Retrato de un país tomado por la violencia sexual machista: Perú
Entrevistamos al escritor peruano Diego Trelles Paz (Lima, 1977), autor de ‘La lealtad de los caníbales’ (Anagrama), una tremenda novela que mezcla precariedad, prostitución, homofobia, pederastia, locura, voyerismo sentimental, corrupción, narcotráfico, abuso de poder, drogadicción, mucho machismo, mujeres valientes y una enorme, enorme violencia sexual. Aborda todo lo que representa lo bueno y lo malo de cada individuo con preferencia por lo abyecto. Una novela peligrosa y extraordinaria que draga la historia de Perú.
He de confesarle que a medida que avanzaba en la lectura no dejaba de preguntarme: ¿Por qué tanto sexo en una novela que no lo necesita? ¿Por qué tanto sexo en una novela en la que la política y la naturaleza humana bastan? Pero enseguida me di cuenta de que está narrado e incluido con la intención de dar voz a la violencia que a veces cerca a un país. A veces el sexo es la única prerrogativa a la que tiene acceso el pueblo para no volverse loco. ¿Estoy en lo cierto?
No sé muy bien qué responder. Las escenas de sexo no fueron premeditadas en tanto número. La relación entre Carmen y Helmut, por ejemplo, esos amantes que más que amarse, se cuidan y no pueden abandonarse, probablemente no tengan otra cosa en común que su intensa y satisfactoria vida sexual. No hay nada premeditado. Lo que sí tengo claro es no se pueden abordar los años de la violencia política en el Perú sin hablar de la violencia sexual que persiste hasta hoy.
Mucho sexo y mucha política en las páginas de su novela, Diego. Algo que en la primera mitad del libro es sin duda lo que marca la potencia narrativa de ‘La lealtad de los caníbales’. Todas las páginas son un polvorín que va estallando hasta acabar convertido en un puñado de micro venganzas con éxito dispar. Le confesaré que a priori pensé que el exceso de sexo me haría abandonar la novela, pero en el ecuador del libro asumí que también era un animal político dentro de las comprometidas y comprometedoras páginas de su novela. ¿Tuvo conciencia de que en su novela el sexo es un brutal dictador?
Por lo menos al inicio no suelo tener plena conciencia de todos los actos y las acciones que llegan a la vida de los personajes de mis obras. Una de las ideas de la Lima ruidosa, salvaje y perturbadora que aparece en La lealtad de los caníbales estaba relacionada con esas formas de agresión cotidianas entre los habitantes que terminan siendo normalizadas bajo la excusa resignada de la convivencia. Acaso la agresión más extendida y preocupante sea la sexual, que puede reproducirse en espacios que deberían ser seguros como la casa, el transporte público, los taxis, la iglesia, las escuelas. Lo cierto es que en el Perú el sexo estalla en los quioscos de la vía pública con periódicos amarillos mostrando mujeres desnudas y usando jergas que aluden y exaltan tanto el acto sexual como el machismo, el racismo, la homofobia. La risa fácil que busca complicidad sirve para suavizar la realidad brutal de la violencia conyugal, la pederastia, la altísima tasa de feminicidios, las violaciones y las niñas abusadas que son obligadas por el Estado a concebir y que son el pan cotidiano que ningún gobierno ha sabido o intentado trabajar con seriedad.
En el espacio central de la novela, que es la Lima centralizada, hiper poblada, tugurizada, insegura, precaria, desigual, y poblada por millones de migrantes de otras ciudades y países, el sexo, como bien señalas, estalla en todas sus formas, que van de la amorosa a la criminal. No planeo las dosis de sexo en mis novelas, pero tampoco huyo de lo que los personajes sienten, buscan o encuentran.
