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¿Es la obesidad una adicción más?

Por Luis Miguel Ariza, el 9 de noviembre de 2014, en Alimentación

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Un fotograma de la película 'El profesor chiflado' de 1996.

Un fotograma de la película ‘El profesor chiflado’ de 1996.

La obesidad comenzó a ser protagonista en las pantallas en los años noventa. El cine es un reflejo de la sociedad, pero ¿qué es lo que ha llevado a la sociedad a convertirse en mucho más obesa década tras década? ¿Qué nos dice la ciencia? ¿Tal vez es que nos estamos haciendo adictos a determinadas cosas que nos llevamos a la boca?

***

El Profesor Chiflado versión 1996 es un curioso remake del cómico Eddy Murphy a partir de una de las mejores películas de Jerry Lewis (1963), en la que éste encarnaba a un científico, Julius Kelp, repleto de clichés cinematográficos.

Kelp es un profesor de química genial, pero es un inadaptado social: no liga con las chicas, es incapaz de aferrarse a las corrientes que esculpen esa inolvidable juventud de principios de los sesenta, y decide utilizar la ciencia para cambiar su personalidad, para vencer la barrera de esa exclusión social que le resulta insoportable.

Para ello, Lewis se basa en la genial obra de Stevenson, el Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Una pócima ejerce en él los cambios necesarios para convertirse en un seductor que se presenta en sociedad de forma muy exitosa, tomando el apodo de Buddy Love.

Pero la solución, que funciona muy bien al principio, empieza a no ser duradera, y la historia se encamina hacia el desastre…

Observamos que las dos personalidades –el torpe profesor y el guapo seductor– tratan de salir a la superficie en los momentos más inoportunos. El problema ocurre cuando Buddy deja paso al científico en los momentos críticos. La química viene a decirle a Lewis que su pócima es un parche, que debe aceptarse a sí mismo ante todo el mundo, y que de hecho, la idea de convertirse permanentemente en Buddy –un personaje atractivo pero demasiado narcisista– es una quimera.

En la película de Lewis, la ciencia viene a rescatar al científico chiflado para reintegrarlo –aunque equivocadamente– al patrón de lo aceptado. La película se rodó en 1963. No aparecen personajes obesos. De ahí surge la curiosidad de la historia que Eddy Murphy, rodada más de tres décadas después, eligió para su remake.

Sherman Klump es un personaje tremendamente obeso, y precisamente por culpa de su enorme peso el profesor no puede tener la vida social que desea. Así que recurrirá a la ciencia para reducir milagrosamente todos esos kilos de más y convertirse en un Eddy Murphy tan narcisista como insoportable (a los ojos de la audiencia).

El cine es un espejo de la sociedad y sus cambios. En esos reflejos adivinamos cosas extraordinariamente interesantes. Aunque siempre ha habido actores gordos, lo cierto es que la obesidad empezó a aparecer con más frecuencia en las pantallas en los años noventa. ¿Por qué?

Jerry Lewis como

Jerry Lewis como Julius Kelp en la película de 1963.

La estadísticas de obesidad en Estados Unidos indicaban que entre 1960 y 1962 existían un 10,7 por ciento de obesos de entre 24 y 70 años. En 1988 ese porcentaje se había duplicado. Y en 1999 alcanzó el 27,2 por ciento. A partir de 2010, la proporción de americanos obesos casi alcanza el 36 por ciento.

¿Y España? Hemos experimentado un incremento parecido, aunque en menor proporción. En la actualidad, uno de cada seis españoles es obeso, dos de cada tres hombres tiene sobrepeso, y lo mismo ocurre con uno de cada tres niños entre 13 y 14 años.

¿Por qué está sucediendo esto?

No es una pregunta fácil de responder, y les confieso que la cuestión lleva mucho tiempo rondándome la cabeza.

En una de las mejores escenas de El profesor Chiflado versión Murphy, Sherman invita a su chica a una cena familiar. Los comensales son todos gordos, engullen enormes cantidades de alimento, mientras hacen todo tipo de chistes groseros. Es una exageración, pero Murphy nos viene a explicar que la gente está cada vez más gorda porque hace menos ejercicio, pero sobre todo, porque come mucho más.

De acuerdo, pero, ¿por qué comemos mucho más ahora que antes?

Siempre he pensado que la ciencia puede darnos una respuesta. Sobre todo a la luz de los nuevos estudios cerebrales que muestran los efectos que la mayoría de los alimentos prefabricados –que invaden los supermercados–ejercen en el cerebro.

Si quieren mi franca impresión, creo que gran parte de la obesidad en muchos lugares del mundo, y especialmente en Estados Unidos, se debe al lucrativo negocio del diseño científico de los alimentos llevado a cabo por las grandes multinacionales; alimentos que producen, a la postre, un tipo de comida que crea adicción entre los consumidores.

¿Les parece exagerado? Durante décadas, las compañías tabaqueras han negado que el tabaco produzca cáncer, y al mismo tiempo, han colocado componentes en los cigarrillos que aumentaban la adicción.

