¿Nos salvará el poliamor del miedo al abandono si somos tres o cuatro?
¿Nos salva el poliamor del miedo a no ser lo suficiente para el otro? ¿Nos redimiremos del fantasma del abandono si en lugar de dos somos tres o cuatro? ¿Qué hay de la responsabilidad afectiva frente a las demás? Al parecer, la experimentación relacional no ayuda en mucho sin un trabajo de deconstrucción de mandatos de género. Otra entrega de esta sección quincenal a dos voces, ‘Por culpa de Eros’. Diálogos sobre encuentros, el eterno femenino resistente y las masculinidades errantes en tiempos de turbocapitalismo. A cargo de Analía Iglesias y Lionel S. Delgado.
Hace tiempo que no creo en la monogamia. Pero cuando uno abandona certezas y empieza a caminar por senderos tan poco transitados como las no monogamias siempre se lastima los pies.
Mi primer intento fue un desastre: una relación abierta que se convirtió en un juego perverso de celos, incomunicación y voces de sirena. Por una especie de compromiso político ciego en eso del “amor libre”, forcé a mi pareja a plantear una pareja abierta sin haber construido un colchón de confianza y sin poner sobre la mesa los fantasmas que nos rondaban. Resultado: yo me sentía asfixiado con la relación, idealizaba a la que me llamase la atención y descuidaba, mientras tanto, a mi pareja. La cosa acabó mal (hoy la quiero mucho, pero se nos notan las cicatrices cuando nos vemos).
Con los años, los tropiezos son menos graves y he ido definiendo poco a poco qué tipo de relaciones quiero en mi vida. Lo difícil es siempre ponerlas en marcha, pero ahora por lo menos tengo más claro cómo aspiro a vivir mi amor. Fuera de la monogamia, uno tarda mucho tiempo en tener claro qué está haciendo. Analía aún mantiene dudas sobre cualquier etiqueta en el amor, con razón. Y es que se suda mucho para definir una forma de amar alternativa. No en vano, tienes que reescribirte en muchos sentidos.
En mi caso, la forma de amar que quiero pone en cuestión la individualidad neoliberal y potencia (lo intenta) los vínculos comunes, el apoyo y los sistemas de relaciones frente a un archipiélago de islas amorosas separadas entre sí. ¿Es eso poliamor? Yo tampoco he sido nunca de etiquetas, pero esto se acercaría al modelo de poliamor crítico que defiende Brigitte Vasallo: entornos de cuidados colectivos, sencillos, sinceros y horizontales. Este poliamor, según Vasallo, depende más del cómo que del qué. Pero, de nuevo, lo problemático es cómo llevarlo a cabo. Y en eso es necesario también traer el género al debate.
Como me dijo mi gran amiga la psicóloga Beatriz Cerezo, los discursos sobre las no monogamias pocas veces inciden en el género. Algunas aproximaciones desde un enfoque feminista las realizan las mujeres de Indágora, Natalia Wuwei o Roma de las Heras. En relación a los hombres (en este caso, varón cis) la cosa es más escasa. Hay algunos hombres hablando de poliamor, como Miguel Vagalume, pero no es fácil encontrar reflexiones ligadas a las masculinidades, es decir, a los códigos de amar propios del hombre y a nuestros fantasmas personales.
Así pues, lo que sigue, más que un tratado teórico sobre poliamor, son vivencias personales desde prácticas amorosas en un cuerpo de hombre cis. Leedlo, pues, como reflexiones en el aire e hipótesis de lectura.
La vida emocional del hombre
El primer cubo de agua fría fue ver lo fácil que lo tengo para hacer daño y, a la vez, dañarme. Como hombres, tenemos una gran facilidad para ser irresponsables emocionales sin pagar grandes precios: como me decía una amiga, para las mujeres las no-monogamias son un deporte de riesgo. El riesgo de toparte con hombres irresponsables con grandes problemas de gestión de la inseguridad o la frustración es enorme.
Yo añadiría que para el hombre la cosa también tiene riesgo. Pero el riesgo es distinto: el hombre tiene más bien que lidiar consigo mismo, con la proyección de sus fantasmas y la competición con otros hombres. Mis fantasmas fueron (son) el miedo a no ser suficiente y a tener que ser ‘El Mejor Amor’. La mujer también tiene sus cosas, desde luego, pero difícilmente yo me encuentre con una mujer manipuladora que pueda establecer relaciones de violencia emocional o chantaje sexual. Haberlas, haylas, pero ¿en qué proporción?
