Silvia Hidalgo: “Solo me interesa escribir sobre la pérdida, incluso de la cordura”
Hablamos con Silvia Hidalgo (Sevilla, 1978), autora de la exitosa ‘Yo, mentira’ (Tránsito) y ganadora en septiembre del premio Tusquets de novela con ‘Nada que decir’. Y descubrimos que es todo lo contrario, que tiene mucho que contar. ‘Nada que decir’ muestra la prisión del matrimonio, la prisión familiar, la prisión de la maternidad, la prisión laboral, la prisión sexual y, sobre todo, esa prisión que es la inseguridad contumaz que mece con muy malas intenciones el cuerpo y la memoria de tu protagonista. La protagonista sabe que todos sus movimientos son pasos hacia el abismo, y así logra atrapar al lector.
Para empezar, me gustaría decirte que el planteamiento de ‘Nada que decir es extraordinario. Esa contradicción entre el título y el alma de la novela es sin duda un arduo trabajo. Tu protagonista da un recital narrativo arriesgado, frenético desde lo emocional, desde lo femenino, desde lo humano. A veces el lector debe frotarse los ojos ante el caudal de honestidad que recibe. Tu protagonista es un alfiler que pincha sobre la carne de quien lee y lo hace con tino, sin afán de venganza, sin afán de trasgresión. Habla aferrándose paradójicamente a un silencio atroz, a una invisibilidad espeluznante que atrapa la atención de quien lee de esa forma en que un exhibicionista atrapa la mirada inocente de una niña que no ha sabido escapar a tiempo de la oscuridad de un parque. ¿Cómo conseguiste que la introspección de tu protagonista fuese la fuente de luz que resulta ser mientras se avanza en la lectura? ¿Cuándo supiste que debía ser la comedida interlocutora que es? ¿Fue premeditada esa inocencia suya que has desplegado en cada página pese a lo que persigue, pese a lo que en determinados momentos sale por la boca del narrador?
Quería construir una mujer que se mueve hacia algún lado, que prefiere sufrir a quedarse estanca; aunque se meta en un túnel, su deseo de tomar el control puede ser más luminoso. Preferí dar un paso atrás de la primera persona para poder tratar al personaje sin piedad o compasión, también para mirar de forma más fría las situaciones a su alrededor. Respecto a la inocencia, al final es una mujer que viene de carencias emocionales y se mete en situaciones que no conoce con la ilusión o expectativa de conseguir algo, siempre relacionado con el afecto.
“Qué hace ahí parada, no se puede estar quieta dentro del coche de un hombre muerto, aunque sea el de su padre, con los ojos fuera de la cara clavados en una pantalla y una caja de condones en la guantera”. Tu novela comienza con un ímpetu demoledor, con todas la cartas sobre la mesa. Tu protagonista tiene heridas en la boca y en la memoria. El principio es conmovedor e irritante en la misma proporción, un paradigma de realidad y de explícita naturalidad ¿Te resultó sencillo desvincularse de esa necesidad que nos lleva siempre a escribir una heroína dramática al uso? ¿Buscaste la incomodidad que provocan algunas de sus decisiones para dibujar con el acierto con que lo haces a ese animal herido que agoniza, para fortuna del lector, en cada párrafo?
Una heroína es alguien ideal y que gana; no me interesan los personajes que ganan, no veo conflicto, solo me interesa escribir sobre la pérdida, incluso de la cordura. Y la pérdida es incómoda, no es un objetivo concreto el de incomodar, la crudeza sobre la intimidad de las mujeres incomoda per se.
Magnífica es la franqueza narrativa que despliegas a través del juego exigente y lúcido que alberga tu novela. Las palabras de tu protagonista arden, salen de su boca con una proyección imparable. Son plenas, y su franqueza aturde, inquieta y perturba; sin embargo, no hacen huir al lector, todo lo contrario, lo retienen como las horas de luz retienen a los niños en los parques. ¿Usaste un narrador y no la primera persona para que sus comprometidas e inteligentes reflexiones llegaran al lector sin esa pátina intoxicada que a veces lleva implícita la manipulación social respecto a la mujer, a la madre?
Nunca pienso en el lector o lectora, no creo que pudiera escribir si lo hiciera, al menos, no con libertad. A mí como escritora me funcionaba mejor la tercera persona para analizar, no solo al personaje y ser más fría con él, sino también con el entorno.
