¡Romped vuestro idilio con el césped y amad las ‘malas hierbas’!

Convivencia en un jardín mediterráneo entre plantas ornamentales y hierbas espontáneas. Es el jardín de Ramon Gómez Fdez, en la zona de Valdemorillo (Madrid). Foto: Ramón Gómez Fernández.

La historia de amor con el césped tiene que acabar. Tomemos nota ayuntamientos, paseantes, aquellas personas que tengan como objetivo poseer jardín y piscina propios… En países cada vez más secos como España las verdes praderas plantadas por el ser humano en las urbanizaciones y parques públicos deberían desaparecer. Cortemos con el césped, rompamos con un concepto de ‘zona verde’ que en realidad no es más que un jardín estático y sediento que complace a nuestra vista pero consume agua de manera insostenible y prácticamente no alberga vida animal. Es urgente. Una charla con el paisajista y botánico Ramón Gómez Fernández le convierte a una, directamente, en activista de las hierbas espontáneas.

Sin embargo, nos empeñamos en diseñar jardines urbanos con praderas de césped y seguimos delineando futuras nuevas zonas urbanas con este símbolo de riqueza, de estatus social y de control sobre el medio. Hagámonos amantes de otro tipo de jardín en el que las despreciadas hierbas espontáneas y especies adaptadas al medio tengan mayor protagonismo. Esa aún denominada por muchos como “maleza” puede ayudarnos en la lucha contra el cambio climático y a potenciar la tan necesaria biodiversidad a nuestras metrópolis.

Con Ramón Gómez Fernández enseguida comprendemos que proteger todas esas malas hierbas es protegernos a nosotros. Los paseos por la ciudad y por su periferia cambian al entender el valor de estas plantas y pasan a ser puro asombro ante la cantidad de verde que crece en cada resquicio que procura el asfalto. El ojo empieza a distinguir las distintas especies que surgen aquí y allá y admirará, complacido, el revoloteo de abejorros en plena polinización, de las ya escasas mariposas, de decenas de pájaros (por cierto, ¿qué pasó con las mágicas luciérnagas, que ya no se ven?).

Ya no se mira igual una cuneta, un descampado, un alcorque o un solar abandonado. En estos denostados “trozos de tierra baldía” se adivina vida. Y luego, en el paseo, se los comparará con las impolutas praderas de césped de cada mediana o rotonda de las urbanizaciones, de las bautizadas como “zonas verdes” por los consistorios, moteadas con algún que otro macizo ornamental de vistosas azucenas o rosas. Entonces comprobaremos que, junto a alguna que otra tímida ave, el animal que más disfruta de ellas en realidad son los canes, cuyos dueños les llevan precisamente a estos lugares a hacer sus necesidades. Apenas hay rastro de insectos polinizadores ni de reptiles. Son jardines postal, pero no nos acercan a la naturaleza.

El césped es lujo, da estatus. Qué importa que cada vez llueva menos y haga más calor. Pondremos aspersores, riego, para parecer un evolucionado país del norte. En pleno verano, en una ciudad como Madrid y alrededores, un metro cuadrado de césped necesita riego diario para que reciba una cantidad, según distintas fuentes, a partir de 10 litros de agua por jornada.

Las zonas verdes públicas de Madrid se riegan con agua regenerada a partir de las aguas residuales. Estas aguas son denominadas por los ayuntamientos que las utilizan para regar como “no potables”, aunque tienen calidad suficiente para utilizarse para uso humano en caso de necesidad. Muchas comunidades de vecinos en urbanizaciones extraen agua de pozos del acuífero cuaternario de Madrid (aguas freáticas o subterráneas); pero muchos jardines particulares se riegan con el agua que llega a nuestras casas.

Somos, cada vez más, Mediterráneo, lo que quiere decir que seremos cada vez más Sáhara. Las encinas llegarán cerca de la costa de Galicia dentro de 50 años y desaparecerán los castaños. Y, sin embargo, preferimos seguir mirando a otro lado, sin querer admitir que el meteorito en forma de cambio climático ya nos está cayendo encima.

Se inauguran nuevas «zonas verdes» en la ciudad. Plaza de España, en Madrid, por ejemplo. ¿Y qué nos encontramos? Césped, olivos… Está previsto crear un nuevo barrio en la capital. Madrid Norte. ¿Y cuál será una de sus señas de identidad? Una gran pradera de césped. Se anuncia incluso un “bosque” que aparecerá, prometen, en breve tiempo tras una concienzuda labor de plantación una vez se cubran las vías de la estación de tren de Chamartín con hormigón. Crecen nuevos barrios en zonas pudientes del Oeste y el Norte de la capital. ¿Y qué nos encontramos? Una vez más impolutas praderas de césped con flores ornamentales.

