‘Safo’: el sexo lésbico se impone al clasicismo en el Festival de Mérida
El Festival de Teatro de Mérida ha acogido esta semana el estreno de ‘Safo’, una obra que rescata la figura de la poeta griega, a la que da vida Christina Rosenvinge. Una propuesta que se enfrenta a la culpa del placer femenino. Safo viaja desde los siglos hasta la actualidad para cambiar los roles de género. Pero no viaja como predicadora, sino como estrella del pop.
El poeta romano Ovidio dijo de Safo que se suicidó por el amor no correspondido de un hombre. Platón, lejos de reconocer la genialidad de su obra, se refirió a ella como “la décima musa”, una más dentro del espectro de mujeres que han sido relegadas al olvido. Sin embargo, la realidad es bien distinta: Safo morirá de vieja, en su cama, en Lesbos, una isla situada entre Oriente y Occidente. Escribió 10.000 versos, de los cuales sólo sobrevivieron 192, la mayoría de ellos fragmentados, que la convertirían en la primera poeta que habló de forma descarnada del amor y el deseo. Su nombre dará lugar al concepto “sáfico”; su lugar de nacimiento será la cuna del lesbianismo.
Safo, estrenada el miércoles en el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, rescata la figura de la poeta griega con el fin de cuestionar su historia. Esa historia escrita por hombres que despoja a las mujeres de heroicidad. “Safo estaba ahí, pero estaba oculta, no podíamos verla, porque la historia no nos ha dejado verla con claridad”, explica Marta Pazos, directora del proyecto, que cuenta con textos de María Folguera y cuya dirección musical corre a cargo de Christina Rosenvinge, quien hace su debut en el teatro encarnando a la poeta griega y adapta sus versos clásicos en forma de canciones pop que resuenan al compás de la batería, el bajo y la guitarra.
Así, las milenarias ruinas del Teatro Romano de Mérida acogen una fiesta que celebra la sensualidad femenina y el erotismo, que invita al disfrute sensual a través de cuerpos desnudos y escenas de sexo lésbico. Donde el tabú queda sepultado entre siglos de historia conservadora y cristiana. Lesbos, 600 años antes del nacimiento de Cristo, era ese lugar en el que Safo declaraba su amor a las mujeres. “Amo las bodas y odio el matrimonio”, dice la poeta griega cuando aparece en escena Afrodita, diosa del amor y la belleza, metida en una bañera de espuma. Una frase que carga contra el matrimonio con ataduras, contra todo lo que no represente el placer y la pasión.
La culpa del placer femenino
De ahí lo revolucionario de una propuesta que se enfrenta a la culpa del placer femenino. El escenario, que reproduce de color rosa el propio Teatro Romano, ensalza la figura de ese personaje femenino que el teatro clásico tantas veces ha denostado. Personajes de mujeres despojados de toda épica y que acompañan a los hombres varoniles curtidos en mil batallas. Safo viaja desde los siglos hasta la actualidad para cambiar los roles de género. Pero no viaja como predicadora, sino como estrella del pop.
Por último, cabe destacar la reflexión que hace la obra sobre la preocupación de ser olvidada. Sobre la duda de si alguien la recordará cuando ella muera. Sobre si la inmortalidad del artista recae en las personas que te sobreviven. Lo que está claro es que las musas de Safo, interpretadas por Irene Novoa, Juliane Heinemann, Lucía Bocanegra, Lucía Rey, María Pizarro, Natalia Huarte y Xerach Peñate, salen a escena con el firme compromiso de convertir su figura en mito. Con las ruinas históricas de Emerita Augusta, la actual Mérida, como testigo.
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