Si un niño te pregunta: ¿Yo me moriré?
En una semana protagonizada por la Pasión de Cristo, a la que se unen insoportables escenas cotidianas de matanzas israelíes de niños en Gaza, nos hemos preguntado cómo se acercan niños y niñas a la muerte, cómo podemos acompañarles en sus incertidumbres, cómo responder a sus preguntas. Ellen Duthie y Anna Juan Cantavella, junto al ilustrador Andrea Antinori, nos traen el libro ‘¿Así es la muerte?’, publicado por Wonder Ponder. Un compendio de preguntas que surgen cuando a niñas y niños se les da la oportunidad de hablar de sus miedos y dudas sobre algo tan trascendental.
Hablar de la muerte no mata, no la invoca ni la anticipa. Hablar de la muerte sirve para perderle el miedo. Callar o evitar el tema solo sirve para crear tabúes. Las niñas y los niños aprenden esto de los silencios o de las evasivas de los adultos. Si a estos les da por preguntar, lo primero que hacemos los adultos es ponernos nerviosos para, a continuación, mirar hacia otro lado. Pero las preguntas y los misterios siguen ahí y, así, las niñas y niños sienten que nadie les acompaña en sus dudas y miedos.
¿Seríamos capaces de ser francos a sus preguntas? ¿Aún a pesar de no tener buenas respuestas? Lo que niñas y niños necesitan en que seamos capaces de sentarnos con ellos y compartir juntos las incertidumbres que la muerte nos despierta, que seamos capaces de abrir con ellos un diálogo donde lo importante sea escuchar.
Hemos tenido la suerte de encontrar en este mundo raruno lleno de dudas a dos autoras que, junto a una gran ilustradora (Ellen Duthie y Anna Juan Cantavella, y el ilustrador Andrea Antinori) han dado la oportunidad a niñas y niños de preguntar abiertamente sobre un tema que a todos en algún momento de nuestras vidas nos apremia y nos agobia. Hemos hablado con ellas.
¿Cómo se os ocurre hablar sobre la muerte con niños y niñas? ¡Cómo se os ocurre hablar sobre la muerte con niñas y niños!
¡¿Cómo no se nos iba a ocurrir?! Las niñas y niños preguntan sobre la muerte, con insistencia a veces, a partir de los 4 o 5 años. Suelen empezar además con preguntas directas, claras, como la que abre el libro: ¿Yo me moriré? Con esta pregunta, Clàudia, de 5 años, abre una conversación que toca acoger y sostener con la misma claridad que ella nos regala con su pregunta: “Sí, tú te morirás”. Y así, reconociendo nuestra mortalidad como punto de partida, proseguimos con una sugerencia: una de las cosas más reconfortantes que podemos hacer con nuestra mortalidad es compartirla con otros seres mortales. ¿Qué cosa más humana podemos hacer que encontrar ratos y conversaciones donde compartir la mortalidad que tenemos en común?
¿Cómo reaccionaron los niños y las niñas cuando se les dio la oportunidad de preguntar lo que les diera la gana sobre la muerte?
Al principio les suele parecer raro, y nos miran o se miran entre sí como si alguien tuviera que pedir permiso a alguna autoridad superior para romper ese tabú. Pero enseguida se sueltan y disfrutan de la libertad de poder preguntar lo que quieran. En los talleres, lo que suele ocurrir es que una vez han empezado, no paran de llover las preguntas. Una vez que han empezado, ¡lo más difícil suele ser cortar! Hacerlo colectivamente, que es como se han generado casi todas las preguntas para este libro, es maravilloso porque las preguntas de unos alimentan a las de otros y así se van sumando nuevas perspectivas y puntos de interés.
¿Les da miedo preguntar sobre el tema?
El miedo que pulula es más el miedo adulto a su propia incertidumbre y a que las niñas y niños pregunten algo para lo que no nos sentimos preparados para responder. Pero en nuestra experiencia no hemos percibido miedo a preguntar entre los niños. Al principio, a algunos les sorprende la propuesta. Pero enseguida se percibe cierta liberación. “¿Podemos preguntar todo lo que queramos?”. Y entonces se sueltan que da gusto. También ayudan las dinámicas con las que proponemos lanzar preguntas sobre la muerte. Entrevistamos a un esqueleto, por ejemplo, como experto en la muerte en primera persona: la ha vivido en sus propias carnes. O a un vampiro, como experto en una existencia que podría ser eterna. Ambos personajes tienen relaciones interesantes con la muerte, y enseguida se les disparan mil preguntas para cada uno de ellos.
