Un fin de semana con seis mujeres trans en una casa rural
Resulta imposible escribir este texto actualizado por la cantidad de reconocimientos que va recibiendo el último trabajo de Adrián Silvestre por ‘Sedimentos’, una película que ya supera la treintena de premios nacionales e internacionales y que la crítica califica como uno de los documentales del año. La cinta, actualmente en cartelera, no para de viajar de festival internacional a festival internacional sumando galardones. Seguramente el mérito esté en que el filme rebosa verdad, la de seis mujeres absolutamente distintas entre sí a las que vemos convivir durante un fin de semana en una casa rural de un pueblo de León. El viaje empieza en un furgón, donde el director las monta en esta especial road-movie para narrar –ni más ni menos– quiénes son ellas, seis mujeres trans.
Primer acierto: no hay trampa ni cartón, hay diversidad, mucha, la que van contando las protagonistas mientras comen, ríen, bailan, duermen o se desnudan ante la cámara para salir de la ducha o desvestirse y ponerse un pijama de fieltro y quitarse la peluca (una de las protagonistas) o un camisón de encaje y puntillas (el que lleva otra de ellas).
Segundo logro de Adrián Silvestre y su equipo: conseguir que todas se olviden de la cámara que las observa día y noche. El resultado es claro, el público siente que está dentro de la casa al que ellas acceden para entenderse. Y los asuntos a tratar no son fáciles: hablan de los grandes temas de la humanidad; pero también de otros menores, cómo quién pela las patatas y prepara la comida esa mañana u otros más complejos, como el viaje de unas mujeres que nacieron hombres y ya no lo son. Operadas o no. Y mientras nos cuentan, vamos descubriendo las vidas de esas seis protagonistas, entre las que hay –por citar a algunas– una activista, dos universitarias con veintipocos y una mujer que dejó la prostitución hace muchos años. Según transcurre el fin de semana, las seis van dejando ver sus capas y los posos que las han ido construyendo en las personas que hablan a la cámara.
Y lo fascinante es que lo hacen sin ruido, con la naturalidad con la que hablas con unas amigas de que el camarero que ha servido el menú del día te gusta o te ofendes porque una del grupo ha dicho de ti no sé qué con un tono que no te ha gustado. Y funciona tanto que parece ficción e incluso se podría pensar que no hay guión. Pero no es cierto. Cuando para hacer Sedimentos por fin se escuchó: “Silencio, se rueda”, Adrián Silvestre llevaba trabajando con ellas cinco años. Contaba, sobre todo, con su confianza y un propósito: filmar lo mucho que le fueron transmitiendo en todos esos meses. Sólo había una regla: “Intención de transparencia, fluidez, veracidad y que no hubiese ningún elemento de artificio”, explica el director.
Una vez dentro de la casa, con ellas, la cinta consigue transmitir la emoción de poder escuchar qué sienten por sus cuerpos; sus pelucas (las que las llevan) o qué aporta el feminismo a sus vidas. Y lo fascinante es que en el grupo, como en la vida real, no hay una visión, sino varias, y todas con su parte de razón. Y así empieza la deconstrucción del paisaje de vivencias y experiencias que componen cada una ellas, donde, como explican, “no valen las etiquetas”. Hay también broncas y reproches: no hay consenso. No todas ellas consideran que esas montañas que ven, hechas como a brochazos y abruptas, son bonitas. Lo interesante es que optan por pasearlas. Ahí la ternura del encuentro.
“El sedimento es un material sólido acumulado sobre la superficie terrestre derivado de las acciones de fenómenos y procesos que actúan en la atmósfera, en la hidrosfera y en la biosfera…”, dice la Wikipedia.
Y para esta peculiar exploración de la Tierra, para esta radiografía sobre quiénes somos, que cuenta qué circunstancias intervienen en el proceso de formación natural y nos convierten en quiénes somos hoy, Adrián Silvestre –como en otros trabajos suyos– optó por actrices naturales. De alguna forma, el casting también fue “natural”. Participaron las que pudieron escaparse ese fin de semana. Silvestre lanzó la invitación para filmarlas y encerrarse en esa casa rural de León a todo el grupo, casi una veintena de mujeres. Fueron las seis que quisieron y pudieron. Como parte de la vivencia, se incluía la visita a la abuela y los padres de una de las chicas. Como afirma Silvestre, no había nada fuera del guión. Tampoco lo estaba la localización, que en el documental se convierte también en personaje y habla con una fotografía convertida en otra historia, la de ellas y, al fin y al cabo, la del público también. Es el retrato de las muchas capas de esa tierra leonesa que van dibujando su orografía dispar y hecha de matices. Y de vuelta en la película, el redoble de magia surge cuando en ese entorno hasta los animales tienen un papel y, mientras los perros ladran a sus protas a través de vallas en el campo, los caballos corren libres.
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