Entramos en los refugios de la Barcelona bombardeada en la Guerra Civil
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En algunos de ellos tan solo ha podido estar diez minutos del poco oxígeno que quedaba. En otros ha encontrado fichas de dominó y dibujos infantiles en sus paredes. El acceso tampoco ha sido fácil: ya fuera mediante el alcantarillado o viviendas particulares, la cámara de Ana Sánchez se ha colado en 40 de los 1.322 refugios que había censados en Barcelona en 1938. Ahora, una muestra que se exhibe en la prisión de La Modelo insufla algo de oxígeno a esta memoria que durante tantas décadas intentaron que languideciera. Año y medio de fotografía en el subsuelo, allí donde crecen las raíces, han dejado un trabajo profundo, honesto, nuestro, del que poder disfrutar recordando cómo era la vida bajo las bombas fascistas.
Barcelona, la ciudad agujereada. Ese podría ser el titular de la exposición fotográfica. “Quería trasladar la imagen a esta memoria de la resistencia, lugares únicos y preciosos. La ciudad subterránea es una especie de Barcelona parada en 1937 que te habla del asociacionismo de la época, la efervescencia civil que se vivía y un fenómeno único al construir más de un millar de refugios en tan poco tiempo”, dice la autora de las fotografías.
La historia se cuenta bajo tierra. Bajo las plazas, las iglesias, las calles, fábricas y espacios colectivizados de aquella Barcelona que vivió la revolución social, pero también el asedio de las fuerzas sublevadas con el apoyo del fascismo italiano y el nazismo alemán. “Hemos podido entrar en refugios que durante ocho décadas nadie había visitado, sellados por el franquismo en 1939, gracias a la historia oral que todavía conservamos, intentando romper ese manto de silencio que todavía pervive en tantos ángulos muertos de la memoria de este país”, añade Sánchez.
A través del alcantarillado o de la despensa de la cocina de una vivienda particular, el ojo y objetivo de Sánchez ha inmortalizado un espacio en el que cientos de personas pasaron horas y horas guarneciéndose del asedio de los bombardeos en Barcelona. Según su perspectiva, profesional a la par que histórica, la fotógrafa ha conseguido marcar la cruz perfecta en cada uno de estos refugios. Así lo explica ella misma: “El suelo está conectado con el subsuelo y las fotos siempre tienen esa mirada vertical, pero también horizontal al unir el pasado con el presente”.
Encontrar la forma de retratar estos refugios, unas construcciones muy novedosas de protección civil en un conflicto bélico que luego se expandirían durante la Segunda Guerra Mundial, tampoco ha sido baladí. “Buscando la manera de hacerlo he sido consciente de nuestra vulnerabilidad, de la delgada línea que separa la normalidad de la superficie con la amenaza y lucha antifascista que se conserva en lo subterráneo”, describe la autora.
“También en estos espacios se ha ido acabando el oxígeno, otra metáfora del proceso de la memoria. Durante décadas han intentado sellarla y la memoria se muere, como ocurre con las personas que la recuerdan en primera persona”, relata Sánchez. Hay de todo tipo. Por ejemplo, refugios en casas particulares que crean un relato de mezcolanza entre la memoria de un espacio público como el refugio con la memoria familiar. “Una vecina de Sarrià que nos enseñó un refugio nos dijo que lo encontró porque un día de Navidad, pensando que estaba hueca la pared, su hermano la tiró abajo. Así encontraron la puerta al refugio del que siempre habían oído hablar, pero no sabían ubicar”, describe la fotógrafa. Tirar paredes para encontrar nuestra memoria.
De los refugios no se hablaba. Era peligroso, como todo en aquella época que recordara la resistencia civil barcelonesa y la vileza con la que el bando sublevado la asediaba. “No solo se sellaron con hormigón, sino también con silencio”, dice. Y mientras la superficie se transformaba, lo oculto, lo que se mueve entre las raíces, permanecía. Eso es lo que ocurrió con un refugio en Sant Andreu, un barrio muy atacado al ser zona industrial, donde, tras la transformación urbanística del lugar, un vecino conserva una entrada al refugio desde su patio particular.
De todas formas, el de la plaza Tetuán de Barcelona ha sido el refugio más grande en el que ha podido estar Sánchez. Subvencionado por la Administración republicana, ocho más como él se planificaron por la ciudad. Podía acoger hasta 2.500 personas y se configuraron de tal forma que después, una vez superada la guerra, tuvieran vida mediante usos culturales, escuelas y bibliotecas. Pero, al final, la guerra les superó a ellos. Así, desde 1939 hasta este 2023 que los visitantes de La Modelo pueden apreciar lo que tienen entre sus pies. Una vez más, lo esencial es invisible a los ojos.
Miles de horas se sucedían en estos refugios para las gentes humildes de una Barcelona atacada. El día a día, como en cualquier momento, también deja sus rastros. “Nos hemos encontrado utensilios para cocinar y alimentar a niños, fichas de dominó, dibujos infantiles en las paredes…”, ejemplifica Sánchez.
Además, la propuesta expositiva que se puede apreciar en La Modelo, epicentro de la represión franquista en la capital catalana, es tan acertada como evocadora. “Era un reto integrar esa memoria de la resistencia en un lugar por el que pasaron miles de disidentes, homosexuales o dirigentes políticos, todas aquellas personas a las que el régimen consideraba peligrosas”, agrega la fotógrafa.
Un par de galerías de la prisión se han convertido en una suerte de refugio por las que, en el primer mes, ya han pasado 15.000 personas. La muestra, financiada por el Ayuntamiento de Barcelona y que se podrá disfrutar hasta finales de julio, todavía no tiene un nuevo destino. “A mí me haría ilusión que llegara a Roma, porque Barcelona fue bombardeada por la aviación italiana, aunque es un sueño difícil de cumplir”, finaliza la fotógrafa.
“Ya no hay bocas de refugios vomitando a la noche aullidos de madre, ya no volverán por el cielo a matar niños: a partir de ahora, chavales, el peligro acechará en todas partes y en ninguna, la amenaza será invisible y constante…”, cierra un Juan Marsé certero en su obra cumbre, Si te dicen que caí.
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