Salter y Garmendia, dos maestros de la palabra para quedarte sin aliento
Nos salimos de la ruta del vértigo de la actualidad y, sin embargo, nos quedamos sin aliento. Nos detenemos hoy en dos maestros del relato corto: el venezolano Salvador Garmendia con ‘Los peligros de Paulina’ y el recientemente desaparecido James Salter, de quien Susan Sontag dijo: «Está entre los pocos autores norteamericanos de quienes quiero leerlo todo», que nos deja con su novela ‘Todo lo que hay’.
Los grandes nombres del boom de la literatura latinoamericana han eclipsado durante años a otros autores, en ocasiones no menos importantes, pero cuya obra no ha trascendido de la misma manera. Es el caso del venezolano Salvador Garmendia, uno de los escritores clave de la literatura latinoamericana del siglo XX y del que apenas se han tenido noticias hasta ahora en España.
Escritor comprometido, novelista, dramaturgo, periodista, ensayista, guionista, Garmendia (1928-2001) fue un todoterreno. De su obra, sin embargo, destaca su trabajo como cuentista. Lo explica la escritora Viviana Paletta en la introducción a Los peligros de Paulina, una antología de sus mejores relatos que con gran acierto publica ahora la editorial Salto de Página.
Nacido en Barquisimeto, en una familia numerosa, modesta, Garmendia tiene que ganarse la vida muy pronto con lo que mejor se le da, escribir, una carrera que desarrollará en su mayor parte en Caracas. Hijo de su tiempo, pasa por distintas etapas en su faceta como novelista, desde las vanguardias al realismo social. Un exceso de teoría, según reconoce el autor en el autorretrato que cierra el libro, que pudo lastrar su creatividad. “Algunos de nosotros, poetas y narradores, aprendimos el catecismo antes de conocer a Dios”. Un exceso de teoría que no encuentra en el cuento, género en el que se siente más libre. “Novelas o no, yo las amo de todas maneras, pero hace tiempo que he roto con ellas”, escribe. No ocurre así con los cuentos. El señor duro, una de sus primeras narraciones breves, “pudo haber sido escrita esta mañana, mientras mis novelas se ponen amarillas como parientes viejos”.
En sus relatos, Garmendia se deja llevar por una asombrosa libertad para realizar una lectura diferente de la vida cotidiana y sus deformaciones, hasta el punto de que puede llegar a ser amenazante. De ahí que los personajes que pueblan sus relatos sean excéntricos, como la Paulina que da título al libro, y se muevan entre la realidad y el sueño, la materia de la que estamos hechos. Garmendia aprendió bien la lección de Shakespeare.
Y de un clásico otro clásico, a quien ya le hemos dedicado un rincón en Área de Descanso. Autor de culto, considerado por la crítica como uno de los grandes estilistas de la narrativa en inglés, el estadounidense James Salter (Nueva York, 1925) regresa a la novela con Todo lo que hay (Salamandra). Un regreso agridulce tras la muerte del escritor el pasado día 19. «Salter está entre los pocos autores norteamericanos de quienes quiero leerlo todo», aseguraba Susan Sontag. «James Salter es un autor de una sutileza, inteligencia y belleza fuera de lo común», sostiene Joyce Carol Oates. La admiración en nuestro país también ha ido creciendo, y con razón.
Mi encuentro con la obra de Salter (su verdadero nombre es James Arnold Horowitz) fue por todo lo grande, y aquí la grandeza nada tiene que ver con la extensión o el tamaño. Leí La última noche (Salamandra), una colección de relatos que te deja sin aliento, y me entregué para siempre. El cuento que da título al libro debería figurar entre los mejores de la segunda mitad del siglo XX. Admirado por su prosa, Salter representa como nadie el ideal del escritor norteamericano, donde se confunden la vida y la obra. Como nuestro Cervantes, también Salter fue soldado, oficial del Ejército norteamericano, piloto de avión, una experiencia que habita en sus narraciones y en sus incursiones cinematográficas y que tan bien supo contar en su particular autobiografía, Quemar los días.
El punto de partida de Todo lo que hay es la guerra de Okinawa, una de las más sangrientas y traumáticas de la Segunda Guerra Mundial. Philip Bowman, oficial del Ejército, es uno de los oficiales que la libran y se salvan de la masacre. Recibido a su regreso como un héroe de guerra, consigue una plaza en Harvard y posteriormente un puesto en una reputada aunque pequeña editorial. Salter se vale de este personaje para narrarnos la vida literaria estadounidense de la posguerra, una de las más ricas de su historia. La ambición, el desamor, el fracaso, la pérdida de las ilusiones y el vacío son algunas de las claves de esta novela. Aunque no tiene el alcance de Años luz, quizás su obra maestra, la lectura de Salter es siempre una apuesta segura.
Comentarios
Por GRAMSCIEZ, el 21 junio 2015
James Salter es/era, un escritor digno, aceptable, con aciertos y algún que otro mérito, pero sin más.Nada de sublimidad ni cenital, sin posible comparación con algunos tales que Michel Tournier, germanista Francés, de mayor altura, aunque éste no haya sido piloto de gUerra a la guisa de Salter, que sabía tratar los asuntos intimos y amorosos-civiles sin atisbo de sentimentalismo.
Garmendia ¿era el de «Memoria de Altagracia? Pues hace mucho que lo leí en la adolescencia………
Nivel, más nivel, mucho más nivel, muchísimo más nivel, en los artículos……..
SALUT!!