará y premiará su instalación favorita. Es difícil predecir el resultado, porque yo lo he visto igual de entusiasmado en cada una de ellas. Y en la clausura del día 21, el colectivo Flor Motion –integrado de incógnito por algunos de los mejores floristas de España, y que está impartiendo aquí el Taller de Instalaciones Florales Callejeras– llevará a cabo su tradicional guerrilla floral para repartir libremente por la ciudad las plantas y flores utilizadas en el evento. Acaba el festival, pero aún se quedarán los Patios de otoño. Ahora cae la tarde y en el puente ya se refleja Córdoba en el agua, mirándose a sí misma. “Córdoba quebrada en chorros”, decía Lorca. Una bandada de garzas cruza el Guadalquivir y se pierde en la espesura de la pequeña reserva natural de los Sotos de la Albolafia, esa franja de ribera en cuyos arenales han dejado sublevarse a la vegetación y anidan tantas aves. Córdoba, la ciudad de las flores, le ha hecho su patio al río, pienso. Y entonces, la pareja que se hacía un selfi un poco más allá, rompe a reír.
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