¿Sabemos reírnos de nosotros mismos?
Hablamos con Manel Fontdevila y con Darío Adanti, magos del humor gráfico que participarán en Ilustratour, el principal festival de ilustración que se celebra en España y que se desarrollará la próxima semana en Madrid con varios debates en torno a la actualidad gráfica y sobre cómo el dibujo y la ilustración están contando mejor que nadie lo que nos pasa. Y cómo nos ayudan a lo más sano que pueda existir: quitarle hierro a la vida, relativizar y reírnos de nosotros mismos. Aunque la censura está ojo avizor y, revestida de falsa moral, nos está llevando a menudo a quitarle todo el sentido a lo que significa el humor.
Son dos grandes figuras del humor más mordaz y crítico hoy día. Trabajan dibujando, construyendo historias y guiones de humor. Nos ayudan a pensar y a reír, dos valores que deberían estar al alza, cada vez más.
Manel Fontdevila, historietista, editor y realizador, no puede evitar hacernos reflexionar con sus trabajos, o, mejor aún, tirarnos a la cara la realidad como hacen los payasos con sus tartas. Para intentar espabilarnos como mínimo. “Siendo sincero, prefiero que la gente ya venga pensada de casa. Yo cuestiono cosas, doy puntos de vista o incluso me limito a frivolizar. Y a la gente le hace gracia y, a veces, conectas; incluso puedes presentar algo que ya sabemos todos, desde otro punto de vista, o asociar dos ideas y sacar de ello otra nueva. Básicamente, la cosa consiste en buscar esa conexión e intentar aportar alguna idea interesante o, por lo menos, no muy sobada. Pero ¿hacer pensar?, ¡qué responsabilidad, ja, ja!”.
Realmente, ¿cuál es el papel del humor gráfico? ¿Hacernos pensar? ¿Ayudarnos a evadirnos de la realidad? ¿Frivolizar un poco la aspereza de la vida diaria? ¿Provocar? ¿Ser crónicas del absurdo diario? Todas y a la vez ninguna pueden ser las respuestas correctas.
A veces se piensa más fácilmente gracias al humor gráfico; otras simplemente nos quedamos en la superficialidad de la risa inmediata, que no es poco.
Darío Adanti (Buenos Aires, 1971), historietista, ilustrador y animador, nos cuenta: “Con el humor pasa lo mismo que con la filosofía; tú no descubres un pensamiento que te era desconocido, sino que descubres a alguien que lo ha sabido plasmar de forma gráfica y sintética y de una forma que a ti no se te había ocurrido. La sorpresa es más por empatía que por descubrimiento de algo inédito. Con el humor gráfico político sucede lo mismo; no vas a hacer que un votante del PP se cuestione sus simpatías políticas por un chiste que hagas de Rajoy, pero a otros que piensan lo mismo que piensas tú sobre Rajoy, les descubres una forma simple y sorprendente de expresarlo con lo mínimo indispensable. El humor no es como la medicina, el humor es como el sexo; no te cambiará la vida, pero te la hará más placentera.”
Este año Ilustratour ha apostado por incluir dentro de su programación un amplio espacio para el humor gráfico. Sabela Mendoza, directora del festival, nos cuenta las razones: “Desde Ilustratour intentamos atender a la actualidad de la ilustración, pero también a la propia actualidad y cómo ésta es interpretada desde la ilustración. Ambas tendencias están relacionadas al fin y al cabo, y ese diálogo es el corazón del programa. La crisis nos ha llegado a situaciones tan estrambóticas, tan escabrosas, que acaban construyendo una realidad de chiste. Y no porque el chiste reste importancia a las cosas, en absoluto. Tener una visión cómica de la vida muchas veces supone un modo inteligente de tomarse las cosas en serio. Cuando los escándalos, en un grado elevado de exageración, se convierten en esperpento, construyen chistes. La realidad de chiste es una fuente de creatividad casi inagotable. En la mezcla de rabia contenida e ingenio se disparan las ideas, y el humor es una vía maravillosa para ejercer el derecho a réplica, para afinar la denuncia y para provocar el impacto del otro lado. Una vez escuché en una charla que las risas son el mejor aplauso… Creo que el humor es un estado de ánimo bastante despierto. Y recurrir a ese estado nos parecía una buena aportación para el festival.”
