¿Se puede confiar en los hombres?

Fotograma de la segunda temporada de ‘The White Lotus’.

Si en cualquier charla, o ante los más triviales episodios de Twitter, a muchos les sale la misoginia a borbotones, ¿cómo podemos hacer las mujeres para no volvernos desconfiadas? ¿Quieren ser gente de fiar? ¿Saben que intentar modelar mujeres a su gusto o en su beneficio es una traición? Analizamos algunos personajes de la ficción actual y los mecanismos de los algoritmos más oscuros que alimentan la fobia feminista.

Últimamente no puedo dejar de fijarme en lo que hacen los personajes masculinos en la pantalla, sus comportamientos en las relaciones que vemos en el cine y en las series. Exploro los nombres de quienes firman los guiones, me pregunto en quiénes se habrán inspirado, si serán ellos mismos con sus parejas, o si serán ellas las que hacen una catarsis escribiendo. Contemplo y pienso, quizá un poco más que antes, porque todas estamos reflexionando sobre estas cosas, o porque estoy en Twitter y me quedo boquiabierta, cada vez con más frecuencia, frente a cosas que dice gente que no esperaba; pueden ser periodistas, buenos colegas que de repente lanzan frases de una misoginia lacerante, o desconocidos con miles de seguidores reclamando absurdeces del feminismo inverso (que no existe, como no existe el racismo inverso).

Tampoco en la vida real puedo dejar de contemplar la conducta de ejemplares del género hombre, algo perpleja (aunque inevitablemente algunos de su especie me gusten). Por ejemplo, los espío disimuladamente mientras nado y veo el tiempo que invierten gustándose, saboreándose, de pie, antes de zambullirse. No pierdo detalle de ese momento en que seguramente se estén reflejando en la superficie de la piscina, para tratar de entender por qué se acomodan tanto el gorro, o se ajustan el borde de las gafas de piscina, una y otra vez, o se tocan el lazo del bañador. Son movimientos interminables ¿Cómo se autopercibirán?, me pregunto, como si estuviera frente a una nutria mirándose en un espejo.

Con el morbo que siempre me han dado las espaldas de los hombres mientras nadan a crol, ahora resulta que me detengo más en sus rituales autocomplacientes o dubitativos, o vaya uno a saber a qué responde tanto preparativo.

El caso es que, volviendo a las pantallas, hace un tiempo se me vino una pregunta retórica a la cabeza, mientras veía White Lotus: ¿Cómo podemos confiar en los hombres? Quien haya visto la segunda temporada de la serie de HBO, sabrá que hablo de un grupo homínido del género ‘veraneante angloparlante’, que gasta dinero y (supuesto) placer en un resort de la costa italiana. Allí se destapan ollas de insatisfacción individual; negación de la frustración en las parejas; engaños con mucha mentira tapada de champán, flores, sauna y joyas caras, y mezquindades que llevan hasta el asesinato, todo esto extendido a todas las orientaciones sexuales, fetiches y filias. Pero el más desagradable, el campeón de la náusea es, sin duda, el más guapo, un chico de treinta y tantos llamado Cameron (personaje interpretado por Theo James), que reparte desconfianza en todas las direcciones: como galán, como amigo, como cliente de prostitución que queda a deber, y todo con su impecable estilo británico. Mike White, un señor, es el inefable creador de la serie.

La pregunta del párrafo anterior se responde sola, pues.

Pero, sigamos. Vamos a otra película, de reciente estreno y premiada en Cannes: la sueca El triángulo de la tristeza, de Ruben Östlund, que es una comedia de trazo grueso, con  tropezones y escatología, pero muy recomendable para ir al cine a reírse y recordar con nostalgia aquel teleshow de los 60 llamado La isla de Gilligan (sospecho que a Östlund debe de haberle gustado en su infancia). La película arranca con una sesión de casting de modelos de pasarela, en la que el jurado selecciona carne para las marcas. El hombre irresistible es, en este caso, otro chico bello, también inglés, rubio y musculoso, que parece no tener escrúpulos a la hora de formar parte de la élite del mundo, hasta que una situación límite lo lleva a negociar una mísera colación para no morir de hambre. Y es entonces cuando su cobardía llega a un límite que podía atisbarse desde su primera interacción con el personal de servicio de un crucero de lujo. Ni nosotras ni la novia en la pantalla damos crédito a su patetismo. El guion también es de un hombre.

Podría describir a muchos otros personajes pusilánimes socialmente (y traidores, en especial, con las mujeres que los quieren). En todos los casos, calza la pregunta o, más bien, la exclamación: ¡Qué difícil es confiar en los hombres cuando les toca jugar su rol de género y eligen cumplirlo a rajatabla!

