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¿Qué es el suspense? Hitchcock te responde

Por Luis Miguel Ariza, el 11 de enero de 2015, en Thriller

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El director de cine Alfred Hitchcock en una imagen promocional de 'Los pájaros'.

El director de cine Alfred Hitchcock en una imagen promocional de ‘Los pájaros’.

El más hábil manipulador de las audiencias fue el gran Alfred Hitchcock. Sus películas siguen teniendo ese magnetismo que perdura a través de las décadas. Analizamos qué es eso del suspense a través de sus obras. Por qué sus cintas poseen la capacidad intacta de atraparnos en nuestras butacas, mientras nos preguntamos qué es lo que pasará a continuación. Diseccionamos su manejo de la intriga y de la percepción del tiempo.

¿Qué es exactamente el suspense? Como espectadores, nos proporciona la información de lo que va a pasar, hasta el punto de que intentamos avisar a los protagonistas de la pantalla del peligro al que van a enfrentarse. Pero ellos no pueden escucharnos. Si el suspense es muy bueno, olvidamos que se trata de personajes que han muerto al menos en nuestra dimensión, aunque nuestro cerebro nos diga que continúan vivos en el celuloide. Aun así, intentamos viajar a ese mundo para avisarles.

Es una ilusión perfecta; la magia de un tipo de cine que brota del maestro británico, y que podría haber sido concebida perfectamente por un neurocientífico. Hitchcock era director de cine, pero tenía un conocimiento instintivo sobre la manera en la que nuestro cerebro procesa las emociones. Acertó de pleno. Investigaciones como la que presenta la neurocientífica Lorina Naci y su equipo del Instituto Brain and Mind de Canadá en la revista Proceedings of the National Academies of Sciences (PNAS) dan fe de ello.

En ese estudio, los científicos mostraron a un grupo de voluntarios un fragmento del cortometraje titulado Bang, You’re dead!, dirigido y presentado por Hitchcock en uno de sus famosos programas de televisión, al tiempo que registraban, a través del escáner de resonancia magnética funcional, las áreas cerebrales que se activaban durante el visionado.

¿Lo han visto? Un niño vestido de vaquero sustituye su pistola de juguete por la de su padre, que acaba de llegar de un viaje de África. El pequeño se lleva unas cuantas balas de verdad en el bolsillo y cuando se le caen empieza a rellenar los agujeros del tambor. Llega un momento en que, con el tambor totalmente cargado, el próximo disparo del niño acabará en una catástrofe.

El pequeño apunta a varios personajes en su juego, pero no llega a apretar del todo el gatillo…, hasta que vuelve a la casa para jugar con la mujer que lo cuida. El padre se ha dado cuenta del cambio, y la madre busca desesperadamente al pequeño. Pero los espectadores sí que son conscientes de la tragedia que está a punto de desencadenarse… Es un ejercicio sencillo y magnífico de este genio cinematográfico.

Los mapas neuronales mostraron que en los cerebros de los voluntarios se activaban zonas concretas de la corteza frontal y parietal, produciendo patrones cerebrales muy parecidos entre sí. Pero lo más asombroso fue que, entre los voluntarios, había dos personas muy enfermas, que sufrían parálisis cerebral y que vivían casi en estado vegetativo. Una de ellas había perdido la consciencia como consecuencia de un asalto que sufrió cuando tenía 18 años. Los científicos encontraron que, pese a su estado, los mapas de actividad cerebral de estas personas producidos por culpa de la película eran ¡casi indistinguibles de los de las personas sanas!

En otro estudio anterior, otro grupo de expertos decidió examinar a 20 individuos con cascos de electrodos mientras veían el corto, y determinaron que en las secuencias cumbre, en las que el niño va cargando las balas una a una, y en las que apunta a sus víctimas y esta a punto de disparar, la actividad neuroeléctrica del cerebro era máxima. Incluso correlacionaron los picos de actividad con el montaje de Hitchcock, hasta el punto de que en cada encefalograma (EEG) de cada voluntario se podía deducir ¡qué escena estaba viendo!

El maestro del suspense es capaz de enseñarnos cómo funciona nuestro cerebro. Les dejo aquí un vídeo que parece cosa de ciencia ficción. Fíjense en las cumbres de la gráfica del EEG. Son máximas cuando el suspense crece.

