Rosa Ribas: “En la novela negra hay machismo y está muy pronunciado”

La escritora Rosa Ribas.

La escritora Rosa Ribas.

La escritora Rosa Ribas.

Tras Pensión Leonardo’, Rosa Ribas vuelve a la novela negra con Azul Marino’ (Siruela), con la que cierra la trilogía protagonizada por Ana Martí, de la que forman parte Don de lenguas’ y ‘El gran frío’ y escrita a cuatro manos con Sabine Hofmann. A través de ‘Azul marino’, Ribas reivindica el género negro y reivindica, sobre todo, el papel de las escritoras dentro del mundo de la novela negra, “un mundo machista”, en palabras de la propia autora barcelonesa, afincada en Alemania.

Ribas fue una de las voces más críticas ante la ausencia de mujeres entre los finalistas de la pasada Semana Negra de Gijón. 18 finalistas y ni una mujer. Como tampoco había mujeres entre los firmantes del manifiesto contra la violencia de género, impulsado por distintos festivales de género negro. ¿Dónde están las mujeres?, le preguntamos a Rosa Ribas. “Están, pero no se las quiere ver”, contesta.

Con todas las críticas vertidas en contra del género negro, con la polémica en contra de las autoras de género negro, ¿no es una osadía volver al género negro?

Más que una osadía, es una reafirmación. Después de todo lo sucedido y de la polémica, que todavía continúa, creo hay que seguir trabajando en la novela negra y, a partir de ahí, ganar visibilidad. Después de que haya gente que presume de no leer novela negra escrita por mujeres y que este desprecio por las autoras de novela negra sea parte consustancial a su manera de ver el mundo, creo que es más necesario que nunca escribir novela negra. Azul marino forma parte de una trilogía que tenía que concluir, pero, independientemente de esto, mi propósito como autora es alternar géneros: pasar del género negro, que obliga a trabajar de forma más estructurada y constreñida en cuanto hay unos patrones que tienes que seguir, a una narrativa, como Pensión Leonardo, que te ofrece más libertad, puesto que no está encasillada en un género concreto. Por lo que se refiere a la novela negra, ahora es imprescindible escribir y publicar, estar ahí, en este feudo muy machista donde algunos se han quitado la careta, pero donde son muchos más.

Por lo que entiendo de tus palabras, más allá del debate sobre la calidad de la novela negra, está el cuestionamiento por parte de algunos de la legitimación de quién puede escribir.

Son discusiones distintas. Por un lado, tienes el tema de la calidad, la pregunta acerca de qué tipo de literatura propone la novela negra y, en determinados casos, la pregunta incluso de si puede hablarse de literatura. Por otro lado, está el hecho de que algunos autores creen que solo existe una forma posible de hacer novela negra, que solo determinados perfiles biográficos –señores, principalmente- están legitimados para practicar el género y está la actitud machista de rechazo hacia las autoras, una actitud donde yo veo la proyección de anhelos masculinos. ¡A muchos de ellos les gustaría tanto ser Philippe Marlowe!

Paradójica actitud cuando dentro de la historia de la novela negra policiaca o negra encontramos nombres como Agatha Christie o Patricia Highsmith.

Highsmith representa el top de la literatura negra. Se puede decir, a lo mejor, que Agatha Christie difícilmente puede considerarse el más alto exponente literario, pero de Highsmith es incuestionable su valor literario. Coge a los autores de novela negra y selecciona a aquellos que han escrito algo perdurable; entonces te quedarás con Raymond Chandler y con Patricia Highsmith; ni siquiera Dashell Hammett tiene el nivel de estos dos autores, la literatura de Hammett es más simplona. Más cruel, más dura y más todo aquello que ciertos autores creen que solo ellos son, lo es Patricia Highsmith. Evidentemente, Highsmith, según las consideraciones de algunos, no es hard boiled y, evidentemente, en su narrativa no hay un detective con gabardina ni mujer despampanante ni otros tópicos de este tipo.

Tu novela carece de estos tópicos y es, aparte del sustrato negro, una reconstrucción de la Barcelona de finales de los cincuenta, algo que ya hacías en tu anterior novela.

Cada obra novela se retroalimenta de la anterior y, aunque sea un proyecto anterior, bebe algo de lo que la precede. La serie ha ido cambiando porque en medio ha habido otras novelas que las han influenciado y, luego, porque cada novela, enmarcada temporalmente en un año distinto, exigía un tratamiento y un tono diferente. Quizás en Azul marino la influencia de Pensión Leonardo se nota en su tono evocador; hay que tener en cuenta, además, que es la novela de despedida, es decir, la novela que pone punto y final a la trilogía, algo que sabía desde el primer momento. Esta consciencia modifica el tono narrativo, de ahí la voz, podríamos decir, la tercera voz, que es un bajo melancólico, es la voz que indica continuamente el fin de la historia. Esta melancolía estaba también presente en Pensión Leonardo como evocación de un tiempo transcurrido y, en concreto, del momento de pérdida de la infancia.

