Retratos de la España vacía, vaciada, olvidada, surrealista, berciana, marciana
El fotógrafo leonés Guillermo Álvarez Fernández se aproxima al pueblo de su familia y su niñez, San Miguel de las Dueñas, en El Bierzo (León), a través de una mirada en la que mezcla el cariño y la nostalgia hacia una España que se escapa con los colores ácidos que describen una manera un poco surrealista de estar en el mundo. Es el proyecto ‘Delasdueñas’, en la galería madrileña EFTI.
Vemos un viejo frigorífico abandonado junto a una chopera y un cartel herrumbroso en el que puede leerse. “Maquinaria de Ocasión Guerrero. Desde 1960. Pase y vea”. Vemos un tren de lavado de coches con sus cepillos de colores flúor abandonados y a un señor vestido de domingo posando bien recto con su radiocasete. Vemos un sofá desvencijado abandonado en un erial, a una señora con abrigo y madreñas, y casas de colores chillones –amarillos, azules, butanos-.
Eso es, se repite el adjetivo abandonado, porque esa es la sensación que uno se lleva puesta tras pasar por la exposición Delasdueñas (en la galería madrileña EFTI, tras pasar por la Kursala, en Cádiz) y repasar su fotolibro, con imágenes de Guillermo Álvarez Fernández sobre el pueblo de sus padres y sus infancias, San Miguel de las Dueñas, en León, en El Bierzo. Un pueblo de 600 habitantes, cuando llegó a tener 1.500 a mediados del siglo pasado, que vivía, como buena parte de la comarca, del abundante trabajo que daban minas y centrales térmicas, en proceso ya de desmantelamiento.
Es la mirada sensible de un chico de 25 años sobre un pueblo y su gente mayor; por ambos, escenario y protagonistas, confiesa que siente gran cariño, y que le inspiran. Sin acritud, sin críticas, sin desasosiego, sino con una mirada limpia, cercana y desprejuiciada, incluso pop, de colores ácidos, y con una perspectiva en buena medida surrealista, como es esa tierra, antesala de Galicia, y como es el carácter de sus habitantes, con puntos de locura, como si de sutura fueran, entre vidas construidas de esfuerzo y tenacidad.
Delasdueñas plasma tanto lo que fue como lo que es la España rural. Guillermo explica que “este proyecto nace del desarraigo, de la nostalgia por la pérdida de una forma de vida”. Él tenía en la memoria sus veranos de la infancia: “Todo el día en la calle, en el campo, hasta que anochecía, un estilo de vida un poco salvaje, nada que ver con lo de ahora” (y tiene 25 años); recordaba esas “tardes de bocadillos de chocolate”, ese pequeño universo en el que “los niños mirábamos a los mayores con un poco de aprensión, a esa gente ruda y extraña para quienes veníamos de la ciudad, de León”. “Gente a que a mí de niño me inquietaba un poco”, pero con la que después ha sentido una conexión especial.
No solo acometió el proyecto pensando en esa reconexión con el pasado y con el presente, sino que también es consciente de la labor de documentar un universo que presiente que dentro de 30 años no existirá. De hecho, algunos de los retratados en Delasdueñas ya no están, como Pepe (Pedrusco), de 96 años, que protagoniza algunas de las mejores fotos, como esa en la que posa entre helechos secos, sentado y con bastón, bajo una sombrilla de azul intenso, a juego con sus zapas. Foto, por cierto, con la que Pedrusco no se quedó del todo satisfecho, y por eso le pidió un segundo retrato a Guillermo, para salir más arreglado, con zapatos, pantalón de pinzas y corbata de nudo muy bien hecho bajo jersey a pico.
Y ahí están el nazareno –que no extraña nada que inquiete a los niños- y la madre de Guillermo con mascarilla porque está pintando la casa y cuya principal ilusión era jubilarse para volver al pueblo, a cuidar de la casa familiar y de los manzanos; y la señora Visita, de 97 años, arreglada pero informal, con abrigo de pana y madreñas.