Hitchcock también es capaz de alterar nuestra percepción del tiempo en películas como La Soga, hechas en tomas continuas de diez minutos cada una, que era la máxima capacidad de carga de película que tenían las cámaras de cine de entonces para filmar una toma de una vez. La película consiste en ocho tomas de diez minutos cada una –ochenta minutos en total– y recoge en tiempo real lo que sucede en un apartamento de Manhattan entre las 19.30 y las 21.15 –según explicó Hitchcock a Francois Truffaut en una entrevista–, después de mostrar al principio cómo dos de los protagonistas cometen un crimen y esconden el cadáver en un baúl que será usado en una fiesta.

Hitchcock logró el efecto de continuidad acercando la cámara a la espalda de algún protagonista o un objeto cercano para realizar el cambio de rollo. El neurocientífico Antonio Damasio destaca varios aspectos fascinantes de la manipulación del tiempo; la película dura 80 minutos, pero esos 25 teóricos restantes no los echamos de menos gracias a la iluminación que se va tornando cada vez más oscura en el exterior, y por eso la película parece mucho más larga; el contenido emocional y el suspense creado contribuyen a esa dilación temporal. “A menudo experimentamos que el tiempo pasa más despacio con emociones negativas”, asegura Damasio en un artículo de Scientific American. “En un viaje en avión que tenía muchas turbulencias el tiempo se me pasó muy lentamente, seguramente porque mi atención estaba fijada en la incomodidad de la experiencia”.

Hitchcock, curiosamente, no se decantaba por elegir a los científicos como protagonistas, salvo en una magnífica excepción. Recuerdo con toda claridad la primera película que vi en la televisión en su totalidad, cuando era niño. Resultó ser Cortina Rasgada. Narraba la historia de un científico, el profesor Armstrong (interpretado por Paul Newman) que tenía que viajar a la Alemania del Este para robar una fórmula del cerebro de otro científico. Jamás hasta ese día había sido capaz de quedarme delante del televisor para ver una película de principio a fin. Eran otros tiempos en los que la pantalla me parecía algo tremendamente aburrido. Hasta que Hitchcock me atrapó.

La impresión fue tan vívida que llegué a pensar que la televisión era una fuente increíble de experiencias, que todas las películas que echaban te mantenían quieto en el sofá y con los ojos de plato. Por supuesto, la decepción no tardó en llegar.

Claro que Cortina Rasgada, para muchos cinéfilos, no resultaba ni mucho menos el mejor filme del maestro –se la ha definido como un saco de trucos. ¿Por qué se me quedó grabada?

La escena en la que Paul Newman (el físico Armstrong) usa un horno de gas para asesinar a Gromek, el esbirro que las autoridades de la Alemania oriental han puesto para vigilarle, es una de mis favoritas. Y debía tener alguna explicación en lenguaje de neuronas. El suspense que se desencadena cuando los alemanes descubren que el profesor Armstrong es un espía antes de que Newman sea consciente de ello es como un escalofrío delicioso y provoca una sensación casi adictiva. Algo así debe tener por fuerza un retrato en la bioquímica de nuestra cabeza. ¿No les parece?

La escena del asesinato de Gromek, una de las mejores de Cortina Rasgada. ¡Qué difícil es matar!

El actor Rod Taylor, recientemente desaparecido, en el rodaje de 'Los pájaros'

El actor Rod Taylor, recientemente desaparecido, en el rodaje de ‘Los pájaros’

Otra escena favorita en la que el tiempo parece dilatarse: la forma en la que Ingrid Bergman roba la llave de la bodega a Claude Rains en Encadenados mientras éste le coge las manos diciendo «confío en ti», abriendo y besando la mano derecha de ella, justo la que pensamos que guarda la llave… ¡y está en la otra! O la tensa espera en la que se va agotando el champán en la fiesta y Rains tendrá que bajar a la bodega a reponer la bebida, momento en que sabrá que le han robado la llave…

A mi parecer, el maestro de suspense tenía una conexión instintiva con la ciencia, aunque no la usara de forma explícita en su cinematografía. En 1961, un grupo de gaviotas enloqueció lanzándose contra las casas de la bahía de Monterrey, en California. El científico Sibel Bargu, de la Universidad de Louisiana, decidió averiguar la causa y estudió los contenidos estomacales de tortugas y gaviotas que fueron recogidas ese año en prospecciones llevadas a cabo en barcos. Bargú encontró que contenían un tipo de alga tóxica que afectaba al cerebro y los nervios de aquellas aves, y está convencido de que esa es la causa de ese comportamiento suicida. Dos años después, Hitchcock estrenaría Los Pájaros, una de sus mejores películas.

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