Sexo y alegría de vivir en medio de la peste negra

‘El Triunfo de la Muerte’, óleo de Pieter Brueghel el Viejo.

‘El Triunfo de la Muerte’, óleo de Pieter Brueghel el Viejo.

Por CAMILA PAZ OBLIGADO

Los días se suceden unos iguales a los otros, enmarañados de horas y rutinas inventadas a toda prisa. Pienso en Boccaccio y la peste negra (que en el siglo XIV irrumpió en Asia, entró en Europa por Italia y acabó con un tercio de la población del Viejo Continente), en cómo el autor retrató el paso de la Edad Media al Renacimiento. Pienso en cómo utilizó el humor, el sexo, la alegría de vivir en medio de tanta muerte. En la literatura como bálsamo. Pienso en los autores que hablaron sobre la peste: Camus, Saramago, Bufalino, Defoe… Pienso en la pandemia como realidad y como símbolo.

Los días pasan unos iguales a los otros, enmarañados de horas y rutinas inventadas para la ocasión. Hace muchos días que los colegios pararon su actividad, así que atiendo alumnos desde casa entre la culpa por la carga que les genero y el deseo de que encuentren en las tareas un estímulo para pensar en otras cosas. Intento responder a sus inquietudes de uno en uno, les pregunto cómo están.

También juego con un pequeño de dos años que ha entendido este encierro mejor que yo. Apuro el tiempo para turnarme con mi pareja, salir cada tanto a hacer la compra se convierte en una aventura. Las mañanas pasan rápido entre correcciones, preparaciones de clase, la adaptación exprés a una nueva forma de trabajar con la que flirteamos hace tiempo pero que nunca imaginamos que llegaría tan de golpe. ¿Es lo que queríamos?

Siento las paredes más cerca. El balcón de casa ha ascendido a la categoría de “terraza” y se ha convertido en una biblioteca y salón mínimo de lectura donde aprovechamos algunos rayos de sol que suplan el angustiante confinamiento infantil. En la habitación contigua, el ordenador echa humo. Luego la comida, en horario infantil, la siesta, también infantil.

En este silencio sobrevenido, preparo más clases, ahora las del Taller. Por primera vez nos vamos a encontrar por videoconferencia. Como forma de sobrevivir, en todos los sentidos, hemos decidido no parar la actividad, seguiremos desde casa. En un cambio súbito de programa, trabajaremos el Decamerón. Pienso en Boccaccio (1313-1375) y la peste negra, en cómo el autor florentino pensó su momento a través de un mosaico de cuentos que retratan el paso de la Edad Media al Renacimiento. Pienso en cómo utilizó el humor, el sexo, la alegría de vivir en medio de tanta muerte. En la literatura como bálsamo, en la ficción como un espejo de la realidad que nos sirve tanto para evadirnos como para reflexionar. Pienso en los autores que hablaron sobre la peste: Camus, Saramago, Bufalino, Defoe. Pienso en la peste como realidad y como símbolo.

Por nuestra parte, nosotros en el Taller escribiremos nuestro propio Decamerón, sí, para mantenernos juntos en la distancia, para seguir pensando en lo que nos ha tocado vivir. Responder al dolor con creatividad, con pensamiento, con este estar juntos que propone, también, la literatura. Boccaccio sobrevivió a la peste reuniéndose para contar. Nosotros haremos lo mismo.

Fin de la siesta, volvemos al ruedo. Aprovechamos un concierto en directo en alguna red social para entretenernos un rato. Volvemos a los cuentos. Carreras por el pasillo. Preparados, listos, ya: del balcón a la cocina, de la cocina al balcón, una, dos, cien veces.

Unos minutos antes de la clase cojo mis apuntes, mis libros, y entro a la videoconferencia. Asisto a unos y a otros, todos tecnológicos de golpe. Las caras conocidas se suman en una lluvia de habitaciones y salones. No sabíamos a cuántos esperar, y resulta que están todos. El subidón de vernos, la inteligencia de los comentarios, el lazo irrompible de la literatura que hemos construido durante años está ahora ahí, en la pantalla, listo para salvarnos. Todos han preparado algo, todos quieren hablar, y así pasan dos horas de pensar juntos, de sentido del humor, de acuerdos y desacuerdos en torno a un solo texto.

Cuando cierro el ordenador pienso en la importancia de la vida interior, en la grandeza de su compañía, tan discreta, tan cotidiana. Pienso en que si algo tenemos cuando todo falla es esa cultura y esa amistad que hemos sabido acumular. Pienso en lo que poseemos de verdad. Un verso aprendido de memoria, una canción, la capacidad de soñar o de desentrañar un texto, de leer entre líneas, de imaginar soluciones para el futuro, el placer civilizado de disentir, de conversar.

Se acercan las ocho. Mi hijo corre a su habitación, se pone el abrigo y la mochila. Abrimos el balcón. Aplaudimos.

***

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Comentarios

  • Verónica

    Por Verónica, el 29 marzo 2020

    Fantástico Camila!!
    Muy real, muy cotidiano y muy cierto.
    Yo tengo que seguir saliendo a la calle, ahora tan solitaria. Te puedo contar como subimos al bus manteniendo las distancias, sintiendo cierta triste complicidad.
    Un abrazo
    Vero

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