Roberta Marrero: “Me impacta ver a un Cristo muerto y desnudo”

Autorretrato de Roberta Marrero.

‘Derecho a cita’ (Continta me tienes) es el segundo poemario de Roberta Marrero (Las Palmas de Gran Canaria, 1972), escritora, poeta y artista muy conocida por sus impresionantes collages, donde mezcla arte pop, imaginería religiosa, estrellas de Hollywood o su propia biografía. Después de ‘Dictadores’, ‘El bebé verde’ o ‘We can be heroes’, nos sorprendió con ‘Todo era por ser fuego. Poemas de chulos, trans y travestis’ (Continta me tienes, 2022), un poemario bello y descarnado. Su nuevo libro nos arroja al centro del deseo, acompañada de todas esas personas que viven dentro de ella: Pizarnik, Lemebel, Woolf, Sexton, Wilde, Rimbaud, Dickinson, Plath, Santa Teresa de Jesús… Un acto de comunión perfecto entre un cuerpo lleno de estigmas y un alma con claroscuros, atormentada pero lúcida, de una belleza que traspasa el corazón y lleva al éxtasis. Si hay alguien que tiene ‘derecho a cita’ en este mundo, esa es Roberta Marrero.

Roberta, he de confesarte que me impone bastante estar frente a una artista tan completa: poeta, escritora, DJ, actriz, cantante… ¿Has sido todo lo que soñaste ser?

Ser actriz o haber sacado dos discos fue accidental; pinchar discos y escribir es vocacional. Empecé a pinchar en los años 90 porque quería compartir mi gusto musical con la gente, mientras que escribir, igual que dibujar o hacer collages, es algo que me siento a hacer porque me apetece. Me propusieron actuar y dije que sí, igual que sacar dos discos, pero en mi vida he ido a un casting y nunca más volví a hacer nada relacionado. He hecho teatro y cine, pero no soy actriz. Creo que soy una artista que ha tocado diferentes palos, algunos por decisión, otros por invitación; todos están bien.

¿Todavía puedes sorprendernos con alguna faceta más? ¿Te imaginas haciendo algo nuevo? Que te dé por la jardinería, por ejemplo…

(Risas). Me encantaría. No lo sé, porque estoy en un momento de parón creativo; a finales de 2023 tomé una serie de decisiones, del tipo: quitar el whatsapp, dejar de beber alcohol, bajar el consumo de tranquilizantes…, toda esta cosa que es muy Tennessee Williams y muy Truman Capote, que ciertamente promueve mucho la creatividad… Ahora estoy amoldándome al nuevo estado mental. He empezado a escribir pequeños poemas, ayer hice un dibujo, pero he pasado cuatro meses de sequía. Yo la sequía creativa la dejo estar. Hay que saber parar.

Acabas de publicar ‘Derecho a cita’, que, según el texto de la contraportada, “es un personalísimo imaginario que nos habla desde las entrañas”. ¿Hay mucha sangre y muchas vísceras entre sus páginas? ¿Se puede uno manchar las manos al leerlo?

Hay ciertamente muchos fluidos… (Risas). La poesía, por mucho que sea confesional, siempre es un artificio. Como dice Nan Goldin, a la que está dedicado el poemario, “la verdad es lo que ocurre mientras ocurre”. Luego, cuando todo eso pasa por el filtro del intelecto, al final siempre es mentira, por mucha verdad que haya. No creo que manche la mente ni el corazón de nadie, pero espero que impregne. Lo que hace arte al arte no es el virtuosismo, sino que lo que hagas o lo que digas respire. Si algo está vivo te toca, aunque no sea perfecto. Yo no suelo pulir los poemas, me gusta ese lado espontáneo, incluso un poco torpe. Para mí escribir es como hablar sola: a veces estás más lúcida, otras tienes la lengua pesada porque has bebido, unas veces estás más ocurrente que otras… Me encanta ese proceso orgánico de hablar contigo misma mientras estás escribiendo.

Aprovechando que has nombrado a Nan Goldin, me gustaría rescatar la cita de la fotógrafa estadounidense con la que abres el libro: “Las cosas equivocadas se mantienen en secreto y destruyen a la gente”. ¿Crees que escribir ayuda a evitar la destrucción?

