Siete libros para terminar 2024 en conexión con la naturaleza
Os dejamos aquí siete recomendaciones de extraordinarios libros para reconectarnos con la naturaleza. Libros para regalar o regalarnos, para terminar bien este extraño año o comenzar 2025 con el ánimo más libre, tranquilo y natural. Desde Manuel Rivas a Miguel Delibes de Castro, Joaquín Araújo, Rosa Porcel o Pilar López Ávila. Es el regalo fin de año de ‘El Asombrario Recicla’.
La buena literatura es la que mejor sabe captar el momento histórico en el que vivimos. Algo así dijo Scott Fitzgerald, el autor de El gran Gatsby, novela que ya barruntaba el crac del 29. Y la buena literatura nos alertó hace tiempo del momento que vivimos, del crac ecosocial al que asistimos. En 2024, la cosecha de la escritura relacionada con la naturaleza ha sido abundante en títulos y en calidad, aunque eso no evita que siga siendo periférica (el lugar que le corresponde, por otro lado).
“Escribo en la orilla. Reivindico un realismo orillero”, reivindica Manuel Rivas en La tierra oculta, un volumen que recoge algunas de sus eco-narraciones. En una de ellas, Un millón de vacas, aparece Dombodán, un personaje que el escritor gallego, premio Nacional de las Letras en 2024, ha convertido en el narrador de su última novela, Detrás del cielo (Alfaguara). Un grupo de cazadores se reúne al alba para dar caza a un jabalí, el Solitario. Como si fuera un Moby Dick gallego, el animal arrastra una leyenda negra y criminal. Hay que acabar con él y hacerse una foto. No faltan los políticos de turno. Todos tratan a Dombodán de tonto y de loco, quizás porque es el único capaz de hablar con los animales y eso le convierte en un marginal, alguien que está fuera de la fratría de la muerte y el asesinato, en una víctima más, como las mujeres con las que trafican o los animales que sacrifican y doman. Dombodán nos narra lo que sucede ese día con un lenguaje alucinado, potente y lírico. La caza de El Solitario carece de cualquier tipo de heroísmo, todo lo contrario. Lean este diálogo entre uno de los cazadores e India, una mujer con la que se cruzan en su paseo por la muerte en el campo:
“–¿Hablas en serio? ¿Es eso lo que os enseñan ahora en la facultad? ¿Los derechos de los animales?
– ¿Por qué no? Sería lo justo, una acusación, una defensa… Pero no lo vais a matar por asesino. Ni por necesidad. Lo vais a matar por ser libre. Lo vais a matar porque os gusta matar. Estáis en guerra. Tiene que haber un enemigo. Si no es otro hombre, es un animal. No sabéis estar de otra manera”.
Y sí, lo que nos cuenta Rivas es una guerra contra los animales, las mujeres, la otra gente, la vida. La caza del jabalí es la antítesis de la del rebeco en otra novela magistral, El peso de la mariposa, de Erri de Luca, un autor con el que se podría relacionar la obra de Rivas, por su carácter insumiso y rebelde.
En realidad, si fuéramos inteligentes, más que en guerra contra el Planeta, deberíamos estar agradecidos a la Vida. Nos lo recuerdan dos libros de dos autores imprescindibles del pensamiento ecologista: Miguel Delibes de Castro y Joaquín Araújo. El primero ha escrito, precisamente, Gracias a la vida (Destino), en el que señala con gran acierto algo que ya nos enseñó la bióloga Lynn Margulis: que la vida se sostiene más por la cooperación que por la competencia. La vida es un entramado, una red que tejemos todos quienes habitamos la biosfera, desde el microbio al buitre, nos dice Delibes de Castro, en lo que podría ser un apéndice a la conversación que mantuvo con su padre, el escritor Miguel Delibes, en La tierra herida.
No solo a Dombodán, la Tierra también le habla a Joaquín Araújo, el escritor emboscado y campesino. Le habla en un susurro, mientras trabaja y camina por su finca de Extremadura, donde vive desde hace más de 40 años. Ha reunido estas enseñanzas en 999 sugerencias que me hizo la Natura, publicado por la Editora Regional de Extremadura para celebrar su 40 aniversario. Es un libro híbrido, casi de iluminaciones, podríamos decir, donde nuestro amigo Araújo mezcla la poesía con el aforismo. “Vivir es arder. Muy lentamente, pero arder”, escribe.
