Sergio del Molino: drogas, adolescencia y muerte digna

El escritor Sergio de Molino.

El escritor Sergio de Molino.

La literatura de Sergio del Molino no se podría entender sin la muerte. Según sus palabras, es un tema del que resulta “muy incómodo hablar” en nuestra sociedad y por ello la infiltra en todos sus libros con el fin de hacerla más tratable. De esta forma, la muerte funciona en él como una catarsis, como un primer estímulo para contar esas historias que le queman por dentro. De todo esto, y de drogas y adolescencia está impregnada ‘La mirada de los peces’ (Literatura Random House).

Su último libro es una confesión que nace del suicidio de su viejo profesor de colegio Antonio Aramayona, quien basó su vida en la continua lucha por sus ideas, siendo la muerte digna uno de sus principales estandartes. A partir de este desencadenante, Sergio del Molino se explica a sí mismo a través de los planos temporales pasado y presente, y con su antiguo profesor como hilo conductor.

¿Cómo delimitarías ‘La mirada de los peces’?

No lo sé. Eso lo tendrán que definir los lectores, ya que yo escribo con un alto grado de inconsciencia. Realmente no me gusta delimitar lo que hago, pero me estoy aferrando al término de confesión. Pero también es una novela en el sentido más amplio que puedas definir. En ella, el hilo conductor o la catarsis, lo que desencadena la escritura, es la muerte de Antonio Aramayona, que fue profesor mío. A partir de ahí arranca la confesión en dos planos temporales, con saltos al pasado y presente, a través de los cuales voy definiendo esa relación entre maestro y alumno e indagando en la memoria de la adolescencia.

Antonio es ese hilo conductor, pero también una explicación de todo lo que se despertó dentro de ti en tu adolescencia.

Eso es lo que hacen los maestros. Son determinantes, te marcan la vida. Son una especie de accidente que el azar te coloca en el camino y que te conduce de un sitio a otro. Antonio fue un accidente muy importante en mi vida y, como mantuvimos relación hasta su muerte, pude ver cómo fue evolucionando. A mí lo que me interesa es esto, cómo va cambiando, cómo se va transformando esa mirada que yo tengo sobre él. Cómo esa mirada inquebrantable de la idolatría de los años de la adolescencia del instituto se va transformando en una mirada que tiene que ver con el desprecio, con mirarle por encima del hombro… Un desencanto con el que fue un viejo profesor y que ya no me puede enseñar nada. Tras esto viene el reajuste final en el que soy capaz de apreciar su grandeza, puesto que veo las debilidades que no se proyectan en su imagen pública.

Yo lo que noto es una contradicción constante entre la imagen pública de él y lo que yo veo en el café en el cara a cara. Creo que esta última cara es mil veces mejor, mil veces más interesante y abrazable que ese santo laico que se está creando en torno a él. Para mí, ir dibujando el retrato de mi viejo profesor me va configurando a mí mismo. Yo me defino muchas veces en función de lo que pienso de él. Mi mirada está condicionada por lo que yo soy en cada momento y cómo me va alterando. Yo voy modificando lo que pienso y cómo le veo y a la vez que cambia mi mirada cambio yo.

En ese aspecto, ¿qué guarda Sergio del Molino a día de hoy de lo que le enseñó Antonio?

Muchas cosas. Lo fundamental yo creo que es una aversión patológica hacia la cobardía. Siento un desprecio enorme hacia cualquier forma de cobardía; en cuanto noto cualquier ápice de esto, sé que es una persona con la que no voy a poder conectar de ninguna forma porque desconfío de ellos. Pienso que detrás de un cobarde se esconde un miserable y creo que eso tiene que ver con lo que nos enseñó: todo lo que hacía, todo lo que nos enseñó iba en contra de sus intereses y en contra de su bienestar, del sentido común, de lo que dictaba su propio egoísmo… Creo que esa actitud es una herencia suya.

¿Por qué crees que tenía este comportamiento?

Yo creo que era por la soledad que sentía. Buscaba así una forma de cariño, una forma de ser admirado. En un momento del libro digo que cuando no consigues el amor, la admiración puede pasar a ser un buen sustituto. Un sustituto nefasto, pero que a él le podía valer. Él despertaba mucha admiración cuando hacía esas performances y creo que eso le alimentaba. Vivía de esa forma de cariño, de esa necesidad de atención constante.

Dices que el hilo conductor es Antonio, por lo que te dejas como protagonista a ti. Un Sergio del Molino que se enfrenta desde el actual al adolescente.