No por casualidad la novela se desarrolla en 1959, justo antes de la llegada de los años sesenta.

Los sesenta son la época en la que España empieza a pseudo-modernizarse, sobre todo en temas musicales y de moda. Dejamos atrás los grises años cincuenta y las penurias de la postguerra, siendo todavía años muy oscuros por la cerrazón política y por los 20 años de dictadura; en 1959 las consignas ya no son explícitas, porque los individuos ya las han absorbido, no hace falta repetirlas, la gente ya las ha naturalizado.

Por cómo planteas tu novela, uno diría que para Rosa Ribas la novela negra es más flexible y menos encorsetada de lo que parece.

La novela negra es un paradigma en el que te inscribes, pero justamente porque quieres hacer literatura tienes que romper el paradigma, introduciendo elementos ajenos. El género negro permite la introducción de elementos que le son aparentemente ajenos; piensa en Toni Hill: en Ángeles de Hielo introduce elementos de la novela gótica, hace guiños literarios a la obra de Charlotte Bronte, en concreto, a Jane Eyre, que él mismo tradujo, y se adentra en la historia del psicoanálisis. Todo esto lo hace porque el género lo permite, porque el género negro es extremadamente amplio y flexible, no es solo una cosa y no es solo aquello que algunos dicen que es. De lo que se trata es usar el género negro para contar una historia, utilizar el género en tanto que armazón y estructura, trabajar con las expectativas lectoras de toda novela negra, pero dándole distintas capas. Lo negro, en cuanto estructura, es muy simple: fulanito mató a menganito por un motivo. El valor está en adornar este primer sustrato, entrando en la psicología de los personajes, analizando el contexto histórico-social y, a partir de ahí los motivos del crimen, así como la perspectiva desde donde se investiga.

¿Por qué esta generalizada carencia de “valor” dentro del género negro?

Ten en cuenta que el género negro es ambivalente: por un lado, está en su código genético el hecho de ser entretenimiento y, por otro lado, puede aspirar a más. La cuestión es en qué punto situarse: puedes limitarte a ofrecer una novela quiosquera o puedes aspirar a mucho más y, entre medio de estos dos polos, hay muchos matices. Por lo que a mí se refiere, mi aspiración es la máxima.

¿No será que hemos asociado el entretenimiento con la mala literatura?

Hay autores aparentemente ligeros y entretenidos, que son, al mismo tiempo, autores estilística y temáticamente muy interesantes. Personalmente, creo que la lacra del género negro es que se define por el contenido y se olvida que la literatura es estética. Hay quien escribe novelas como quien escribe el resumen de una trama y esto porque, la mayor parte de las veces, no hay pretensión estética. El concentrarse solamente en la trama y el olvido del estilo y la estética son algunos de los motivos de la falta de prestigio del género negro.

La poca presencia de autoras ha sido el centro de debate y de crítica en el último Festival de novela negra de Gijón, pero a este debate habría que añadir el de la presencia de mujeres como protagonistas de novelas negras, presencia todavía escasa.

Como salió a la luz durante la polémica que tuvimos durante la Semana Negra de Gijón, según algunos la mujer en la novela negra solo podía ser o víctima o mujer fatal que hostigaba al protagonista. Sin negar el derecho al mal a las mujeres, creo que hacía falta proponer personajes femeninos que salieran de estos estereotipos y que fueran capaces de llevar el peso de la trama y la investigación, pero sin convertirlos en meros personajes funcionales. Es decir, crear personajes complejos.

En el mundo de la novela negra, ¿hay más tradicionalismo o más machismo?

Hay machismo y está muy pronunciado. Por esto pienso que es tan importante observar cómo hoy en día hay muchas autoras que están escribiendo novela negra y no son autoras de una sola novela, sino que tienen una larga trayectoria y luchan por conseguir visibilidad. El problema no es que no haya autoras, el problema es que muchos no las ven.

En tu novela, decides visibilizar la situación de una mujer periodista a finales de los años cincuenta.