Y hacen preguntas de todo tipo. Preguntar sobre la muerte es preguntar sobre la existencia y sobre la inexistencia, sobre los procesos físicos de envejecimiento, sobre la permanencia de los cuerpos, sobre la parte etérea que nos pudiera o no constituir, sobre los ritos y los mitos, sobre el duelo, sobre cementerios y lápidas o sobre fantasmas. Y siempre, también, sobre la vida, claro. Preguntar sobre la muerte puede ser mucho más interesante que atemorizante.
Los adultos no queremos hablar del tema, y si lo hacemos usamos mil metáforas mágicas para referirnos a ella: el cielo, el sueño, el abuelo se ha ido a vivir a una estrella, si está como dormida…
Los adultos transmitimos mucho miedo sobre la muerte, y a veces contagiamos a la infancia. Pero en realidad, una vez que nos soltamos y entendemos que hablar sobre la muerte no es necesariamente hablar de pena, o de muertes concretas (aunque si queremos sí podemos hacerlo), sino que hablar de la muerte es hablar sobre lo que no entendemos, nos situamos en otro lugar más curioso e indagador que puede ayudar a liberarnos un poco del tabú. En nuestra experiencia, los niños agradecen muchísimo la posibilidad de hacer preguntas y recibir respuestas francas o explorar posibles caminos ante preguntas sin una respuesta definida.
A veces los adultos recurrimos a esas metáforas mágicas porque tienen forma de respuesta y creemos que tienen el poder de sellar huecos de incertidumbre. Pero a menudo lo que ocurre es que esas metáforas que nos dejan tranquilas a las personas adultas en realidad cierran las puertas a una posible conversación a la que nos ha invitado el niño. A veces (muchas) cuando un niño hace una pregunta, no busca una simple respuesta, sino una conversación. Reconocer nuestra incertidumbre compartida, lejos de abrir abismos bajo los pies de los niños, puede establecer los cimientos seguros de una interlocución franca y respetuosa donde se sabe que te van a tomar en serio, te van a escuchar y van a querer comprender tu curiosidad, tus preocupaciones y tus ideas.
¿Cómo os enfrentasteis a preguntas sobre la muerte cuyas respuestas las viene arrastrando la humanidad desde hace siglos?
Principalmente, tratando de alejarnos de una postura de autoridad y participando en las respuestas desde la co-indagación exploratoria. “Qué pregunta tan interesante. Explorémosla juntas”. No fue nunca una cuestión de tener las respuestas, sino de tener la confianza en poder ofrecer posibles vías de exploración que invitaran a los lectores a trazar caminos propios. Afortunadamente, esta tarea es infinitamente más asequible que dar respuesta a preguntas milenarias.
¿Qué pasa cuando no damos buenas respuestas sobre la muerte a los niños?
Si damos una respuesta rápida para cerrar la conversación, puede que sientan que no deseamos tener esa conversación, que ese es un tema prohibido de alguna manera y que no vuelvan a preguntar demasiado. Puede pasar que enquistemos tabúes. También puede pasar que les dejemos con ideas muy confusas que pueden llegar a ser un foco de preocupación y sobre las que sientan que no pueden hablar. Pongamos un ejemplo aparentemente inocuo y que se suele decir mucho, esa de que el abuelo te está mirando desde el cielo. En los talleres que hemos hecho en los últimos años, no en una ni en dos ocasiones, surgió cierto agobio por la posibilidad de que hubiera un abuelo “que lo ve todo”. Imaginar al querido abuelo mirando (¿incluso cuando me porto regular?) puede resultar agobiante y casi amenazante, por mucho amor que se haya sentido por ese abuelo.
Esa metáfora que puede parecerle un salvavidas al adulto, puede interpretarse con una literalidad confusa desde la infancia, una literalidad que a menudo resulta difícil de casar con sus aprendizajes científicos de la escuela, por ejemplo.
¿Cómo se tiene que preparar un adulto para hablar de este tema con los niños?
La principal manera de prepararse probablemente tenga que ver con trabajarse su propia relación con la incertidumbre. Si se piensa que hablar sobre la muerte con niños es tener preparadas todas las respuestas, entonces apaga y vámonos. Hablar sobre la muerte con niños puede ser compartir dudas e incertidumbres, explorar posibilidades, permitir la expresión de fantasías e hipótesis, incluidas las que puedan parecer rocambolescas. Es importante darse cuenta también de que hablar sobre la muerte puede llevar por muchos caminos y que las preocupaciones o los puntos de interés detrás de muchas preguntas sobre la muerte de niñas y niños no tienen por qué ser siempre particularmente dramáticas. Es fundamental escuchar para entender mejor, para advertir que muchas preguntas aparentemente ligeras son en realidad profundas y que otras aparentemente duras o difíciles tienen en realidad una foco más ligero de lo que pensábamos.