Sí, por eso no es una bildungsroman al uso. La mirada que lanzo sobre el pasado, como has apuntado, es una mirada de adulto. Parece que es un personaje al que se le está juzgando. El Sergio del Molino del pasado es un Sergio del Molino totalmente diferente al yo adulto. El punto de vista que más peso tiene es el del adulto. Quizá es por ello que se trata de una mirada cargada de prejuicios sobre la adolescencia y una mirada culpable en muchos aspectos. Culpable porque está lanzada desde la convicción de que un adolescente tiene siempre razón en sus reproches. Cuando un adolescente le reprocha cualquier cosa a un adulto, siempre tiene razón. Por ello es una mirada que nos incomoda. Siempre tienen razón porque apuntan hacia las flaquezas, hacia las contradicciones y hacia las muestras de cinismo del adulto que en el adolescente todavía no se han desarrollado. Por ello en el libro busco intentar entender en qué puntos tenía razón, a pesar de ser un auténtico imbécil en muchos aspectos.

¿Funciona entonces como un ajuste de cuentas con el pasado?

Yo la palabra ajuste de cuentas no la considero en el terreno literario. Es una confesión que no busca nada más que ser escuchada, que no busca solucionar nada. Con esta novela exploro zonas de duda. No creo que haya dudas que saldar en ningún sentido entre los elementos y los personajes que forman la novela.

Una de las palabras que ronda alrededor de todo el libro es la muerte. Tema que está presente en toda tu literatura ¿Cómo te ayudó Antonio a enfrentarte a ella?

La muerte es un tema fundamental en mi obra. He escrito ya tres libros con ella como elemento principal. La muerte es uno de los grandes temas literarios y yo cultivo esta tradición en el libro. La muerte me provoca igual en la literatura que en la vida. Cuando nos enfrentamos a la muerte, nos enfrentamos a una introspección. La catarsis que nos provoca la muerte de alguien que queremos nos provoca un terremoto de conciencia que yo lo canalizo escribiendo. La muerte es una puerta para hablar de muchas cosas, pero sobre todo para hablar de la propia muerte.

¿Es un tema tabú en nuestra sociedad?

Yo creo que en la sociedad occidental actual no es un tema tabú, pero sí que lo dejamos muy de lado y del que resulta muy incómodo hablar. Con mi literatura yo aspiro a que se hable con absoluta normalidad. Uno de los problemas culturales que tenemos las sociedades avanzadas es que no sabemos hablar de la muerte, que no sabemos enfrentarla ni tratarla. Hacemos auténticas barbaridades, como por ejemplo el tema del duelo. Cuestiones que eran totalmente normales para nuestros antepasados, las hemos convertido en problemas muy grandes. Precisamente porque hemos eliminado los rituales de la muerte, no entendemos muy bien qué hacer con ella…, nos mostramos muy torpes. Yo creo que si la tratamos en la literatura con normalidad, quizá consigamos tratarla más de frente.

Hablas de la muerte, de una sociedad de los años 80-90 difícil, donde las drogas están muy presentes igual que ETA, criticas la educación de entonces… Todos estos componentes hacen una novela muy política.

Yo creo que todas las novelas que hablan de cuestiones sociales son políticas. Hay una serie de asuntos políticos y sociales sobre los que no se ha reflexionado lo suficiente o sobre los que directamente no se ha hecho ese ejercicio. A mí me parece que son cuestiones que desde la literatura son interesantes explorar. Tú has mencionado algunos como la vida en esos barrios de los 80. Para mí este en concreto resulta interesante, ya que se han creado dos discursos totalmente dispares: uno en el que se caricaturiza mucho lo que sucedió en estas zonas y otro más heroico en el que se idealiza la pobreza en la que se vivió allí. A mí esos dos discursos me parecen muy antipáticos y que están elaborados por gente que no ha pisado un barrio en su vida. Me interesaba explorar esa memoria porque es la mía y porque no la he visto explorada en otros sitios. Me apetecía construirla con todos los problemas que conllevaba para después poder sentar las bases de cómo los millones de personas que nos hemos criado bajo esas características hemos contribuido a crear este país. Junto a este tema, no podía dejar de lado la ecuación en esos años, ETA, las drogas…

Las drogas, un problema de aburrimiento.

Así es. La droga estaba muy generalizada. No había y no hay, creo, ningún tipo de problema al respecto. Sólo unos pocos se enganchan de verdad y arruinan su vida. La mayoría transita de una forma lúdica por las drogas. En los barrios no había otra cosa que hacer. Por eso ironizo que el primer paso antes de las drogas son las pipas.

