Un recorrido por la Historia desde la historia de una mujer, Annie Ernaux
Una de las escritoras francesas imprescindibles, Annie Ernaux (Lillebonne, 1940), nos trae con ‘Los años’ una suerte de autobiografía personal y colectiva. Un recorrido por la Historia desde la historia de una mujer. Sus páginas son testamentos que zarandean nuestro nombre y el de todas las mujeres del mundo. ‘Los años’ te hiela la sangre, pero también te calienta la memoria. Su precisión emocional no tiene límites. Hay pocas autoras a la altura de Ernaux, a la altura de su crudeza y sus autopsias emocionales.
Recordar sin que la genealogía emocional infecte la memoria es sin duda la columna vertebral de Los años, el nuevo libro de Annie Ernaux. Nadie conoce como ella los vicios y virtudes de la inercia. Ella es la dueña absoluta de la brutalidad emocional y social que golpeó contra todas y cada una de las generaciones del siglo XX incluida la suya.
Hay tanta verdad, tanto desencanto y a la vez tanto futuro entre las hermosas y combativas páginas de este libro que parece imposible que el mundo sea en realidad una fosa común en la que todos continuamos respirando. La lectura de Los años les conmocionará porque es una timba de cadáveres útiles. Un recorrido por la Historia desde la historia de una mujer. Sus párrafos son testamentos que zarandean nuestro nombre y el de todas las mujeres del mundo. La brutalidad que esparce sobre sus palabras es como una tormenta de arena, un manto que cubre lo que nos hace débiles mientras lo aprendemos y que más tarde nos dejará a la intemperie para seguir construyendo la igualdad y la libertad que nunca llegan o que llegan modificadas como si fuesen dos bromas macabras. No hay página que no impresione. No hay frase que no se instale en la memoria. Cada imagen presiona contra el alma.
Los años es un diario que renegará de ese nombre y que envolverá su vida bajo un jadeo tan descarnado y tan cínico como resulta ser una corriente de aire en la boca de un incendio que ha venido a devorarlo todo.
Los años te hiela la sangre, pero también te calienta la memoria con sus manos hábiles e inacabables. Su precisión emocional no tiene límites. Hay pocas autoras a la altura de Ernaux, a la altura de su crudeza, a la altura de sus autopsias emocionales:
“Ir a la ciudad, masturbarse, y esperar, resumen de una adolescencia de provincias”.
“Esperábamos con impaciencia la primera comunión, glorioso prerrequisito para todo lo importante que estaba por llegar, la menstruación, los diplomas, las reválidas».
Ernaux bucea en las entrañas de todas las clases sociales, mantiene la respiración mientras hunde la carne en sus cloacas o en sus paraísos artificiales, y cuando recupera el oxígeno abre la boca para lanzar los discursos más implacables que saldrán de la boca de una mujer. Ernaux nunca pierde la calma, es la observadora que sería capaz de hacer cambiar de opinión al invierno acerca de su naturaleza:
“En aquellas condiciones se hacían interminables los años de la masturbación antes del permiso de hacer el amor en el seno del matrimonio. Había que vivir con aquel goce que creíamos reservado a los adultos, que reclamaba satisfacción a toda costa… Y se nos hacía soportar un gran secreto que nos colocaba entre las perversas, las histéricas y las putas”.
Ernaux no agrede nunca con su política emocional, su reeducación nace del equilibrio, del conocimiento y de la lucha interna; esa mujer silente que disfruta tanto de arruinar todos aquellos porvenires que se cruzan en su camino.
Como decía al principio, Ernaux combate en cada línea contra ese afán familiar de meternos en la memoria historias que no nos pertenecen hasta formar un tapón insalvable que pretende transformarnos en otros:
“Como el deseo sexual la memoria no se detiene nunca. Empareja muertos y vivos, a seres reales e imaginarios, el sueño y la Historia”.
“Todo se borrará en un segundo. El diccionario acumulado de la cuna hasta el lecho de muerte se eliminará”.
Se rebela contra las historias que no alimentan sino que degradan el futuro, la alegría, la custodia de la emociones que debe salvaguardar en su corazón cada niño o cada niña. Sabe, y así lo cuenta, que la infancia es la única certeza que hace sobrevivir a un ser humano. Y se rebela contra esa falsa libertad que el cielo sin aviones proyecta sobre los escombros cuando la guerra ha metido la mano entre las vísceras de un país, de un pueblo o ciudad. Y reivindica el aliento de las epopeyas no vividas calentando los músculos de los soñadores. Sabe también que sin la idealización de las primeras horas la guerra escupe verdades que siempre desconocerá la paz:
“Los discursos decían que representábamos el porvenir”.
“Nada más acabar la guerra, en la mesa sin fin de los días de fiesta, en medio de las risas y las exclamaciones ¡Ya habrá tiempo de morirse! la memoria de los otros nos ubicaba en el mundo”.
Los años está cuajada de imágenes férreas y grandiosas en las que la autora corporeiza los espacios y los ofrece después como besos inesperados sobre la piel en carne viva que envuelve al lector mientras avanza en la lectura:
“Los retrasados mentales de nacimiento no daban miedo. Se temía la locura, porque llegaba de repente, misteriosamente, a las personas normales”.
“El agua de los charcos y la mugre nos olía a lujuria”.
Y hace un relato asombroso y pormenorizado de las prisiones sociales en las que el siglo pasado encerró a las mujeres, pero no permite que aparezcan hostilidades no fragmentarias subrayando que los miedos de las mujeres del siglo XX se han convertido en los logros de las mujeres del siglo XXI. Hace una comparativa vital y vitalicia:
“Salvar algo del tiempo en el que ya no estaremos más».
No deja tampoco que ese espejo que forma el paso del tiempo guarde silencio ni una vez y usa la añoranza como jaculatoria, como el único modo de asumir la derrota. Es impecable e implacable con la Historia. Su mirada es agua hirviendo sobre la espalda de lo políticamente correcto:
“Los ideales de mayo se convertían en objetos y diversión”.
Hay que prestar especial atención a las páginas 172 y 173 de este libro porque en ellas está contenido el resumen capaz de sostener el mundo o de alejarlo todo lo posible del abismo hacia el que camina.
Los años es un acto de poesía irrefrenable; es, como diría la gran Anne Carson: “Cicatriz tras cicatriz / los eslabones / cascabelean una vez”. Pero en esta ocasión los cascabeles se desgañitan en un acto de piedad que busca la redención de todos los hombres y mujeres del mundo.
No dejen de leer a Annie Ernaux porque sus respuestas nos permiten resurrecciones que por ventura escapan al control de Dios.
‘Los años’. Annie Ernaux. Cabaret Voltaire. 322 páginas. Traducción de Lydia Vázquez Jiménez.
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