¿Sobre qué escriben hoy los jóvenes poetas?
Días antes de la entrega del Premio Iberoamericano de poesía Juan Ramón Jiménez, el hotel Barceló Mar Punta Umbría reunió a un puñado de jóvenes poetas en el encuentro ‘Bajo 35’. Nacidos en ambas orillas del Atlántico, debatieron sobre la profesionalización de la literatura, su relación con las nuevas tecnologías y sus vasos comunicantes con la política, el pensamiento, el amor o el miedo. A continuación, sigue un resumen de lo que allí escuché y que tal vez sean las preocupaciones más acuciantes de las voces emergentes del panorama poético de hoy.
Lejos del axioma del ‘arte por el arte’, observé que la mayoría de los autores escriben a partir del compromiso con algunas ideas fundamentales, que en muy contadas ocasiones devienen fundamentalistas. En general había más manifiesto que experimentación, más metaliteratura que verdadera hibridación de géneros, y si bien es cierto que conviven propuestas “casi performativas” con otras de aliento “casi clásico”, lo que diferencia sustancialmente a estos jóvenes poetas de la generación a la que yo pertenezco es que las perspectivas confesionales, feministas, antirracistas, queer e incluso místicas condicionan con tanta fuerza la forma, que la forma es, sólo a veces, la anécdota del poema. ¿Ha vuelto la literatura a las barricadas? La respuesta viene más adelante. En cualquier modo, el acercamiento a la performance o el diálogo con los clásicos parece ser en la mayoría de los casos epidérmico, y tampoco tiene por qué ser de otra manera. No se trata de hacer aquí un juicio de valor colectivo, porque, aunque todos y cada uno de los poetas que participaron en el encuentro son algunas de las voces más reconocibles y más interesantes de su tiempo, también faltaron otras que, como en cualquier evento semejante, no pudieron venir.
A través de ocho sesiones de acalorados debates surgieron preguntas e, incluso, alguna respuesta pertinente. Una de las primeras giró en torno a la profesionalización de la escritura ¿Se puede vivir de la poesía? ¿Se debe vivir de ella? ¿Recibir dinero dignifica al arte? Lejos de ser almas candorosas, los poetas presentamos facturas y las cobramos, tenemos ahorros y deudas, y la mayoría de los trabajos, como en otras profesiones relacionadas con la cultura, muchas veces mal remunerados. Carlos Katán, escritor de amplio bagaje intelectual nacido en Venezuela, nos explicó cómo era aquello de ser camarero y poeta al mismo tiempo: servir un café por la mañana y hablar por la noche de autores a los que muy pocos conocen y todavía menos leen. Tal vez la poesía tenga demasiado prestigio y escasos lectores. Por eso algunos autores como Aída González Rossi o Munir Hachemi han dado el salto a la novela: la primera acaba de publicar Leche condensada(Caballo de Troya) y el segundo, El árbol viene(Periférica). Otras como Rocío Aceval hacen una carreratotalmente distinta en paralelo, ella es abogada.
Las redes sociales como un cuaderno de notas
Sobre la repercusión de la poesía siguieron hablando en las sesiones de debate relacionadas con las redes sociales, la edición y las artes escénicas. Entre los participantes había varios editores, como Angelo Nestore, que dirige la colección Letraversal, Inés Martínez García, Libero, o Julio Moya, Alud, y espacio para revistas especializadas como Caracol nocturno, coordinada por Alfredo F. Crespo y Laura Rodríguez Díez, o Centauros y el podcast QTQHde Alejandro V. Bellido. Sin duda una de las ideas más provocadoras la arrojó Andrea Valbuena quien, con más de 41.000 seguidores en Instagram, salió en defensa de la poesía surgida en internet y de la posibilidad de incorporar el ágora virtual –los comentarios y sugerencias– al propio proceso creativo de la escritura, como si Twitter o TikTok, por poner un ejemplo, fueran cuadernos de notas.
¿Y por qué no? ¿Por qué nos damos tanta importancia los poetas como para no querer mostrar nuestros borradores? Sin duda este punto de vista relaja el intenso debate entre la llamada poesía postadolescente (también superventas) y el mundo libresco, en perpetuo coqueteo con el academicismo.
Pero hay muchas maneras de estirar el chicle. La clásica, la de toda la vida, es la de la música y el teatro, las artes hermanas de la poesía. Es lo que hacen Cristian Alcaraz, cuya escritura está atravesada por la pasión sin caer en un efectismo baladí, o la mexicana Sofía Sánchez, que cuando invocó a la chamana Macarena hizo magia: un pajarito entró en la sala y estuvo revoloteando entre los asistentes. Y la forma moderna de estirarlo, la que toca ahora, la del activismo político. En este sentido, la cubana Yenis Laura Prieto –probablemente debido a la compleja situación que atraviesa su país– reivindicó que la poesía debía estar al margen de los grandes discursos políticos totalizadores, a lo que el colombiano Yeison García López, para quien la poesía es un elemento más en la lucha antirracista, respondió apuntando cómo la literatura no puede ser pre-política porque siempre, irremediablemente, se escribe desde un sitio muy determinado.