Una de las mejores maneras de empezar a relacionarse con una pregunta sobre la muerte de un niño es preguntarle por qué está haciendo esa pregunta, qué es lo que le interesa, qué es lo que le preocupa, que es lo que se imagina cuando hace esa pregunta. Esto nos ayudará a conversar desde un lugar de escucha y de comprensión del interés concreto que puede haber detrás de una determinada pregunta.
Lo que proponemos nosotras desde el libro es relacionarnos con las preguntas sobre muerte de los niños preguntándonos (y preguntándole) por qué está haciendo esa pregunta, qué es lo que le interesa, qué es lo que le preocupa, que es lo que se imagina cuando hace esa pregunta. Esto nos ayudó a escribir desde un lugar de escucha y de comprensión de los distintos intereses que puede haber detrás de una determinada pregunta.
¿Cuál es el mejor sitio para hablarlo? ¿La casa, el colegio, el supermercado?
Cualquier lugar donde sea posible la escucha. Donde haya tiempo y espacio para compartir experiencias, temores, ideas, curiosidad científica y asombro filosófico. Pasear conversando es un clásico, en el campo o en la ciudad, a pie o en tren. En casa, en el colegio o en el supermercado, ¿por qué no? Lo rico es que se establezca un diálogo donde el niño sea un interlocutor verdadero y no un interrogado, ni tampoco exclusivamente un receptor de respuestas. La idea es abrir un espacio de indagación compartida.
El libro está lleno de ingenio y humor, ¿cómo se consigue ese tono hablando de un tema tan serio?
Sabíamos que iba a ser un reto enorme. Había muchos equilibrios que lograr: entre el humor y el respeto, entre la franqueza y la ternura, entre la incertidumbre y la seguridad de un suelo por el que ir caminando, aunque sea a tientas. Era importante que donde el texto pudiera contener mensajes difíciles de digerir, la ilustración aligerara, y viceversa. Si lo hemos logrado, fue gracias a mucho diálogo entre los tres autores y mucha, mucha reescritura y escucha. En cuanto al texto, hemos tratado de hacer un libro gustoso de leer en voz alta, que tuviera ritmo y que resultara muy variado y entretenido. Para ello, lo hemos leído una y otra vez en voz alta hasta oír el tono que buscábamos.
En el libro la muerte abre un debate muy interesante sobre todos aquellos aspectos que se relacionan con ella, ¿cuáles os han sorprendido más y cuáles os ha costado más contestar?
Una de las cosas que nos ha llamado la atención es que los pequeños (de 5 o 6 años) muestran un interés especial por todos los aspectos físicos relacionados con la muerte. Por ejemplo, la pregunta sobre la esqueletización de Nacho, de 5 años: “¿Cómo se va la piel?”. Nos encantan también preguntas como “Cuando me muera, ¿qué será de mi consola?”, que quizás nos arranque una sonrisa, pero tiene un fondo interesantísimo por el que bucear. Las que más nos ha costado contestar han sido las que la sociedad percibe como más delicadas. El suicidio es, dentro de un tema ya tabú como es la muerte, uno de los mayores tabúes. Fue difícil dar respuesta a la pregunta “¿por qué hay gente que se suicida?”. Fue difícil encontrar la solución visual, en el caso de la ilustración, y de encontrar las mejores palabras, en el caso del texto. Teníamos que escribir una respuesta que resultara pertinente, que reconociera la existencia de los suicidios con franqueza, y la incomprensión social que generan, pero que de alguna manera diera la mano a los lectores, y les dijera “estamos aquí”. Aquí la revisión del texto de la psicóloga Montse Colilles nos dejó más tranquilas. Algunas de las preguntas más científicas, que requerían hilar fino, también nos hicieron ir con cuidado. Por eso fue tan importante tener a Xaviera Torres como revisora científica, siempre al quite para detectar relaciones causales expresadas con demasiado entusiasmo, por ejemplo.
Más información: El 29 y 30 de junio y el 1 de julio, en Albarracín, seguirán reflexionando sobre la muerte en el V Curso Internacional de Filosofía, Literatura, Arte e Infancia (FLAI) que este año gira en torno a la pregunta central: ¿Qué hacemos con la muerte? En esta quinta edición de FLAI, auspiciada como siempre por la Fundación Santa María de Albarracín y financiada por la Diputación Provincial de Teruel, las codirectoras (Ellen Duthie, Daniela Martagón y Raquel Martínez Uña), los ponentes y los asistentes se detendrán a explorar la muerte con toda su vitalidad, desde la filosofía, la literatura, el arte y la educación, con la vista y el oído puestos en la infancia.
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