Ese tipo de ironía se puede apreciar a lo largo de todo el libro.

Para mí la ironía es algo fundamental. Es el lubricante principal de mi literatura.

Dices en el libro que un escritor es escritor cuando realmente pierde su pudor. Este ejercicio en ti es total: te desnudas completamente ante el lector.

Sí. Para mí es algo fundamental. Hay muchos escritores que podrían ser increíbles si consiguieran romper esa barrera del pudor. En un momento dado, yo creo que todos tenemos que hacerlo. Pero para ello tienes que estar totalmente convencido de lo que representa la literatura en tu vida, ya que va a tener un peaje muy alto eso que estás haciendo. Tienes que tener muy claro que no te va a importar sufrir esas consecuencias. Por ello entiendo que muchas personas no quieran darlo. Pero en el momento en el que lo haces entras en el terreno literario y la satisfacción que obtienes de ésta es mucho superior a cualquier problema que te pueda mostrar la exposición. Lo que propicia esa falta de pudor es que la literatura tenga ese tono y esa calidad de una conversación.

Ese tono de conversación con el lector del que hablas, ¿es el que te ha ligado siempre a escribir novelas de no ficción?

Yo creo que uno no elige los libros que quiere escribir. Los libros me los voy encontrando y son algo que me han venido casi forzados. Sólo puedo escribir de las cosas que me importan mucho y que me afectan de una forma radical. A mi parecer, la única forma honesta de abordar estos temas es desde un yo: me consideraría que traiciono lo que estoy contando si hiciera trampantojos y artificios literarios. Si hiciera una novela que jugara con narradores, que inventara ficciones, que camuflara todo en tramas e intrigas. Sentiría que estoy traicionando lo que quiero contar, que no estaría siendo honesto.

¿Te sirven los libros como medicina?

No. Yo rechazo el carácter médico de la literatura. Cómo va a curar cuando lo que estás haciendo es dar vueltas sobre el mismo tema, yendo y volviendo, cuestionándote, apuntalando dudas… Si quieres olvidarlo, lo mejor es huir de ello. Esto es una forma de buscar las zonas oscuras, que es lo que me interesa. No hay alivio. Pero tampoco lo busco.

***/***

“Sergio, voy a finalizar mi vida”

Crítica del libro ‘La mirada de los peces’ de Sergio del Molino

Por LUIS REGUERO

A Sergio del Molino se le murió el abuelo, el hijo, y hace nada el maestro, el amigo, el fascinante Antonio Aramayona. Pero la muerte en su literatura no es la protagonista, sino el pretexto, la palanca para seguir escribiendo, para seguir forjando su sólido mundo literario tras el éxito de La España Vacía (Turner). En su último libro, La mirada de los peces (Literatura Random House), vuelve al pasado, a aquellos años cruciales de la adolescencia donde se forja el carácter y la personalidad, donde se opta por un camino u otro. Conjuga esa mirada hacia atrás con el presente, donde escribe y reflexiona sobre el maestro de filosofía que le cambió la vida, el maestro que un día le llama y le dice: “Sergio, voy a finalizar mi vida”.

La escritura que sacude, que te coge de los hombros y te agita, te ata a un texto y te estremece el corazón, la cabeza, y te devora todo por dentro, que hasta tienes que parar de vez en cuando un poco, salir al balcón y coger algo de ese mismo aire que sostiene suspendidas millones de partículas de luz sobre el descampado, sobre esa tierra pardusca surcada de huellas y de un sol verde olivo, un sol imponente que cuando te despistas parece otro.

La escritura que tira de recuerdos y te ablanda porque habla de ti mismo, dice cosas de ti por todas partes, habla del amor y sobre todo de la muerte, pero la muerte no es el tema, es sólo la palanca, la catarsis, el asidero para avanzar, para ir más allá y hacer un mundo literario propio, la muerte del niño, del abuelo, del maestro de siempre que quiere morir, el maestro que va a morir, la trilogía de la muerte para adentrarse en uno mismo y rescatar las palabras de ese lugar aún respirable donde tanto duele, las palabras que te permiten sobrevivir, seguir viviendo.

