Semprún: la posibilidad-imposibilidad del político-intelectual
Tras años de investigación, Soledad Fox Maura acaba de publicar ‘Ida y vuelta. La vida de Jorge Semprún’ (Debate), una actualizada y completa biografía del escritor, político e intelectual español. ‘Ida y vuelta’ ofrece una mirada panorámica de Semprún, un personaje complejo que jugó a crearse y recrearse continuamente, primero a través de la identidad de Federico Sánchez, después a través de la literatura, donde convirtió la vida en ficción y la ficción en vida. «Hice este libro porque creo que su vida ofrece muchas lecciones para el presente».
Especialista en historia y literatura de la Guerra Civil española y del exilio, Fox Maura se doctoró en Literatura Comparada en el City University de Nueva York y actualmente es catedrática en el Williams College de Massachussetts. Ahora recorre a lo largo de todo el ensayo la vida de Semprún, desde su infancia en Madrid y su pronto exilio a Francia hasta sus últimos años, marcados por el descreimiento y la decepción política y por la escritura, a la que se dedicó hasta el final.
¿Por qué una biografía de Jorge Semprún?
Porque quería saber quién era Semprún antes de que fuera Semprún y reconstruir su historia; quería reunir en un discurso único todas las ideas recibidas en torno a su figura, ideas dispares y diferentes que el propio Semprún fomentó al confundir y descolocar todas las informaciones sobre él a través de sus textos: juega con las cronologías, mezcla constantemente la realidad con la ficción, se esconde en otros personajes…
¿Crees que este confundir entremezclando ficción y realidad en sus textos no le ha beneficiado para la configuración de un personaje, que, como tú dices, no terminó de ser reconocido en España?
Yo creo que, posiblemente, en España este juego con la ficción no le ayudó a ser reconocido; sin embargo, en Francia, en Alemania y en Israel (ganó, por ejemplo, el Premio Jerusalén con La escritura o la vida) el recibimiento de su figura es completamente distinto: Semprún no fue solo reconocido, sino distinguido. En España ha sido peor tratado, no sé si por el simple hecho de ser español, como si el hecho de serlo despertara algo de suspicacia y descreimiento hacia su figura.
El capítulo dedicado a Federico Sánchez comienza con estos versos del propio Semprún: “Yo soy hijo de una clase vencida / de un mundo derrotado”. Dice formar parte de una clase vencida con la que, sin embargo, no se le asociará; al contrario, se le definirá, e incluso se le acusará, de burgués, de perteneciente a una clase privilegiada.
Este fragmento es muy interesante y creo que de él se pueden hacer varias lecturas. Primero de todo, hay que decir que se trata de un poema que Semprún escribe desde su condición de comunista y, por tanto, esa clase vencida a la que alude es a priori la clase de los obreros. Sin embargo, creo que puede leerse también como una referencia a la clase burguesa y progre que representaban sus padres, la generación de la Libre Institución de Enseñanza y de la Residencia de Estudiantes, y que se hundió con la guerra y con el franquismo; esta es la clase que, para Semprún, quedó realmente vencida con el franquismo.
La derrota de la burguesía progresista está en el centro del conflicto entre Jorge y su padre, a quien culpa de haber asumido la derrota y no haber adoptado un papel más activo políticamente.
Freudianamente hablando, Jorge quiere matar a su padre y ser lo que su padre nunca ha sido; lo más curioso es que, años después, su hijo Jaime tendrá una relación similar a la que Jorge tuvo con su padre y, no por casualidad, Jaime rodará una película de elocuente título: El asesinato del padre. Retomando la figura del padre de Jorge, hay que decir que era un hombre que, tras la muerte de su mujer y su nuevo matrimonio, perdió el acceso a su dinero y, al verse obligado a exiliarse a Francia al haber ocupado cargos de responsabilidad durante la República, se da cuenta de que nunca podrá volver a España, no podrá volver por cuestiones políticas, pero también porque no tiene los medios económicos necesarios.
Semprún no sólo no termina de comprender el no regreso de su padre a España, sino tampoco su carácter derrotista, su aceptación pasiva de lo que estaba sucediendo.
Jorge no comprende a su padre, que era un hombre al que no se le había preparado para la acción; era un señorito y nunca dejó de serlo, a pesar de tener siete hijos y una segunda mujer muy joven a quienes mantener. Y es esta actitud de señorito aquello que Jorge no comprende, no comprende su cierta despreocupación que, paradójicamente, terminará por definir también al joven Jorge Semprún respecto a su hijo Jaime, del cual se aleja absolutamente para casarse luego con Colette Leloup.