Con su humor, estos profesionales nos aportan su particular representación de la vida que nos ha tocado vivir y, como toda representación que se precie, debe intentar abarcar el amplio abanico de las vicisitudes humanas. Y vaya si lo hacen… Pero, ¿dónde ponen los límites?
En el caso de Manel Fontdevila, sus límites son de sentido común: “Hago chistes porque quiero expresar una serie de ideas; en buena lógica, los límites que me impongo serían expresar ideas contrarias a esas cosas. Pero, vaya, llamarles límites es quizá un poco dramático, digamos que son mis intereses. Límites legales no me pongo, creo que uno no puede hacer humor, opinión, con un ojo puesto en todas las rayas que no hay que sobrepasar. No somos nazis, no somos criminales, no somos monstruos, nada de lo que digamos va a ser tan dañino que no se pueda contrarrestar con argumentos mejores o, simplemente, con la indiferencia. Dicho esto, cuando uno fuerza algunos límites, cuando se juega a provocar, que desde el humor me parece un ejercicio sanísimo, creo que es importante asumir lo que se está haciendo y aguantar luego la bofetada, si la hubiera. Si uno está convencido, no hay mayor problema, no va a doler. Si luego vamos a pedir perdón, a decir que pensábamos que no sé qué y no sé cuánto, mejor no decir nada. El requisito básico para meterse a esto sería, quizá, ser capaz de asumir y defender lo que uno diga. Es de Perogrullo, pero conviene tenerlo claro”.
Para Darío Adanti sus límites son más personales; no cree que ningún tipo de expresión, sea humor, sea poesía, sea cuento o novela, debería tener límites, porque son ficciones. “Respecto al humor, para mí el límite está en el contexto. No voy hacer un chiste sobre el abuso infantil en un sitio donde hayan padecido ese horror. En una revista satírica como Mongolia , en cambio, el contexto ya te predispone para que sepas que ahí te vas a encontrar con humor negro, y creo que el humor negro es muy higiénico, nos permite fantasear los horrores humanos y mirarlos a la cara desacralizándolos. Mi límite, por lo general, suele ser disparar siempre para arriba, para el que tiene más poder. Si hago un chiste sobre el abuso infantil, lo hago para satirizar la hipocresía de la Iglesia o del poder, no para reírme de la víctima. Pero, ojo, no creo que esto, que es absolutamente personal, sirva como guía o modelo de nada. Los humoristas hacemos chistes porque se nos ocurren y nos hacen gracia, y allí donde haya un límite, un humorista, por definición, se va a ver tentado de traspasarlo. ¿Por qué? ¡Porque hace gracia!”.
Ilustratour quiere potenciar el protagonismo del humor en esta edición del festival. El humor encaja perfectamente en el mundo de la ilustración, como la ilustración lo hace en el universo humorístico. “La risa puede ser toda una herramienta de dialéctica, un arma para el activismo», nos dice Sabela Mendoza. «Hace poco, escuchaba a las Guerrilla Girls, en su paso por Matadero Madrid, defender el humor como la mejor estrategia para ganarse al oponente: consigue hace reír al que tienes enfrente en una discusión entre opuestos, y habrás llegado a un punto en común desde donde poder continuar hablando, empezar a encontrarte con el otro. Me pareció algo muy acertado”.
Y a eso nos van a ayudar tanto Manel Fontdevila como Darío Adanti en esta feria en Matadero, que se celebra por primera vez en Madrid tras un largo recorrido en Valladolid en años anteriores. Nos van ayudar a entender el humor gráfico y a sabernos reír con él y de nosotros. Algo nada sencillo. Saber reírnos de nosotros mismos es un hito evolutivo que diferencia una cultura primitiva de una cultura más racional, más evolucionada. En las culturas primitivas, al mal no se le nombra porque es tabú, mientras que en las culturas más racionales al mal se le representa para poder reconocerlo y poder conseguir los recursos necesarios para combatirlo. Pero aún nos queda tanto por recorrer que muchos de los que van de adelantados ven el humor como una ofensa más que como la metáfora que es. Quizás sea por esa herencia judeocristiana que arrastramos desde hace siglos, según nos dice Adanti. Somos animales gregarios con culpas y con miedos a no ser aceptados por el grupo. Y esa necesidad de ser aceptados nos lleva a veces a ser hipócritas y contradictorios entre lo que hacemos en privado y lo que se cuenta en público que hacemos en privado. “Creo que ésa es la causa de que cada vez se cree un cerco más cerrado respecto al humor; estamos avanzando en muchos temas sociales, pero, por otro lado, estamos retrocediendo hacia morales que sería más sano dejar atrás. La fórmula es bien sencilla: ética sí, pero moral, ninguna…”, concluye Adanti.