Creo que ha construido una novela peligrosa y extraordinaria que draga la historia de Perú con un acierto muy alejado de los grandes nombres de la literatura de su país. Está venturosamente lejos de Jaime Bayly y perfectamente alineado con aquellas novelas de Llosa que le valieron el Nobel. En la contra de su novela se compara ‘La lealtad de los caníbales’ con ‘La colmena’ de Cela. Yo no estoy de acuerdo, hay similitudes porque en ambas la violencia es la madre de todos los personajes, y en su novela vive Fujimori y en la de Cela vive Franco, pero no creo que sean comparables. Yo lo veo más cerca de Valle-Inclán o, como también dice la contra, de Bolaño. En cualquier caso, es una novela impecablemente vinculada a la literatura española en el concepto (con la aparición estelar de Bernarda Alba, Lola Flores o Jannette) y en el fondo, y muy alejada de la novela contemporánea. Se ajusta mucho su arquitectura narrativa a las novelas del XVIII, pero atravesada por la dinámica contemporánea. Hay frases que delatan su denuncia contra un siglo impersonal, anárquico y nada inclusivo:
“La democracia no sirve. La gente vive con la cabeza enterrada en sus teléfonos”.
Y hay personajes que le dan la razón a esa denuncia. En su novela la empatía es una canción que hace bailar a todos los personajes y no sabe usted lo que se agradece. ¿Tuvo claro desde el principio quiénes serían sus referentes o la narración fue haciéndole improvisar e incluir coordenadas que en un principio no espera quien lee?
La colmena siempre estuvo presente como matriz estructural: la idea de una pluralidad de personas de distintas procedencias, credos, condición económica y social que confluyen en el mismo bar de Lima (como el enjambre de abejas al que alude el título), durante un momento político ominoso para la democracia española y peruana, y cuyas historias se entrecruzan en el clímax de la trama principal, que es la del escuadrón de policías delincuentes. Ese era el referente literario en tanto historia, pero no tanto en técnica.
La base cinematográfica también fue importante con Short Cuts de Robert Altman (que trabaja las historias sobre los cuentos de Carver) y Magnolia, de Paul Thomas Anderson. Me alegra que acerques lo mío a Valle-Inclán, a quien he reverenciado en mi primera novela (El círculo de los escritores asesinos), porque la idea de lo grotesco (que también tomo para la carátula de La romería de San Isidro, pintura negra de Goya) definitivamente estuvo presente desde el primer suspiro.
Sin duda hay también un vínculo literario y cultural con España, como los nombres de escritores que funcionan con la lógica del roman a clef y también con los referentes cultos y de la cultura popular que se incorporan a la vivencia y a veces son deformados cómicamente por los personajes. Este vínculo, no obstante, como bien subrayas, a veces también es ambivalente o muy crítico en la relación entre América Latina y España. Y esto es claro en la historia de los curas europeos de la Iglesia Católica que, tras denuncias de abusos sexuales con menores, no fueron expulsados de la Iglesia sino enviados a distintos países sudamericanos para seguir ejerciendo. Siguieron la lógica del patio trasero. Y lo que esto generó fue un horror de grandes proporciones, porque literalmente les dieron carta libre para hacer lo que quisieran en las que históricamente eran sus colonias. No entiendo por qué todavía una sotana puede proteger de la cárcel a adultos depredadores que destruyen la vida de miles de niños. Menores que les dieron su confianza y su fe. Es abominable. Sin duda fue la parte más difícil de escribir para mí.
El narrador que escoge y la falta de diálogos como tal rompen los límites del lenguaje. No necesita que sus personajes pertenezcan lingüísticamente al lugar del que provienen y de esa forma consigue un peso narrativo más equilibrado que le aleja de cualquier error. Es usted un escritor extraordinario, muy joven pero muy virtuoso con el lenguaje. Da gusto ver cómo interaccionan sus personajes, agarrarse sin miedo a su pureza, por fortuna sin ninguna connotación religiosa, y a la de sus sentimientos. ¿No sé si coincide conmigo en que su novela es muy poco hispanoamericana?
Las novelas, y más específicamente las historias, requieren de un lenguaje plástico que se aleje de ese español castizo que defendía a rajatabla, por ejemplo, Javier Marías. A veces la literatura no da y es necesario incorporar otras disciplinas que lo permitan. Esto lo descubrí desde Bioy y para mi escritura fue un soplo de aire fresco entender que uno puede acercarse literariamente a todo. Desde muy joven entendí la lógica estructural de la ficción narrativa, pero el peso de los escritores del boom era muy fuerte. Admiro su destreza y esa ambición que tuvieron (y que yo, en parte, mantengo) por escribir novelas totales, pero el desprecio de algunos por obras que salían de la LITERATURA (así con mayúsculas) me parecía limitante.