Ya sé que hablar de emociones y género es complicado. Claro que hay mujeres manipuladoras y hombres honestos. Seguramente muchas mujeres se sentirán representadas con muchos de los problemas que yo relaciono con la masculinidad. Los rasgos masculinos y femeninos flotan alrededor de los cuerpos, no nacen de una esencia. Las mujeres pueden desarrollar códigos masculinos, y viceversa. Pero este enroque no pone en cuestión el orden de género que los origina.
Esto no va de individuos aislados. Va de estructuras de género y cuerpos sexuados construidos en sociedad. El orden desigual de género le permite al hombre desligarse del precio de su irresponsabilidad, y eso es clave en las relaciones sexoafectivas que construimos. Creo que, en esto de las relaciones, las mujeres salen peor paradas. De ahí que sea clave repensar nuestro papel.
Para ser claros: la idea principal que defiendo aquí es que el poliamor no elimina sino que, más bien, reconfigura problemas básicos en la vida amorosa masculina.
Tomemos, por ejemplo, el tema de la salvación. La dinámica es clara: partimos de la frustración e idealizamos a una persona que recién conocemos, sentimos que esa nueva persona es “la definitiva”, la que nos salvará (porque necesitamos a esa persona para ser mejores). Lo dejamos todo por ella (la idea de ella) y, acto seguido, lo mundano vuelve a hacer acto de presencia: toparnos con lo real de esa persona nos devuelve un buen trago de frustración. La rueda vuelve a girar.
Este es un problema básico de la vida amorosa: buscamos constantemente a aquella persona-idea que nos salve. Aunque esto es compartido por ambos, la idea de salvación por redención de la bestia es muy masculina: es difícil imaginarse a una bella y la bestia, donde la bestia sea mujer; suena raro cambiar el argumento de “él en el fondo es bueno, solo que tiene un mal pronto, ten paciencia” para decírselo a una mujer. De nuevo, Disney, porque así de explícita es la canción de Frozen: “solo tiene que mejorar un poco/tú puedes mejorarlo con un poquito de amor”. Soñamos con alguien que nos complete, pero esa completitud viene de la mano con la idea de salvación. La mujer como redentora del malestar masculino.
Esto es solo un ejemplo. La pregunta será: ¿soluciona estos problemas optar por el poliamor? O, ¿es posible un poliamor sin trabajar y cuestionar modelos de masculinidad hegemónicos? Yo lo dudo seriamente.
El hombre poliamoroso
En la experiencia masculina del poliamor aparece la amenaza de abandono. Por supuesto , es algo que se da en monogamias, pero que en el poliamor se reconfigura: al no ser el único, el amor recibido es entrecomillado. ¿De qué vale el amor recibido si se da el mismo amor a otra persona? Me ha costado mucha reflexión e incontables conversaciones entender que el valor del amor recibido no depende de la cantidad de gente que haya. Si es de calidad, el cariño brilla por sí solo.
Sin embargo, si comparase cuántas veces me sentí poco querido con cuántas veces me aseguré de querer bien, la cosa me daría vergüenza. Tendemos a cuestionar lo recibido sin preocuparnos por lo que estamos dando.
Lo mismo pasa con el sexo. Es común ver en el poliamor una oportunidad para abrir la oferta de contacto sexoafectivo. Pero creo que detrás de este “consumismo sexual” existe, en realidad, “consumismo emocional” velado. Follamos para conseguir aceptación y validar nuestro carnet de hombre. Otra vez, esto no quiere decir que las mujeres no follen buscando aceptación. Todos follamos para que nos quieran. Pero creo que hay una especificidad masculina ligada a la validación del estatus de hombre viril. Me explico.
El sexo no es sexo (o sea, placer sexual neto) para el hombre (debido a la frustración inherente que conlleva el orgasmo, como defendí en otro sitio) sino otra cosa: follamos buscando ser legitimados como hombres. Damos placer para vernos como hombres efectivos. Y así, el orgasmo femenino se convierte en un sello que nos revalida el carnet.
El poliamor aquí podría estar abriendo una dinámica perversa si no se deconstruye este rasgo de género. Podría estar facilitando el encadenamiento ad infinitum de validaciones: queremos que nos acepten todas, todo el rato. Si con el poliamor se acepta que ninguna mujer nos llenará porque no hay nada que llenar, podemos estar legitimando infinitamente el ejercicio. Ya no follamos para que nos acepte una. Rompemos el hechizo de la monogamia, pero no rompemos el mandato de la virilidad.
He tenido épocas en las que he vivido el acceder a la intimidad sexual de una mujer como la superación de un reto. Tras ese primer nivel del videojuego, pasaba al siguiente: ahora se trataba de validarme como amante y conseguir su orgasmo. Tras el orgasmo (o en su versión perversa, tras enamorar), el vínculo pierde gran parte de su sentido y vuelvo a buscar esa primera validación.
