Rukeli, el boxeador gitano al que Hitler llevó al campo de exterminio
Un gitano boxeador en la Alemania de Hitler. Un gitano maricón en un pueblo español de los 80. ¡Menudas nenazas! ‘Puños de harina’ nos presenta la historia de Rukeli y de Saúl, dos gitanos que sobrevivieron al holocausto y a las sociedades machistas, homófobas y xenófobas que los marginan por su condición y raza. La obra, que cerró en febrero el ciclo Teatro y Derechos Humanos del teatro Fernán Gómez, se podrá ver del 19 al 28 de marzo en la Sala Mirador de Madrid.
En junio de 1933, año en el que Hitler llega al poder, Johann Trollmann Rukeli, un alemán de origen gitano, compite por el título de campeón de boxeo de Alemania. Rukeli, haciendo alarde de su gran juego de piernas y firmeza en los golpes, consigue derrotar a su oponente ganando los diez asaltos. Sin embargo, el combate se declarará nulo ya que, según los jueces, Rukeli “luchó como un gitano, y no como un hombre, y lloró como una mujer”. El púgil, al comprobar la injusticia que se había cometido sobre él, no pudo evitar llorar de la impotencia sobre el ring. Una semana más tarde, la Federación Alemana de Boxeo le retiraría su título de campeón por “comportamiento vergonzoso”.
Desde muy joven, Rukeli (que en lengua romaní significa árbol fuerte) había dado cuenta de sus enormes cualidades. A pesar de su aspecto poco corpulento, llegó a hacerse un hueco entre los mejores púgiles de Alemania del momento. Por ello, fue seleccionado para representar a su país en los Juegos Olímpicos de 1928 aunque, finalmente, le prohibieron participar: Su estilo no era suficientemente alemán, alegaron.
Un mes después de esa victoria frustrada, en julio de 1933, y con el fin de acabar con su figura, la Federación Alemana obligó a Rukeli a combatir contra Gustav Eder, un boxeador pronazi famoso por su enorme capacidad física, muy superior a la del joven gitano. Además, para el combate, la Federación impuso una norma: Rukeli no podría moverse encima del ring. Si no cumplía con el trato, le sería revocada su licencia.
Como muestra de protesta, Rukeli decidió aparecer en el combate con el pelo tintado de rubio y su piel cubierta de harina. “¿Así os parece que soy más alemán?”, gritó a los jueces antes de iniciar la pelea. Y allí, inmóvil en el centro del cuadrilátero, aguantó cuatro asaltos, al quinto caería fulminado. Así, la cúpula del Partido Nazi, congregada en el palco, le demostraba al mundo la superioridad de la raza aria.
Ese hecho pondría punto y final a su carrera profesional. Sin embargo, no acabaron con sus ganas de seguir combatiendo. Su vida, tanto fuera como dentro de un ring, fue una lucha constante. Casi retirado del boxeo, sería enviado al ejército y separado de su familia. Y en 1938, con la declaración de la Ley para la Lucha contra Gitanos y Maleantes, sería esterilizado.
Rukeli acabaría sus días en el campo de exterminio de Neuengamme donde, desnutrido y con un aspecto de tremenda debilidad, fue obligado a boxear contra diferentes militares. Se cree que, en uno de esos combates, los guardas del campo lo acabaron apaleando hasta la muerte. No sería hasta 60 años después, en 2003, cuando la Federación Alemana de Boxeo hiciera justicia devolviéndole el título de campeón que injustamente le arrebataron.
Ahora, su trágica historia ha sido llevada al teatro en Puños de Harina, una obra de la compañía Aedo que, en palabras de su director y actor protagonista, Jesús Torres, es un “combate de boxeo teatral que, además de narrar la historia de Rukeli, cuenta la historia de otros gitanos que lucharon, resistieron, murieron y sobrevivieron a la sociedad”. Y es que, de forma paralela a la historia de Rukeli, la obra nos presenta a Saúl, un gitano homosexual que, en la España rural de los 80, busca su identidad e intenta sobrevivir en el seno de una familia tradicional gitana.
“Dicen que el cuerpo puede aguantar 42 unidades de dolor, que no sé lo que es, pero se mide así. Yo no sé cuántas unidades de esas aguanté con las palizas de mi padre. Pero sé que el dolor que sufría cada vez que mi padre me llamaba maricón… ese dolor, no hay aparato que lo mida. Eso me dolía más que los puñetazos”, relata Saúl en la obra.
Por tanto, esta obra nos golpea enfrentándonos a una realidad, la de esas personas que sufren homofobia y racismo, y que luchan por encajar y sobrevivir en una sociedad violenta que las maltrata. De igual manera, la propuesta plantea una serie de cuestiones sobre la masculinidad, que trae consigo una serie de estereotipos socialmente aceptados y adecuados a las sociedades de cada época.
Las vidas de Rukeli y de Saúl son el ejemplo del castigo que reciben muchas personas por el hecho de no encajar en los estereotipos masculinos y en el significado de “ser hombre de verdad”. Así, la obra asume la función de reclamar la necesidad de elegir lo que cada uno quiera ser, sin imposiciones de ningún tipo. “Me llamaron maricón antes de saber lo que significaba esa palabra y me lo siguieron llamando muchas veces”, explica el personaje de Saúl.
En definitiva, Jesús Torres ofrece un recital interpretativo que parte de la dificultad de encarnar a dos personajes distintos que se dirigen al público para hacerle cómplice. La crudeza de lo que se cuenta y la denuncia implícita deja poso y reverbera en la sala una vez concluida la función. Por todo ello, Puños de harina ha sido reconocida con el Premio Teatro 2019 AutorExprés de la Fundación SGAE, entre muchos otros. Además, la obra fue presentada en el John Lyon’s Theater de Londres, con lo que su autor se convertía en uno de los pocos españoles en estrenar en el West-End londinense.
De forma conjunta a la obra, el Aedo Teatro ha lanzado el videojuego Puños de harina, un serious game inspirado en el espectáculo teatral y en el que los jugadores pueden relacionarse con la trama a través de una conversación de Whatsapp. El jugador debe aconsejar a los personajes de la obra a resolver diferentes conflictos relacionados con el racismo, el machismo, la masculinidad, la homofobia o la identidad sexual. Según lo que escoja, cambiará la historia y la vida de los personajes.
De esta forma, la compañía ofrece una herramienta que sirve para que el espectador pueda interactuar con la historia y se involucre con la causa. Una iniciativa pionera que, además, acerca las artes escénicas al mundo juvenil al utilizar los medios, canales y herramientas que usan las nuevas generaciones para comunicarse. El videojuego está disponible aquí.
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