Retratos de la DANA: Una familia de Paiporta de las de toda la vida

Rosa Alabau, la tía Rosa, tiene 85 años; su esposo, Francisco Tamari, el tío Paco, falleció hace ya nueve. Foto: Victoria Iglesias.

Cerramos el convulso 2024, y en ‘El Asombrario’ queremos hacerlo con la cuarta y última ‘victografía’ dedicada al proyecto ‘Salvem les fotos’, desarrollado por las universidades de la Comunidad Valenciana para recuperar la memoria que la DANA convirtió en papeles mojados. Hoy enfocamos a una familia de Paiporta de las de toda la vida.

Paiporta es una ciudad sitiada por puestos de comida, agua, ropa, cubos y cepillos, geles para las manos y mascarillas. En algunos bajos, ya limpios, se reparten mesas enteras con todo tipo de productos, desde compotas de manzana, leche, fruta hasta pañales o espuma de afeitar. A veces solo colocan el cartel de “coge lo que necesites”.

A las puertas de lo que fue una barbería árabe, el dueño improvisa un corte de pelo a su amigo, digamos que se llama Moha.

En un bar que ya ha abierto “su terraza” se agolpa la gente desesperada por compartir, por dejar atrás sus casas enfangadas y sus labores de limpieza durante un rato. En la plaza, del mercado que ya no existe, un grupo de voluntarios de La Rioja descansan y comen macarrones, con carne y tomate, de otros de los puntos de suministro. A su lado un equipo de periodistas franceses, enrojecidos por el cansancio, miran hacia todos los lados y hacia ninguno. Es también la hora del bocata para muchos militares que se sientan en la parte trasera de sus camiones.

Según me acerco, por fin, a ese lado del barranco, a contraluz fotografío los chorros de barro que se vierten desde capazos de goma entre viajes de ida y vuelta. Camino todavía con más ansia por asomarme al Poyo, y es entonces cuando desde el borde sinuoso miro, pero ya no veo río ninguno. Solo agua estancada, enseres, escombros, ruedas, coches y barro. Y entre toda esta miseria, un héroe amordazado. Tiras de plásticos envuelven su tronco y cuelgan de su ramas. Está allí abajo, en medio de la desolación y delante de cables que cuelgan desde el puente: es el gran eucalipto.

Después de atravesar ese puente, con controles hoy de la Policía Foral de Navarra, esa costa también está azotada. Así que la recorro y vuelvo sobre mis pasos. No sin fijarme en otro árbol, este prematuro y de plástico, uno de Navidad que ha instalado en la sala de comidas World Central Kitchen.

Rosa Alabau Perpiña, María Arellis y las fotos de familia embarradas

Enseguida me encuentro con María Arellis. Es auxiliar de ayuda a domicilio y ya puede ir a trabajar a Valencia en una de esas lanzaderas que ha puesto RENFE, ya que las vías siguen inservibles. Está casada con uno de los sobrinos de Rosa. Viven con ella en el centro del pueblo, no lejos de la iglesia donde frecuentemente acuden al rosario. “Esa tarde le dije a mi marido que lo rezara conmigo, pero ya no quiso, y salió a ver qué estaba pasando”, cuenta Arellis.

Rosa Alabau, la tía Rosa, tiene 85 años, su esposo Francisco Tamari, el tío Paco, falleció hace ya nueve. Toda la familia es de Paiporta, de toda la vida, dice la sobrina. Él era ebanista e hizo unos muebles tan duros que el bajo del sofá ha servido estas semanas para atrancar la puerta de la casa; aunque no pudo contener el agua que recorrió todo el bajo hasta el patio trasero. En ella nadaron esos muebles, y más cosas, todo lo que no dio tiempo a salvar o no se pudo poner en el piso de arriba. “Ahora lo ves todo bastante limpio. Hemos trabajado fuerte, y ayudaron mucho los voluntarios”, pero mira cómo quedaron los álbumes de fotos, comenta Arellis.

Fotografía de Francisco Tamar. Victoria Iglesias.

El deteriorado retrato de Francisco Tamari. Foto: Victoria Iglesias.

Entonces busca en una esquina del patio donde siguen acumulados bastantes enseres. Mientras me los enseña, Rosa, que está comiendo en su silla de ruedas pegada a la mesa de la cocina, mira de reojo las imágenes manchadas. También muchos de sus patrones de modista ahora con las líneas azules desdoblando su tinta. Tiene la cara redonda y el pelo plateado. De vez en cuando desatiende el arroz, mira a su cuidadora y después me mira a mí con los ojos fijos. A su edad, a veces la mente se les despega de la realidad. Pero en este caso es la realidad la que ha cambiado de repente, no ella, y a la vez transformó su entorno, su barrio, su gente y su rutina.

“Lo primero que preguntó cuando llegó fue por la máquina de coser y la nevera”. Estaba ingresada en el hospital y tal vez eso sea lo que la salvó, igual que a otros muchos ancianos, como mínimo del impacto de ver su casa inundada. “Cuando le dieron el alta todavía no podía regresar a casa y estuvo en un residencia. Allí le pusieron la tele e iban explicándoselo. Unos voluntarios le llevaron el teléfono. Y así pudo llamar. “Ella lloraba y preguntaba si estábamos bien, si estábamos vivos”.

Las imágenes que ahora sujeta en sus manos también se están despegando. O se han llenado de nuevos colores. O han virado a magenta. Algunos de los rostros que las conforman ya no están allí con ella, algunos porque se han desvanecido por el agua, otros porque ya lo hicieron antes de mojarse. Como el tío Paco, que hoy descolocado de la hoja que lo sujeta y desencajado del filo dorado, aún descolorido conserva su sonrisa serena.

Todavía se distinguen sus ojos claros, lo suficiente para mirarla a ella. Y ella… Tranquila le pasa el dedo por la cara: “Mira”, dice mientras nos observa, “si no le ha pasado nada”…

Las otras ‘Victografías’ sobre el proyecto ‘Salvem les fotos’:

Mavi, la fallera mayor

La zapatera francesa

La boda de María y José

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