Sello que viene, sello que va. Un pequeño ejemplo: he conocido a varios hombres con una lista de ligues. Ninguna mujer me ha reconocido nunca tener una lista similar (si la tenéis, avisadme para aportar a la estadística).
Poliamor desde modelos de género críticos
No creo que el problema sea del modelo relacional, sino de una forma de modelo de género. Creo firmemente que la experimentación relacional no ayuda en mucho sin un trabajo de deconstrucción de mandatos de género. En el caso de los hombres, poner en práctica relaciones poliamorosas irresponsables pueden ahondar en relaciones de desigualdad de género ya de por sí dañinas. Competición, inseguridades destructivas, búsqueda constante de validación sexual y afectiva.
Como en cualquier tema, no hay salvación. He visto a mucha gente plantear las no monogamias como si de la nueva promesa de redención se tratase. Desgraciadamente, en lo que a la vida emocional se refiere, nada nos salva. Las inseguridades y los fantasmas me acompañan aunque haga safari por otros modelos relacionales. Y seguramente, esos miedos no dependan de un modelo de relación.
De hecho, diría que el problema no es tener miedo o no tenerlos. Miedo a estar solos. A no ser suficiente. A ser reemplazados. Los tenemos todos. El problema no es el miedo sino, más bien, lo que hacemos con él. En mi caso, durante épocas he vivido el miedo como una carta blanca para renunciar a mi compromiso de cuidados, como excusa para intentar buscar la salvación en otra parte o para cargar con el doble de trabajo a mis parejas para demostrar que de verdad me quieren. Y lo he hecho en monogamias, pero también en poliamor. En ambos modelos he competido, he vivido el mandato de la virilidad, y he buscado validarme.
Una amiga me recomendaba acabar el artículo ahondando en qué es un poliamor sano. No sé lo que es un poliamor sano. No lo sé. Solo sé que sin un cuestionamiento de género, sin una reflexión sobre la facilidad que tenemos como hombres para hacer daño, sin un esfuerzo sincero y autocrítico con nuestros miedos, no llegaremos a nada. En ninguna de las opciones relacionales.
Personalmente, prefiero ahora aprovechar el miedo para abrirme desde la vulnerabilidad hacia lxs otrxs. Como en este artículo, que acaba como siempre, sin respuestas y con muchas preguntas.
Comentarios
Por Miguel, el 10 marzo 2019
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Por Ana, el 15 marzo 2019
Me encantó el artículo y celebro que sean varones los que cuestionen sus roles y mandatos de género como base para pensar en relaciones sanas -desde cualquier formato de relación o sin ninguno-. Me he encontrado con varones que buscan esa validación a su virilidad y en el camino no sólo enamoran, sino que ‘conquistan’ mujeres, solo para probarse que pueden hacerlo, que son encantadores, sensibles y amorosos. Luego esas otras no importan ni pueden aportar nada en la medida que no haya una autocrítica real, y no sólo una defensa discursiva. Uno de esos varones sigue utilizando mis propias -y de tantas otras- reflexiones y percepciones, sólo para sofisticado su discurso de amoroso… En este artículo, por otro lado, veo que los cuestionamientos y el análisis trasciende lo individual y lo ubica en el espacio de lo político cultural y desde ahí me parece que podemos construir.
Yo tampoco sé cómo es un poliamor ideal. Más bien considero que no lo hay. Que podemos intentar construir formas vinculares únicas y situadas, pero que primero hay que desmontar mandatos como los que Lionel menciona y otros propios de las feminidades que le hacen contraparte, como la tendencia a la idealización y el cuento de la bestia o el sapo devenido príncipe.
Sin esos mandatos tal vez dejemos de mirar en términos dualistas y maniqueos como monigamia/libertad y podamos encontrar en nuestros propios dilemas y decisiones algo de libertad y de construcción colectiva de vínculos de apoyo mutuo donde el amor no sea un bien de cambio acumulable, sino un sentir de base hacia la búsqueda del bienestar personal y conjunto.
Salud!!!
Por Raquel, el 29 junio 2019
Inteligente y profundo artículo, como todos los que firmas. Me ha resultado curioso que ninguna mujer te haya reconocido tener una lista de ligues. Yo la tengo pero no solo yo, sino casi todas mis amistades femeninas. ¿Será que solo lo hablamos entre nosotras, como de tantos otros temas, y nos cerramos a hablarlo con vosotros?
Por Nina Warmi, el 02 agosto 2019
«Tras el orgasmo (o en su versión perversa, tras enamorar), el vínculo pierde gran parte de su sentido y vuelvo a buscar esa primera validación».
Me he quedado, desde que lei el artículo, prendida en esa frase que cito arriba. ¿Es, finalmente, enamorar, y sus derivados, un acto perverso?