No (Risas). No hay nada terapéutico en escribir. En este libro yo estoy cometiendo errores todo el rato, no errores ortográficos, sino errores con mi vida (que seguí cometiendo después de escribirlo). Creo que ayuda a ser generosos y generosas con nuestros errores, no a dejar de cometerlos. Leer sobre las miserias y las glorias humanas hace ver que nadie es perfecto y que está bien estar en paz con eso. Vivir es errar y errar es humano, y también divino. No hay nada de malo en cometer errores.

¿Por qué ser poeta en pleno siglo XXI, cuando lo que prima es la inmediatez y la gente es más de reels, tuits, wasaps y tiktoks? ¿Por qué sentarse y ponerse a escribir un poema?

Supongo que porque soy artista. Los artistas, incluso las que, como yo, somos unas misántropas declaradas y orgullosas, tenemos un afán de comunicarnos con los demás. Tú te comunicas en la manera en que puedas o quieras. A mí me encantaría que este libro tuviera 70 ediciones y que me leyeran millones de personas, pero ese no es mi leitmotiv. No tengo nada en contra del éxito, pero no lo voy buscando. Si así fuera, me hubiese quedado con mi primera editorial y hubiese seguido haciendo novela gráfica, como El bebé verde (Lunwerg, 2016), que tiene un lenguaje mucho más accesible y es el libro por el que se me sigue reconociendo (dentro de lo poco que se me conoce); sin embargo, no me quedé ahí, sino que he ido saltando de un sitio a otro.

En mi Instagram había unas cuantas fotos mías y las he quitado todas, no suelo hacer vídeos en los que salga hablando…, no es lo que me mueve. Supongo que soy un poco una romántica del XVIII. Normalmente suelo estar en contra de mi tiempo, que, a la vez, también es ir con tu tiempo, muy del Romanticismo alemán del siglo XVIII, muy de los dandis del XIX, muy del punk de los años 70. Yo uso las redes sociales, pero me espantan un poco; al principio eran más interesantes porque eran ventanas para que los artistas y los creadores se mostrasen al mundo, pero ahora se han ido a un sitio donde solo hay gente bailando, que me parece genial, pero no tengo ningún interés en ver a un señor bailando, a no ser que sea Nijinsky.

En 2022 publicaste tu primer poemario, ‘Todo era por ser fuego. Poemas de chulos, trans y travestis’, pero ¿cuándo empezaste a escribir poesía? ¿Poeta se nace o se hace?

¿O se transita? (Risas). Ese poemario se abre con un poema dedicado a Marsha P Johnson, que  en realidad no era un poema, sino un dibujo para mi libro We can be heroes (Lunwerg, 2018). Transcribí en un papel todas las palabras que había alrededor de la imagen de Marsha y vi que era un poema. Ya estaba haciendo poesía sin saberlo y, ciertamente, mis dibujos y mis collages tienen siempre algo de lírica. Una canción para mí también es poesía, las novelas de Jean Genet, aunque estén escritas en prosa, son poesía también. En 2019 escribí lo que se supone que estructuralmente es un poema: A las chicas les gusta el porno gay, para la revista Kink https://kinkediciones.com/ , pero no fue hasta 2020 o 2021 cuando comencé a escribir poesía como tal.

Precisamente, en la foto de la solapa posas junto a una fotografía de Jean Genet, que, sin duda, es uno de tus referentes. ¿Qué es lo que te atrae más de su figura?

Yo soy un montón de personas viviendo dentro de esta persona que tienes delante. Tengo mucha fascinación por la homosexualidad masculina, algo que le pasa a muchas escritoras: Anne Rice, Mariana Enríquez…  Yo cuando veo porno, veo porno de hombres con hombres, no porque tenga nada contra las mujeres, sino porque las mujeres no me parecen excitantes sexualmente. En esta fascinación por los maricas, Jean Genet está en mi altar de megafavoritos por varios motivos: escribió su primera novela en la cárcel, tiene esta cosa de no pedir perdón en ningún momento, realiza una glorificación del crimen, con esos policías que se los quiere follar a todos… Me resulta muy interesante este lado de la homosexualidad masculina, cuando además estaba prohibida. No me interesa una pareja de gais felizmente casados, sino ese submundo de los maricones en la clandestinidad; por eso me fascina Jean Genet.

Has titulado el libro ‘Derecho a cita’ y está plagado de ellas (Lemebel, Dickinson, Poe, Rimbaud, Baudelaire, Wilde, Plath, Sexton, Pizarnik…). ¿Ha sido difícil elegirlas? ¿Por qué están ahí?