Al igual que el tabaco, muchos de estos alimentos nos crean una necesidad cerebral que no se puede satisfacer con un simple bocado. Tenemos que comer mucho más. Y al hacerlo, aceleramos el ritmo de las cajas registradoras de estas grandes corporaciones que dominan el mercado mundial de los alimentos, cuyas ventas y beneficios no paran de aumentar cada año.

Michael Moss, periodista del diario The New York Times y autor de un libro llamado Salt Sugar Fat: How the Food Giants Hooked Us (Sal, Azúcar, Grasa, Cómo los gigantes del alimento nos engancharon), ha escrito una historia magnífica y muy bien documentada sobre lo que llama “La ciencia extraordinaria de los alimentos basura adictivos”, tras años de investigaciones.

Moss ha ganado un Pulitzer, por lo que es un periodista mucho mejor que yo. Pero sobre todo, ha investigado profusamente cientos de documentos manejados por estas transnacionales del alimento. Y lo que surge de esas investigaciones pone los pelos de punta.

Piensen en lo ricas que resultan las hamburguesas, lo apetecible de la coca-cola, los snacks, las patatas fritas, los yogures azucarados, los postres preparados, el maíz dulce, los desayunos precocinados para los niños, los platos preparados, la enorme variedad de salsas para la pasta, las margarinas y mantequillas con sabores, las pizzas congeladas, la variedad de mayonesas, helados prefabricados y un larguísimo etcétera de los alimentos que podemos encontrar en cualquier supermercado.

Piensen en que cada uno de ellos es el resultado de estudios científicos e investigaciones que determinan qué componentes hay que mezclar o añadir para intensificar el sabor y hacerlo más apetecible: texturas, olores, sensación de tacto en la boca, como se funden en ella, resistencia, si son lo suficientemente crujientes…hay una legión de científicos y expertos que trabajan para estas grandes corporaciones, las cuales están buscando continuamente una manera de aumentar sus ventas.

Moss ha publicado un magnífico reportaje basado en su libro en The New York Times en el que pone de manifiesto que la principal preocupación de la industria alimentaria en Estados Unidos (al menos durante los años noventa) no ha sido la nutrición: es el sabor.

Si una cosa sabe mejor que otra, se venderá más.

En sus investigaciones, Moss preguntó a uno de los altos ejecutivos de la compañía Oscar Mayer por los contenidos altos en sal, azúcar y grasas en los desayunos preparados para niños (llamados Lunchables, en Estados Unidos). Respondió en los siguientes términos: “Es lo que el consumidor quiere, y no le ponemos una pistola en la cab eza para que lo coma. Es lo que quieren. Si les damos menos, ellos comprarán menos, y la competencia se quedará con nuestro mercado”.

Moss, tras cuatro años de investigación, cree que existe por parte de estas multinacionales del alimento un “esfuerzo consciente” para que la gente se “enganche a los alimentos convenientes y baratos”.

El resultado de esta adicción continuada, pese a los programas de salud y prevención, es una tendencia creciente para producir más y más obesos y gente con sobrepeso. Para 2050, las expectativas es que la mitad de la población adulta norteamericana sea obesa.

Una simple patata frita está cubierta de sal y grasa, contiene azúcar en su almidón, lo que le convierte en el alimento adictivo perfecto, explica Eric Rimm, profesor de epidemiología y nutrición de la Escuela de Medicina de Harvard, en el artículo de Moss. La patata frita dispara los niveles de glucosa en sangre e incita al cerebro a consumir más.

Estamos rodeados de alimentos que claramente nos convertirán en obesos. Y la obesidad está relacionada con el cáncer, la diabetes y los problemas cardiovasculares. El porcentaje de adultos y de adolescentes con diabetes precoz se dispara. Y el coste que tienen estos tratamientos para el sistema de salud es astronómico.

Las compañías de tabaco en Estados Unidos gastan más de 10.000 millones de dólares al año en promocionar sus cigarrillos en las tiendas, gasolineras y establecimientos, colocando sus marcas comerciales al lado de estanterías con helados, muñecos, chicles y productos para niños.

Pero como dice Kelly Brownell, profesor de psicología y salud pública de la Universidad de Yale, a este excelente periodista,“nos enfadamos con las compañías de tabaco por este tipo de publicidad dirigida a los adolescentes, pero nos hacemos a un lado cuando las compañías de alimentos hacen lo mismo”. En su opinión, la factura para el sistema de salud que dejan las tabaqueras rivaliza con la que dejan en la actualidad las dietas pobres.

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Comentarios

Hay un comentario

  • 14.12.2014
    Moisés dice:

    Según he leído (y lamentablemente ahora no tengo la referencia) las grasas polisaturadas (o polinsaturadas) son uno de esos componentes que causan adicción y cuya acumulación produce muchos daños en el organismo. Sin embargo nadie se plantea regularlas ni prohibirlas. Pienso que es necesario poner en marcha medidas al respecto cuanto antes.

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