Gracias a Manuel Puig, Guillermo Cabrera Infante, Clarice Lispector, Jorge Ibargüengoitia u Oswaldo Reynoso me di cuenta de que para narrar la realidad era necesario incorporar los elementos de la cultura popular también en el lenguaje. Sin miedo. Contra la RAE y los señoritingos de las academias de la lengua. Y para eso también era importante leer poesía, porque el lenguaje debe construirse con jergas, dichos populares, canciones de moda, modismos de las distintas colectividades urbanas y rurales, el lenguaje de lo cotidiano. Me alegra cuando los lectores españoles me dicen que al inicio de La lealtad de los caníbales fue difícil porque había palabras que no entendían, pero que esto no fue un impedimento para engancharse. Hubo un tiempo en que una parte del mercado literario español sugería a los escritores latinoamericanos que estandarizaran el lenguaje. Una aberración. La lógica de los mercados a veces ha vivido divorciada del arte de la escritura.
‘La lealtad de los caníbales’ es una novela salvaje con el poder, con la historia de su país, pero sin ser perturbadora sino luminosa y muy apetecible. Las reflexiones de sus personajes no restañan las heridas, las abren de par en par para limpiar la podredumbre que se instala en ellas porque se han cerrado en falso. Es un texto temperamental y delicioso. El dinamismo argumental, pese al concretísimo plano estético, fruto de sus estudios de cine, es cautivador. El lector entra en el corazón de todos los personajes incluso si son, como el padre Corradi, un depredador execrable. ¿No temió que la diferencia moral que existe entre los protagonistas arruinara la viveza y la supervivencia de algunos de ellos? ¿El equilibrio entre lo que pierden y lo que ganan cada uno de ellos fue la fórmula magistral que hace que su novela no tenga fisuras?
Me es difícil escribir pensando en la moralidad de los personajes como eje. No es que no la tenga en cuenta porque eso es imposible, pero he intentado que no sea determinante. No solo en La lealtad de los caníbales, sino desde que apareció Hudson el redentor, mi primer libro, he buscado ser fiel a lo que escucho de ellos. Unamuno aparece nombrado en la novela en algún momento. Él, por ejemplo, hace en Niebla algo extraordinario al confrontar al personaje con el autor para reclamarle su destino en la ficción. Eso es muy poderoso, aunque ya lo hubiera hecho antes Cervantes, y a mí me sirvió para comprender que los personajes necesitan independizarse del autor para aspirar a la verosimilitud. La moral del autor siempre es un escollo para la ficción. Si uno juzga o censura o condena lo que su personaje haría en un mundo real, por más abominable que parezca, corre el peligro de la falsedad. Así es como yo lo siento como lector y como escritor. No pensé en la diferencia moral de los personajes, sino en cómo encontrar en lo humano su riqueza como personajes.
En su novela deslumbra la claridad emocional que hay en todos y cada uno de sus personajes. No hay sombras, ni zonas oscuras en sus desaprensivos comportamientos. Solo hay dos héroes en ella, Ishiguro y el chino Tito. Dos personajes que no se descomponen ni son susceptibles de corromperse ni por nada ni por nadie. El chino Tito es un personaje maravilloso, un poderoso convidado de piedra que sabe mantener a salvo su ideología. Un observador supracualificado que llena su bar de enemigos para poder actuar con toda libertad frente a ellos. Su perseverancia frente a personajes como Contreras, Arroyo, Manyoma e incluso Rosalba hace que la novela supere con creces el principio de verosimilitud. Sin él, sin sus reflexiones y sin sus borracheras, la novela no mantendría el tono lógico que mantiene, sería como tantas novelas alimentadas por la extravagancia paramilitar. Sin embargo, su novela mezcla esperanza, realidad, memoria y romanticismo para hacer de ella una historia que trasciende. ¿Desde dónde construyó la resiliencia de Tito e Ishiguro? ¿Desde la melancolía frenética que retiene con acierto la barra del bar que los separa del mundo, desde lo físico o desde ese futuro incuestionable que a veces construye la venganza?