Leí una novena de Mckenzie Wark titulada Vaquera invertida (Caja Negra, 2022), donde la autora va metiendo citas sin ton ni son y me pareció una buena idea. Se me ocurrió hacer esta estructura de una cita y un poema y así todo el rato. Luego, dentro de los poemas, también hay citas elegidas concretamente para eso que estoy contando, pero no las que los acompañan. Yo subrayo los libros y ya tenía muchas que quería usar y, mientras iba escribiendo, a lo mejor leía algo que me apetecía incluir. Es una especie de homenaje a todas esas personas que están viviendo en mí y, en conjunto, tiene todo un sentido.

Podríamos decir que dos de los temas centrales de ‘Derecho a cita’ son el deseo y la muerte; según Freud, los dos instintos básicos del ser humano (Eros y Thanatos). ¿Estás de acuerdo?

Absolutamente. Freud tenía mucha razón en muchas cosas. El segundo acto se abre con un poema dedicado a un señor que se nombra solo con la sigla R (que ya aparece en poemas anteriores). Esta historia de deseo que cruza el poemario a mí me desataba muchos pensamientos suicidas, porque fue una historia que tuvo mucho éxtasis, pero que también generó mucho dolor. Me desataba mucho el instinto de destrucción, porque el deseo es muy poliédrico, tiene muchas aristas y muchas caras. Casi nada en esta vida es solo una cosa, desear es algo que puede dar ciertamente alegrías, pero también muchos disgustos. Además, el pensamiento de muerte a mí me ronda desde que era muy pequeña.

De hecho, el libro abre con la frase “He aquí mi cadáver” y la idea del suicidio está presente en algunos de los poemas. ¿Fantasear con la propia muerte puede ser, de alguna manera, liberador?

Para mí, sí; yo estoy en paz con ese pensamiento. Eso no significa que tenga que ser así para el resto del mundo ni que yo esté haciendo apología del suicidio, aunque estaría en todo mi derecho a hacerlo. Pensar que, en cualquier momento, puedo acabar con una situación de sufrimiento por mi propia mano me parece una idea liberadora.

Hay un poso de melancolía muy presente en el libro, pero a pesar de la tristeza evocada en los textos, al lector a veces se le escapa una sonrisa cómplice. ¿Ha sido difícil encontrar el equilibrio entre lo cómico y lo trágico?

Surge de manera natural. Todas las cosas muy tremebundas en algún momento nos hacen sonreír. Yo me leí hace poco Las once mil vergas, de Apollinaire, que es una novela erótica que tiene de todo: cojo a esta, la violo, luego cojo a un hombre, también lo violo, luego les corto el cuello, me meo encima, me tiro por una ventana, luego le contagio la peste a una ciudad entera y me los vuelvo a follar… (Risas). No puedes evitar reírte, como cuando lees al Marqués de Sade o cuando ves una película de cine gore; llega un momento en que te ríes con tanta sangre, tanta víscera y toda esa gente partida en dos por una sierra mecánica. La risa es una manera de relajarte ante esa cosa tan tensa. Me alegro de que también mis poemas arranquen una sonrisa.

La imaginería religiosa está muy presente en tus dos poemarios. ¿Qué impacto ha tenido en ti el cristianismo? ¿Qué rescatas de todo ese background católico que, sin duda, nos ha marcado tanto?

Hay una cosa que se nos escapa; independientemente de que creamos en Dios o no, somos católicos: nos bautizaron, hicimos la primera comunión, forma parte de nuestra cultura. Para mí ser educada como católica no fue especialmente castrante y tiene más que ver con la visión mágica del mundo. Nick Cave dice que él no cree en Dios, pero que en su trabajo existe Dios. En mi trabajo también existe Dios, existe la Virgen, existen los éxtasis y los estigmas; yo tengo mucha fascinación por este tema: leo libros sobre místicos, me encanta Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz… El lenguaje místico tiene tintes muy eróticos. Es alucinante ver esas imágenes sangrantes, ese San Sebastián, los Cristos medio desnudos… Yo me quedo con todo eso, que es lo que uso, como también utilizo la música pop. Para mí fue igual de impactante ver de pequeña a Grace Jones por la tele con un traje de hombre que ver a un Cristo muerto en la Procesión del Silencio. Son cosas que te marcan y yo juego mucho con lo que conozco, claro, no voy a hablar de budismo, porque no tengo ni idea.

En el libro también hay un poco (bastante) de dolor por el amor perdido o por un polvo increíble que no se volverá a repetir. ¿Escribir ayuda a superar el desamor? ¿Cómo se reconstruye una después del naufragio?