¿Es la Plaza de España de Madrid una oportunidad perdida? Preguntamos textualmente a Gómez Fernández, quien refrenda: “Es una oportunidad perdida, hemos hecho más de lo mismo”. ¿Y cuál sería la propuesta entonces? Gómez Fernández, que este pasado mes de junio ha publicado el libro Botánica cercana. Las hierbas comunes de los pueblos y las ciudades (Tundra Ediciones), aboga por un tipo de jardín que deje intuir el bosque que late debajo de las aceras y del asfalto.

“Si desapareciera el ser humano de una ciudad como Madrid y nadie interviniese, al cabo de unos 200 años habría un encinar”. La propuesta de este experto sería haber creado en Plaza de España un jardín menos controlado, más ligado a los ciclos naturales, que hubiera actuado en el corazón de Madrid como “pequeño retal de bosque mediterráneo”. Esto habría creado un corredor natural con la cercana Casa de Campo. Un conector con la naturaleza que podría atraer fauna, biodiversidad a las puertas de la Gran Vía.

Lo mismo podría hacerse, por ejemplo, con los estrechos bulevares en las avenidas de las ciudades, con los alcorques, que poco a poco empiezan a dejarse salvajes para que alrededor del árbol surjan las plantas que tengan que surgir. No lo debilitarán; al contrario, muchas de ellas enriquecerán el suelo, y en primavera darán flores que servirán de alimento a pájaros e insectos. Las “zonas verdes” de nuestras ciudades son, en efecto, verdes, pero no nos acercan la naturaleza. Hay más biodiversidad en un solar abandonado que en cualquier jardín esculpido a golpe de segadora, apunta Gómez Fernández.

Las hierbas espontáneas son pura resiliencia y rebeldía. Cada año surgen y crecen por mucho que nos empeñemos en arrancarlas y censurarlas. Ellas hacen posible la vida y preparan el camino a los arbustos que vendrán, a los árboles. Se habla mucho de éstos, de los árboles, y son maravillosos, sí, dan sombra, albergan nidos, son bellos…. Pero un bosque no son solo los árboles, sino el suelo y todo lo que crece en él, la hojarasca (que otoño tras otoño es tratada como basura por las ruidosas y contaminantes sopladoras) y los animales que habitan este suelo y que transforman las hojas en humus. Por eso, cuando se anuncia que una ciudad como Madrid tendrá un bosque metropolitano a su alrededor y crecerá un bosque sobre las vías de Chamartín, ¿estamos hablando de un bosque de verdad o en realidad de un gran parque?

Alcorque de Madrid en el que se han dejado crecer libremente las hierbas espontáneas. Foto: Ramón Gómez Fernández.

Internacionalmente hay experiencias muy interesantes de cómo integrar la naturaleza en la ciudad, alterando mínimamente el entorno para favorecer el aprovechamiento de la lluvia, el crecimiento de plantas adaptadas (o autóctonas) o incluso no haciendo nada, es decir, dejando que la naturaleza sea la que se abra paso sin intervenir.

Ejemplo de lo primero son los “jardines de lluvia”, en Tucson, Arizona (Estados Unidos). En estas áreas, el ser humano crea depresiones en el terreno y deja que nazca la flora autóctona. Están estratégicamente localizadas para capturar la escorrentía de superficies impermeables como techos y carreteras creando un vergel lleno de vida donde antes no había más que desierto.

Esta acción contrasta con Anhalter Bahnhof, en Berlín, una estación de tren abandonada hace 60 años en la que se decidió no intervenir y que se ha convertido en un oasis natural rico en especies en el corazón de una metrópolis urbana. Hay pastizales, abedules y vegetación herbácea. Este lugar se acabó convirtiendo en el parque público Natur-Park Südgelände. Contiene 366 especies diferentes de helechos y espermatófitos, 49 especies de hongos, 49 especies de aves, 14 especies de saltamontes y grillos, 57 de arañas y 95 de abejas, de las cuales más de 60 están en peligro de extinción.

Florecientes en primavera, las hierbas espontáneas mediterráneas tienen ciclos de vida cortos. En unas semanas se vuelven amarillas. ¿Pero acaso no son igualmente bellas? Siguen siendo reservorios de semillas para alimentar a la fauna. Sin embargo, preferimos segarlas. Eduquemos el ojo y enseñémosle que el amarillo también es bello. Observar el ciclo completo de estas plantas nos habla del ciclo de la vida, del nacimiento, la reproducción, la muerte y la resurrección la siguiente primavera.

La fiebre por segar es tal que los habitantes de las zonas residenciales de las ciudades contemplan y escuchan a las segadoras arramplar con las escasas florecillas que van surgiendo el césped. ¿Tanto daño hacen? “En una simple pradera pueden ocurrir cosas fascinantes, pero para ello atrevámonos a abandonarlas un poco”, señala Gómez Fernández en su libro. “Olvidémonos de esos inmaculados céspedes de los que el paisajista frances Gilles Clemént declara con acierto: ‘No son más que un desierto biológico”.