¿Pero por qué a los españoles nos cuesta tanto reírnos de nosotros mismos? Esta es la respuesta que nos da Manel Fontdevila: “El problema, quizás, es de código: todo el mundo sabe responder a un insulto, a una acusación, pero raramente se sabe responder a un chiste. De hecho, el chiste no pide respuesta. España es rica en gente que se toma muy en serio a ella misma. Gente muchas veces inútil; delincuentes, descerebrados, pero con una mesa de despacho donde pueden aparcarse tres coches. Bueno, a este tipo de gente no le suele gustar que se rían de ellos y se lo toman todo como una agresión. La respuesta suele ser desproporcionada, porque han basado su negocio en una deslumbrante aura de respetabilidad que el humor es lo primero que derriba. Y en fin, a distintos niveles, pero el hecho suele ser este. Hay algo incongruente entre la naturaleza de la agresión y la rotundidad de la respuesta. Porque, a pesar de todo, un chiste no es una agresión, es un juego. Responder con amenazas, con el peso de la ley o con la violencia es no haber entendido nada, ¡es un fracaso cultural!”.
Nos reímos poco porque somos una sociedad terriblemente hipócrita, según nos dice Darío Adanti. “Lo mismo que pasa con el humor pasa con el sexo. Es algo que abordé cuando le presenté el libro Manual de Psiconáutica a Amarna Miller. El sexo y el humor son utilizados frecuentemente en la publicidad, se nos cría con el humor y el sexo como dos vehículos de seducción. Aprendemos a consumir y ejercitar el humor y el sexo, pero luego, eso que consumimos en privado (como el porno o el humor negro) es fundamentalmente reprimido en público, ninguneado y censurado. Ambos son juegos privados entre los que han pactado jugar, ambos establecen su códigos y sus límites, ambos son vehículos de placer, y ambos son necesidades humanas naturales que hemos hecho complejas culturalmente hasta crear miles de pautas y códigos, pero ambos son mal vistos desde la doble moral de una sociedad que vive de las apariencias. Queda bien decir que follas todos los días, que haces la pirivuelta en la cama, pero se oculta la masturbación y el consumo de productos sexuales con vergüenza, y se mira como bichos raros a los que trabajan en esa industria. Del mismo modo, casi todos disfrutan del humor negro tras una tragedia y lo cuentan en privado, pero luego se censura al humorista que lo haga en público y se le mira como si la culpa de la tragedia fuera su chiste”.
En este punto, recordamos una viñeta que Adanti ya había publicado en 2013 y que recientemente volvió a colgar en su Facebook con motivo de los polémicos tuits de Guillermo Zapata, ya que seguía de plena actualidad, y su reflexión: «Hemos llegado a un punto de represión en el lenguaje que nos ofenden más las palabras que los actos. Como si el delito no fuera el hecho, sino su representación. Ese desapego que genera el humor negro nos permite ver todo lo que tenemos de desgraciado, de patético y de monstruoso”.