¿La duración de los capítulos, la brevedad de la emociones, libérrimas y subversivas como estrellas fugaces, obedece a un plan para que el lector verifique la firmeza de un personaje tan malherido como lo es tu protagonista?
Es mi forma de mirar, de procesar las historias, de contarlas después. Pienso en escenas, mi cerebro se maneja mejor con la intensidad que con la retórica o la perífrasis.
Tu novela es mucho más que un laberinto, es un infierno que no deja de arder, de consumir a tu protagonista. ¿Cómo y desde dónde se controla ese latir incesante del dolor para que no se lleve por delante la valiosa intención de tu novela?
El laberinto es el camino que ella hace y en el que va aprendiendo a mirar al cielo y a ver alguna flor o escuchar un pájaro. La intención es el propio camino.
‘Nada que decir’ es una novela de una expresividad agónica que aprisiona al lector, pero que bonifica su entrega y su perseverancia con un torrente de intensidad que lo inquieta porque sabe que no es lícito disfrutar tanto de la agonía de una mujer perdida. ¿Cómo te enfrentaste a la durísima labor de llenar la boca y las intenciones de tu protagonista con un lenguaje a ratos tan liberador y a ratos tan castrador? ¿Cómo se llega hasta la victoria a la que llegas al final de la narración si los fracasos de la protagonista son a ratos pesadas sombras y a ratos fantasmas que dejan caer todo el peso de su falsa carne sobre ella?
Ha sido una escritura desde la emoción en un primer pulso con capas de corrección narrativa después. Encontrada la emoción adecuada, me fue fácil darle una voz que la acompañara en ese sentimiento de huida, con miedo, pero también con la satisfacción del control. La protagonista no sé si llega a una victoria como la tenemos entendida, pero al menos se siente más dueña y responsable de sus propios fracasos.
En ‘Nada que decir’ el dolor se derrama como esa gota de aceite que ha encontrado un poro imperfecto en la botella que la acoge y va dejando un rastro inesperado. No es un tsunami, sino un canto tan lento como un réquiem. Como lectora, agradezco mucho la contención, que reprimas cualquier atisbo de clemencia por parte del narrador. La tuya es una novela dura, categórica, de ilimitados prismas. La maternidad, el matrimonio, el techo de cristal, la apocalíptica violencia del silencio. En ese aspecto, cada página ofrece una ‘master class’. ¿No temiste que el enclaustramiento de tu protagonista en tantos y tantos planos desviase la atención del lector, que se cansase de pasear por el laberinto, que se cansase del calor de un infierno tan descomunal como el que ofreces?
Eran los aspectos sociales que me interesaba tocar y cómo la atraviesan a ella; al final nunca nos pasa una sola cosa, nos siguen pasando todas las demás. No pretendía dibujar un infierno, no existe ningún drama sin solución, a la protagonista le pasa la vida, y la vida a veces es dura. Esta historia me pedía ser cruda con esa realidad.
En la libertad hay en ocasiones el mayor número de prisiones y eso tu novela lo cuenta divinamente. La prisión del matrimonio, la prisión familiar, la prisión de la maternidad, la prisión laboral, la prisión sexual y, sobre todo, esa prisión que es la inseguridad contumaz que mece con muy malas intenciones el cuerpo y la memoria de tu protagonista. Ella sabe que todos sus movimientos son pasos hacia el abismo, hacia la descomposición emocional y, aun así, cada palabra suya y cada silencio infligen en ella una desorbitante mutilación afectiva. ¿Cómo se lucha contra ese callejón sin salida sin perder en ningún momento la excelencia narrativa, sin que haga acto de presencia alguna palabra, alguna emoción fuera de lugar? ¿Con que armas se sella un manifiesto contra la violencia propia como el que has escrito?
Como escritora o creadora en general, tengo una gran aspiración a la belleza, me equivocaré y a veces me saldrá mejor y otras peor, agradezco que a ti te parezca que me salió bien. Me interesa la forma, el cómo se cuenta una historia, la melodía, el ritmo de la prosa, pienso que es fundamental para transmitir las emociones de un personaje y en este caso era primordial. Leo mucho en alto lo que escribo, y tengo que sentir esa armonía entre lo que cuento y el cómo.
Hay mucho empuje en la alternancia de pensamientos, en esas dos vidas que tu protagonista anexiona en cada página. Llama la atención esa bicefalia intensísima con que cebas la trama. Su desesperación es un eco que se convierte en vida, en carne. ¿No temiste que el lector se viese desbordado, que no aguantase, que apostatara de esa religión adscrita a la desesperación que persigue sin tregua a tu protagonista?