El chino Tito existe como personaje en mi literatura desde que empecé a escribir, pero es la primera vez que tiene un papel principal. Su vida está relacionada al compromiso ideológico que mantiene desde su juventud europea y que, años más tarde, ya como dueño de un bar en el centro de Lima, ejercerá contra la dictadura fujimorista prestando su negocio para organizar una resistencia civil. Es un hombre culto que vive desencantado porque, aunque la dictadura cayó, nunca se fue. En La lealtad de los caníbales es una figura paternal para algunos de los huérfanos que dejó la violencia política en el Perú: el padre de Ishiguro es asesinado por el grupo Colina en la matanza de Pativilca, por la cual Fujimori aún no ha sido juzgado (pese a que ahora está ilegalmente libre) y el padre del comandante Arroyo es asesinado por Sendero Luminoso en la famosa matanza de Uchiza.
Son, entonces, los hijos de la guerra que buscan un padre, o una figura paterna. Por otro lado, Rosalba, la cocinera, tampoco tiene padre. Tito, entonces, aparece por momentos asumiendo ese rol paternal pero siempre con la distancia del maestro de las artes marciales: a veces es cálido, otras puede ser frío y distante. No sé cuán heroico sea. En todos los personajes intenté claroscuros. Sin duda, el hecho de regalarles libros a sus empleados y pedirles que lean como requisito infranqueable para contratarlos, podría hacerlo un personaje entrañable.
El chino Tito quiere resistir, cambiar el mundo desde la destrucción de los que lo contaminan, siendo conocedor de sus debilidades. Sin embargo, Ishiguro quiere resistir teniendo la venganza como único horizonte. Siendo tan distintos, ¿cómo consiguió que fuesen tan rotundamente complementarios?
Tito e Ishiguro son nikkeis: descendientes de japoneses que nacieron en el Perú. También lo es el dictador Fujimori, aunque para los peruanos sea conocido como el “chino Fujimori”: algo que él mismo promovía cuando se postulaba a la presidencia (“yo soy su chino”). Para los peruanos todos los asiáticos son chinos por algo parecido a la pragmática popular. Es como cuando en España llaman paquis a todos los dependientes de las tiendas que parecen árabes. Me interesaba, entonces, el mundo de los nikkeis en el Perú porque es una comunidad muy solidaria, organizada y disciplinada que vela por los suyos y tiene organizaciones muy influyentes que promueven la cultura en mi país. La relación de Tito con Ishiguro se ve reforzada por la cercanía que tuvo el cantinero con el padre del camarero asesinado por el gobierno de Fujimori. Tito no sospecha lo que Ishiguro trama desde adolescente para vengar la muerte del padre y, de alguna manera, funciona como contrapeso para que medite sus consecuencias. Sus intercambios están potenciados por el humor, el malentendido paródico, y también por el amor y el respeto que siente aquel que va entendiendo el mundo a través de las armas que le otorga esa figura tutelar que reemplaza al padre ausente.
Sorprende mucho el poder que le da usted a las mujeres en esta novela. Sylvia Arreola, Rosalba, Sofía. Rosalba está lejos de cualquier techo de cristal y tiene una sexualidad libérrima. Sylvia es una femme fatal marcada por el estigma de la violación que sueña con su falibilidad y aun así sobrevive a todo. Ellas son las activistas emocionales de la narración, poderosas antorchas que podrían haber quemado la visibilidad del resto de los personajes y que, muy al contrario, alumbran sus podridas raíces para que la novela alcance la potencia que alcanza. ¿Los personajes femeninos fueron creciendo en la diáspora de los masculinos o fueron los masculinos quienes con su mal usada testosterona hicieron brillar a los femeninos en su cabeza?
Desde el inicio intenté que los personajes femeninos tuvieran temple, carácter, ambigüedad y la fortaleza que les daba haber podido reponerse, con mucha fuerza y dignidad, a algún trauma o violencia en un país tan horrible y criminalmente machista como el Perú. Sylvia, Blanca, Rosalba y Carmen fueron ideadas, desde el inicio, como personajes fuertes, pero también ambivalentes: cada una tiene sus demonios y contradicciones. En ese sentido, creo que todos los personajes de la novela tienen un lado oscuro que, en algunos, los directamente abyectos, puede aflorar con violencia.
