Recuperar a Ibarrola: un acto de justicia artística y social

Una de las obras de Ibarrola en la galería José de la Mano, Madrid.

Dos galerías de Madrid de larga y prestigiosa trayectoria, José de la Mano y Lucía Mendoza, se han unido esta primavera/verano para recuperar la obra del artista vasco Agustín Ibarrola (nació en Bilbao en 1930; falleció el pasado noviembre, tras varios años con la memoria perdida). Tan vapuleado fue –primero por el régimen franquista; después por el nacionalismo vasco más radical– que, como él, buena parte de su obra acabó aislada y recluida en su caserío. Damos pasos en su recuperación.

Precisamente hasta allí, hasta ese caserío, se trasladaron los responsables de ambas galerías para tratar con la familia y recuperar y mostrar parte de la ingente obra del artista, que pintaba e intervenía sin descanso papeles, telas, piedras, troncos, palos, traviesas; una manera compulsiva de trabajar que seguramente se le quedó fijada desde sus tiempos en la cárcel, donde encontraba refugio en la pintura (estuvo preso por comunista entre 1962 y 1965 y entre 1967 y 1969). En democracia, en los años 80 y 90 trató de dar continuidad y coherencia a su compromiso con la paz y los derechos humanos que tan caro le costó con Franco; eso le llevó a participar con toda su buena intención en la fundación de los movimientos contra el terrorismo ¡Basta Ya! y Foro de Ermua, pero con compañeros de viaje que posteriormente han ido demostrando muy poca tolerancia (por decirlo de una manera suave), como Fernando Savater, Rosa Díez, Jon Juaristi y Hermann Terstch. Y eso le supuso verse apartado del reconocimiento de su entorno; incluso agredido.

Ahora, estas dos galerías madrileñas han decidido traer al Ibarrola más valioso, el de sus pinturas de compromiso social con la libertad y la identidad de Euskadi (obras en José de la Mano) y su diálogo con la naturaleza (los trabajos en Lucía Mendoza); prácticamente todas ellas no han sido expuestas antes y han sido rescatadas directamente del caserío familiar en un valle de Bizkaia.

El grito de Ibarrola. Compromiso, lucha y libertad está abierta en la galería José de la Mano, justo tras el Congreso de Diputados, hasta el 27 de julio; recoge casi una veintena de pinturas y dibujos de los años 60 y sobre todo de los 70 (es conocida la afición de Ibarrola a no datar sus trabajos). Esta galería ya se apuntó un tanto en la edición 2021 de ARCO rescatando la desconocida versión que había realizado Ibarrola del Guernica de Picasso, un mural de 10 metros de largo por 2 de alto, pintado en 1977, adquirido por el Museo de Bellas Artes de Bilbao. Significaba un paso importante en la rehabilitación del artista vasco y el galerista madrileño decidió seguir apostando por él.

Alberto Manrique, coordinador de la galería, nos hace el recorrido hasta llegar a la estrella de la exposición, el cartel que diseñó para la Feria del Toro de Pamplona, en 1974 –cuando España, con el dictador en las últimas, era un auténtico polvorín– y que fue censurado, no llegó a utilizarse. Así lo explica Jesús Alcaide, comisario de la exposición: “Ibarrola recibió el encargo del cartel avalado por la recomendación de Jorge Oteiza. En este encargo, Ibarrola vio una oportunidad única para que esas alianzas entre práctica artística y compromiso político llegasen a las calles. Amnistía, libertad, autonomía, ruptura, democracia. Palabras trasladadas al papel y al lienzo en un lenguaje directo, que buscaban la empatía con aquellos que aún miraban con desdén algunas de aquellas experimentaciones artísticas. La cabeza del toro de Guernica en la parte superior y en la parte inferior una masa humana que avanza unida, puños en alto y sin ningún rasgo identificativo. Esos son los elementos que Ibarrola utilizaba sobre un fondo abstracto, llegando a una extrema síntesis formal de aquello que Valeriano Bozal describió como “expresionismo épico social”. Sin olvidar esa franja de color rojo que divide ambos espacios, el color de la sangre derramada y el compromiso con una lucha, la obrera, a la que Ibarrola se entrega en todos estos trabajos”.

Obra de Agustín Ibarrola en la galería José de la Mano de Madrid.

Obra de Agustín Ibarrola en la galería José de la Mano.

Y así resume el resto de esta muestra que es un grito de reivindicación de muchas caras, empezando por el propio artista: “De la imagen del toro de Guernica y la masa humana pasamos al puño en alto y los manifestantes, imágenes que van apareciendo en muchos de los dibujos y lienzos de estos años, y que, tras la muerte del dictador, nos invitan a pensar que la lucha continúa, y la vigilancia permanece. Los fondos abstractos del cartel dan paso a una serie de tramas geométricas opresivas, líneas paralelas que se introducen entre las manifestaciones y las Ikurriñas, los puños alzados y las pancartas. El dictador ha muerto, pero las estructuras de poder del antiguo régimen continúan y la pintura de Ibarrola nos recuerda que la libertad aún no se ha conseguido. Manifestaciones obreras, huelgas y asambleas acompañan en esta exposición a los trabajadores crucificados, aquellos obreros y luchadores por la libertad que, puños en alto, blanden llaves y herramientas de trabajo, frente a las armas y la violencia. Un cartel que no fue, una lucha que aún persiste”.

La geometría que desde siempre le obsesionó –con esa maestría de cartelista para crear figuras esquemáticas, que, al estilo de Keith Haring, podían convertirse en iconos atemporales con un mensaje en el corazón– al servicio de los mensajes sociales, revolucionarios en su tiempo: el grito con forma de llave inglesa del obrero crucificado, la ikurriña, la pancarta, la masa de trabajadores solidarios en manifestación–. Incomprendido, malinterpretado, en su tiempo.

El Ibarrola que dialoga con la naturaleza, El pintor en el bosque, ha encontrado su espacio en la galería Lucía Mendoza, en pleno barrio de Las Salesas. En esta exposición (también hasta finales de julio; ya se sabe cómo es el agosto en Madrid) encontramos al Ibarrola que traslada a lienzos, palos, varas de avellano, impresionantes traviesas y piedras que son tótem, que tienen mucho de arte tribal, de arte africano o maorí, todos sus conceptos sobre la geometría, el espacio y las relaciones positivo-negativo, masa-vacío, que eran las columnas vertebrales del Equipo 57 del que fue miembro fundador. Diálogo que fue el que le dio más fama a través de trabajos en la naturaleza –también criticados– como el Bosque de Oma, los Cubos de la Memoria, en Llanes, y Garoza, en una dehesa abulense.

Óleos y piedra intervenida de Agustín Ibarrola en la galería Lucía Mendoza.

Ibarrola aprendió pronto a ver en la naturaleza todo lo que había estudiado y conceptualizado sobre el espacio. “Todo eso está aquí, todos sus conceptos artísticos desde el Equipo 57”, nos dice la galerista. “Obras desde finales de los 70 hasta entrados en los 2000 que continuamente nos hablan del compromiso estético del artista, del hueco, el vacío, la línea. Sus hijos suelen decir que el Ibarrola más auténtico y profundo es el que se entiende con la naturaleza”. Como si hubiera una conexión, que también se ha tardado en comprender, que también se ha malinterpretado, entre las líneas de ese artista incansable y las líneas de los horizontes.

Cartel de Agustín Ibarrola para la Feria del Toro de Pamplona, en 1974

El cartel censurado de Agustín Ibarrola para la Feria del Toro de Pamplona, en 1974.

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