Saul Bellow y las claves para un futuro incierto
Saul Bellow, escritor redentor de nuestra época. Pugnó por lo esencial. Sin falsos dogmatismos. Defendió el valor de la vida y la dignidad. Sus protagonistas insisten en ser auténticos en circunstancias muy adversas manteniendo su núcleo vital. No se cansó de alentarnos el apetito por la vida. Desde su primera novela, ‘El hombre en suspenso’, en el que Joseph espera en un callejón sin salida, hasta su última obra de no ficción, ‘Todo cuenta, del pasado remoto al futuro incierto’, retrató las claves de lo que deseamos y tememos, todo lo que pedimos al destino, como ahora, para un nuevo año.
En 1976, Saul Bellow recibió el Premio Nobel. En su discurso de aceptación disertó sobre la utilidad de la literatura en el mundo moderno. Señaló que el público lector espera «oír del arte lo que no oye de la teología, la filosofía, la teoría social, y lo que no puede oír de la ciencia pura», lo cual consiste en «encontrar en el universo, en la materia así como en los hechos de la vida, lo que es fundamental, perdurable, esencial». Fue así como se erigió en un escritor redentor de su época. Se interesó por cómo nos distraemos de lo que de verdad importa, intentó alentar nuestra atención y nuestro apetito por la vida.
Todo comenzó cuando tenía 8 años y estuvo al borde de la muerte. Pasó un año en un hospital viendo a diario cómo otros niños desaparecían de sus camas por la noche. No se resignaba, se metía debajo de las sábanas y trataba de hacerse tan pequeño como fuera posible para que la muerte no lo encontrara. El resto del tiempo se lo pasaba leyendo. La vida se conoce mejor desde la muerte; Saul Bellow dará buen testimonio de ello desde su primer libro hasta el último. Se ocupará de todo en cuanto consiste la vida a pie de calle. Retrató lo que deseamos y tememos y todo lo que pedimos al destino, como ahora, para un nuevo año.
A Bellow le interesan los personajes que pueden parecer fuera de lugar mientras intentan preservar el núcleo de su persona intacto, los que insisten en ser auténticos en circunstancias muy adversas. Lo logró sin dogmatismos. Le concedieron el Nobel de Literatura por su «sutil análisis de la cultura contemporánea» que convirtió en universal y atemporal. Bellow izó la bandera del antihéroe, aquel que sigue luchando e intentándolo a pesar de tener todo en contra, porque defendía que el valor de la vida depende de la dignidad y no del éxito. Se casó 5 veces, fue padre a los 82 años, compartió porros con Jack Nicholson, hizo un cameo en la película Zelig de Woody Allen, se convirtió en un escritor de referencia de la literatura americana y mundial. Tiró sus primeros manuscritos por el tubo de la incineradora del edificio en el que vivía. Sus libros han atraído a millones de lectores, obtuvo la beca Guggenheim, ganó también el Premio Pullitzer, fue doctor honoris causa de Harvard, Yale y otras universidades. Adoraba vivir retirado en el campo escuchando a los pájaros.
«Haces todo lo que puedes para humanizar el mundo y familiarizarte con él, y de repente se vuelve más desconocido que nunca». Saul Bellow
Publicó su primer libro el mismo año que nació su primer hijo, Gregory, en 1944. La crítica subrayó que se trataba de uno de los testimonios más transparentes de una generación entera que había crecido durante la Depresión americana. El título lo dice todo: El hombre en suspenso (editado en España en 2005 por DeBolsillo). El protagonista, Joseph, se debate frente a la libertad y el poder de decisión en un largo año de espera en el que nada puede hacer. Me pregunto cuántos nos hemos sentido así durante la interminable crisis española en un país que nos deriva hacia la precariedad de forma imperativa. Y cuántos esperamos que algo cambie en 2016 en medio de la incertidumbre actual. Todo cuanto nos hace dignos se hace esperar en España mientras se suceden los titulares anacrónicos (e indignantes) en demasiados medios, demasiadas bocas. A Joseph le ruge la guerra mientras solo puede dar vueltas por las calles de Chicago. Está en un callejón sin salida. Todo se le vuelve del revés. Y cuando uno mira y actúa al revés de los otros, está en conflicto permanente con el mundo exterior. Joseph está en suspenso, colgado sobre un abismo al que no ha caído, por suerte, pero del que cree no poder escapar. En Occidente no estamos nada preparados para este tipo de situaciones. No podemos evitarnos preguntas como «¿por qué me pasa esto a mí?», «¿por qué me merezco esto?», «¿por qué, por qué…?». Sentimos que se nos ha robado toda independencia. Quizás podríamos recordar la leyenda de El rey pescador donde Perceval puede salvarse si da con la pregunta adecuada para volver a ser parte integrante de la vida mientras nos paseamos por Chicago, Madrid, París, León o Buenos Aires.