Lo que no hice, por lo menos de manera consciente, fue trabajar a los personajes femeninos en oposición a los masculinos y viceversa: ninguno creció opacando o confrontando al otro. Blanca, por ejemplo, alza los puños y se cuadra contra los acosadores de la calle para defenderse y luego termina indefensa ante el acoso de un anciano millonario y decrépito que consigue someterla. Carmen Sylvia, por su parte, puede golpear en los testículos al marido de su amiga que busca propasarse con ella y luego permite que un joven desconocido –el único personaje realmente blanco y de clase media de la novela– la persiga por la calle. Buscaba personajes femeninos fuertes, sí, pero también contradictorios. Esos detalles humanizan.
Al comienzo de esta conversación le decía que ‘La lealtad de los caníbales’ es una novela despiadada con el poder, pero que matiza divinamente esa cuestión a través de la base ultra romántica de las canciones de amor que salpican la trama de casi todos los capítulos. ¿Era necesaria esa romantización frente a la violencia que traslada hasta el lector la mayoría de movimientos de los personajes?
No lo pensé de esa forma. La música siempre está presente en la vida de la gente en las ciudades. En La lealtad de los caníbales hay una variedad de música sofisticada y popular que incide tanto en la vida diaria como en las acciones de los personajes. Los latinoamericanos vivimos escuchando música todo el tiempo. En voz alta. Ese es el ruido constante de las ciudades. Una novela sobre Lima sin esa música que persiste en la calle (el transporte público, el mercado, los bares) estaría como incompleta. Por otro lado, la idea de las canciones del pop anglosajón sonando en los momentos de violencia no pretendía romantizarla, sino generar tensión y también un humor incómodo. Más que trasladar la violencia al lector me interesaba generar algo parecido al desconcierto. Y es que estas escenas en la novela las suelen llevar a cabo los policías, es decir, aquellos que deberían estar protegiendo a sus víctimas.
‘La lealtad de los caníbales’ posee muchos tentáculos y muchos cenáculos. Posee un eclecticismo subyugante. Es pluritemática. Precariedad, prostitución, homofobia, pederastia, locura, voyerismo sentimental, corrupción, narcotráfico, abuso de poder, drogadicción. Aborda todo lo que representa lo bueno y lo malo de cada individuo con preferencia por lo abyecto. La narración de la muerte del padre de Ishiguro a manos del grupo Colina es tremenda y, sin embargo, el lector no quiere pasar de página, sino develar las falsedades que los gobiernos instauran como su verdad política. Sendero Luminoso, Fujimori, Montesinos, Abimael Guzmán, Alan García, Keiko son citados entre los párrafos de esta novela valiente y abigarrada. El testimonio que ofrecen sus protagonistas es incómodo, ácido y estructuralmente tenaz. ¿No pensó que la lenguaraz agilidad de algunos de los planteamientos de sus elegidos pudiera hacer de usted un escritor non grato en su patria?
La lealtad de los caníbales cierra una trilogía sobre la violencia política en el Perú que inicié con Bioy (2012) y continúe con La procesión infinita (2017). No es una saga. Pueden leerse de manera separada. No obstante, los temas que mencionas están presentes en las tres. Bioy es una novela dura y demandante que, no obstante, tuvo éxito y se leyó bastante. La procesión infinita parece la menos oscura, pero hay momentos incómodos para el lector. Nunca he estado interesado en escandalizar al lector ni en llevarlo al límite bajo el efectismo más vacuo. No me interesa la gratuidad ni escandalizar por el prurito de generar ruido.
Desde que inicié esta trilogía yo tenía claro que para hablar de la violencia descarnada y circular que persiste en mi país había que violentar las estructuras, el tiempo, el lenguaje, con la conciencia de que la literatura no alcanzará nunca para describir lo que nos pasó. Es, ante todo, un proyecto sobre la memoria del país. Es cierto que hay mucha gente que fue víctima de la violencia o tiene familiares muertos y desaparecidos por la guerra y la dictadura que no desea volver sobre ese trauma. El Perú sigue hundido en un trauma y las brechas que causaron la guerra siguen profundizándose. El arte y la literatura y el cine necesitan mantener viva esa memoria. No he sido declarado non grato en mi patria. La recepción, felizmente, ha sido muy abierta y positiva.
