Sara Jaramillo Klinkert nos lleva a Parruca, un buen lugar para esconderse
El nuevo Realismo Mágico ha encontrado en la escritora y periodista colombiana Sara Jaramillo Klinkert una extraordinaria voz. Tras la impactante ‘Cómo maté a mi padre’ sobre el asesinato de su padre, un conocido abogado que representaba a grandes sindicatos y que fue asesinado por un sicario cuando ella tenía solo 11 años, nos trae ahora ‘Donde cantan las ballenas’. Una novela portentosa de idas y venidas, de apariciones repentinas, de secretos y huidas, de muchachos que quieren ser águilas y de niñas que desean ser queridas.
Convertir un micromundo en un tangible y personalísimo universo literario es algo al alcance de muy pocos escritores. Partir del aislamiento de tres personajes para crear una historia que se derrama sobre la memoria del lector de esa forma ingobernable en que solo se derrama la leche cuando hierve es sin duda un ejercicio arriesgado y sin garantía de éxito. Hay que ser muy inteligente y muy audaz para conseguir mezclar atmósferas vitales a priori inmiscibles y que la mezcla no acabe convertida en un cóctel molotov que arruine nuestras ganas de ser originales.
Sin embargo, Sara Jaramillo Klinkert (Medellín, 1979) lo es y lo demuestra durante las 333 páginas que utiliza para escribir Donde cantan las ballenas, una novela portentosa de idas y venidas, de apariciones repentinas, de secretos y huidas, de muchachos que quieren ser águilas y de niñas que desean ser queridas. Es imposible no caer rendida ante los misterios incandescentes de esta historia, no quedar hipnotizada por el caos en que sobreviven los inaprensibles protagonistas de esta novela. No abrazar la paradoja libertaria que ofrece su quietud en Parruca, un territorio inaccesible, un paraíso que visita demasiado a menudo el demonio:
“Parruca es un buen lugar para esconderse. Viven pocas personas, es difícil llegar y las montañas no hablan”.
No quedar impactada por la forma en que la autora colombiana moldea el peso del silencio en cada uno de los capítulos, en la boca de Candelaria, Tobías, Teresa, Gabi de Rochester-Vergara, Santoro o Facundo. Cómo consigue que deje de ser símbolo de resistencia individual para convertirlo en prisión, en carcelero, para pluralizarlo hasta convertirlo en una jauría multicéfala:
“Candelaria enfrentó sola todo el silencio. Sus formas le asustaron. Quería morderle los dedos”.
Resulta imposible no quedar impactada por la exuberancia del entorno, no caer en su trampa página tras página, no soñar con su docilidad y con la liberación de los rehenes que a diario alimentan su soberbia.
Jaramillo Klinkert posee una imaginación que la coloca en un lugar privilegiado y que la hace entroncar de manera ineludible con autoras como Angela Carter o Carson McCullers e incluso con la mismísima Djuna Barnes. Sus visiones son verdades que liberan a pesar de la dureza y del dramatismo que implican el abandono, la locura o la insatisfacción que narra:
“La piel mojada le desprendía un brillo y un color saludable parecido al de la canela. Era lo más cercano a una declaración de vida”.
“Cuando Gabi la vio, le hizo señas para que se metiera en el agua con ella. Nadaron un buen rato juntas con la complicidad que solo puede unir a las mujeres cuando están solas e inobservadas, realizando una actividad dichosa que las conecta con la infancia”.
“A los hombres pueden perdonárseles muchas cosas, excepto ese vicio de salir corriendo cada vez que algo no les gusta. Son tan cobardes que tuvieron que crear un reino patriarcal en el que se sintieran a salvo”.
Jaramillo habla claro, su narrativa es un cristal prístino sobre el que, por respeto a su honestidad, no se atreve a caer la lluvia:
“La caída de los primeros ídolos no es más que la comprobación de que el único lugar en donde las personas son perfectas y dignas de adoración es dentro de la cabeza de quien las idealiza”.
Desafía a la soledad y muestra a la religión, y a sus representantes, como una maquiavélica maniobra de explotación infantil que hiela la sangre. Retrata la primera masturbación de su pequeña y aguerrida protagonista dentro de un gesto a priori insospechado. Hace reventar lo previsible una y mil veces, ninguno de los desenlaces que ofrece se puede presentir, su valentía argumental convierte al lector en la bola de una máquina de pinball que siempre impacta sobre el agujero que más puntos hace subir al marcador.
Para Jaramillo la naturaleza es el gran teatro del mundo, una atrayente sala de aprendizaje, un improvisado árbol genealógico bajo el que interrogar a Dios.
La potencia estética de esta autora te deja quieta mientras lees. Te sumerge en una hipnosis que nada tiene que ver con la fútil baratija que suelen ofrecer la mayoría de los prestidigitadores.
Donde cantan las ballenas es una bomba que perfunde en todas y cada una de sus páginas una generosísima dosis de buena literatura. Es el fuego que no se acaba nunca, el que te devuelve al pasado, el que te entrega al futuro, el que te roba los ideales inútiles y pone sobre tus manos una bandera blanca, el que le da la vuelta al presente previsible y opresor. El fuego que busca y rebusca en nuestras horas lentas mientras duran.
Jaramillo tiene el pulso lento y la lengua concreta y llena de palabras que dejan profundas huellas al pasar por la memoria. Su imaginación es un animal ingobernable que nos devuelve a la infancia, a ese paraíso en que la audacia nos hacía perseguir las salidas invisibles que ofrecían los largos días de verano.
Jaramillo, al escribir esta novela, ha dejado fuera de combate a la larga y fructífera sombra del Realismo mágico.
Y nos ha enseñado que dominar la necesidad es el primer paso para el olvido.
Por todo esto y muchas otras cosas que deben permanecer ocultas en este texto, no dejéis de leer Donde cantan las ballenas.
Sara Jaramillo Klinkert ha escrito una novela abisal y luminosa al mismo tiempo, ha construido la mano capaz de atravesar la garganta del demonio y extraer de ella un adictivo estribillo.
‘Donde cantan las ballenas’. Sara Jaramillo Klinkert. Lumen. 333 páginas.
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