Hubo un tiempo en que Guillermo, como tantos, se despegó del pueblo, de las raíces, las huertas y las gallinas; marchó a Madrid a estudiar diseño gráfico y luego fotografía, y el pueblo se fue quedando cada vez más anclado en el pasado, en el olvido. Como tantos. Hasta que a la hora de plantearse su primer gran proyecto fotográfico, se dijo: ¿por qué no mirar en mi vida, mis raíces, mi pasado, mirar allí donde fue feliz? Y tomó la cámara y entornó y entrecerró los ojos para adoptar una mirada más distante, más objetiva, la que aporta tener por medio el filtro de la lente y el paso de los años, para reconectar con San Miguel de las Dueñas, desde otro punto de vista, ya sin bocadillos de chocolate a media tarde ni correrías en torno al monasterio.
Para reconectar con esa España vacía y vaciada, surrealista, berciana y un poco marciana, ha elegido servirse de colores ácidos; en cada imagen hay un tono predominante que chilla y capta la atención, como reclamando que se fijen en él, ya que todo el mundo se olvida de estos pequeños pueblos, de estos pequeños universos. “También”, dice Guillermo, “porque expresa el paso de esa España rural, clásica, de tonos ocres, apagados, de piedra y madera, elegante en su sencillez, a esta estética de un feísmo naif”. Pero no, tampoco eso lo critica, solo lo mira, y se nota mucho que se acerca con nostalgia y cariño. No al estilo tenebrista de un Navia, ni al sarcástico de un Txema Salvans.
“Existe una España de pueblos pequeños e iglesias grandes, que son el marco de universos cerrados. Territorios detenidos, tan reales que quedan fuera del transcurrir del tiempo. El Macondo de García Márquez, la Región de Juan Benet, siempre amenazantes con volver a ellos. Una fotografía ejercitada bajo la influencia de un realismo mágico”, escribe a propósito de esta muestra la profesora, comisaria y crítica de arte, especializada en fotografía, Carmen Dalmau. “Delasdueñas es una tierra de nadie, un páramo de la repoblación. Aquí es una crónica descriptiva de colores primarios que mezcla grandes retratos con
bodegones, empastando un fresco tan naturalista como surrealista. (…) Guillermo Álvarez no juzga. Actúa como antropólogo, como sociólogo y como fotógrafo de buen oficio, aunque siempre como paseante enamorado de su propio cosmos”.
En el trabajo de Guillermo hay, como señala la documentación de Efti, “un punto donde la España rural clásica se deja entrever, pero donde el cemento y el color toman protagonismo dejando atrás la piedra y el barro”. “Las casas se derrumban, las paredes envejecen con óxido y musgo”. Sus habitantes tan peculiares y tan felices a su manera, ensimismados en su pequeño universo, crean un ambiente surrealista que deja ver esta España ácida y despoblada.
“Se trata un proyecto sobre el reencuentro lúdico y personal a través de la cámara donde la imaginación y la realidad se entremezclan, la realidad de lo que es y la imaginación nostálgica de lo que fue. Donde el tiempo adquiere un ritmo tranquilo permitiendo que el presente y el pasado se confundan. Retratos con alma, con ese alma que inevitablemente muta, pero que también resiste al cambio de los tiempos”. Buenos son los del Bierzo para permitir que nada les cambie su manera de mirar el mundo y de estar en él.
‘Delasdueñas’, de Guillermo Álvarez. En EFTI, Madrid. Hasta el 22 de marzo.
Comentarios
Por Adriana, el 02 diciembre 2020
Su pluma es tan rica que logré viajar desde Caracas a eso pueblo descritos.
Ese pasado maravilloso de gente honesta, trabajadora,dura de carácter ante la adversidad pero querendonga con sus detalles. Este joven Diseñador u fotógrafo removió unos recuerdos ancestrales, porque así lo puedo catalogar,ya que naci en Uruguay y vivo en Vzla,nunca he estado ahí. Ojalá pueda morir .Gracias a ambos.