La ‘resurrección’ de los árboles caídos en Madrid por Filomena
La imagen de la catástrofe de Filomena de hace poco más de un año tiene mucho que ver con los árboles. Mutilados, ‘descabezados’, arrancados, muertos… En Madrid, durante semanas y semanas, sus restos nos acompañaron en las calles, en los parques, las plazas… Despojos sobre las aceras. Se calcula que nada menos que 94.000 ejemplares cayeron finiquitados en la ciudad y que cerca de medio millón resultaron ‘heridos de diversa consideración’. Ahora, el fotógrafo vasco Asier Rua, que no se quedó quieto ante tamaño desastre, ha decidido devolverlos a su ‘Estado Natural’.
El resultado de su empeño puede verse estos días (hasta el 10 de febrero) en el Invernadero de los Bonsáis del Real Jardín Botánico, en Madrid, en una exposición de 32 de sus obras donde aquellos pinos caídos “en las trincheras” de la Casa de Campo durante la batalla contra la nieve y el hielo, vuelven a estar de pie por el arte de magia de su objetivo y su personal visión artística. Sólo en ese espacio natural de la gran urbe, que se creó allá por 1519, se perdieron unos 60.000 ejemplares, según datos municipales. “Estuve un mes haciendo fotos de los árboles dañados, pero no quería sólo retratarlos así, tirados, y se me ocurrió darles la vuelta, girarles para que estuvieran en su lugar. Fue una idea que surgió mientras hacía las fotos, una forma de expresar lo que podrían ser, cayéndose hacia arriba, desde su realidad”, explica.
La elección del espacio tiene mucho que ver con aquel evento climático extremo que nos tenía anonadados hace 12 meses. Esteban Manrique, director del Real Jardín Botánico, al que Asier Rua contactó a través de las redes sociales, recuerda cómo Filomena también impactó en sus instalaciones, si bien menos que en el resto de los parques, porque allí hay un cuidado más esmerado. “No basta con tener muchos árboles, tienen que estar en su sitio, bien atendidos, y en Madrid muchos son introducidos y no soportaron la tormenta”, señalaba Manrique durante la presentación de la muestra Estado Natural, el pasado sábado.
Hoy muchos ciudadanos se preguntan qué fue de aquellas decenas de miles de árboles caídos que nos daban sombra, acogían nidos y absorbían el CO2 de los tubos de escape; la respuesta es variopinta: una parte, la que cayó en los parques, fue a una trituradora llamada Migas Calientes para convertirse en compost como el que hoy recubre el suelo del Botánico, pero otra mucha madera acabó en el vertedero de Valdemingómez, en cuyas instalaciones se convierte en parte en gas metano.
Desde el colectivo de arte y educación ambiental Basurama lograron rescatar algunos troncos y ramas para resucitarlos a su modo. Con una nueva función. Propusieron al Ayuntamiento de Madrid que les cedieran material y así renaturalizar patios de colegios que hoy lucen hormigonados. “Había demanda de los centros y, a fin de cuentas, esos árboles eran patrimonio de los ciudadanos de Madrid. Algunos sí conseguimos gracias al Programa Educar por un Madrid más Sostenible. Así, se han convertido en piezas para el juego, pero también en elementos educativos”, comenta Mónica Gutiérrez, del colectivo.
Lo que parece menos claro es lo que pasó con lo que no provenía de los parques y no fue ni usado como compost ni como metano. “En Basurama no hemos logrado identificar dónde van esos restos forestales, que son un bien público y podría reutilizarse”, argumenta.
El interés de Basurama con la naturaleza y cómo fusionar lo ambiental y lo artificial compagina a la perfección con lo que se trasluce de la trayectoria de Asier, especializado en arquitectura urbana e interiorismo. Por ello les invitó a su presentación. “Hago retratos de la ciudad y siempre he pensado que debemos incorporar a la naturaleza en esos espacios. Ya en 2010 hice una serie sobre las sombras de los árboles en un entorno que compartían con terrazas de bares, farolas, alcantarillas… A menudo, ni les vemos entre tanto mobiliario. Por ello, para esta exposición sobre Filomena me fui a la Casa de Campo, donde su presencia era abrumadora”, explica el autor del fotolibro Madrid interior, premiado por el diario El País como uno de los 10 mejores libros de fotografía. “Tenemos que recuperar la naturaleza en las ciudades. Paseo por parques de Madrid donde no hay árboles y es una sensación desoladora”, reconoce.
En realidad, es la misma sensación que muchos madrileños sienten ahora al ver, un año después, unos 20.000 alcorques vacíos donde se erguían hermosos ejemplares. El pasado verano, el Ayuntamiento de Madrid se comprometió a plantar 100.000 árboles en calles y parques, pero ahora se sabe que unos 60.000 de ellos se van a plantar, a lo largo de este nuevo año, no donde cayeron, sino en descampados (en la M-30, M-40 y M-50) y apenas unos 5.000 en las calles y plazas como plantación ordinaria (es decir, menos que en 2018 y 2019). Otros 5.000 irán a la Casa de Campo, que decíamos que perdió 60.000, y el resto serán distribuidos entre unos cuantos parques grandes (El Retiro, Dehesa de la Villa, Juan Carlos I, Parque Lineal del Manzanares, Valdebebas y Madrid Río).
Las fotografías de Rua nos traen a la memoria lo ocurrido por un evento que podría repetirse, porque no dejó de ser un fenómeno climático extremo relacionado con el cambio climático generado por el ser humano, como el mismo Asier recuerda. Pero va más allá: también nos hace visible la pérdida de esos gigantes que ocuparon durante muchos decenios espacio en nuestro paisaje ciudadano y que, por lo que parece, no volverá a ser lo que era en mucho tiempo.
Cada alcorque vacío en una calle, cada tocón en ese gran parque de la capital que es su gran pulmón son las tumbas de lo que hubo. Dar la vuelta a la realidad es un sabio consuelo artístico. Aunque no basta.
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