De mayor, ya a finales de los sesenta, Jaime le reprocha a Jorge no comprender el presente, le acusa de haberse quedado trasnochado en un tiempo ya transcurrido, críticas todas ellas que recuerdan a las que el propio Jorge dirigía a su padre.
Exactamente. Para su hijo, todo lo que ha aportado el prestigio a Jorge, desde ser superviviente de Buchenwald o haber luchado en la Resistencia francesa hasta haber sido agente secreto en contra del franquismo, no vale nada: Jaime ve la historia de su padre como una historia que no tiene ningún valor para el presente. Para comprender la actitud de Jaime, hay que tener en cuenta, por un lado, que Jaime es hijo del Mayo del 68, y, por otro lado, los elementos personales que llevan a Jaime a despreciar la figura de su padre. No creo que se trate solo de cuestiones políticas; son muchas las cuestiones personales que explican la actitud de Jaime con Jorge.
¿Hay algo de venganza en la actitud de Jaime?
Sin duda, pero no solo en Jaime, sino también en Carlos, el hermano de Jorge. Carlos dice auténticas barbaridades de Jorge, no sé hasta qué punto ciertas, pero de lo que no hay duda es de que muchas de las cosas que cuenta Carlos, sobre todo acerca de los primeros años en Francia, acerca de la cutrez en la que debían vivir, son verdad y son cosas que Jorge omite, aspectos de su biografía que Jorge no cuenta.
¿Jorge adapta, omite, reconstruye y ‘ficciona’ su historia?
Jorge lo adaptó todo y lo hizo intencionadamente; en parte en nombre de una determinada concepción literaria. Sus obras son una mezcla de géneros, sus textos cogen elementos de literaturas muy distintas, desde la literatura memorialística de Primo Levi hasta la literatura de espionaje. Jorge tiene la habilidad de recurrir a diferentes géneros y tradiciones literarias para recubrirlas con un matiz muy personal y también de filtrar su propia vida a través de estas convenciones literarias. Y no creo que sea rebatible esta actitud, al fin y al cabo Jorge es novelista; de hecho, la Autobiografía de Federico Sánchez se publica como novela, si bien tiene bastante poco de ficción.
En la ‘Autobiografía de Federico Sánchez’, Semprún dirige contundentes críticas a Carrillo y al Partido Comunista. ¿Crees que esto pudo determinar que una parte de la izquierda española no reconociera, ya en democracia, la figura y el papel de Semprún?
En parte, sí. En España, Semprún tiene enemigos de los dos bandos, cosa que, en mi opinión, no es negativo; al contrario, creo que dice algo muy positivo de Semprún. Lo describe como una persona de gran integridad que no busca complacer. Semprún es alguien que ha intentado integrarse, primero en el Partido Comunista y luego en el Gobierno de González, pero nunca lo ha conseguido, pues nunca ha dejado de creer lo que creía por querer complacer. Por ello, tengo un profundo respeto hacia su persona, respeto sobre todo porque, ya de mayor, no se haya reinventado como escritor ideológico, aunque la política está presente en sus obras y no deja de mostrarse crítico.
En los últimos años, tras su paso por el Ministerio de Cultura, Semprún se retira de la vida política para dedicarse a la literatura. ¿La escritura es lo único que, a lo largo de su vida, no le decepciona?
Posiblemente sea así, aunque él sostiene que en realidad lo que le gusta es la política, que prefiere moldear el mundo a través de la política que moldear una ficción. De hecho, si Semprún deja la política, la deja por fracaso; cuando le nombran ministro, él vuelve a Madrid con la felicidad de quien vuelve a casa, con el deseo de permanecer en España, y, sin embargo, ese sueño pronto termina en un nuevo fracaso. A partir de entonces, ya no quiere hacer ningún nuevo intento para entrar en política y encajar.
Sus amigos decían de Semprún que era un hombre muy político que, sin embargo, no había nacido para ser ministro.
Es así o, por lo menos, no había nacido para formar parte de la política que se hacía en la España de esa época. Semprún era mucho mayor que los otros ministros de González, no era militante del PSOE, jamás había trabajado en una oficina ni había estado sujeto a horarios… Todos estos elementos fueron determinantes para que Semprún no terminara de encajar en su función de ministro, por no hablar del caso de corrupción que salpicó al hermano de Guerra, caso que definitivamente lo alejó del Gobierno y del partido.
Al PSOE le dirige, en parte, las mismas críticas que había dirigido a Carrillo: la rigidez interna del partido y el callar o aceptar según qué cosas por el bien del partido.