Sin repetirme, pero es cierto que no escribo pensando en quien lee más allá de mí misma, para mí como lectora es cierto que necesitaba compensar la intensidad de la trama con la ligereza o lírica del lenguaje y la longitud de las ideas y la propia novela.
Supongo que eres consciente de que es aterrador lo que cuentas y la manera en que lo cuentas. La monstruosidad en la que te hace participar este libro que destapa la verdad de una mujer cuando se convierte en madre y pierde su primigenia condición de mujer. La responsabilidad que siente ante su propio deseo. Hay un primitivismo utilísimo en tu forma de presentar a la protagonista; desde la primera escena, el lector tiene clara la dependencia vital, el abismo que le ofrece la quietud y la necesidad que tiene de no quedarse quieta ni de palabra ni de obra. En tu novela son muy importantes los actos de la protagonista, pero creo que es aún más importante esa necesidad de imaginar. Razón, deseo, anhelo, urgencia… ¿De cuál de estas cuatro palabras se alimenta realmente el tuétano de su protagonista?
Están todas muy relacionadas, e incluso pondría por encima otra que sería control. Intenta controlar su vida, a través de esos pilares o incluso a pesar de ellos.
En tu novela hay secretos de latido lento que van abriéndose paso en la cabeza del lector. Y luego hay un gran secreto que está escrito a través de un montón de letras pequeñas que subyacen en cada pensamiento de tu protagonista. Un gran secreto que dosificas y que, por el tono de la narración, el lector sabe que jamás será revelado porque sobre ese secreto se sostiene la ambivalente idiosincrasia de la protagonista. Temeridad y pasividad, ¿cómo lograste tejer con tanta exactitud dos términos tan antagónicos?
La protagonista viene de una pasividad que le provoca la tristeza o la falta de control sobre su vida, y toda la novela es ese camino con temeridad y urgencia hacia una zona donde se encuentre, si no mejor, al menos más cómoda.
A las mujeres nos gustaría escoger al lobo que va a devorarnos, pero casi nunca tenemos esa opción y cuando creemos tenerla no es más que un espejismo que solo extenderá sufrimiento a su paso. En tu novela hay muchos lobos dispersados, el padre, el marido, el amante, el jefe… Entre tanta dentellada, ¿cómo conseguiste que a tu protagonista le quedara algo de carne al final de la narración?
Va aprendiendo, va calando su propio pensamiento, a veces nuestro intelecto va por delante de nuestras emociones; en el viaje la protagonista va acercando estos dos aspectos, detectando los comportamientos nocivos, descubriendo que no los merece. Se cura las dentelladas, como dices, primero descubriéndolas, admitiendo el dolor, la vulnerabilidad y fragilidad como bálsamo.
Tu protagonista es un animal herido que se comunica a través del único lenguaje al que puede aspirar un animal herido. Es duro asistir al espectáculo que ofreces y, sin embargo, no provoca rechazo, ni ternura, ni piedad, como ocurre con otras protagonistas que asumen el dolor como única biografía. ¿Tuviste claro desde el principio que la misericordia no iba a dibujar en ningún caso esa mano que le tienden al lector tus palabras? ¿Eres consciente de que tu novela llega hasta la memoria del lector para herirla, para marcarla de manera eterna con un sello de brillante verosimilitud?
Igual que a la protagonista le atraviesa su entorno, creo que la literatura o cualquier obra creativa debe atravesarnos de alguna manera y que el único camino es la emoción. Para provocarla solo se puede hacer desde la honestidad, sin pudor. Me enfrento a la escritura de esa forma, casi con violencia.
Para terminar, me gustaría darte las gracias por esta novela valiente, explícita cuando ha de serlo, inteligente, desafiante, con un tratamiento magistral de la libertad mal entendida. Por este libro de entrañas duras y prodigiosas bifurcaciones emocionales que huye de las modas que colapsan las mesas de novedades, por dejarme arder en uno de los infiernos narrativos más lúcidos en los que yo como lectora he tenido la fortuna de adentrarme. Y también preguntarte si eres consciente del valiosísimo manifiesto contra la fragilidad que has escrito.
Muchísimas gracias, escribí contra la fragilidad de las relaciones que estamos construyendo, pero con la propia fragilidad y vulnerabilidad como únicos salvavidas de lo que nos queda como humanos.
‘Nada que decir’. Silvia Hidalgo. Tusquets Editores. 217 páginas.
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