Dices que las serpientes en casa dan suerte y las alimentas con leche
‘El lago’, de la autora checa Bianca Bellová, premio de Literatura de la Comisión de Cultura de la Unión Europea en 2017, es la historia de su protagonista, Nami, de un lago, de la intrahistoria unamuniana de una Europa del Este postsoviética. Una historia de destrucción, de violencia, de lucha, de denuncia… Y de deseo de amor. Todo es desolación y abuso, pero, en la voz de Bellová, también poesía.
“Entre las tablas viejas del suelo viven pequeñas serpientes, pero no hacen nada, con los pasos de las personas se meten de nuevo entre las rendijas. La abuela dice que dan suerte a la casa y les pone leche en el tazón”.
Nunca pensé que leería una nivola checa tan eficaz como estéticamente destructiva. Nunca pensé que la sombra de Unamuno trascendiera de tal forma. Nunca imaginé que un lago tan lejano pudiese volver a conmoverme y a transformarme de tal manera. Y, sin embargo, ha ocurrido. Las entrañas de ambas obras son distintas (la crisis de fe del gran autor vasco frente a la silueta de la Europa postsoviética) y la violencia que Bianca Bellová sostiene en cada página de esta historia hiere y golpea como pocas historias han golpeado mi memoria.
El lago es un púgil indestructible que no tiene pensado seguir la reglas. Un peso pesado que golpea sobre la zonas prohibidas y nos tumba una y otra vez. Su brutalidad narrativa es una fosa que nos mantiene cautivos, que nos deja quietos mientras dura. Es incisiva e hipnótica, y la belleza de sus múltiples verdades explota sobre el lector como explota el globo que un niño creía eterno entre sus manos. Todas las páginas son de una lucidez deslumbrante, las reflexiones se concatenan con tal maestría que acaban convertidas en metáforas de aliento largo y en paradigmas de denuncia útil.
El lago es una historia de destrucción, de violencia (estremece la rectitud y la prestancia con que Bellová la narra), de lucha, de denuncia; es una historia de cinismo y resignación, es una maniobra arriesgada en la que al lector le crujen los huesos. Todo es desolación y abuso, pero también resistencia. Cuando se ha perdido todo, cuando se ha sido señalado de manera injusta, cuando has visto que los eslabones más podridos de un ejército violan a tu primer amor y aún así sigues respirando y sosteniendo ese secreto que parte tu vida en dos, parece imposible no claudicar y, a pesar de tantas calles de dirección única, el protagonista de esta durísima y al mismo tiempo subyugante historia encuentra un camino por el que avistar el futuro.
El lago es una novela política, pero es también un enigma distópico que hace las delicias del lector. Es una historia de amor, es el deseo del primer amor, ese regalo que perturba y construye, es un canto a la libertad sin himnos manidos. Es una historia de violencia que infecta todos los estratos, el familiar, el vecinal, el territorial:
“Nami se queda pensativo y se imagina a su padre dándole una paliza. Le parece una visión bonita”.
“Siempre hacen lo mismo: la esperan en el bosque, le destrozan la vida y nunca nadie los castiga porque ni nuestros policías ni nuestros tribunales los castigan”.
Es una historia de miseria móvil, todos los paisajes ofrecen marginación:
“Nami comparte habitación con once hombres. Llegan tan cansados que por la noche se echan en la cama y se quedan dormidos. Se han acostumbrado a las chinches y no intentan combatirlas. Un día Nami levanta el jergón de su cama y se encuentra en el somier con miles de ellas. Los hombres no tienen fuerza para pelearse ni para masturbarse”.
El lago es además una búsqueda firme, tan firme como lo es la silueta de una herida sobre la carne:
“Es responsabilidad de un hombre honrado evitar una catástrofe”.
Es un vademécum de soledad y catástrofe, pero también la nana que nos guarece dentro de la boca de nuestro aliados.
La belleza de este viaje hacia la nada es caudalosa y larga, y su final, esa línea que solo es capaz de escribir la intrínseca naturaleza de un ser humano que nació para ser vencido. No todos los soldados escuchan vítores mezclándose con su sangre:
“Nami se pone las manos sobre la barriga; es agradable estar bien comido de nuevo. Pero según se palpa más profundamente, no consigue encontrar dentro ni rastro de sentimientos, solo hay una madriguera profunda, vacía, que en algún momento excavó ahí un animal salvaje”.
El lago es la alegoría con que una mujer justa es capaz de contar los estragos de una guerra, sus poros, sus posos, su eco estrangulado o estentóreo dependiendo de en qué bando hayas sido cincelado.
No dejen de leerla, porque sus personajes son extraordinarios, porque su texto y su contexto son de un virtuosismo narrativo poco habitual y la Intrahistoria es una adivinanza que nos eleva sobre un abismo de una riqueza emocional que trascenderá en el lector para siempre.
‘El lago’. Bianca Bellová. Tres Hermanas Ediciones. Traducción de Daniel Ordóñez. 205 páginas.
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