Araújo es el autor del epílogo de Tierra de pájaros, de Pilar López Ávila, profesora de Biología y Geología, y Leticia Ruifernández, ilustradora de la naturaleza, publicado por Papel Continuo. Los textos de Pilar dialogan con las ilustraciones de Leticia Ruifernández en un vuelo literario por algunas de las aves que, cómo no, pueblan las tierras extremeñas, desde el gorrión al cárabo, la cigüeña negra o las grullas. El libro, pura poesía, es fruto de la admiración, la amistad y la espera.
Si de alguien deberíamos estar agradecidos, debería ser de las plantas, seres asombrosos capaces de hacer la fotosíntesis. No solo porque sin ellas no respiraríamos ni tendríamos alimentos ni energía, sino también porque curan las enfermedades. Es lo que nos cuenta Rosa Porcel, doctora en Bioquímica y Biología Molecular por la Universidad de Granada. Acaba de publicar Plantas que nos ayudan, en la editorial Destino, un recorrido fascinante por las propiedades de las plantas. No en vano esta científica sostiene que deberíamos considerarlas nuestros mejores amigos. Escrito con amenidad, casi como si fuera una novela, Porcel nos habla de las plantas que nos ayudan a prevenir problemas del corazón o a mitigar los dolores menstruales, y nos descubre la ciencia que hay detrás de las plantas medicinales.
Volvemos a la tierra cuando morimos. Quizás nos convertimos en plantas y hacemos posible que respiren otros seres vivos. Puede que solo sea un consuelo pensar así, un refugio, como la propia literatura. Hace poco, en España hemos vivido la tristeza, el dolor y la indignación por lo ocurrido en Valencia. Ver morir a los seres queridos es algo a lo que nos enfrentamos tarde o temprano y, aunque la literatura no puede aliviar la tragedia, sí que puede aportar un poco de consuelo y enseñarnos algunas cosas. En Te veré morir, de Robert Richardson y publicado por Errata Naturae, el biógrafo canónico de Thoreau se detiene en tres personajes que forjaron su obra y cambiaron su mirada hacia el mundo, justo a partir de la pérdida de seres queridos. Esos tres personajes son el propio Thoreau, Emerson y el psicólogo William James, hermano del escritor Henry James. Escribe Richardson: “Emerson enseñó a sus lectores la autosuficiencia, que para él significaba, más que autonomía, confianza en uno mismo. Thoreau enseñó a sus lectores a tomar la Naturaleza como guía existencial, en vez de los partidos políticos, el país, la familia o la religión. William James nos enseñó a fijarnos en la experiencia humana real, caso por caso, en lugar de en el dogma y la teoría, y nos mostró que la verdad no es un ente abstracto, ni una cualidad, sino un proceso”.
Lo que sostiene Richardson, de quien recomiendo su biografía de Thoreau, publicada también por Errata, es que la muerte de su primera mujer, con solo 19 años, llevó al filósofo a una búsqueda interior que cambió la filosofía para siempre, abandonó el cristianismo para profesar la comunión con la naturaleza, en una especie de panteísmo. El caso de Thoreau, esa pérdida tan importante fue la de su hermano, cuando se cortó un dedo. Empezó a pensar en la jerarquía de la vida, que los humanos no somos más importantes que el resto de seres vivos y que la individualidad, tal y como se entendía, no era más que una ficción pues formamos parte de algo más grande. Este proceso le llevó a escribir Historia Natural de Massachussets, que en cierta forma puede leerse como el germen de Walden, su famoso ensayo.
Aprender a morir es aprender a vivir. Gracias a la vida, por tanto, nos recordaba Miguel Delibes de Castro, decía al comienzo de este artículo. Este biólogo firma el prólogo de El universo de Noa (Trifaldi), de Alejandro López Andrada, un poeta que lleva en sus palabras el germen de la naturaleza y del aliento vital. “Alejandro López Andrada, ¿o acaso será Noa, tan chica?, nos regala la alegría, los trinos, el borboteo del agua, los olores y los sabores de nuestra infancia, ya lejana, en estos versos”, escribe Delibes de Castro sobre este libro de poemas de López Andrada, uno de los más singulares y especiales de su obra. Es cierto que este libro del poeta cordobés, con preciosas ilustraciones de María Pizarro, es un auténtico regalo. Como refugio a la zozobra de la emergencia climática, del desastre ambiental, Andrada nos propone regresar a la infancia, recuperar el vínculo con la naturaleza a través de las palabras, en un libro de poemas que ahonda en esa mirada infantil (la de su nieta, Noa) que perdimos hace tiempo y que necesitamos para aprender, de nuevo, a asombrarnos. “Encontré una mariposa / desmayada junto al lago: / entre sus alas dormía / un rayito de sol blanco”. Y a defender eso que perdimos con uñas y dientes.
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