No todo van a ser parabienes en mi lectura. Le diré que a ratos me sobran tramas y personajes. Algunos me han incomodado, porque su presencia no me resultaba útil y ralentizaba la necesidad de otros. Imagino que si están es porque creyó que su presencia era necesaria. Pero, llegados aquí, me gustaría que me contara si opina como yo, si en algún momento sintió como yo que su colmena estaba demasiado poblada. ¿Quiso en algún momento, aunque solo fuese durante un segundo, sacrificar a algunos zánganos?
Un proyecto de esa complejidad te obliga a trabajar la arquitectura de la novela. En algún momento me vi obligado a dibujar los espacios y a cotejar los nombres, las acciones, y seguir con gráficos y dibujos el derrotero de las historias que terminarían coincidiendo. Seguramente hay unas historias que sobresalen o son más interesantes que otras. De hecho, hay líneas narrativas que inicié y luego descarté, pero cuando termino una novela, la dejo partir. Me place escuchar a los lectores. No me siento más autorizado que nadie para hablar de mis obras. La idea del lector activo me fascina.
Hay páginas en su novela que hielan la sangre (la 185, las 214 y 215) y que están fantásticamente defendidas por personajes de lengua larga y adicta a los vertederos políticos y religiosos que por desgracia aplastan países enteros. ¿Hay algo de autobiografía sobre esa lengua poderosa e interminable como la de un camaleón?
En las páginas que mencionas hay una voz que parece salir de la conciencia del cura pederasta y del joven fujitroll que acosa a la mujer madura: en ambas se genera el efecto de la interpelación. Es decir, la voz parece destinada solo para los personajes, pero también está tocando a los lectores. Y el efecto es incómodo porque intenta razonar sobre lo abyecto. Las partes del cura español fueron las más difíciles de escribir. No hay nada de autobiografía.
Su novela es muy ambiciosa en las numerosas bifurcaciones que tiene la historia. Es sin duda para lectores que se dejan el alma en cada libro, algo que podría haberle separado de aquellos que leen para desconectar. Por suerte, la perseverancia al construir esta tela de araña, que no colmena, a mi modo de ver, juega a su favor. Ha sabido enfrentar, aunque no la nombra, la guerra civil española con la dictadura de Fujimori. Ese café de Doña Rosa frente al café de Chino Tito establece un paralelismo indestructible entre ambas historias que a usted le es altamente beneficioso por el prestigio que tomar como referencia la novela de Cela le proporciona. ¿Es esa ventajosa coincidencia la que le hace ahondar en la perversidad humana de la forma tan concreta y tan animal en que lo hace?
Nunca pensé en el alcance que podría tener en el lector español. Cela fue Premio Nobel, pero es absolutamente resistido hasta ahora por razones no solo políticas. De hecho, ideológicamente ni siquiera somos cercanos. Cela tuvo un pasado como censor y, paradójicamente, luego La colmena fue censurada en España y por eso aparece primero en Buenos Aires. Por otro lado, la idea no solo parte de La colmena, hay otros referentes cinematográficos que fueron importantes para armar la historia. Si La Colmena se hubiera escrito en Finlandia y me hubiese servido, la habría usado y citado igual. Que se ubicase en el Madrid de la dictadura franquista, sí me pareció pertinente para abordar la Lima de la post dictadura fujimorista.
Para terminar, me gustaría darle la enhorabuena, y las gracias, por una novela tan generosa con la verdad y por la cita de Rodolfo Hinostroza que da paso al poderoso epílogo que la cierra: “Que paguen el espanto que elegimos”, y cuya brutalidad me parece que resume a la perfección el monstruoso aliento de esta novela. Y también preguntarle si no temió que el lector se sintiese estafado pensando que esa cita debía esta al comienzo como cuerda de guía ante algunos de los truculentos momentos que el lector se ve obligado a casi protagonizar?
Me encanta tu pregunta. Es muy certera porque la cita de Rodolfo Hinostroza estaba al inicio hasta la mitad del proyecto. Y sí, quizás sea más pertinente, aunque la cita de Cela se refiere también al hecho de “no perder la perspectiva” como advertencia. La lealtad de los caníbales intenta poner al lector en momentos en los cuales es tentador o más cómodo perder la perspectiva física y moral de lo que se está narrando.
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Por Retrato de un país tomado por la violencia sexual machista: Perú - MarcaHora, el 27 abril 2024
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