A propósito del sempiterno equilibrio entre forma y fondo,en un sentido totalmente contrario, Laura Rodríguez Díez, autora del extraordinario Hospital de San Lázaro, lanzó ya dos ideas que quedaron en el aire, porque los poetas tenemos más preguntas que respuestas. La primera, si la estetización del dolor, la enfermedad o la muerte es legítima, y la segunda, si toda literatura es necesariamente política. He aquí las dos líneas rojas que todos ellos se preguntan si atravesar o no: la del exhibicionismo y la del compromiso. Por esa cuerda floja que va de la necesidad a la virtud caminan la venezolana Sofía Crespo Madrid, Rodrigo García Medina, Begoña M. Rueda, Bárbara Grande Gil y Aurora Báez Boza. ¿Puede cambiar la poesía el mundo? Creo que todos ellos ya se hicieron esta pregunta hace muchos años y asumen que no puede cambiarlo. Sin embargo, ciertos estilemas revistados del posmodernismo, la crítica social o la nueva política se cuelan entre los versos, porque la poesía sólo tiene sentido si es una promesa y las etiquetas con almohadilla también funcionan muy bien en las redes sociales. Entonces parece que la literatura no ha vuelto a las barricadas.
En busca del amor y del humor
Los moderadores de las mesas de debate, casi todos 15años mayores que los participantes, observamos algunos rasgos generacionales. Entre ellos estábamos Raquel Lanseros, Alejandro Simón Partal, María Eloy-García,Vanesa Pérez Sauquillo y yo mismo, y también los algo más jóvenes que nosotros Angelo Nestore y Almudena Vidorreta. Por ejemplo, María Eloy-García echó de menos el humor y Vanesa Pérez-Sauquillo el amor. A propósito de esto último, Rosa Berbel y Claudia González Caparrós trataron de deconstruir los afectos, pero después de más de 2.000 años escribiendo poemas a la amada o al amado no es tarea que se pueda dar por concluida en 45 minutos. Félix Moyano Casiano reconoció haber aprendido de las autoras de su propia generación una nueva forma de resignificar los afectos y el deseo.
Por la noche, Miguel Sánchez Santamaría dio un taller sobre “poesía viva” que, a continuación, estuvo acompañado de un micrófono abierto. Ese fue el momento en el que pudimos ver si toda esta discusión sobre el sexo de los ángeles lograba que los poemas sonasen distintos. Y la verdad es que sonaban bien, sonaban muy bien, pero no tan diferentes a los que se escribían hace 20 años. A lo largo de estos días hubo lecturas muy emocionantes, como la de la colombiana María Gómez Lara, que nos puso a todos los pelos de punta al recitar Nací con la piel curtida para los derrumbes.
En este primer encuentro de Bajo 35 también han participado autores que ya han recibido el Premio Nacional Miguel Hernández: Ismael Ramos (Lixeiro, Xerais / Ligero, La Bella Varsovia) y Xaime Martínez Menéndez (Cuerpos perdidos en las morgues, Ultramarinos), y dos autores con el premio Ojo Crítico de RNE: Munir Hachemi (Los restos, La Bella Varsovia) y Rosa Berbel (Las niñas siempre dicen la verdad, Hiperión). Sin embargo, Ismael Ramos se presentó contrario a cualquier tipo de centralismo, al mismo tiempo que se preguntaba si estaba allí como representante de la poesía en gallego. En cualquier caso, a Ismael Ramos hay que leerlo, porque sus poemas son de los que encienden una luz dentro de nosotros.
Yo mismo me ocupé de entrevistar a corazón abierto a la escritora Ana Rossetti (San Fernando, Cádiz, 1950), referente para muchos autores jóvenes. Nos habló del espacio de libertad que existía en los años 80, cuando podías escribir sobre el santoral y el deseo erótico sin miedo a las etiquetas. Nos dijo que su primer libro, Los devaneos de Erato, surgió de los poemas que enviaba a sus amigos y familiares y que hoy, según ella, no hubiese tenido tanta repercusión en los medios. Y también que está preparando un ensayo sobre Santa Catalina, aunque fue a otra santa, Santa Casilda, a la que dedicó una obra de teatro que ella misma montó cuando tenía solo ocho años, porque siempre se vuelve a los orígenes. Sobre Juan Ramón Jiménez, dijo que le interesa su noción de un “dios deseante”, lo que se adelanta décadas a algunas corrientes teológicas de hoy. Ana Rossetti venía de la entrega del premio de poesía visual que lleva su nombre y que convoca el Colegio de la Compañía de María de San Fernando. “Cuando bebas agua, acuérdate de la fuente”, me dijo.
Este primer encuentro de jóvenes poetas menores de 35 años es una iniciativa de Cooltural Plans que ha sido posible gracias a la Diputación de Huelva. Como apuntaba al principio, se celebra días antes de la entrega del Premio Iberoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez, que este año ha recibido la escritora argentina Romina Berenice por su libro La maleza y que, por primera vez, publica la editorial Bartleby.
Lo más importante en esta cita, más allá de los méritos que todos y cada uno de ellos tienen, son las ganas de compartir y la certeza de que la literatura sólo cobra sentido cuando alguien al otro lado nos lee. ¿Y tuvo sentido? Los que tuvimos la suerte de asistir estamos convencidos de que surgirán otros proyectos de aquí porque, como se dice en el mundo empresarial, hubo “sinergias”. ¡Hubo sinergias!, al fin y al cabo los poetas también cobran y pagan facturas.
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