Por mi historia de infancia con mis padres y en el colegio, crecí con una alta tolerancia al abuso. He pensado mucho en esto porque quiero saber de dónde viene, cómo se creó y qué puedo hacer respecto a ello. Fui a terapia e investigué mucho las relaciones con personas abusadoras. Esta historia de amor, deseo o encoñamiento, que cruza el libro es la primera relación con una persona abusadora que tuve después de la terapia. Ahí se ve que tengo una enorme contradicción: sé que estoy haciendo algo que va contra mí misma, pero, al mismo tiempo, no puedo evitar hacerlo porque el amor, sobre todo con una persona narcisista, desata una adicción brutal (de hecho, a nivel neurológico, las adicciones de este tipo generan en el cerebro lo mismo que la adicción a las drogas).

Ir a terapia es hacer un mapa de ti misma, de tu interior, consiste en colocar las cosas, saber quién construyó ese pueblo, quién puso ese puente en ese río, pero, aunque haya un mapa, te puedes seguir perdiendo por mucho que lo sigas. A mí me ha costado bastante salir de esto, incluso después de ir a terapia. Lo que hay que hacer para superar estas historias es darte tiempo, ser generosa contigo y hartarte; lo que lleva a la superación es el hartazgo y, para hartarte de alguien, tienes que meter la pata 75 millones de veces o, al menos, eso es lo que a mí me funciona.

¿Por qué elegiste la foto de la cubierta, una postal antigua donde dos cazadores posan junto a un par de ciervos muertos? ¿Qué relación tiene con tus poemas?

Tiene que ver con el último poema, donde uso la caza como metáfora del amor y el deseo. Normalmente elijo las imágenes solo porque visualmente me parecen atractivas. Las portadas de mis libros anteriores son muy narrativas, tienen que ver con el título y se entienden a simple vista. Esta se entiende menos, pero me parece que llama bastante la atención, es bastante cotidiana y perturbadora, y también está relacionada con la cita de Nan Goldin, con lo perverso que existe en la cotidianidad. La elegí antes de haber escrito el último poema, pero, sin duda, tiene mucho que ver con él.

Tengo muchísimas más preguntas, pero me he propuesto no preguntarte nada acerca de lo trans.

Ah, pero me puedes preguntar… Está bien, si no es el tema central. ¿Cuál era la pregunta?

¿Cómo de harta estás de lo trans del 1 al 10?

Diez. (Risas). Me harta porque parece que es un tema del que se abusa: ser trans no es una profesión. Yo he hablado de estos temas de manera abierta; de hecho, mi primer libro habla de mi infancia como peque trans, pero no te puedes acercar a una persona solo desde ese punto de vista, porque es bastante pobre y cosificador. Aparte, pienso que se habla de este tema desde unos lugares comunes que parece que estamos en los años 70. Por eso, del 1 al 10, estoy 10 de harta.

¿Qué te parece que el libro de Alana Portero ‘La mala costumbre’ (Seix Barral, 2023), que precisamente habla de infancias queer, haya despertado tanto interés? ¿Qué piensas de que libros así calen tanto y tengan tanto éxito? Para mí, sin duda, fue el libro del año pasado.

Me alegro mucho por Alana. Es un libro que está muy bien escrito, para el que, por cierto, hice la portada, que se abre con un poema mío, no pasa nada… (Risas). Ciertamente hay un interés por las personas trans que no es nuevo, ya existe desde finales de los 70, con las mujeres que salían en Lib, Party o Interviú. Lo que me hace gracia es que la gente que se acerca a estos boom literarios se quede ahí. Es muy buena novela, pero también podéis leer otras cosas: leed a Camila Sosa Villada o leedme a mí (Risas).

Para terminar, te voy a pedir que nos recomiendes un libro, una película y un artista.

Te voy a recomendar un libro, que supuestamente es de relatos eróticos, muy siniestro, muy oscuro y muy hermoso, titulado Misa de amor (Terrades, 2021), de la autora uruguaya Marosa di Giorgio. Y, ya que hemos estado hablando tanto del deseo y del amor, te voy a recomendar De repente, el último verano (1959), una película clásica de Joseph Mankiewicz, basada en una obra de teatro de Tennessee Williams, con guion de Gore Vidal. Y como artista, o lo que yo entiendo por artista, voy a recomendar a Lana del Rey.

Muy para ponerla de fondo mientras uno lee ‘Derecho a cita’.

Citada en el libro, además.

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