Sí, se repite la crítica a una manera de entender el partido que él no comprendía. En cierta manera, podemos decir que Semprún critica los gajes del oficio de político de partido, unos gajes que él no está dispuesto a aguantar. Basta leer las entrevistas que dio cuando surgió el caso de corrupción del hermano de Guerra para darse cuenta de que él no estaba dispuesto a callarse. En ese momento, ya mayor, dijo cosas que ningún político hubiera tenido que decir.
En este sentido, ¿Semprún era más un intelectual, entendido como ser independiente, que político?
Creo que, en los últimos años de su vida, sin duda fue más intelectual que político; desde que deja el Partido Comunista, a Semprún le interesa mucho más poder tener una voz que tener un rol político. Ahora bien, él tenía muchas esperanzas en Felipe González, lo consideraba el único capaz de cambiar España y el único que podía reconstruir, al menos en parte, la España de la República que Semprún había abandonado siendo adolescente. Y hasta cierto punto, Semprún tenía razón, González cumplió en parte esas expectativas, a pesar de las tensiones y los casos de corrupción del partido.
Sin embargo, Semprún también se decepcionó, parece que se adelantara en parte al actual cuestionamiento de la Transición.
Se decepcionó, pero no dejó de admirar a González y creo que ahora, con los reproches que le hacemos, lo que queremos es matar al padre de forma exagerada. González hizo cosas muy importantes para el momento histórico durante el que gobernó; sin duda hay aspectos de la Transición que se pueden criticar y poner en discusión, pero hay que reconocer los méritos de González. La época de González fue la mejor época de España desde 1936, no se me ocurre ninguna otra mejor. ¿Ahora? ¿Durante los años de Aznar?
En relación a la admiración de Semprún hacia González, este lo visita en el hospital pocos días antes de morir, escenificando una unión a pesar de la distancia provocada tras el cese de Semprún como ministro.
Semprún siempre apreció a González, desde que lo conoce a principios de los setenta hasta que se muere, independientemente de su cese como ministro. En la presentación que hicimos en Madrid de la biografía, González contaba que Jorge estuvo hasta el último momento tan interesado en la política y en la actualidad que no quería dejar de hablar con él y así estar al corriente de absolutamente todo lo que pasaba. Para Semprún era inconcebible el desinterés político y, de hecho, en 2010, en una entrevista que le hacen a Jorge, comentaba que estaba muy preocupado por el desinterés de las generaciones más jóvenes por la política, un desinterés que radicaba en el hecho de que para las nuevas generaciones de Europa poder viajar libremente sin pasaporte, la idea de formar parte de una Comunidad Europea y, por tanto, de una comunidad de países en perfecto equilibrio de relaciones era algo normal; sin embargo, afirmaba Semprún, esta Europa del presente no es algo normal, pues la que él había conocido era una Europa en guerra. Para él, la Europa de 2010 era un milagro. Además, comentaba con preocupación que los grandes políticos, como Helmut Kohl o Felipe González, que habían consolidado la Europa unida estaban desapareciendo y no se les estaba sustituyendo.
¿En Semprún había descreimiento o falta de confianza hacia el futuro?
Sí, en parte, sí; a Semprún le preocupada la desconexión de la juventud hacia la política; observaba alarmado la falta de compromiso político de los jóvenes y, en concreto, el poco conocimiento de los jóvenes de la historia de Europa, de sus orígenes. La reflexión de Semprún resulta muy actual si pensamos en lo que ha pasado con el referéndum sobre el Brexit: el voto de los jóvenes ha sido casi nulo, la implicación de los jóvenes ingleses ha sido escasísima. Hoy entendemos perfectamente la preocupación de Semprún por la ausencia de un despertar político por parte de los jóvenes.
¿Ese descreimiento de Semprún en los últimos años no puede ser también el descreimiento de los jóvenes hacia la política del presente?
Sí, pero la diferencia entre la juventud descreída y Semprún es que él militó muchos años, dedicó muchos años a la política e hizo numerosas contribuciones para la historia política. Además, no olvidemos que a lo largo de su vida política, él reclutó a muchos jóvenes para que se sumaran a su causa, primero en la Resistencia y luego en el Partido Comunista, y los reclutó no solo con seducción política, sino también con seducción intelectual. Es precisamente el aspecto intelectual lo que define a Semprún y lo aleja, por ejemplo, de Philby, el espía de Cambridge. Philby no tenía nada de intelectual y, si bien se había hecho regalar por su padre las obras de Marx, en ningún momento ojea ni tan siquiera una página.
Político e intelectual, ¿un binomio imposible?
Semprún refleja la imposibilidad de este binomio y, a la vez, su posibilidad. Semprún es un Malraux, es como un Quijote en el que confluyen las armas y las letras.