¿Alguna vez han tenido algún problema por expresarse o miedo por hacerlo? Le preguntamos a Darío Adanti: “No, la verdad es que nunca. Los humoristas trabajamos con la risa, que es algo muy raro y, aunque la busques, nunca sabes si la vas a encontrar o no. La risa es placer, y si a ti, como autor, y a unos pocos que comparten tu tipo de humor nos ha hecho gracia, por más retorcido, enfermo o incorrecto que sea lo que se te ha ocurrido, estás dando placer, aunque sea un placer doloroso. Ese placer es algo inmediato, algo que se pasa una vez se termina la risa y el recuerdo del chiste. Al acabar no queda nada; ningún daño real, nadie muere en la realidad, nadie se ve expulsado de su casa, nadie sangra por un chiste. Por eso no creo que haya nada de lo que arrepentirse. A no se ser que cuentes un chiste a alguien para hacerle un dolor intencionadamente. Entonces ya no es un chiste, has utilizado el chiste para ser cruel, eso es otra cosa muy diferente. Ahí tu intención no es hacer reír, sino ser sádico. La diferencia está en que si tú le pegas a alguien y luego le haces un chiste sobre su dolor, estás siendo sádico, pero si alguien te pega a ti y tú haces un chiste, estás buscando la dignidad. Si a alguien no le gusta nuestro sentido del humor, tiene cientos de otros humoristas a quienes leer, y si un chiste le sentó mal, no le va a cambiar la vida, le garantizo que se le va a olvidar en 20 segundos…”.
Con lo bueno y sano que es reírse y con las pocas oportunidades que tenemos de hacerlo, no podemos desaprovecharlas y menos cuando se nos presenta un trabajo bien hecho y pensado, que es fundamentalmente intuitivo, como nos cuenta Manuel Fontdevila: “Pensamos con dibujos, hablamos con dibujos, y todo se mezcla. Incluso a veces reímos, pero, en general, reír le toca al otro, al receptor. Parte del trabajo está en intuir si lo que estamos haciendo da risa o no. Tienes una idea que te parece graciosa, pero en cuanto le has dado tres vueltas todo es un supuesto. Realmente ya no sabes si eso es gracioso o no. Apuestas. O haces un test rápido con tu pareja para saber si has acertado”.
Para ponerse a crear, el primer paso que da Adanti es pensar; por eso le cuesta creer que en España no haya una palabra que incluya en el mismo término los actos de pensar, de escribir y de dibujar. “Se nos suele llamar dibujantes o ilustradores, y no son términos errados ni mucho menos, pero falta la mitad del trabajo: pensar, escribir, corregir la frase, darle vueltas, buscar la palabra exacta que no adelante la sorpresa y que la remarque en el momento en que queremos que el chiste se cierre… Por eso me gusta más la palabra humorista, tan denostada sin motivo, porque el humorista piensa, escribe, dibuja, actúa. Tenemos que escribir un chiste tantas veces hasta que demos con la estructura de frase que haga que funcione… Somos como artesanos de juguetes, armando un cochecito de madera y de lata que luego tiene que andar solo cuando lo colocas en el suelo. No somos graciosos por naturaleza, no nos salen los chistes por generación espontánea. Yo voy siempre con una libretita a todos lados, donde apunto todo lo que me parece que puede tener algo plausible de ser convertido en comedia o chiste. Luego le pego mil vueltas y le doy la paliza a mi chica o a mis amigos para testar cuál de todas las formas funciona mejor”.
De cara al taller Está pasando, lo estamos ilustrando, que tendrá lugar el próximo sábado 23 de julio a las siete de la tarde en Ilustratour, Fontdevila nos quiere plantear la viñeta de prensa como género de la historieta: «El chiste se mueve en ese terreno ambiguo y que da para mucho debate entre la ilustración y la historieta. En mi opinión es historieta, pero… Y a lo mejor es interesante también explorar sus posibilidades más allá del humor, al fin y al cabo una viñeta es un formato, no un género. Bueno, me gusta comerme la cabeza con cuestiones de narrativa, con teoría. Me apetece siempre hablar de estas cosas; en Ilustratour parece el tipo de sitio donde se pueden plantear sin miedo. Dibujar chistes es muy interesante, es una manera muy directa de participar con tu trabajo en el circo de las cosas que pasan, pero quizás sea interesante, precisamente, aprovechar que el formato goza de una cierta repercusión para darle tres vueltas. Nunca esta de más, a veces de ahí salen cosas».
A este debate sobre la actualidad gráfica, Ilustratour suma el ciclo de conferencias Pensar, reír, dibujar, donde también participan figuras de renombre como el propio Darío Adanti, y Manel Fontdevila y Liniers.
Ilustratour se celebra del 20 al 26 de julio en Madrid. Casa del Lector, Matadero.
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