Retrato de Madrid a través del maltrato a tres mujeres
Madrid es en ocasiones la trampa más hermosa del mundo, si es Lara Moreno (Sevilla, 1978) quien la construye. Quien muestra sus infiernos. Quien hace recuento de lo que contienen sus entrañas. Quien las muestra. Quien enumera las simbologías de la precariedad, económica y emocional, a veces tan ligadas y a veces tan independientes entre sí, los microexilios que nadie sabe nombrar hasta que ella llega. ‘La ciudad’, la nueva y esperada novela de Lara Moreno, es el retrato de Madrid a través del maltrato a tres mujeres. Oliva, Damaris y Horia son tres mujeres hechas de sombras, pero no por voluntad propia. Lara Moreno ha logrado un raro y valiosísimo ejercicio de lacerante empatía.
A través de estas tres mujeres, Moreno va trazando un valiente organigrama de la violencia en el que no hay lugar ni para el aire ni para la misericordia. Olivia vive presa entre el arrepentimiento de su maltratador y su propia culpa. Damaris, habitante de un limbo en el que es una paria acomodada a la que parece no rozar ni el aire y cuya cotidianidad y salud son golpeadas por el duro viento del exilio, por una maternidad ficticia que le hace la boca agua y el corazón añicos:
“Debe ser su cuidadora. No es española, es mayor, los niños son ángeles caídos de otra mujer”.
Y después está Horia, la explotada jornalera, la invisible naufraga de ese océano engañoso de duras olas que es el neoliberalismo. La madre que hará y permitirá todo por su hijo. Tres mujeres que son espectros y tres espectros que son mujeres, mujeres que no asustan, mujeres que entran en la piel de quien lee con esa fortaleza con que entra la primera bocanada de leche en la boca del bebé que acaba de salir al mundo.
Moreno nos lanza a través de sus páginas, con una enjundiosa precisión, la nociva retórica de los maltratadores, tan infantil cuando los testigos que la presencian no son inofensivos. Nos llena la mirada de esa verosimilitud que hiere, pero que al mismo tiempo centrifuga con ahínco, pero sin la sofisticación que a veces se le exige de manera errónea a la literatura, nuestra propia memoria y el hermanamiento inmediato de otras memorias.
En esta novela la pluralidad tiene la llave de todo. Es una huida del yo extraordinaria. Su coralidad es una llaga cuya sangre baña a todas las mujeres del mundo, sea cual sea el lugar que ocupan en él. Moreno maneja con destreza las dos velocidades que siempre tienen la violencia y los violentos. Max, compañero de Oliva, es ese monstruo que los desconocidos y los propios amigos veneran. El narcisista capaz de vendarle los ojos al más reconocido de los hechiceros y hacerle caer en demasiadas ocasiones en su manoseado juego:
“En sociedad, Max y Oliva son las dos caras de una misma moneda. Ella es sociable, sencillamente confiada. Él tiene un magnetismo arrollador con demasiadas aristas: depende de cómo le dé la luz, es un líder o un excluido”.
Los párrafos de La ciudad son tormentas en las que el agua no encuentra escondites. Tormentas que lavan las huellas que deja el abuso hasta hacer de él un animal transparente que se queda sin cómplices que quieran seguir acariciándolo. Moreno grita las miserias del mundo y nombra cada uno de los venenos que a diario han de inhalar las mujeres. Narra con una precisión deslumbrante esas costosas resurrecciones a las que se ven abocadas y que jamás tendrán el beneplácito de Dios.
Pese al dolor que sus protagonistas sienten, no hay en esta extraordinaria novela vías de escape, tampoco senderos superficiales. Todo es profundidad y peso emocional en este tríptico de terror silencioso, en este tríptico en que los susurros forman una amplia diversidad de ecos.
Lara Moreno ha construido en su nueva novela un mapa en el que lo invisible aplasta cualquier orografía maniquea respecto de la violencia. Una novela imprescindible, una baliza hecha de honestidad. Un triángulo confeccionado con ángulos aún no hollados por ningún escritor o escritora. Ha mezclado las sombras de sus tres protagonistas sin dejarlas interaccionar en un ejercicio de virtuosa credibilidad. Las tres son apátridas, pero sin posibilidad de retorno a sus orígenes. El destino las ha ensartado dentro de la boca de una verdad cuya densa saliva las paraliza. Y, aun así, todas esperan el beso lento de un milagro.
Para ello Moreno disecciona Madrid, al que ya roza el aliento helado de la pandemia, y renombra su idiosincrasia. Lo hace de manera magistral (pongan especial atención a la página 45) y nos enseña cuánto pesa un espejismo, las heridas que deja. Qué importante es para ello la brevedad de las imágenes que utiliza. Cómo impacta su medida existencia en la memoria del lector:
“La paz se instala entre los huesos de Olivia”.
“Ella se levanta del sofá y se estira, hoy es una gacela, pero no una presa”.
La ciudad es un largo proceso de aritmética emocional. Las reflexiones de Horia son tumultos que necrosan la carne de quien lee. La calma y el pragmatismo de su exilio son dos heridas que caen sobre la biografía del lector con la desolación con que cae una estrella fugaz a la que nadie ha escogido para pedir un deseo. Ella encaja la brutalidad como si fuese el único alimento al que tiene acceso:
“La niña nunca está sola. Aquí los niños no van solos a ninguna parte, aunque esta ya tendría edad de ir a hacer la compra, de limpiar y de tantas otras cosas”.
La ciudad es la huella de un escalofrío infinito, titánico. Apostar por la globalidad de cada personaje sin que esta frene el ascenso narrativo de lo individual. Es la desesperación alcanzando con una nitidez supersónica a los desheredados, a los frágiles, a las mujeres y en especial a las madres, cuyos hijos caen derribados por la fuerza de los antónimos.
La ciudad es un novela escrita con mimo y con dureza, con la briosa energía de quien aún cree en la denuncia con la pureza con que cree un niño en la mirada quieta de ese hombre crucificado que preside sus horas lectivas. Un ejercicio de lacerante empatía.
Lara Moreno ha logrado un raro y valiosísimo triunfo al escribir este libro. No les contaré cuál es. Tendrán que descubrirlo motu propio.
‘La ciudad’. Lara Moreno. Lumen. 319 páginas.
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