Retratos de la DANA: ‘Salvem les fotos’ y la boda de María y José
Abrimos aquí, con la foto de boda de María y José, de Algemesí, una serie de cuatro entregas para que no nos olvidemos de los damnificados por la DANA de este otoño que se cebó sobre todo con la provincia de Valencia. Victoria Iglesias ha retratado a gente que lo ha perdido casi todo y que nos muestran una fotografía que resume su vida y que la riada ha dañado seriamente. Recuerdos heridos. Imágenes que dieron pie al proyecto ‘Salvem les fotos’, puesto en marcha sobre todo desde la Universidad. Un proyecto para que la memoria no se convirtiera en papel mojado. Serán las ‘Victografías’ que nos acompañarán semanalmente de aquí al fin de 2024.
La DANA ha acabado con la vida de cientos de personas. Ha devastado pueblos, casas, coches, toneladas de objetos, muebles y papeles…
Muchos de estos papeles eran el soporte de imágenes que ahora, llenas de barro o diluidas, han creado nuevas formas y colores. A veces cicatrices en blanco y negro a las que, en estos momentos, se aferran las personas que han salvado la vida, pero que lo han perdido todo, o casi todo.
La Universitat de València, a través de su Vicerrectorado y el área de Patrimonio Cultural (Ester Alba Pagán y Marisa Vázquez de Ágredos), enseguida se movilizó para salvar esas imágenes. “No las tiréis”, avisaron. Y caló el mensaje.
Salvem les fotos es ahora un gran reto que engloba a cinco universidades públicas de Valencia y otras instituciones, también a nivel local. Todas con el mismo objetivo: intentar recuperar los rostros que estuvieron mirándonos desde una mesita de noche a lo largo de nuestra vida, en las paredes y los álbumes de fotos. Ya son más de 100.000 los retratos y escenas recogidos. Entre ellos, quise buscar a algunos de sus protagonistas, como José Torres García y María del Carmen Ferragud Borrás.
Esto es un trocito de sus vidas.
Me dicen que es hoy cuando han sonado a muerto las campanas en Algemesí, que no se habían atrevido a hacerlas sonar antes, que lo habían dejado estar, por demasiado dolor. Pero justo al cumplirse un mes de la tragedia, Alex Vercher, secretario de la asociación de campaneros, tira de las cuerdas para que arriba el tañido se abra paso entre el polvo que cubre el cielo. Una nube silenciosa era estos días de atrás. Sin ruido de coches, pero con los pitidos de las excavadoras, la raspaduras de las palas, el choque metálico de las chapas retorcidas, el agua embarrada entre las púas de los cepillos que se afanan, día tras día, por ver gris el cemento.
En la plaza mayor, varios vehículos de la UME están aparcados a las puertas de la Basílica de San Jaime Apóstol. De ellos descienden unos militares con el mono lleno de barro hasta la cintura. El aire es hoy cálido y pesado, y este barro sigue todavía cubriendo muchas zonas. Más rojizo en las de sombra; espeso, resbaladizo y mezclado con el lodo, que chupa las botas hacia adentro, en el patio de las monjas y los caminos; negro en los garajes.
En una de las casas de dos plantas de Algemesí, José Torres (82) y María Ferragud (79), (es decir, “el Garrofa” y “la Ximénez”), están sentados en una pequeña mesa improvisada en lo que siempre ha sido la cocina. Tienen un paño de algodón y sobre él pequeñas joyas, algunos relojes y anillos, tal vez los de su boda. No sé si los limpian o simplemente los contemplan. María, resignada. José, con la cara mohína: “Toda la vida trabajando para que al final solo me quede el reloj. Lo ganó ella en el programa de la tele El Precio Justo. Es de los de pie. La cinta de vídeo donde Joaquín Prat hacía aquel gesto de ¡A jugar! se la ha llevado el agua en el mueble de la bisabuela, como casi todo en Algemesí”.
Los abuelos de Alex se salvaron, porque dos días antes ingresaron a José en el hospital de Alcira. Cuando regresaron a su casa, un par de semanas después, ya no era la misma. La casa había aguantado la riada del 57 y la pantanada del 82; sin embargo, la DANA de 2024 la acaba de vaciar.
Si casi la reconocieron fue por el azulejo de Manises que cubre los zócalos de parte de la planta baja, cubierta que hizo de escudo en las paredes y que, a punto de desprenderse, aguantaron las sacudidas. María y José se quedaron sin palabras, extraños y perdidos. Y eso que la familia había estado preparándolos para el impacto: mira que la cosa no va bien del todo, abuela; a ver, que vamos a tirar el aparador… ¿Pero qué, cómo vais a tirarlo?, decía ella por teléfono… ¿Y la máquina de coser?
La eléctrica se había estropeado y la antigua estaba llena de barro… Todo había permanecido flotando en el metro y medio de agua que al principio corrió y luego se estancó dentro de la casa, junto a las lavadoras que flotaban y que iban y venían del patio a la cocina, y junto a las sillas que hundieron su respaldo en el lodo…
Las mantelletas que cosía María para Las hijas de Carmen Esteve, una de las grandes empresas de indumentaria fallera, llenaron sus filigranas doradas de tierra que las hizo espesas y pesadas. Y esa habitación donde cosía es hoy el dormitorio, el cuarto más ventilado, por el que pueden vigilar la calle, al otro lado de la ventana, por si acaso…
Le digo a María que me muestre algunas fotos. “No sé qué te voy a enseñar si se han borrado”, dice; y eso que Alex, también como buen conservador de patrimonio, lo primero que intentó salvar fueron algunos álbumes. Entonces aparece una de la boda, la enmarcada que, a pesar del cristal, se ha desvanecido en parte.
Es del 2 de octubre de 1969, cuando, cogidos del brazo, vienen ya como marido y mujer desde el altar mayor, dejando atrás restos de personajes desfigurados. Él con la mirada puesta hacia el fondo, sereno y decidido. Un traje oscuro, corbata clara, esbelto y elegante, con ese adorno de tela, a picos, que a modo de pañuelo se asoma por el bolsillo. Ella, envuelta en raso y tul, con un zapato claro que avanza. Recogen el velo entre los dos dejando caer unas líneas en zigzag. Nunca hasta ahora la foto había tenido tanto movimiento. Los planos desenfocados se superponen, se elevan, la líneas se mezclan dando sensación de profundidad, y en medio de esa nueva armonía todo nos lleva hacia un detalle, diminuto, definido, que simbólicamente ha marcado su existencia y marcará sus vidas: la alianza que todos vemos dorada.
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