La elección de Semprún como ministro fue vista como el intento de repetir el ejemplo de Malraux a quien, juntamente con Jacques Lang, tenía como referente.
Malraux era un ídolo para Semprún, aunque sus recorridos como ministros fueron antagónicos. Francia estaba dispuesta política y socialmente a tener un ministro de cultura y, además, Malraux era francés; Semprún, por lo contrario, es para España una importación y nunca se sabe cómo van a encajar las importaciones. Además, Semprún está envuelto de la nube del exilio; los españoles siempre han tenido una relación muy extraña con sus exiliados y, quizás, de todos los exiliados Semprún fue de los menos olvidados. Pero piensa en todos aquellos, como Max Aub, por ejemplo, que se exiliaron y fueron absolutamente olvidados. ¿Quién lee hoy a Max Aub?
¿No se perdona el exilio?
Yo creo que España no ha resuelto para nada su relación con los exiliados de la Guerra Civil, poco o nada ha servido la ley de la Memoria histórica, puesto que el principal elemento que falla no es la ley, sino la educación. Solo con la educación puede España resolver su problema con sus exiliados.
Más allá del exilio, más allá de su vida transcurrida en Francia, Semprún nunca dejó de sentirse español.
Semprún se sentía mucho más español de lo que la gente creía; vivió con la espina clavada de no poder volver definitivamente a vivir en una España democrática, esa España que él mismo ayudó a forjar, en parte formando a jóvenes que, luego, tendrían una gran repercusión a nivel social, como Mújica, Javier Pradera y tantos otros. El problema con el que no contaba Semprún es que durante la Transición no se abordarían temas imprescindibles, que todavía hoy siguen pendientes, lastrando a España respecto a otros países. El problema principal es que todavía hoy en España se da por hecho que la reconciliación es imposible.
¿Crees que todavía hoy el rechazo crítico a Semprún y su encumbramiento como referente político e intelectual reflejan esta falta de reconciliación?
Sin duda, y creo que para él fue una frustración muy grande no poder reintegrarse nunca en España tal y como le hubiese gustado.
El deseo de querer ser enterrado en un lugar de frontera es sintomático de esta no reintegración.
Semprún era un hombre fronterizo, pero no porque quisiera serlo, sino porque fue obligado a ello. A mí me molesta mucho cuando se le tacha de afrancesado o se le describe como un niño bien de Madrid que se queda fascinado por Francia; la consideración de Semprún como alguien que va a Francia y se da aires de grandeza es provinciana y profundamente injusta. Además de esta falta de reconciliación que todavía hay en España, el desinterés por el exilio español al estallar la Guerra Civil y el hecho de que la Shoah, por la no implicación de España en la Segunda Guerra Mundial, no haya tenido aquí el peso y la influencia a nivel social e histórico que tuvo en el resto de Europa, explican el desinterés o la suspicacia hacia Semprún.
Haces referencia a la Shoah y hay que decir que Semprún es considerado uno de los principales autores memorialísticos de la experiencia de los campos.
Admiro mucho que alguien como Semprún, que proviene de una familia ultracatólica y que no ha tenido ningún contacto con el mundo judío, llegue a tener tal identificación con la marginalización, con la persecución y la diáspora judía que las represente en su obra y que los propios judíos le reconozcan por ello. No hay que olvidar que había mucho antisemitismo en los años anteriores a la Segunda Guerra Mundial y había antisemitismo también en el PC; además, el hecho de haber estado en un campo de concentración no implicaba forzosamente identificarse con los judíos. Todo esto demuestra la apertura, la sensibilidad y el pluralismo cultural de Semprún; él vio clarísimamente la analogía entre la Inquisición española y la diáspora, analogía que plasma en Veinte años y un día.
Esta identificación con lo judío le aportó un gran reconocimiento de la comunidad judía de Israel, al igual que en Francia y Alemania. ¿Crees que esto compensó el tardío y desigual reconocimiento recibido en España?
No del todo, si bien al final de su vida a Semprún se le hizo bastante caso; Juan Cruz le dedicó más de un reportaje, le invitaban a dar conferencias y, en cierto modo, encontró un lugar. Sin embargo, yo creo que le hubiese gustado tener un papel más relevante en la España democrática; asimismo, creo que le habría gustado tener más relevancia en el mundo anglo, pues en Estados Unidos y en Inglaterra es muy poco conocido y espero que este libro pueda ayudar a darlo a conocer. Al fin y al cabo, con este libro lo que yo quería era ofrecer la vida completa de Semprún para poder interesar a la gente que todavía no lo conoce y, sobre todo, hice este libro porque creo que su vida ofrece muchas lecciones para el presente.
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