Antonio Aramayona fue el maestro que deja huella, que deja un rastro y una marca imborrable en el alumno, justo en esa cueva incierta de la adolescencia, cuando uno no sabe bien qué será en la vida, si tirará por este o por otro camino, si cruzará esta o aquella vereda. Aramayona fue el maestro decisivo y fascinante, el que no se olvida nunca ya luego pase lo que pase, el que te hizo más libre, más tú mismo, porque amplió los espacios, porque te enseñó a pensar y le dio otro sentido a las cosas, invirtió la burricie esa de ir a clase a memorizar sin parar, a hacerte pequeño como un insecto, lo volvió todo al revés como un calcetín.

Ese fue el Aramayona de los años 90, el maestro de la formación, el maestro del escritor Sergio del Molino (Madrid, 1979) al que le cambió la mirada, a él y a otros estudiantes de aquella Zaragoza finisecular, de aquel barrio de San José que olía “a fritangas y vidas no vividas”, y donde, en cada ventana, brillaba una promesa, una esperanza, un sueño.

Aramayona centra La mirada de los peces, pero el verdadero protagonista es el propio escritor, que ante el anuncio del maestro de “finalizar su vida” en 2016, decide volver atrás, adentrarse con la escritura en aquellos años clave de instituto y conjugarlos con el presente, con esa decisión de Aramayona de matarse, porque el maestro de filosofía tiene una mala salud de hierro, tiene un 65% de discapacidad, una pierna amputada, ha sufrido infartos, ictus, anginas de pecho… “Aboga por la buena muerte y arremete contra los que obligan a la gente a sufrir dolor y agonía en nombre de vaya usted a saber qué dios”, escribe Del Molino.

Los últimos días, los últimos momentos de Aramayona los habíamos visto hace unos meses en ese programa de calidad y alto voltaje denominado Tabú, en la temporada dedicada por el periodista Jon Sistiaga a la muerte. Allí vemos al maestro nietzcheniano vistiéndose con dificultad, tomándose sus más de 30 pastillas con leche, el maestro que se niega a que su intimidad física “dependa de otras personas”, el maestro que cena por última vez con sus alumnos, donde está el propio Sergio del Molino, que se pregunta en un momento de su libro: “¿Existió alguna vez aquel Antonio seductor que cambiaba la vida de sus alumnos o sólo lo fabulé a partir de las impresiones neblinosas de un adolescente que no entendía nada? Silvia, Paula, Ingrid y los demás alumnos parecen apoyarme: no lo inventé. Para ellos fue también alguien crucial”.

Escribió Carson McCullers que la muerte es siempre la misma, “pero cada hombre muere a su manera”. Y Aramayona murió a la suya. ¿Murió, como decía Nietzsche, en el momento justo? “Las muertes nos son propias y todas las muertes de los que queremos son también la muestra”, dice Del Molino, que deja en La mirada de los peces unas páginas finales memorables, algunas dedicadas a su hijo Daniel: “Se qué me matará muchas veces, y quiero disfrutar de estas primeras muertes indoloras, antes de que use armas blancas y munición adolescente, antes de que meta un par de libros en una mochila y dé un portazo con la intención de coger el primer tren a Madrid”.

La escritura. La muerte. El maestro que se va. El abuelo. El hijo que se fue. “Estamos en derrota, nunca en doma”, recuerda Del Molino, en La hora violeta (Literatura Random House), parafraseando al poeta Claudio Rodríguez. Y ahora, a partir de aquí, monstruos.

Deja tu comentario

¿Qué hacemos con tus datos?

En elasombrario.com le pedimos su nombre y correo electrónico (no publicamos el correo electrónico) para identificarlo entre el resto de las personas que comentan en el blog.

Comentarios

  • María Tica

    Por María Tica, el 08 diciembre 2017

    Para ser un tipo tan inane, se le da tanto boato que sorprende. Quizá que sea de la escudería PRISA tiene algo que ver

  • José Manuel Hueso

    Por José Manuel Hueso, el 10 diciembre 2017

    Maria T., tu comentario es desafortunado, aciago, infortunado, hostil, negativo… En definitiva: AZAROSO.

  • Mayte

    Por Mayte, el 10 octubre 2020

    Sólo decir q te escucho con Alsina y en la cultureta en podcast y sólo decir q me gusta como hablas y reflexionas de las cosas. Y q me gustaría hacerte llegar algo de una amiga, bueno mejor decir conocida, q ha publicado hace poco en Youtube un libro, para ver q te parece. Un saludo

Te pedimos tu nombre y email para poder enviarte nuestro newsletter o boletín de noticias y novedades de manera personalizada.

Solo usamos tu email para enviarte el newsletter y lo hacemos mediante MailChimp.