María es una periodista que se enfrenta a los problemas que le causa ser periodista y mujer a finales de los años cincuenta. En las dos primeras novelas de la trilogía, narro cómo María es despedida de La Vanguardia tras haber obtenido mucho éxito con la resolución de un caso: mientras estaba en su rinconcito de la Redacción, María no molestaba, pero en cuanto muestra que es una buena periodista, que es incluso mejor periodista que los hombres que la rodean, lo que hace el periódico es apartarla y utilizar las herramientas que les ofrecía el sistema de la época para despedirla. Esto la lleva, en esta última novela, a escribir en dos revistas tan opuestas como El caso y Mujer actual, dos revistas en las que María no siente que está ejerciendo el periodismo que ella quiere. Es cierto que María se siente más cómoda en El caso; sin embargo, le desagrada ese periodismo amarillo, morboso. María aspira a ocuparse de temas importantes y, por el contrario, El caso la obliga a escribir sobre crímenes comunes y a indagar en ellos.

La experiencia de María no parece muy distante de lo que sucede actualmente.

Efectivamente. Hablando con periodistas, son muchos los que comentan los paralelismos que hay entre la experiencia de María y la de ellos. Estamos en 2016 y sigue habiendo, dentro del periodismo, una censura por intereses creados para la gente que trabaja en grandes grupos y no puede publicar según qué temas y para los periodistas freelance, que tienen que vender sus artículos y saben que si escriben según qué cosas no se las van a publicar.

En ‘Azul marino’ hay una crítica al amarillismo, algo que se le suele achacar al periodismo de sucesos, sobre todo en su vertiente televisiva.

Actualmente en la información de sucesos se alimenta constantemente el morbo, aunque bien es cierto que el morbo no es exclusivo de esta sociedad de hoy, sino que es algo que arrastramos desde la Edad Media. Sin embargo, hoy se alimenta de forma espectacular y, además, se alimenta a través de una actitud muy hipócrita: salen en televisión periodistas con cara de pena ante determinados sucesos, pero, luego, no dudan en hurgar en los detalles más escabrosos, más morbosos y que menos valor informativo tienen. Es un periodismo muy bajo; se podría hacer buen periodismo de sucesos, pero debería ser completamente diferente a como se hace normalmente en las televisiones y a como lo hacía por entonces El caso. Hay hoy día, como lo había también en las páginas de El caso, un recrearse en el morbo y en la sangre que, imagino, debe satisfacer alguna necesidad de quien consume esta información; quizás hay un efecto de distanciamiento de la víctima a través del cual el espectador o lector se asusta y, a la vez, se queda tranquilo pensando que aquello que le ha sucedido a la víctima a él no le va a pasar.

El éxito de María la lleva al despido. ¿Ese arrinconamiento de las autoras durante la Semana Negra de Gijón se debe a que vuestro éxito o reconocimiento molesta?

Quizás una determinada generación se puede poner nerviosa ante el éxito de escritoras, pero es un nerviosismo o una incomodidad que se circunscribe a las generaciones de más edad; entre los escritores más jóvenes no percibes esta reacción. En el fondo, quienes reaccionaron muy violentamente en la Semana Negra de Gijón era la vieja guardia, que llegó a definir el festival como el último feudo del hombre. La actitud de los compañeros más jóvenes era completamente distinta: cuando empezó la polémica fueron muchos los compañeros que se mojaron y se distanciaron de esa vieja guardia. Toni Hill fue el primero y, luego, entraron otros compañeros a quejarse de la situación.

¿Miedo a perder el feudo?

Ese ataque y ese desprecio son una reacción que denota inseguridad; es, afortunadamente, una reacción de una determinada generación de autores que se sintieron atacados y comenzaron a defender aquello que ellos consideraban su feudo. Hay que pensar que la Semana Negra de Gijón es un emblema en cuanto fue el primer festival de novela negra de España y desde el inicio fue un festival muy machista. Hay una voluntad de cambio, gracias a los responsables que han entrado ahora, pero arrastran un lastre muy grande. Por otro lado, a lo mejor es un festival que debería modernizarse, cambiar formato, ofrecer nuevas actividades, abordar otros temas…

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Comentarios

  • Arioch

    Por Arioch, el 10 noviembre 2016

    Hay que ser arrogante para creer que la inexistencia de mujeres finalistas es una muestra de desprecio hacia la mujer. Su ausencia refleja que su forma de escribir no interesa al público al que va dirigido. Y no interesa no porque sean mujeres quienes escriben, sino por cómo escriben.
    Agatha Christie o Patricia Highsmith eran grandes escritoras.
    Pero Rosa Ribas,ay, Rosa Ribas es aburrida de narices.
    Lo siento alguien tenía que dcir la verdad.

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