Silvia Munt nos trae a Arthur Miller y el impacto de las crisis en las familias
Revisitar a los clásicos resulta necesario. Y más en épocas complicadas. Porque en ellos reside nuestra reconciliación con nosotros mismos; nos ayudan a conocernos mejor. Por eso Silvia Munt, directora de teatro, ha querido subir a las tablas la tragicomedia ‘El Precio’, del gran Arthur Miller. Una obra que cobra especial relevancia en esta época de crisis, pues relata de manera magistral el impacto del Crack del 29 en una familia. Un microcosmos que refleja los miedos, el precio de nuestras decisiones pasadas, contradicciones, problemas familiares…, todo ello con cierto humor e ironía. En definitiva, la vida. Hablamos desde ‘El Asombrario’ con la directora, que ha conseguido reunir a un elenco excepcional: Tristán Ulloa, Gonzalo de Castro, Eduardo Blanco y Elisabet Gelabert. En el Teatro Kamikaze de Madrid hasta el 6 de enero.
¿Por qué se titula ‘El precio’?
La obra trata sobre la disección de una familia que lleva 16 años sin verse. Y no se encuentran por otro motivo que el de vender la antigua casa de sus padres y el precio que les supone enfrentarse a su pasado. A partir de aquí, empieza a salir todo lo que había ocurrido después del Crack del 29, qué precio pagó cada uno tras la crisis, de dónde vienen sus miedos, qué precio tiene la toma de decisiones, qué culpa les echamos a los demás de nuestros fracasos… y también del precio de sobrevivir. Esto último es encarnado por un cuarto personaje, Solomon, que nos da la esperanza de la obra.
Como dices, la obra nos habla sobre los retales que deja en una familia una fuerte crisis como la del 29, es decir, que tiene cierta trascendencia lo económico. ¿Nos afecta muchas veces más nuestro nivel económico que el código genético?
Yo creo que las dos cosas. Pero en cierta parte, tienes razón. Hay uno de los personajes en la obra que de joven quería ser libre, no depender del dinero, hacer lo que le gustaba… Pero, de repente, tiene una vida en la que entra en el terreno económico y aquí se da cuenta de que está en la misma rueda en la que estamos todos. Como un hijo de puta. (Risas). Evidentemente, la vida siempre es así. Aunque también, si eres suficientemente atrevido o suficientemente irresponsable, puedes escaparte. Aquí está uno de los temas de la obra. ¿Hasta qué punto es bueno buscar tu propia vida y no responsabilizarte de nada y hasta qué punto empatizar con la gente que te necesita? Esto me parece un dilema muy gordo en el que se va girando de un lado a otro, porque no hay gente ni buena ni mala, hay toda una gama de colores.
Una obra de masticación lenta…
Sí. Y esto me parece muy bien, ya que Miller lo hace de una manera muy divertida, muy inteligente; casi juega contigo. Uno empieza decantándose fuertemente hacia un bando, para luego cambiar y más tarde creer que es él quien tiene la razón. Esto es lo bueno del teatro, que nos hablen de nosotros. Que nos hagan compañía, que nos digan que todos estamos ahí. Por eso es siempre tan necesaria la cultura, porque en el fondo es lo único que te hace sentir menos solo en situaciones así.
Es quizá ahí donde reside toda la fuerza de la obra; a través de un microcosmos como es una familia, Miller es capaz de retratar a toda una sociedad.
Una sociedad que tampoco ha cambiado tanto; ni en tiempo, ni en emociones. Los hermanos tienen que comerse esa mochila que son sus padres. Y, además, si no lo comen, estarán haciendo mal, ya que no van a crecer. Y se mueven en esa dualidad: son las personas que más quieren en el mundo, pero también las que más les han condenado a ser como son. Hay veces que la familia puede ser muy peligrosa. Aunque siempre es necesaria. Según vas creciendo, puedes controlarla; matarla, perdonarla y volverla a querer. Es el ciclo en el que nos movemos continuamente.
Cárcel y nido a la vez.
Es muy curioso. Y no se acaba nunca. Puedes hablar del matrimonio, de la competitividad entre hermanos, de cómo afrontar las decisiones, de qué fuerza tienen en la sociedad…
Has dicho que es una obra universal tanto a nivel social como temporal. ¿Nos ayuda entonces a leer la crisis que estamos viviendo?
Te da pavor ver que no solamente no hemos aprendido, sino que hemos ido a peor. El Crack del 29 fue horrible: la gente se suicidaba, muchos perdieron todo lo que tenían… Pero a partir de ahí surgieron muchos organismos para controlar todo eso. Contenciones que desaparecieron y que nos llevaron a esta crisis. El capitalismo volvió a estar enloquecido, los bancos se hicieron los dueños del mundo, y nos hemos dado cuenta de que estamos sometidos a ellos. Vemos que se ha vuelto a repetir y, viendo el lado positivo, confiamos en que serviría para controlar que no nos vuelva a suceder. Pero de repente, se nos ha vuelto a olvidar casi todo. Y nos vuelven a avisar de que vuelve el ladrillo, de que los bancos siguen controlando todo después de pagarles su deuda… Y todo está perdonado y sin atisbo de que pueda generarse otra vez.
Quizá sea por eso que decidiste mantener la obra en el Crack del 29 como telón de fondo y no con la crisis actual.
Sí. Así nos recuerda que todo es cíclico. Y que no se arregla.
Dentro de todo este caos, comentabas que es una obra muy divertida. ¿Dónde queda el espacio para el humor?
(Risas) Sí, es una obra muy divertida. Miller juega mucho con el personaje de Solomon que aporta ese punto de comicidad, ya que es un personaje muy surrealista ahí en medio. Este alivio cómico es más que necesario dentro de cualquier obra dramática. Además, te hace filosofar de una forma aparentemente ligera, pero muy profunda.
Creo que la risa es muy necesaria.
Umberto Eco, en ‘El nombre de la rosa’, ya hablaba de esto. Su obra se centraba en que el humor ha sido el enemigo de los dogmas religiosos más inquisitoriales. Cuando hay humor, todo se relativiza, y consigue que no nos atenace. Después de todo esto, llegamos a la conclusión de que es más que necesario revisitar a Arthur Miller.
Siempre. Los clásicos están por eso. Porque los revisitas y ves una y otra vez que son muy completos. Y El Precio, además, hacía mucho que no se revisitaba. Y merece mucho la pena.
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