«La gente que juzga y pone etiquetas debería estar en el negocio de los chicles». Saul Bellow
Estar en suspenso es muy ambiguo. Estamos en una situación precaria y a la vez no hemos caído al fondo del barranco escarpado. Estamos inmovilizados. También estamos esperanzados. Y liberados de otras responsabilidades. Mientras, nos sentimos traicionados pues hemos de enfrentarnos a la soledad de estar totalmente olvidados. Hemos perdido nuestra base de apoyo fundamental. Ya nada nos sostiene. ¿Y qué nos sostiene cuando ya nada nos sostiene? Quizás esa sea la pregunta que Joseph, como Perceval, necesita hacerse para dar con su nuevo destino. No nos desarrollamos de forma lineal sino orgánica al igual que un árbol. Antes de que puedan florecer nuevas hojas y ramas, las raíces deben crecer en la oscuridad de la tierra para ampliar su base y soportar así el nuevo crecimiento que nos espera. Joseph está suspendido a una asimilación forzada y a la consolidación de sus raíces. ¿Dejará escapar esa oportunidad? Quizás no pueda actuar en el mundo exterior. Antes de estar en suspenso tenía confianza en lograr controlar la vida. Acaba de descubrir que, muy a su pesar, se encuentra sin energía o voluntad para conseguirlo. Si Joseph hubiera vivido en tiempos de Sófocles se sentiría más seguro. La tragedia griega nos muestra una y otra vez la humanidad en los laberintos sin salida y en cómo algo terrible puede pasarle a todos por igual sin merecerlo. Pero somos herederos de Roma y su idea de éxito unida a dinero, posesiones, fama. La meritrocacia arrogante clama sobre los que esperan en silencio y en suspenso. ¿Qué sostiene a Joseph?
“… no he sabido comprender las cosas que he escrito, los libros que he leído, las lecciones que me han dado, pero he descubierto que soy un autodidacta de lo más persistente con ganas de rectificar. Es muy posible que no haya alcanzado mis objetivos, pero a pesar de todo es una gran satisfacción haberse liberado de viejos y tenaces errores para entrar en una era de errores mejorados”. Saul Bellow
La vida sigue su curso. Las experiencias caóticas irrumpen sin más. Joseph deambula por Chicago recogiendo los fragmentos caleidoscópicos de su vida. Lo hace de un modo significativo e individual para presentarse frente al caos. A Joseph se le requiere paciencia, aceptación y un gran coraje. Pero él no lo sabe porque está en suspenso. Al final de su vida Saul Bellow recuperó los artículos que había escrito a lo largo de los años en Todo cuenta, del pasado remoto al futuro incierto (Galaxia Gutemberg y Debolsillo). Ahora reconoce que aquella suspensión puede trascenderse consintiendo de alma y corazón en la experiencia. Solo así se puede conectar de nuevo con los dioses y con el ser transpersonal. Eso es precisamente lo que permite el arte y la literatura. La fuerza de la crisis es tan grande que permite imaginar un nuevo rumbo. La imaginación siempre puede encontrar su propio camino. Bellow nos recuerda que vivimos en una civilizacion europea brillante pero inestable, vulnerable y abocada a la catástrofe porque seguimos aferrados a valores decimonónicos, interpretando la actualidad como en tiempos de príncipes y princesas. Bellow reclama el papel de los creadores como responsables del alma y corazón humanos porque la modernidad nos ha convertido en seres que sabemos mucho y no alcanzamos a comprender casi nada. El novelista tiene la ventaja de que puede alejarse de los analistas de las crisis, quienes son hijos de una confusión que ellos mismos pretenden arreglar. El novelista es quien puede reflejar la sensibilidad moral y ética, el deseo de perfección de nuestro tiempo, la intolerancia hacia los defectos de la sociedad, la enormidad de las exigencias cotidianas, la ansiedad, la neurosis y la crispación, la ternura y la bondad, el amor, la temeridad y todo cuanto caracteriza la vida en el día a día.
“Todo está prescrito desde los niveles más elevados y, a partir de ahí, desciende hacia los inferiores. Éste ha sido el secreto del poder de importantes revistas. Demasiados ingredientes humanos están ausentes de todas y cada una de esas fórmulas». Saul Bellow
Vivimos entre el desconcierto público y el caos privado, inquietos en la vida privada, castigados por la escena pública. En este estado de cosas es la literatura y el arte el espacio que nos espera para asombrarnos, pensar y trascendernos. Todo a la vez. Bellow señala una “zona en calma” que nos provee la literatura. En ese lugar tranquilo se puede esperar en un estado de suspenso diferente porque allí encontramos nuestro centro. El arte puede llegar a penetrar lo que el orgullo, la meritrocacia, la pasión y la costumbre ciegan. Hay una realidad profunda que nace de nuestras raíces y nos envía señales. El arte detiene el poder mágico para descifrarlas. Pero es imprescindible arrodillarse desnudos. Hace tiempo que se nos convence de que la experiencia directa debe mediatizarse y que arrodillarse implica humillarse. Abrir un buen libro, detenerse ante una obra de arte, vivir una catarsis teatral, elevarse en un concierto son rutas que elevan el alma mediante la serenidad de la forma por encima de la dolorosa participación en las limitaciones de la realidad. Arte para sublimarnos. Arte para trascendernos. En suspenso nos arrodillamos con un libro entre las manos y descubrimos las claves de un año incierto.
Muy feliz 2016, grandes lecturas, olas de arte y claves.
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