En España empieza a haber avances. Algunos ayuntamientos señalizan zonas a las que denominan “islas de biodiversidad” en las que intentan no intervenir demasiado para favorecer la polinización y la proliferación de insectos, pero muchos pronto las siegan, en cuando amarillean.

¿Quieres comprobar el poder de las plantas espontáneas? ¿El poder la vida? Coloca una maceta en el alféizar de la ventana, en la terraza. Deja que le llueva lo poco o mucho que le tenga que llover y observa. Acabarán naciendo plantas, florecerán. Pronto atraerán abejorros, ya lo verás. Sus semillas volarán a otros pedacitos de tierra que encuentren en su vagar. El ciclo de la vida seguirá su curso a partir de tu maceta.

Y quién sabe si volverán las mágicas luciérnagas.

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Comentarios

  • Juana

    Por Juana, el 15 agosto 2022

    Periodista, filóloga?
    Bien dedíquese a lo suyo.
    Al prado, pradera y malas hierbas, déjelas en paz.
    Desde la urbe una pequeña flor,un poco de verde nos parece maravilloso.

  • Mary Carmen iglesias molina

    Por Mary Carmen iglesias molina, el 15 agosto 2022

    Me parece genial quiero seguirla

  • Mariluz Canal

    Por Mariluz Canal, el 15 agosto 2022

    Me parece fantástico el trabajo de Ramón Gómez Fernández.Volvamos a la naturaleza. Nos enseña que «la vida » no se debe domesticar. Gracias Ramón.

  • Manuel

    Por Manuel, el 15 agosto 2022

    Fantástico artículo sin postureos, real y conveniente.
    Mi admiración y enhorabuena.

  • Joaquin Garci

    Por Joaquin Garci, el 16 agosto 2022

    Lo veo interesante, en Extremadura aguantamos lo «pijos» de fuera, que creen que el dinero lo hace todo, pero a cuento de su publicación, creo que ha pasado de puntillas sobre el problema, Julio Agosto y Septiembre es toda esa hierba un pastizal, que arde a las primeras, saludos

  • Carmen Rodríguez García

    Por Carmen Rodríguez García, el 16 agosto 2022

    Exquisito y didáctico!!
    Gracias.

  • Mario Escutia

    Por Mario Escutia, el 16 agosto 2022

    Estupendo articulo. Cargado.de.sentido comun. No comprenderemos.donde esta la belleza hasta que la encontremos en la basura.

  • Marina

    Por Marina, el 16 agosto 2022

    Un artículo verdaderamente muy interesante y muy bien escrito es necesaria una conciencia para usar el agua de manera sostenible por lo tanto sería bueno como dices el no desechar esas malas hierbas. A ver si nos concienciamos que el agua es un bien escaso.

  • Rosa García gil

    Por Rosa García gil, el 17 agosto 2022

    Estoy de acuerdo pero aquí también se incluyen los campos de golf para las personas con dinero,?siempre tiene que ser la clase humilde y tabajadora la que tiene que privarse de tener un jardín de 20 m4.? O también un pueblo con un jardín para que puedan pasear los bebés o más cotas o hacer deporte al aire libre?… mejor empecemos por el despilfarro de los ricos y seguiremos el ejemplo

  • Alberto P.

    Por Alberto P., el 18 agosto 2022

    Vivo en la bahía de San Francisco en California y aquí ya se están tomando medidas en esta dirección. Nuevos jardines no tienen césped y tienen plantas autóctonas que resisten mejor las sequías. Al menos en la ciudad en la que vivo, están dando subvenciones para remplazar el césped de casa por plantas autóctonas.

    En España todavía falta conciencia de que el cambio climático es una realidad y de que nos tenemos que adaptar a ella.

  • Irene Sotos Erce

    Por Irene Sotos Erce, el 18 agosto 2022

    Me he sentido totalmente en sintonía con lo que dices. Mencanta todo lo que crece generosamente entre las grietas y demás espacios inintencionados. Me apena que se lo ataque en pos de prolijidades y limpiezas .

  • María Guadalupe Alemán Gonzalez

    Por María Guadalupe Alemán Gonzalez, el 18 agosto 2022

    Hermoso artículo. Muchas gracias.
    Vivo en México, en el desértico estado Baja California Sur. Insisten los gobiernos en hacer jardines con plantas que requieren gran cantidad de agua y nosotros no tenemos. El desierto tiene árboles bellísimos con requerimientos mínimos de agua y no los voltean a ver. Ahora colocan pasto sintético.

  • Pedro Sanz

    Por Pedro Sanz, el 19 agosto 2022

    Coincido con lo expuesto en el artículo, se necesita mayor difusión, para conseguir el cambio en la gestión de la jardinería urbana. La revolución es lenta, pero lis cambios se can produciendo. Saludos

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