No hablamos de infidelidades, sino de manipular o pretender manejar vidas ajenas sin remordimiento, mientras se miran en el espejo (o en su reflejo en el agua) para ver qué perfil les favorece más.

Lo otro es descuidar, o no poder cuidar, por no poder dejar de mirarse. En la estupenda, sutil y sensible Aftersun, esta sí es una película escrita y dirigida por una mujer llamada Charlotte Wells (anoten su nombre porque es una cineasta novel), un padre lleva a su hija de vacaciones a una playa de Turquía, pero él está tan frágil que en cualquier momento el mundo puede desmoronarse encima de la niña. Y aunque empatizamos con su impotencia vital, no podemos dejar ni un instante de sufrir por lo que puede pasarle a la nena en alguno de sus descuidos. La poesía de la película acompaña el malestar psicológico, y desequilibra la balanza hacia el lado de la belleza.

El armazón de la sospecha (entre los porqués de la desconfianza)

Uno de los capítulos del libro Los hombres que odian a las mujeres de Laura Bates (Capitán Swing, 2023) que atrae rápidamente mi atención (y supongo que la de cualquier mujer actual) es el que se titula Los hombres que no saben que odian a las mujeres. En él, Bates cuenta su experiencia pidiendo opiniones entre adolescentes de instituto, pero también describe la manera en que opera la lógica de medios como YouTube, ampliamente elegido por los jóvenes para formarse e informarse: “En 2018, un grupo de sociólogos y antiguos empleados de YouTube empezaron a denunciar la existencia de algoritmos secretos que recomendaban vídeos a los usuarios de la plataforma con la finalidad de tentarlos para que vieran más contenidos, una vez terminado el vídeo original que estaban viendo”.

La autora misma admite que esos algoritmos no tendrían ninguna importancia, “hasta que te enteras de que el 70% de todos los vídeos que se ven en YouTube son recomendaciones del algoritmo de la plataforma” y que “hay una serie de características de las comunidades de la machosfera y de los tipos de vídeos que producen que encajan especialmente bien en el algoritmo de YouTube”.

Para el libro, cuyo subtítulo es Incels, artistas de la seducción y otras subculturas misóginas online, la autora hizo el experimento de preguntar en la cajita de búsqueda de YouTube “¿qué es el feminismo?”. A continuación, dio clic a uno de los primeros enlaces, que era un discurso feminista de la actriz Emma Watson. Luego, relata: “A partir de ahí, dejo que el algoritmo me lleve por donde quiera”. Lo que sucede a continuación, asegura, es que comienzan a reproducirse, uno detrás de otro, vídeos de entrevistas de medios convencionales a influencers de la derecha alternativa (un movimiento racista norteamericano) y otros personajes que hablan del feminismo “andrófobo” (“amargado y lesbiano”) o de políticas identitarias masculinas y del supremacismo blanco, que llegan a “calificar como tonterías las estadísticas sobre violaciones en los campus universitarios”. Los cortes audiovisuales que menciona cuentan, por cierto, con millones de visualizaciones.

Por lo demás, no hay experto o ingeniera en Inteligencia Artificial (IA) que no reconozca que los algoritmos son muy discriminatorios porque el sesgo de género es una realidad de décadas en las bases de datos de todas las disciplinas. Confiesan, además, que aunque a partir de ahora intenten corregir el desequilibrio que siempre ha existido en favor del hombre blanco, esto llevará varias décadas hasta que los datos se presenten más o menos proporcionados.

Con todo, nosotras no queremos ser desconfiadas, pero qué podemos sentir si, hablando con alguien, nos menciona, como si nada, que hay un “lobby feminista” o se queja de que no lo dejen colocarse en la primera fila de la manifestación del 8M. Intentamos que comprenda la situación con otros ejemplos, como el de una mujer blanca que tampoco se sitúa en primera línea de una marcha del movimiento Black Lives Matter y que si, por casualidad, quedase  ubicada allí y alguien de la organización le pidiese que se posicionara en segundo plano, lo comprendería y seguiría apoyándoles en sus más que legítimas reivindicaciones.

¿Cuánto más hay que explicar? ¿Cómo hacemos para volver a confiar?

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Comentarios

  • ¿Se puede confiar en los hombres? De Pélicot a Nevenka

    Por ¿Se puede confiar en los hombres? De Pélicot a Nevenka, el 12 octubre 2024

    […] efecto, en tono menos grave, hace algún tiempo hablábamos aquí de este deseo e  imposibilidad de las mujeres: volver a confiar. Resulta que no queremos […]

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