Soltarse la melena
RELATOS / UN AMOR DE VERANO
Un nuevo relato de Agosto en torno a un amor de verano. “Poco después dejó de alisarse el pelo. Por llevarlo como una leona toda la semana, cuando se lo lavaba tenía que pasar una hora en la ducha con la cabeza llena de crema suavizante. Él se declaró una tarde en los soportales. Qué inseguridad elegir la ropa cada sábado. Quedaban para dar vueltas y vueltas por el barrio, de la mano si no los veían”.
Por ELENA FERNÁNDEZ RUIZ
Llevaba un buen rato estirándose el pelo húmedo alrededor del rulo que se había levantado en la coronilla. Lo sujetó con unas pinzas largas. Ya estaba preparada la toga. Se la hacía todos los viernes para salir el sábado por la tarde con el pelo tieso recogido en una coleta. Ahora podía llamar por teléfono.
Si no te sueltas el pelo, mañana no te dejo entrar en casa, le dijo su amiga. ¿De verdad? Conocía las locuras de su amiga. Era capaz de montar una escena y llevaban tres semanas preparando el guateque. Todos los días, al llegar del colegio, repasaban los detalles durante una hora de conversación telefónica, a quiénes iban a invitar, solo a los guapos, qué sándwiches, cuántas bebidas. Había que elegir la ropa. Le pidió a su hermana el conjunto de fiesta, un pantalón súper ajustado, menos mal que la blusa disimulaba el pecho.
El sábado le bajó la regla. ¿Qué hago?, la compresa ocupa mucho, pues ponte un támpax, tonta, ay, nunca me he puesto uno. Pregunta a su hermana, se encierra en el servicio, qué daño, adiós virginidad.
En el guateque apagaron las luces, bailó con él pero estaba tan tiesa, ¿mancharía el pantalón de su hermana?, hacía calor, no hay que arrimarse, su mano en la cintura. La tarde pasó volando.
Hasta entonces habían sido una pandilla que quedaba para jugar a policías y ladrones. A ella lo que más le gustaba era ser ladrón. Algunas veces se metía debajo de un coche sabiendo que no la iban a encontrar. Allí pensaba en sus cosas y, al final, salía corriendo a salvar al resto de la banda. Después del guateque cambiaron los juegos. El siguiente fue una fiesta de disfraces. Con una tela de estampado animal se apañó un vestido de Wilma Picapiedra. Se sentía súper atractiva con la falda corta acabada en picos, las lentillas por primera vez. Su amiga llegó con boina y un pantalón de pana sujeto con un cordel. Una barba pintada. Dijo que se había disfrazado del Che Guevara. ¿De qué?
Poco después dejó de alisarse el pelo. Por llevarlo como una leona toda la semana, cuando se lo lavaba tenía que pasar una hora en la ducha con la cabeza llena de crema suavizante. Él se declaró una tarde en los soportales. Qué inseguridad elegir la ropa cada sábado. Quedaban para dar vueltas y vueltas por el barrio, de la mano si no los veían.
El primer beso fue posarse el uno en el otro. Salió corriendo hasta casa con una alegría juguetona. ¿Quedarían al día siguiente?, qué vergüenza, qué ganas. Fueron tocándose a lo largo de muchas tardes de sábado invernales, ella avanzaba pantalón abajo, él, cintura para arriba. Aprovechaban cuando los padres de él salían y la abuela se quedaba viendo la tele en el cuarto del fondo, con la puerta abierta. Ahí sí que pasaban calor. Música italiana a tope. Tornerò se llamaba la canción.
Los tiempos empezaron a ser expectantes. Franco murió el otoño en que ella cumplió quince años. Muchas cosas dejaron de importarle. Dejó al novio. Se cortó el pelo.
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